Sábado, 26 dic (RV).- «Una familia antigua y nueva». Es la reflexión que nos ofrece
hoy el padre José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca.
Lo escribía
hace poco un conocido comentarista. Las nuevas corrientes “progresistas” se han vuelto
conservadoras. Al menos, han cambiado su estrategia respecto a la familia. Antes los
movimientos más contestatarios renegaban de la familia y promovían la unión libre.
Ahora quieren copiar el antiguo esquema burgués y hasta el modelo católico de familia.
Hoy pretenden que todo el mundo puede y debe formar una familia, al viejo
modo burgués, pero en cualquier circunstancia. Les encantaría que cualquier tipo de
pareja pudiera contraer matrimonio ante la Iglesia y ante la ley. Según el famoso
comentarista, la nueva ola parafamiliar vive de “ocupa” en el antiguo sistema burgués. El
comentario es ingenioso. Y no le falta razón. Habría que preguntarse si la nueva estrategia
se debe a razones económicas o ideológicas. En el primer caso, se pretendería que
cualquier tipo de asociación pudiera beneficiarse de las medidas que tutelan a la
familia. En el segundo caso, las intenciones son más complejas. Por algo los políticos
de todos los colores vuelven a incluir la familia en sus programas Evidentemente,
a la fe cristiana le interesa, y mucho, la familia. Y no sólo como célula primaria
de la sociedad, sino como “pequeña iglesia doméstica”, que así la definía el Concilio
Vaticano II. Los ciudadanos saben que la familia educa y ofrece armonía
a sus miembros. También puede sufrir graves crisis y generar armonía. Pero entonces
no habrá que destruirla, si que habrá que ofrecerle una ayuda o mil ayudas. Los
creyentes saben que la fe se ha transmitido durante veinte siglos precisamente en
el seno de la familia. También puede transmitir falsas concepciones sobre Dios y
lamentables esquemas morales. Pero entonces habrá que facilitarle la formación y la
catequesis. El domingo que sigue a la Navidad celebramos la fiesta de la
Sagrada Familia. Recordamos que en ese esquema social nació y creció Jesús de Nazaret.
Y nos preguntamos cómo podría aquel modelo de familia ayudar a las familias de hoy.
En la eucaristía de la fiesta de la Sagrada Familia se lee
que José y María llevaron al Niño al Templo. Allí pudieron oír cómo Simeón lo reconocía
como Salvador, luz para todas las naciones y gloria para Israel. “Su padre y su madre
estaban admirados por lo que se decía del niño” (Lc 2,33). • “Su padre
y su madre”. En un mundo de insolidaridad, el texto evangélico subraya la responsabilidad
compartida. La paternidad y la maternidad son un don mutuo y una común responsabilidad.
Aun en los momentos de crisis, cuando no se reconocen como cónyuges no pueden dejar
de ser padre y madre. • “Estaban admirados”. En un mundo de frivolidad,
en el que todo se toma por normal, el evangelio nos invita a mantener la capacidad
para la sorpresa. En este caso, el asombro nace de la escucha de la palabra de Dios
que resuena en la boca de un anciano. • “Por lo que se decía del niño”.
En un mundo de prosperidad, en el que disminuye la natalidad, el relato evangélico
recuerda la importancia del hijo en el seno del hogar. La fecundidad no es una amenaza
que hay que combatir, como pretende la sociedad consumista. El niño es un don de Dios.
Y un signo de que es posible la esperanza. - Señor Jesús, que naciste en
el seno de una familia humana, bendice a nuestras familias y ayúdalas a vivir en la
paz, el amor y la alegría. Amén. Viernes, 25 dic (RV).- «Los
dones de la Navidad». Es la reflexión que nos ofrece hoy el padre José Román Flecha,
de la Pontificia Universidad de Salamanca.
