"El icono de la ‘Madre de Dios de la ternura’ encuentra su trágico contrario en las
imágenes de tantos niños y de sus madres víctimas de violencias", el Papa en la Solemnidad
de María Santísima Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz
Viernes, 01 ene (RV).- En la mañana, de este 1° de enero de 2010, primer día del año
y Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, Benedicto XVI, introduciendo la celebración
de la Santa Misa, que ha presidido en la Basílica de San Pedro, ha recordado que «a
la luz de la Navidad de Cristo, se celebra también la Jornada Mundial de la Paz»:
«Invoquemos
del Señor los dones insustituibles de la paz y de la reconciliación para un mundo
herido por conflictos y egoísmos. La paz comienza en nuestro corazón y se puede brindar
al prójimo sólo cuando nos reconciliamos con Dios y con los hermanos». «¡Que
el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz!». En esta antigua bendición, Benedicto
XVI ha centrado su homilía, haciendo hincapié en que en ambas celebraciones: la Solemnidad
de María Santísima Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz, «¡celebramos a Cristo,
Hijo de Dios, nacido de María Virgen y nuestra verdadera paz!»:
«A todos los aquí
reunidos: representantes de los pueblos del mundo de la Iglesia romana y universal,
sacerdotes y fieles y a cuantos están en conexión mediante la radio y la televisión,
repito las palabras de la antigua bendición: «¡Que el Señor te descubra su rostro
y te conceda la paz!» (cfr Nm 6, 26).
A la luz de la Palabra, el Santo
Padre ha reflexionado sobre el Rostro de Dios y el rostro de los hombres, poniendo
de relieve, precisamente que es un tema que nos ofrece también una clave de lectura
del problema de la paz en el mundo. «Toda la narración bíblica se puede leer como
progresivo descubrimiento del rostro de Dios, hasta llegar a su plena manifestación
en Jesucristo».
Destacando la divina, intensa y única relación del Hijo con
la ‘Madre de Dios’, el Santo Padre ha enfatizado que «el primer rostro que el niño
ve es el de la madre, y esta mirada es decisiva para su relación con la vida, consigo
mismo, con los otros, con Dios; es decisiva también para que él pueda convertirse
en un “hijo de la paz” (Lc 10,6). Entre las numerosas tipologías de iconos de la Virgen
María en la tradición bizantina, está la “de la ternura”, que representa al Niño Jesús
con la cara apoyada – mejilla con mejilla – a la de la Madre. El Niño mira a la Madre,
y Ella nos mira a nosotros, como reflejando a quien observa y reza, la ternura de
Dios, que ha bajado en Ella del Cielo y se ha encarnado en Aquel Hijo del hombre que
lleva en sus brazos.
En este icono mariano podemos contemplar algo de Dios
mismo: una señal de amor inefable que lo ha llevado a “dar a su hijo unigénito” (Jn
3,16). Pero este mismo icono nos enseña también, en María, el rostro de la Iglesia,
que refleja sobre nosotros y sobre el mundo entero la luz de Cristo, la Iglesia mediante
la cual llega a cada hombre la buena noticia: “Ya no eres más esclavo, sino hijo”
(Gal 4,7) -como se lee en san Pablo.
«¡Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Señores Embajadores, queridos amigos! - ha exclamado el Papa - «meditar sobre el misterio
del rostro de Dios y del hombre es un camino privilegiado que conduce a la paz. Ésta,
en efecto, comienza con una mirada respetuosa, que reconoce en el rostro del otro
a una persona, cualquiera que sea el color de su piel, nacionalidad, lengua, religión».
Tras
alentar a todos a dejar que el Espíritu de Dios habite en nuestro corazón, Benedicto
XVI ha puesto de relieve la importancia de educar a los pequeños al respeto de la
diversidad de los demás. Con profunda ternura, el Papa se ha referido al rostro de
los niños, recordando que, en la actualidad, es cada vez más común la experiencia
de clases escolares con chicos y chicas de distintas nacionalidades. Pero que incluso
cuando ello no sucede, sus rostros «son una profecía de la humanidad que estamos llamados
a formar: una familia de familias y de pueblos. Cuanto más pequeños son estos niños,
más suscitan en nosotros ternura y alegría por una inocencia y una hermandad que nos
parecen evidentes: lejos de sus diferencias, lloran y ríen del mismo modo, tienen
las mismas necesidades, comunican espontáneamente, juegan juntos»:
«Los rostros de
los niños son como un reflejo de la visión de Dios sobre el mundo. ¿Por qué, entonces,
apagar sus sonrisas? ¿Por qué envenenar sus corazones? Lamentablemente, el icono de
la ‘Madre de Dios de la ternura’ encuentra su trágico contrario en las dolorosas imágenes
de tantos niños y de sus madres víctimas de guerras y violencias: prófugos, refugiados,
migrantes forzados. Rostros excavados por el hambre y las enfermedades, rostros desfigurados
por el dolor y la desesperación. Los rostros de los pequeños inocentes son un llamamiento
silencioso a nuestra responsabilidad: ante su condición inerme, se derrumban todas
las falsas justificaciones de la guerra y de la violencia. Debemos simplemente convertirnos
a proyectos de paz, deponer las armas de todo tipo y comprometernos todos juntos en
la construcción de un mundo más digno del hombre». Refiriéndose a su Mensaje
para esta Jornada Mundial de la Paz, «Si quieres cultivar la paz, custodia la creación»,
Benedicto XVI ha reiterado que se coloca en la perspectiva del rostro de Dios y de
los rostros humanos. «Podemos afirmar que el hombre es capaz de respetar a las criaturas
en la medida en que lleva en su espíritu un sentido pleno de la vida, de lo contrario
será llevado a despreciarse a sí mismo y a todo lo que lo rodea, a no respetar el
ambiente en que vive, la creación». En particular, el Santo Padre ha recordado la
importancia de la ‘ecología humana’, poniendo en guardia contra el nihilismo de cierta
cultura, pues «cuando se respeta la ‘ecología humana’ en la sociedad, se beneficia
también la ecología ambiental»:
«Renuevo,
por lo tanto, mi llamamiento a invertir en la educación, proponiéndose como objetivo,
además de la necesaria transmisión de nociones técnicas y científicas, una mayor y
más profunda ‘responsabilidad ecológica’, basada en el respeto del hombre y de sus
derechos y deberes fundamentales. Sólo así el compromiso en favor del ambiente puede
llegar a ser verdaderamente educación a la paz y construcción de la paz».