Benedicto XVI espera que sanen para siempre las heridas del antisemitismo y recuerda
que durante el Holocausto, la Sede Apostólica desarrolló una acción de socorro, a
menudo oculta y discreta
Lunes, 18 ene (RV).- “Un encuentro que refuerce la fraternidad y haga más sólido nuestro
entendimiento”: fue el deseo que acompañó la visita de Benedicto XVI ayer domingo
por la tarde a la Sinagoga de Roma, donde encontró a la comunidad judía de esta ciudad.
La ocasión fue la XXI Jornada de profundización y desarrollo del dialogo entre católicos
y judíos, y la fiesta del “Mo’ ed di piombo”, que en romanesco - significa “El cielo
está plomizo”: esta conmemoración recuerda una providencial tormenta que apagó una
serie de incendios dolosos en aquel sector de Roma en 1793.
Durante su visita
el Papa inauguró también una exposición en el Museo de la sinagoga titulada "Et Ecce
gaudium": se trata de 14 dibujos del siglo XVIII, realizados por la comunidad judía
de Roma para la coronación de diferentes pontífices. Estos grabados han sido hallados
recientemente en los archivos históricos de la comunidad judía de Roma.
A
su llegada a la zona conocida como el gueto, Benedicto XVI fue acogido por los presidentes
de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici y de las comunidades judías italianas,
Renzo Gattegna, respectivamente. Después de la presentación de un homenaje floral
ante la placa que recuerda la deportación del 16 de octubre de 1943, el Papa acompañado
de algunas personalidades judías y miembros de su séquito se dirigió hacia la Sinagoga.
Antes de entrar al Templo el Santo Padre se detuvo ante una placa dedicada
a las víctimas del atentado del 9 de octubre de 1982, en el que murió un niño judío
romano de dos años y otras 37 personas resultaron heridas mientras salían de ese lugar.
Ya allí los presidentes de las comunidades judías de Roma y de Italia y el Gran Rabino
dirigieron unas palabras de bienvenida al Pontífice.
Reconciliación, fraternidad
y unidad, fueron las palabras que más resonaron en el discurso pronunciado por Benedicto
XVI en su visita a la Sinagoga de Roma. Invocando la paz para todo el mundo, pero
sobre todo para Tierra Santa y Oriente Medio, el Santo Padre señaló que judíos y cristianos,
con el ejercicio de la justicia y de la misericordia, están llamados “a anunciar y
a dar testimonio del Reino del Altísimo que viene, y por el cual oramos y trabajamos
cada día en la esperanza”.
«¡El Señor hizo por ellos grandes cosas! ¡Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! «¡Qué bueno y agradable
es que los hermanos vivan unidos!». Con estos salmos (salmo 126 y 33), al comenzar
su discurso el Papa agradeció al Señor, que “ha hecho grandes cosas por nosotros,
nos ha reunido aquí con su Hèsed, el amor misericordioso, y el agradecimiento por
habernos concedido el don de reunirnos para hacer mas sólidos los lazos que nos unen
y continuar recorriendo el camino de la reconciliación y de la fraternidad.
“Viniendo entre
ustedes por primera vez como cristiano y como Papa, mi venerado predecesor Juan Pablo
II, hace casi veinticuatro años, deseó ofrecer una decidida contribución a la consolidación
de las buenas relaciones entre nuestras comunidades, para superar toda incomprensión
y prejuicio. Esta mi visita se inserta en el camino trazado, para confirmarlo y reforzarlo.
Con sentimientos de viva cordialidad me encuentro entre ustedes para manifestarles
la estima y el afecto que el obispo y la iglesia de Roma, así como la entera iglesia
católica, nutren por esta comunidad y las comunidades judías esparcidas por el mundo”.
Más adelante el Papa resaltó que la doctrina del Concilio Vaticano II
ha representado para los católicos un punto firme al cual referirse constantemente
en la actitud y en las relaciones con el pueblo judío, marcando una nueva y significativa
etapa. El evento conciliar, agregó, ha dado un decisivo impulso al compromiso de recorrer
un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad, camino que se ha profundizado
y desarrollado en estos cuarenta años con pasos y gestos importantes y significativos.