“Nos parece
que debemos dirigiros una invitación, casi una llamada, un grito: ¡Venid! ¡Venid porque
se os espera! ¡Venid, que se os conoce! ¡Venid, porque algo estupendamente nuevo está
preparado para vosotros! ¡Venid!” Es éste un discurso apasionado
y afectuoso. Lo pronunciaba Pablo VI el día de Navidad de 1965 desde el balcón central
de la Basílica Vaticana. El día 6 de diciembre había concluido el Concilio Vaticano
II. En él habíamos redescubierto a Cristo y a su Iglesia. Creíamos que el mensaje
de Jesucristo no restaba al ser humano nada de su dignidad ni oscurecía sus mejores
esperanzas. Al contrario. Sabíamos que la fe en el Evangelio acogía los gozos y esperanzas
de toda persona, para purificarlos y llevarlos a su plenitud. Unos
días más tarde, en la fiesta de la Navidad, el Papa Pablo VI dirigía su mirada a toda
la humanidad y la invitaba a acercarse confiadamente al misterio de Jesucristo. Su
voz resonaba con tonos de fe y de amistad: “¡Hombres sabios
y hombres poderosos; hombres jóvenes y hombres que sufrís! Venid al nacimiento de
Cristo; venid y buscad; buscad y encontrad en el Evangelio, en la buena nueva anunciada
en el Nacimiento, lo que es indispensable a la prosperidad y a la paz de la humanidad”.
Los que aquel día estábamos en la Plaza podíamos preguntarnos
cuál había de ser el objeto de esa búsqueda y ese hallazgo. ¿En qué consistía ese
regalo imprescindible para asegurar la paz y la prosperidad del mundo? El Papa concluía
su discurso exponiendo los tres regalos que el Evangelio de Jesús podía ofrecer a
la humanidad: “Es decir, la ciencia del hombre, la ciencia de
la verdadera naturaleza y de sus destinos; la ley para el hombre, que debe gobernar,
sobre todas las otras leyes, toda conciencia y toda comunidad, la ley del amor y,
por eso, la hermandad, la solidaridad, la colaboración, la paz; y después la energía
dada al hombre para realizar la empresa, jamás terminada, de aquella civilización
que no ahoga a sus ciudadanos y que no se derrumba por la mole y el peso de su misma
grandeza; la energía misteriosa que sólo la fe nos puede procurar. ¡Venid! ¡Venid
todos!” La sabiduría para conocer el camino, la ley del amor para diseñar
la paz universal y la fuerza para programar una cultura humana y humanizadora. Esos
son los tres grandes dones que aporta al mundo la fe en el Niño que nace para nuestra
salvación. Ahora que vemos cómo se silencia el sentido cristiano
de la Navidad y que nuestra cultura pretende olvidar aquel mensaje, es preciso presentar
los dones de la fe. Y es obligado evocar aquellas vibrantes
palabras de Pablo VI en el año en que hemos recordado los treinta años que han transcurrido
desde su muerte. La Navidad no es sólo la fiesta de invierno.
Es la gran invitación al hombre, a todo hombre, para que descubra en el evangelio
la sabiduría, el amor y la energía que necesita para pensar una civilización realmente
humana.
Jueves, 24 dic (RV).- «La fiesta de la Navidad». Es la reflexión
que nos ofrece el padre José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca,
«con el deseo de una feliz celebración del Nacimiento del Mesías Jesús»:
Entre los
mensajes que recibimos estos días de Navidad los hay de todos los tipos y colores.
A los cristianos no nos molesta que también los no cristianos se asocien a nosotros
en estos días para descansar y celebrar el gozo de la fraternidad. Pero los cristianos
no podemos celebrar el Nacimiento de alguien que pretendemos mantener en el anonimato.
