2009-12-22 16:26:58

Navidad: «Una familia antigua y nueva»


Sábado, 26 dic (RV).- «Una familia antigua y nueva». Es la reflexión que nos ofrece hoy el padre José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca. RealAudioMP3

Lo escribía hace poco un conocido comentarista. Las nuevas corrientes “progresistas” se han vuelto conservadoras. Al menos, han cambiado su estrategia respecto a la familia. Antes los movimientos más contestatarios renegaban de la familia y promovían la unión libre. Ahora quieren copiar el antiguo esquema burgués y hasta el modelo católico de familia.
Hoy pretenden que todo el mundo puede y debe formar una familia, al viejo modo burgués, pero en cualquier circunstancia. Les encantaría que cualquier tipo de pareja pudiera contraer matrimonio ante la Iglesia y ante la ley. Según el famoso comentarista, la nueva ola parafamiliar vive de “ocupa” en el antiguo sistema burgués.
El comentario es ingenioso. Y no le falta razón. Habría que preguntarse si la nueva estrategia se debe a razones económicas o ideológicas. En el primer caso, se pretendería que cualquier tipo de asociación pudiera beneficiarse de las medidas que tutelan a la familia. En el segundo caso, las intenciones son más complejas. Por algo los políticos de todos los colores vuelven a incluir la familia en sus programas
 
Evidentemente, a la fe cristiana le interesa, y mucho, la familia. Y no sólo como célula primaria de la sociedad, sino como “pequeña iglesia doméstica”, que así la definía el Concilio Vaticano II.
Los ciudadanos saben que la familia educa y ofrece armonía a sus miembros. También puede sufrir graves crisis y generar armonía. Pero entonces no habrá que destruirla, si que habrá que ofrecerle una ayuda o mil ayudas.
Los creyentes saben que la fe se ha transmitido durante veinte siglos precisamente en el seno de la familia. También puede transmitir falsas concepciones sobre Dios y lamentables esquemas morales. Pero entonces habrá que facilitarle la formación y la catequesis.
El domingo que sigue a la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Recordamos que en ese esquema social nació y creció Jesús de Nazaret. Y nos preguntamos cómo podría aquel modelo de familia ayudar a las familias de hoy.
 
En la eucaristía de la fiesta de la Sagrada Familia se lee que José y María llevaron al Niño al Templo. Allí pudieron oír cómo Simeón lo reconocía como Salvador, luz para todas las naciones y gloria para Israel. “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño” (Lc 2,33).
• “Su padre y su madre”. En un mundo de insolidaridad, el texto evangélico subraya la responsabilidad compartida. La paternidad y la maternidad son un don mutuo y una común responsabilidad. Aun en los momentos de crisis, cuando no se reconocen como cónyuges no pueden dejar de ser padre y madre.
• “Estaban admirados”. En un mundo de frivolidad, en el que todo se toma por normal, el evangelio nos invita a mantener la capacidad para la sorpresa. En este caso, el asombro nace de la escucha de la palabra de Dios que resuena en la boca de un anciano.
• “Por lo que se decía del niño”. En un mundo de prosperidad, en el que disminuye la natalidad, el relato evangélico recuerda la importancia del hijo en el seno del hogar. La fecundidad no es una amenaza que hay que combatir, como pretende la sociedad consumista. El niño es un don de Dios. Y un signo de que es posible la esperanza.
- Señor Jesús, que naciste en el seno de una familia humana, bendice a nuestras familias y ayúdalas a vivir en la paz, el amor y la alegría. Amén.
  
Viernes, 25 dic (RV).- «Los dones de la Navidad». Es la reflexión que nos ofrece hoy el padre José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca. RealAudioMP3

“Nos parece que debemos dirigiros una invitación, casi una llamada, un grito: ¡Venid! ¡Venid porque se os espera! ¡Venid, que se os conoce! ¡Venid, porque algo estupendamente nuevo está preparado para vosotros! ¡Venid!”
 
