El Papa denuncia el ritmo actual de explotación del medio ambiente y la negligencia
de gobiernos que permiten la extenuación de los recursos naturales
Martes, 15 dic (RV).- Esta mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido
lugar la presentación del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz
2010, cuyo lema pone de relieve que «Para cultivar la paz es necesario custodiar la
creación». En la presentación han intervenido el cardenal Renato Rafaelle Martino,
presidente emérito del Pontificio Consejo Justicia y Paz, y Mons. Mario Toso, Secretario
del mismo dicasterio.
Escribe el Santo Padre que el respeto a lo que ha sido
creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento
de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia
pacífica de la humanidad. Es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa
alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de
Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».
Benedicto XVI recuerda
cuanto ha escrito en su carta Encíclica Caritas in veritate respecto a los deberes
que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como
un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a
toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. Luego
el Papa alude al Mensaje escrito hace veinte años por el siervo de Dios Juan Pablo
II, en el que llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de
Dios, tenemos con el universo que nos circunda”. Y habla también del Siervo de Dios
Pablo VI, que señaló el peligro que podía provocar “la explotación inconsiderada de
la naturaleza a causa de la degradación ambiental”.
El Santo Padre advierte
que “la Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa también con energía de llamar
la atención sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. Juan
Pablo II habló de «crisis ecológica» y destacando que ésta tiene un carácter predominantemente
ético, e hizo notar «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad». Este llamamiento
se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis,
que sería irresponsable no tomar en seria consideración. Y preguntándose todos los
problemas que acarrea el no respetar la creación el Papa subraya que todas éstas son
cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos
como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.
“Se ha de tener en cuenta -escribe el Papa- que no se puede valorar la crisis
ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente
vinculada al concepto mismo de desarrollo. La humanidad necesita una profunda renovación
cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre
el cual construir un futuro mejor para todos. El mundo «no es producto de una necesidad
cualquiera, de un destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de
Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y
de su bondad».
La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que
describe la Sagrada Escritura,- recuerda el Pontífice- se ha roto por el pecado de
Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose
a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también
el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla». El ser humano se ha
dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación
con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un
dominio absoluto, olvidando que “todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado
a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello”.
Benedicto
XVI constata que, por desgracia, numerosas personas, en muchas regiones del planeta,
sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de
tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El ritmo actual
de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales,
no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras. Para contrarrestar
este fenómeno, el Papa advierte que es necesario que la actividad económica respete
mucho más el medio ambiente.
Compete pues a la comunidad internacional y a
los gobiernos nacionales --añade el Papa- dar las indicaciones oportunas para contrarrestar
de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger
el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar
respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico
y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones
más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.
En efecto, parece urgente
-afirma el Santo Padre- lograr una leal solidaridad intergeneracional. El uso de los
recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias
negativas para los seres vivientes, del presente y del futuro; que la tutela de la
propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes; que la intervención
del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana.
Y además reitera la urgente necesidad de una renovada solidaridad intrageneracional,
en las relaciones entre países en vías de desarrollo e industrializados.
“Es
indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional
-señala el Papa-, es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas
y sostenibles”. La crisis ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar
una respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo
una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado
en los valores propios de la caridad en la verdad. El Pontífice desea que “se adopte
un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción
y participación en el bien común y en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar
el estilo de vida.
En definitiva, -exhorta Benedicto XVI- es necesario superar
la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial
que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos.
Ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo
común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta
a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se
puede permanecer indiferente ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación
de cualquier parte del planeta afectaría a todos.
Y ante ello, subraya el
Papa, "la Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en
el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua
y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre
frente al peligro de la destrucción de sí mismo. Es por ello que alienta “la educación
de una responsabilidad ecológica” que salvaguarde una auténtica «ecología humana»
y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana,
la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa
en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.
La búsqueda de la paz
por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el
reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos
y toda la creación, porque proteger el entorno natural para construir un mundo de
paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente -acaba diciendo Benedicto
XVI- que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño: la salvaguardia
de la creación y la consecución de la paz. El Papa invita a todos los creyentes a
elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia,
para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva
el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.
MENSAJE
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XV para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz
1
enero 2010
SI QUIERES PROMOVER LA PAZ, PROTEGE LA CREACIÓN
1. Con
ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de
paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los
hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para
esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación.
El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación
es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha
hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque
es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas
a la paz y al auténtico desarrollo humano integral – guerras, conflictos internacionales
y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos–, no son
menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que
se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo,
es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano
y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos
y hacia el cual caminamos».
2.En la Encíclica Caritas in veritate he
subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los
deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado
como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto
a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado,
además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar,
simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de
que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad. En cambio, valorar
la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación
y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista:
«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal
8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor
del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas».
3.
Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz
con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención
sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que
nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción –escribía– de que
la paz mundial está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la
naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino
más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada
expresión en programas e iniciativas concretas». También otros Predecesores míos habían
hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente.
Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum
Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada
de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima
de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico
constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades,
poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina
ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable.
Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera».
4.
Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la Iglesia, «experta
en humanidad», se preocupa de llamar la atención con energía sobre la relación entre
el Creador, el ser humano y la creación. En 1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica»
y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente
necesidad moral de una nueva solidaridad». Este llamamiento se hace hoy todavía más
apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable
no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas
que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro
y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los
ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos
naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo
descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que
deben abandonar el ambiente en que viven –y con frecuencia también sus bienes– a causa
de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento
forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales,
relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que
tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por
ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.
5.