Con el deseo de una feliz celebración del Nacimiento del Mesías Jesús se ofrece a
todos esta proclamación de fe y de esperanza:
• Navidad
es la fiesta de la Nueva Creación, en que el Espíritu aletea sobre las aguas de
la Nueva Vida que en Jesús se nos ofrece. • Navidad es la fiesta
que invita a superar el temor, cuando los ángeles ofrecen a los pastores las
razones para una nueva confianza. • Navidad es la fiesta de
la pobreza y de la gracia, en que una Mujer sin apoyos humanos engendra
en Jesús una nueva humanidad. • Navidad es la fiesta de la gloria
a un Dios que desde ahora la recibe en los hombres llamados
a una nueva dignidad. • Navidad es la fiesta del anuncio de
una paz que no es la tranquilidad en el orden, sino la increíble
armonía de un nuevo paraíso. • Navidad es la fiesta del nacimiento
del Salvador y de la definitiva salvación, que aporta un sentido a
la vida de los hombres marginados en las colinas. • Navidad
es la fiesta de un nuevo amanecer en la búsqueda y el acceso a la Luz de
una estrella que marca los caminos. • Navidad es la fiesta de
la fraternidad de los hombres que, magos o pastores, honrados o despreciados, se
encuentran en la búsqueda y el hallazgo de Jesús. • Navidad
es la fiesta de la crisis inevitable y de los Herodes invulnerables, que
saben de la Luz y prefieren ignorarla. • Navidad es la fiesta
de la cercanía y el Reinado de un Dios que no enseña a dominar sino
a servir en la entrega y el amor que Jesús nos enseñó.
Miércoles,
23 dic (RV).- Reflexión del padre José Román Flecha de la Pontificia Universidad de
Salamanca, sobre la Navidad: “Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza”
Para los
cristianos Navidad no es sólo un recuerdo del natalicio de un personaje histórico,
sino de la celebración del Misterio de la Salvación. Jesús de Nazaret, cuya venida
recordamos, es el Mesías de Dios, es nuestro Señor y Salvador.
San
Juan de Ávila, famoso por su sabiduría y por su celo pastoral nos ofrece cuatro motivos
para celebrar la Encarnación de Dios: “Si le llamamos día del remedio del mundo, lo
es; si día de redención de cautivos, lo es; si le llamamos día de desposorios, lo
es; si día de dar grandes limosnas, lo es también. El que supo la misericordia, aquél
sea el que nos dé a entender el día que es hoy y nos dé a entender cuán grande sea
la gracia que hoy recibió el mundo, y la ponga en nuestros corazones, para que la
conozcamos”.
1. Día del remedio del mundo. Ni la visión
pesimista ni la visión optimista del mundo son completas. En este escenario conviven
el bien y el mal. Pero la Encarnación de la Palabra de Dios en la historia humana
es el signo más claro de que Dios ha querido acercarse compasivamente a las limitaciones
humanas. Dios nos ha ofrecido en Jesucristo su remedio, es decir, su medicina para
curar los males que afectan a la vida y a la salud de los hombres y entristecen sus
esperanzas.
2. Día de redención de cautivos. En el mundo
de hoy sigue habiendo esclavos. Nos resulta difícil admitir nuestra propia esclavitud.
Presumimos de nuestra libertad. Y, sin embargo, la fe cristiana nos lleva a reconocer
a Jesucristo como el Redentor. Y redentor es el que redime, es decir, el que paga
un rescate para comprar a los siervos y ofrecerles la liberación. El Dios que liberó
a su pueblo de la esclavitud de Egipto, nos libera hoy a nosotros de nuestras esclavitudes
por medio de su Hijo.
3. Día de desposorios. Una fiesta
de bodas es siempre la celebración del amor y de la alegría, de la vida y de la esperanza.
El pueblo de Israel siempre sintió a Dios vinculado a él por una elección especial
y una alianza de bodas. Dios le mostraba su amor y su fidelidad. Con mucha razón la
fe cristiana descubre en la Encarnación del hijo de Dios el Misterio del desposorio
definitivo de Dios con la humanidad. Dios, en su Hijo, se ha unido en una alianza
de amor a nuestra suerte.
4. Día de grandes limosnas.
El ser humano es indigente y menesteroso. Nuestras riquezas apenas logran ocultar
nuestra pobreza fundamental. En esta época de consumo aspiramos a poseer bienes y
comodidades. Pero deseamos adquirirlos a título de derechos, no de limosnas. Ante
Dios somos siempre pobres. Necesitamos de su gracia. Él es nuestro tesoro. En su Hijo
Jesucristo se ha acercado a nosotros no para robarnos nuestros bienes, sino para enriquecernos
con sus dones.
