Primera predicación de Adviento: “Servidores de Cristo”
Viernes, 4 nov (RV).- Ante la presencia del Santo Padre y la Familia Pontificia, ha
tenido lugar esta mañana la primera predicación de Adviento en la Capilla Redemptoris
Mater del Palacio Apostólico. El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa
Pontificia, ha desarrollado el tema “Servidores de Cristo”. En el marco de las finalidades
indicadas por el Santo Padre en la carta con la que instituía el Año Sacerdotal que
estamos celebrando, las tres meditaciones de Adviento este año se basarán “en la naturaleza
y los objetivos del sacerdocio, a partir de la primera Carta a los Corintios y la
Carta a los Hebreos, con el fin de dar luz a la identidad del presbítero y a la unicidad
del ministerio sacerdotal”.
“El servicio esencial que el sacerdote está llamado
a rendir a Cristo es continuar su obra en el mundo” -ha explicado el predicador. “Ser
servidores, ser siervos de Cristo es un título que nos debe tocar el corazón y hacerlo
vibrar de santo orgullo”. No se trata de “servicios prácticos o ministeriales, (como
administrar la palabra o los sacramentos), no hablamos del servicio como ‘acto’,
sino del servicio como ‘estado’”.
“Continuar la obra de Cristo
comporta para el sacerdote rendir testimonio de la verdad eterna revelada a los hombres,
hacerla brillar a la luz de lo verdadero”. El padre franciscano ha dicho que “en esta
luz, la tarea de la Iglesia y del sacerdote no debe limitarse a proclamar la verdad
de la fe, sino a sacar de todo ello ‘experiencia’, a entrar en contacto íntimo y personal
con la realidad de Dios, mediante el Espíritu Santo”. “Los maestros de la fe no pueden
contentarse con enseñar las llamadas ‘verdades de fe’, a dar a las personas sólo una
idea de Dios; sino que deben ayudarlas a sacar experiencia de Él, según el sentido
bíblico del conocer”.
“Ser continuadores de la obra de Cristo significa no
juzgar, sino salvar”. ¿Pero en qué modo podemos hablar de sacerdotes continuadores
de la Obra de Cristo?” se ha preguntado el padre Cantalamessa. “Los sucesores continúan
la obra, pero no la persona del fundador. No pasa así en la Iglesia
porque Jesús no tiene sucesores, ya que no ha muerto: Él está vivo.
¡¿Cuál
será entonces la tarea de sus ministros? -ha proseguido el predicador de la Casa Pontificia-
sino la de representarlo, es decir, hacerlo presente, dar forma visible a su presencia
invisible. En esto consiste la dimensión profética del sacerdocio”. “En un tiempo,
en el que en vastas zonas de la tierra, la fe está en peligro de apagarse como una
llama que no encuentra nutrición, la prioridad que está por encima de todas las demás
es hacer a Dios presente en el mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios”.
Estar
“con” Jesús, “en Cristo o con Cristo” significa por tanto, ha subrayado el padre predicador,
“compartirlo todo con Él: su vida itinerante, ciertamente, pero también sus pensamientos,
sus objetivos, el espíritu”. “La palabra ‘compañero’ viene del latín medieval ‘con
- panis’ y significa: ‘aquel que tiene en común el pan’; compañero es el que come
el mismo pan. Por tanto, “una relación personal, plena de confianza y amistad con
la persona de Jesús es el alma de todo sacerdote”.
“Y para hacer de Jesús el
alma del propio sacerdote, el primer paso que hay que dar, -ha indicado el padre Cantalamessa-
es pasar de Jesús-personaje a Jesús-persona. Del personaje “se puede hablar de él”;
con la persona en cambio, “se habla”. Mientras Jesús sea un conjunto de noticias,
de dogmas o herejías, es una memoria del pasado, no una presencia, es un personaje.
Es necesario convencerse de que Cristo vive en el presente y es más importante “hablar
con Él”, que “hablar de Él”.
“El gran peligro para los sacerdotes de hoy -ha
finalizado diciendo el predicador- es el sacrificar “lo importante” a “lo urgente”.
“La oración, la preparación de la homilía de la Misa, el estudio y la formación… son
todas ellas cosa importantes. Las cosas urgentes son: las llamadas telefónicas, los
trabajos materiales, las visitas, el activismo frenético. Un sacerdote debe iniciar
la jornada con lo importante: la oración y el diálogo con Dios, de tal modo que la
actividad cotidiana y los compromisos no acaben al final por ocupar todo el tiempo
de la jornada.