Es éste un discurso apasionado y afectuoso. Lo pronunciaba Pablo VI el día de Navidad de 1965 desde el balcón central de la Basílica Vaticana. El día 6 de diciembre había concluido el Concilio Vaticano II. En él habíamos redescubierto a Cristo y a su Iglesia. Creíamos que el mensaje de Jesucristo no restaba al ser humano nada de su dignidad ni oscurecía sus mejores esperanzas. Al contrario. Sabíamos que la fe en el Evangelio acogía los gozos y esperanzas de toda persona, para purificarlos y llevarlos a su plenitud.
 
Unos días más tarde, en la fiesta de la Navidad, el Papa Pablo VI dirigía su mirada a toda la humanidad y la invitaba a acercarse confiadamente al misterio de Jesucristo. Su voz resonaba con tonos de fe y de amistad:
 
“¡Hombres sabios y hombres poderosos; hombres jóvenes y hombres que sufrís! Venid al nacimiento de Cristo; venid y buscad; buscad y encontrad en el Evangelio, en la buena nueva anunciada en el Nacimiento, lo que es indispensable a la prosperidad y a la paz de la humanidad”.
 
Los que aquel día estábamos en la Plaza podíamos preguntarnos cuál había de ser el objeto de esa búsqueda y ese hallazgo. ¿En qué consistía ese regalo imprescindible para asegurar la paz y la prosperidad del mundo? El Papa concluía su discurso exponiendo los tres regalos que el Evangelio de Jesús podía ofrecer a la humanidad:
 
“Es decir, la ciencia del hombre, la ciencia de la verdadera naturaleza y de sus destinos; la ley para el hombre, que debe gobernar, sobre todas las otras leyes, toda conciencia y toda comunidad, la ley del amor y, por eso, la hermandad, la solidaridad, la colaboración, la paz; y después la energía dada al hombre para realizar la empresa, jamás terminada, de aquella civilización que no ahoga a sus ciudadanos y que no se derrumba por la mole y el peso de su misma grandeza; la energía misteriosa que sólo la fe nos puede procurar. ¡Venid! ¡Venid todos!”
La sabiduría para conocer el camino, la ley del amor para diseñar la paz universal y la fuerza para programar una cultura humana y humanizadora. Esos son los tres grandes dones que aporta al mundo la fe en el Niño que nace para nuestra salvación.
 
Ahora que vemos cómo se silencia el sentido cristiano de la Navidad y que nuestra cultura pretende olvidar aquel mensaje, es preciso presentar los dones de la fe.
 
Y es obligado evocar aquellas vibrantes palabras de Pablo VI en el año en que hemos recordado los treinta años que han transcurrido desde su muerte.
 
La Navidad no es sólo la fiesta de invierno. Es la gran invitación al hombre, a todo hombre, para que descubra en el evangelio la sabiduría, el amor y la energía que necesita para pensar una civilización realmente humana.


Jueves, 24 dic (RV).- «La fiesta de la Navidad». Es la reflexión que nos ofrece el padre José Román Flecha, de la Pontificia Universidad de Salamanca, «con el deseo de una feliz celebración del Nacimiento del Mesías Jesús»: RealAudioMP3

Entre los mensajes que recibimos estos días de Navidad los hay de todos los tipos y colores. A los cristianos no nos molesta que también los no cristianos se asocien a nosotros en estos días para descansar y celebrar el gozo de la fraternidad. Pero los cristianos no podemos celebrar el Nacimiento de alguien que pretendemos mantener en el anonimato. Con el deseo de una feliz celebración del Nacimiento del Mesías Jesús se ofrece a todos esta proclamación de fe y de esperanza:


• Navidad es la fiesta de la Nueva Creación,
en que el Espíritu aletea sobre las aguas
de la Nueva Vida que en Jesús se nos ofrece.
 
• Navidad es la fiesta que invita a superar el temor,
cuando los ángeles ofrecen a los pastores
las razones para una nueva confianza.
 