Con este motivo Benedicto XVI volvió a recordar la visita de Juan Pablo II a esa Sinagoga
en 1986, los numerosos encuentros que tuvo con exponentes judíos, también durante
los viajes apostólicos internacionales, la peregrinación jubilar a Tierra Santa en
el año 2000, los documentos de la Santa Sede que, después de la Declaración Nostra
Aetate, han ofrecido las orientaciones para un desarrollo positivo en las relaciones
entre católicos y judíos.
Por su parte, Benedicto XVI observó que también él,
en estos años de Pontificado, ha querido mostrar su cercanía y afecto hacia el pueblo
de la Alianza. Conservo vivo en mi corazón –dijo- todos los momentos de la peregrinación
que tuve el gozo de realizar a Tierra Santa, en el mes de mayo del año pasado, como
también los numerosos encuentros con comunidades y organizaciones judías, en particular
aquellas en las Sinagogas de Colonia y de Nueva York.
“Además, la Iglesia
no ha dejado de deplorar las faltas de sus hijos e hijas, pidiendo perdón por todo
aquello que ha podido favorecer de cualquier forma a las heridas del antisemitismo
y del antijudaísmo. ¡Que estas heridas puedan ser sanadas para siempre!”
El
paso del tiempo nos permite reconocer en el siglo XX una época verdaderamente trágica
para la humanidad: guerras sangrientas que han sembrado destrucción, muerte y dolor
como nunca antes; ideologías terribles que han tenido en su raíz la idolatría del
hombre, de la raza, del estado y que han llevado una vez más al hermano a matar al
hermano. El drama terrible de la Shoah representa, de alguna manera, la cumbre de
un camino de odio que nace cuando el hombre olvida a su Creador y se coloca a sí mismo
al centro del universo.
“En este lugar,
¿cómo no recordar a los judíos romanos que fueron arrancados de estas casas, delante
de estos muros, y de manera horrenda fueron asesinados en Auschwitz?”
Ante
el exterminio del pueblo de la Alianza de Moisés muchos permanecieron indiferentes,
observó el Pontífice, pero tantos otros, entre los cuales los católicos italianos,
sostenidos por la fe y la doctrina cristiana, reaccionaron con valor, abriendo los
brazos para socorrer a los judíos perseguidos, a menudo arriesgando la propia vida,
y mereciendo una perenne gratitud. El Santo Padre recordó que también la Sede Apostólica
desarrolló una acción de socorro, a menudo oculta y discreta. La memoria de estos
acontecimientos debe llevarnos a reforzar los lazos que nos unen para que crezcan
cada vez más la comprensión, el respeto y la acogida.
“Nuestra cercanía
y fraternidad espirituales encuentran en la Sagrada Biblia – en hebreo Sifre Qodesh
o “Libros de Santidad” – el fundamento más sólido y perenne, en base a la cual venimos
en continuación puestos ante nuestras raíces comunes, a la historia y al rico patrimonio
espiritual que compartimos”.
Numerosas pueden ser las implicaciones que
se derivan de la común herencia tomada de la Ley y de los profetas. A este punto el
Papa mencionó algunas: la solidaridad que une la Iglesia y el pueblo judío “a nivel
de su misma identidad” espiritual y que ofrece a los cristianos la oportunidad de
promover “un renovado respeto por la interpretación judía del Antiguo Testamento”;
la centralidad del Decálogo como común mensaje ético de valor perenne para Israel,
la Iglesia, los no creyentes y la humanidad entera; el compromiso con la preparación
o realización del Reino del Altísimo en el “cuidado de la creación” confiada por Dios
al hombre para que la custodie responsablemente.
“En particular
el Decálogo – las “Diez Palabras” o Diez Mandamientos – que proviene de la Torah de
Moisés, constituye la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo, estrella
polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios, e ilumina y guía también el camino
de los cristianos. Ello constituye un faro y una norma de vida en la justicia y en
el amor, un “gran código” ético para toda la humanidad”.