No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la crisis ecológica
separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente vinculada
al concepto mismo de desarrollo y a la visión del hombre y su relación con sus semejantes
y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión
de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía
y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado
de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural
y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes
del mundo. La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir
esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro
mejor para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando
–ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o social– son también, en
el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino
común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por
la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose
con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando
con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión
de discernimiento y de nuevas proyecciones.
6. ¿Acaso no es cierto
que en el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio
de amor y de verdad»? El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un
destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido
hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad». El Libro
del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente del cosmos, fruto
del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen
y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores»
de Dios mismo (cf. Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación
que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre
y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse
criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de
«dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre
ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar
por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la
creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio
absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro
en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más
bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos
reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón
de desechos esparcidos al azar», mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender
que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco
para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla
y guardarla» (cf. Gn 2,15). Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado
a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario,
cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta,
termina provocando la rebelión de la naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada
por él». Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre
la creación, protegiéndola y cultivándola.
7. Se ha de constatar por
desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren
crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos
a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico
Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene
para uso de todos los hombres y pueblos». Por tanto, la herencia de la creación pertenece
a la humanidad entera. En cambio, el ritmo actual de explotación pone en serio peligro
la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación,
sino sobre todo para las futuras. Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el
deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos
de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman
lamentablemente en una seria amenaza para la creación. Para contrarrestar este fenómeno,
teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»,
es también necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente. Cuando
se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo
también sus costes –en términos ambientales y sociales–, que han de ser considerados
como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la
comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas
para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique.
Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un
lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista
jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes
habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.
8.
En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. Los costes
que se derivan de la utilización de los recursos ambientales comunes no pueden dejarse
a cargo de las generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos
del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos
desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia
humana. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también
un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto
a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad
internacional». El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas
inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no,
del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el
destino universal de los bienes; que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad
de la tierra, para ahora y para el mañana. Además de la leal solidaridad intergeneracional,
se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional,
especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente
industrializados: «la comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar
los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables,
con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente
el futuro». La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte
en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual,
es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados.
No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes,
están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber
de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos.
Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la
asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias.
9.
Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad
internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas
y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las
futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén
dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo
el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo,
se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental,
así como la «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que
también los países que no los tienen puedan acceder a ellos». La crisis ecológica,
pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una respuesta colectiva orientada
a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo una dirección más respetuosa con
la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de
la caridad en la verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo
basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien
común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar
el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy,
en previsión de lo que puede ocurrir mañana.
10. Para llevar a la humanidad
hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible
en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la
investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que
se derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz 1990, y la «solidaridad global», que he mencionado
en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009, son actitudes esenciales para
orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los
recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un
momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación
que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo
humano integral. Se trata de una dinámica imprescindible, en cuanto «el desarrollo
integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad». Hoy
son muchas las oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias
a las cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la relación
entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso favorecer la investigación
orientada a determinar el modo más eficaz para aprovechar la gran potencialidad de
la energía solar. También merece atención la cuestión, que se ha hecho planetaria,
del agua y el sistema hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer
orden para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada gravemente
por los cambios climáticos. Se han de explorar, además, estrategias apropiadas de
desarrollo rural centradas en los pequeños agricultores y sus familias, así como es
preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento
de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos
de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen falta
políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario compromiso internacional
que aporte beneficios importantes, sobre todo a medio y largo plazo. En definitiva,
es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción
agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades
primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas
escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el
motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial,
inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Por otro lado,
como ya he tenido ocasión de recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta
quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión
del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales.
La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y guardar la tierra
(cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza
entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios».
11.
Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los
comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo
y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de
vista social, ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta
indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos
estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y
del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean
los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones».
Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado
en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables
de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras.
Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el
ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses
particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente
a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas,
que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica,
que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana». Además,
se ha de requerir la responsabilidad de los medios de comunicación social en este
campo, con el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto,
ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo
común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta
a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se
puede permanecer indiferentes ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación
de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas,
los grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el medio
ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la «caridad en la verdad».
En este contexto tan amplio, es deseable más que nunca que los esfuerzos de la comunidad
internacional por lograr un desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que
sólo con su mera existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso
de desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad eficaces
y correspondidos adecuadamente.
12. La Iglesia tiene una responsabilidad
respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público,
para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre
todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En efecto,
la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que
modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la “ecología humana” en
la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia». No se puede pedir a los
jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad
a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne
al ambiente como a la ética personal, familiar y social. Los deberes respecto al ambiente
se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación
con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad
ecológica que, como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una
auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad
de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre,
la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa
en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza. Es preciso salvaguardar el patrimonio
humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito
en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.
13.
Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que muchos encuentran tranquilidad
y paz, se sienten renovados y fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y
la armonía de la naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar
la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una
correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar
la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio
de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada
en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia
ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este
modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo
una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así
paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del
hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista.
La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando
la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel
de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente
no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición
contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente,
no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana.
14.
Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de
todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento
común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la
creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación
y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la
luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte
y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de
la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y resucitado, ha entregado a la humanidad
su Espíritu santificador, que guía el camino de la historia, en espera del día en
que, con la vuelta gloriosa del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra
nueva» (2 P 3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto,
proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona.
He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño;
he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva
de un futuro mejor para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes
de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la
humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son realidades
íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los creyentes a elevar
una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que
en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante
llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.