• Navidad es la fiesta de la pobreza y de la gracia,
en que una Mujer sin apoyos humanos
engendra en Jesús una nueva humanidad.
 
• Navidad es la fiesta de la gloria a un Dios
que desde ahora la recibe
en los hombres llamados a una nueva dignidad.
 
• Navidad es la fiesta del anuncio de una paz
que no es la tranquilidad en el orden,
sino la increíble armonía de un nuevo paraíso.
 
• Navidad es la fiesta del nacimiento del Salvador
y de la definitiva salvación, que aporta un sentido
a la vida de los hombres marginados en las colinas.
 
• Navidad es la fiesta de un nuevo amanecer
en la búsqueda y el acceso a la Luz
de una estrella que marca los caminos.
 
• Navidad es la fiesta de la fraternidad de los hombres
que, magos o pastores, honrados o despreciados,
se encuentran en la búsqueda y el hallazgo de Jesús.
 
• Navidad es la fiesta de la crisis inevitable
y de los Herodes invulnerables,
que saben de la Luz y prefieren ignorarla.
 
• Navidad es la fiesta de la cercanía y el Reinado
de un Dios que no enseña a dominar
sino a servir en la entrega y el amor que Jesús nos enseñó.




Miércoles, 23 dic (RV).- Reflexión del padre José Román Flecha de la Pontificia Universidad de Salamanca, sobre la Navidad: “Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza” RealAudioMP3

Para los cristianos Navidad no es sólo un recuerdo del natalicio de un personaje histórico, sino de la celebración del Misterio de la Salvación. Jesús de Nazaret, cuya venida recordamos, es el Mesías de Dios, es nuestro Señor y Salvador.

San Juan de Ávila, famoso por su sabiduría y por su celo pastoral nos ofrece cuatro motivos para celebrar la Encarnación de Dios: “Si le llamamos día del remedio del mundo, lo es; si día de redención de cautivos, lo es; si le llamamos día de desposorios, lo es; si día de dar grandes limosnas, lo es también. El que supo la misericordia, aquél sea el que nos dé a entender el día que es hoy y nos dé a entender cuán grande sea la gracia que hoy recibió el mundo, y la ponga en nuestros corazones, para que la conozcamos”.

 

1. Día del remedio del mundo. Ni la visión pesimista ni la visión optimista del mundo son completas. En este escenario conviven el bien y el mal. Pero la Encarnación de la Palabra de Dios en la historia humana es el signo más claro de que Dios ha querido acercarse compasivamente a las limitaciones humanas. Dios nos ha ofrecido en Jesucristo su remedio, es decir, su medicina para curar los males que afectan a la vida y a la salud de los hombres y entristecen sus esperanzas.

 

2. Día de redención de cautivos. En el mundo de hoy sigue habiendo esclavos. Nos resulta difícil admitir nuestra propia esclavitud. Presumimos de nuestra libertad. Y, sin embargo, la fe cristiana nos lleva a reconocer a Jesucristo como el Redentor. Y redentor es el que redime, es decir, el que paga un rescate para comprar a los siervos y ofrecerles la liberación. El Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, nos libera hoy a nosotros de nuestras esclavitudes por medio de su Hijo.

 

3. Día de desposorios. Una fiesta de bodas es siempre la celebración del amor y de la alegría, de la vida y de la esperanza. El pueblo de Israel siempre sintió a Dios vinculado a él por una elección especial y una alianza de bodas. Dios le mostraba su amor y su fidelidad. Con mucha razón la fe cristiana descubre en la Encarnación del hijo de Dios el Misterio del desposorio definitivo de Dios con la humanidad. Dios, en su Hijo, se ha unido en una alianza de amor a nuestra suerte.