En esta Navidad oramos con el mismo Juan
de Ávila: “¡Bendito sea tal niño y tan provechoso como éste! Comencemos vida nueva
pues el Niño la comienza. ¡Que te vea yo, Rey mío, en el lugar más bajo, en un pesebre,
y que quiera yo ser honrado! ¡Que te vea yo pobre y que quiera ser rico! ¿Que trabajéis
vos por mí y descanse yo? Yo seré vuestro compañero. Con vos me quiero ir, pues que
vais por mis negocios. ¡Enhorabuena nazcáis! ¡Enhorabuena se ponga el Hijo de Dios
en el pesebre para mi remedio y para enseñar el amor que nos tiene!”
Martes,
22 dic (RV).- Reflexión del padre José Román Flecha de la Pontificia Universidad de
Salamanca, sobre la Navidad. La de hoy lleva por título: “Cuando se humaniza Dios”.
Alguien
contaba a modo de broma que un niño decía sorprendido a su papá: “¡Qué suerte tuvo
Jesús con nacer el día de Navidad”. Al chiquillo le parecía que Jesús podía disfrutar
de un cumpleaños sonado, repleto de regalos y, además, con vacaciones estupendas.
Bueno, pues ahora aquella broma ya no nos parece un buen chiste. Nos
parece una triste realidad. Son muchas las personas que no saben que la Navidad es
la celebración del Nacimiento de Jesús de Nazaret. Algunos no lo han sabido nunca.
Y otros se han dado prisa en olvidarlo.
El ambiente en que vivimos
y que entre todos diseñamos contribuye con todas sus fuerzas a fomentar ese despiste.
Los anuncios de las calles repiten adornos insulsos que nada tienen
que ver con el misterio que celebramos los cristianos. El mundo del comercio se esfuerza
en aumentar sus ganancias a costa de lo que sea. Y casi hay que agradecerle que sea
precisamente él quien nos recuerda la imagen evangélica de lo sucedido en Belén de
Judá.
Durante el tiempo de Adviento leemos de nuevo el texto evangélico
que nos recuerda la anunciación a María (Lc 1, 26-38). Está lleno a la vez de poesía
y de profundidad teológica. Las ideas principales podrían resumirse así:
Dios
se hace presente en la historia humana. Requiere la colaboración de una doncella para
que el Salvador se haga visible. En Él se humaniza el mismo Dios.
En
el diálogo entre María y el ángel se evidencia el respeto de Dios hacia sus hijos,
la grandeza de la libertad humana y la generosidad con la que una mujer concreta acepta
el paso de Dios por su vida.
La Anunciación a María es, en cierto modo,
la anunciación a toda la humanidad. A toda ella va destinado aquel mensaje de Dios.
En él se habla de Dios, ciertamente, para decirnos que no es ajeno a los anhelos humanos.
Pero también se habla del ser humano, para decirnos que no está abandonado a su suerte.
En el relato evangélico de la Anunciación a María pueden subrayarse
muchas frases. Por esta vez podríamos quedarnos con esta:
• “El santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. A la luz de la historia posterior vemos con
qué razón se aplican esas palabras a Jesús de Nazaret. Él vivía con esa conciencia
de “Hijo”. Y esa certeza no lo haría menos hombre y menos fuerte.
•
“El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. De un modo participado, también
se puede decir eso de cada cristiano. Por la fe y la conversión bautismal, estamos
llamados a vivir con ese espíritu de hijos de Dios que resumen la vía de la santidad.
• “El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. Y de un modo figurado,
esa frase puede aplicarse a esos anhelos que nos bullen en el corazón. Cuando coinciden
con el proyecto de Dios manifiestan ante la humanidad entera la generosa paternidad
de Dios.
“Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio
del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión
y su cruz a la gloria de la resurrección”. Amén.