Benedicto XVI
dijo que las “Diez Palabras” arrojan luz sobre el bien y el mal, sobre lo verdadero
y lo falso, sobre lo justo y lo injusto, también según los criterios de la consciencia
recta de toda persona humana. En esta perspectiva, son diversos los campos de colaboración
y de testimonio, de gran actualidad en nuestro tiempo.
Las “Diez Palabras”
piden reconocer el único Señor, contra la tentación de construirse ídolos, de hacerse
becerros de oro. En nuestro mundo muchos no conocen a Dios o lo retienen superficial,
sin importancia para la vida; han sido así fabricados otros y nuevos dioses ante los
cuales el hombre se inclina. Despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión
trascendente, testimoniar al único Dios es un servicio precioso que judíos y cristianos
pueden ofrecer juntos.
La “Diez Palabras” piden el respeto, la protección
de la vida, contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de cada persona
humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Las “Diez Palabras” piden conservar y
promover la santidad de la familia, en la que el “sí” personal y recíproco, fiel y
definitivo del hombre y de la mujer, abre el espacio para el futuro, para la auténtica
humanidad de cada uno, y se abre, al mismo tiempo, al don de una nueva vida. Testimoniar
que la familia continúa a ser la célula esencial de la sociedad y el contexto de base
en el que se aprenden y se ejercitan las virtudes humanas es un precioso servicio
que ofrecer en la construcción de un mundo del rostro más humano.
Como enseña
Moisés en el Shemà - y Jesús reafirma en el Evangelio -, todos los mandamientos se
resumen en el amor de Dios y en la misericordia hacia el prójimo. Tal regla compromete
judíos y cristianos a ejercitar, en nuestro tiempo, una generosidad especial hacia
los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los débiles, los necesitados.
“En esta dirección
podemos cumplir pasos juntos, conscientes de las diferencias que existen entre nosotros,
pero también del hecho que si lograremos unir nuestros corazones, nuestras manos para
responder a la llamada del Señor, su luz se hará más cercana para iluminar a todos
los pueblos de la tierra”.
Al subrayar que hoy lunes la Comisión Mixta
tenía aquí en Roma su IX encuentro sobre “La enseñanza católica y judía sobre el creado
y el ambiente”, el obispo de Roma constató que los pasos cumplidos en estos cuarenta
años por el Comité Internacional conjunto católico-judío y, en años más recientes,
por la Comisión Mixta de la Santa Sede y del Gran Rabinato de Israel, son una señal
de la voluntad común de continuar un diálogo abierto y sincero.
Cristianos
y judíos poseen una gran parte de patrimonio espiritual en común, rezan al mismo Señor,
tienen las mismas raíces, pero permanecen a menudo desconocidos el uno para el otro.
Compete a nosotros, en respuesta a la llamada de Dios, trabajar para que permanezca
siempre abierto el espacio del diálogo, del recíproco respeto, del crecimiento en
la amistad, del común testimonio frente a los desafíos de nuestro tiempo, que nos
invitan a colaborar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios, el
Omnipotente y el Misericordioso.
El Papa tuvo un pensamiento particular para
la Ciudad de Roma, donde, desde hace aproximadamente dos milenios, conviven la comunidad
católica con su obispo y la comunidad judía con su rabino Jefe. Benedicto XVI auguró
que este vivir juntos puede ser animado por un creciente amor fraterno, que se exprese
también en una cooperación cada vez mas estrecha para ofrecer una válida contribución
en la solución de los problemas y de las dificultades a enfrentar.
“Invoco del Señor
el don precioso de la paz en todo el mundo, sobretodo en Tierra Santa. En mi peregrinación
del pasado mayo, a Jerusalén, ante el Muro del Templo, he pedido a Aquel que todo
lo puede: “manda tu paz a Tierra Santa, a Medio Oriente, a toda la familia humana;
mueve los corazones de cuantos invocan tu nombre, para que recorran con humildad el
camino de la justicia y de la compasión”.