 

4. Día de grandes limosnas. El ser humano es indigente y menesteroso. Nuestras riquezas apenas logran ocultar nuestra pobreza fundamental. En esta época de consumo aspiramos a poseer bienes y comodidades. Pero deseamos adquirirlos a título de derechos, no de limosnas. Ante Dios somos siempre pobres. Necesitamos de su gracia. Él es nuestro tesoro. En su Hijo Jesucristo se ha acercado a nosotros no para robarnos nuestros bienes, sino para enriquecernos con sus dones.

 

En esta Navidad oramos con el mismo Juan de Ávila: “¡Bendito sea tal niño y tan provechoso como éste! Comencemos vida nueva pues el Niño la comienza. ¡Que te vea yo, Rey mío, en el lugar más bajo, en un pesebre, y que quiera yo ser honrado! ¡Que te vea yo pobre y que quiera ser rico! ¿Que trabajéis vos por mí y descanse yo? Yo seré vuestro compañero. Con vos me quiero ir, pues que vais por mis negocios. ¡Enhorabuena nazcáis! ¡Enhorabuena se ponga el Hijo de Dios en el pesebre para mi remedio y para enseñar el amor que nos tiene!” 



Martes, 22 dic (RV).- Reflexión del padre José Román Flecha de la Pontificia Universidad de Salamanca, sobre la Navidad. La de hoy lleva por título: “Cuando se humaniza Dios”. RealAudioMP3

Alguien contaba a modo de broma que un niño decía sorprendido a su papá: “¡Qué suerte tuvo Jesús con nacer el día de Navidad”. Al chiquillo le parecía que Jesús podía disfrutar de un cumpleaños sonado, repleto de regalos y, además, con vacaciones estupendas.

Bueno, pues ahora aquella broma ya no nos parece un buen chiste. Nos parece una triste realidad. Son muchas las personas que no saben que la Navidad es la celebración del Nacimiento de Jesús de Nazaret. Algunos no lo han sabido nunca. Y otros se han dado prisa en olvidarlo.

El ambiente en que vivimos y que entre todos diseñamos contribuye con todas sus fuerzas a fomentar ese despiste.

Los anuncios de las calles repiten adornos insulsos que nada tienen que ver con el misterio que celebramos los cristianos. El mundo del comercio se esfuerza en aumentar sus ganancias a costa de lo que sea. Y casi hay que agradecerle que sea precisamente él quien nos recuerda la imagen evangélica de lo sucedido en Belén de Judá.

Durante el tiempo de Adviento leemos de nuevo el texto evangélico que nos recuerda la anunciación a María (Lc 1, 26-38). Está lleno a la vez de poesía y de profundidad teológica. Las ideas principales podrían resumirse así:

Dios se hace presente en la historia humana. Requiere la colaboración de una doncella para que el Salvador se haga visible. En Él se humaniza el mismo Dios.

En el diálogo entre María y el ángel se evidencia el respeto de Dios hacia sus hijos, la grandeza de la libertad humana y la generosidad con la que una mujer concreta acepta el paso de Dios por su vida.

La Anunciación a María es, en cierto modo, la anunciación a toda la humanidad. A toda ella va destinado aquel mensaje de Dios. En él se habla de Dios, ciertamente, para decirnos que no es ajeno a los anhelos humanos. Pero también se habla del ser humano, para decirnos que no está abandonado a su suerte.

En el relato evangélico de la Anunciación a María pueden subrayarse muchas frases. Por esta vez podríamos quedarnos con esta:

• “El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. A la luz de la historia posterior vemos con qué razón se aplican esas palabras a Jesús de Nazaret. Él vivía con esa conciencia de “Hijo”. Y esa certeza no lo haría menos hombre y menos fuerte.

• “El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. De un modo participado, también se puede decir eso de cada cristiano. Por la fe y la conversión bautismal, estamos llamados a vivir con ese espíritu de hijos de Dios que resumen la vía de la santidad.

• “El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”. Y de un modo figurado, esa frase puede aplicarse a esos anhelos que nos bullen en el corazón. Cuando coinciden con el proyecto de Dios manifiestan ante la humanidad entera la generosa paternidad de Dios.

“Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”. Amén.








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