En el actual momento histórico y cultural, el Papa subraya la necesidad de la presencia
eclesial al lado de los enfermos y en la sociedad para tutelar la vida en todas sus
fases
Jueves, 3 dic (RV).- «Jesús nos exhorta sin cesar a inclinarnos ante las heridas,
del cuerpo y del espíritu, de tantos hermanos que encontramos por los caminos del
mundo». Lo recuerda Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo
2010, apremiando a una mayor presencia y testimonio cristiano en tutela de la dignidad
de la vida humana. El Mensaje pontificio ha sido publicado hoy y firmado en el Vaticano,
el pasado 22 de noviembre, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Ante
la celebración, el próximo 11 de febrero – memoria litúrgica de la Bienaventurada
Virgen María de Lourdes - que tendrá lugar en la Basílica Vaticana, de la XVIII Jornada
Mundial del Enfermo, el Papa empieza su Mensaje destacando la feliz coincidencia de
esta misma celebración con el 25 aniversario de la institución del Pontificio Consejo
para los Agentes Sanitarios, por parte del Siervo de Dios Juan Pablo II.
«En
el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el sufrimiento humano adquiere
sentido y plenitud de luz», escribe Benedicto XVI, tras hacer hincapié en que, «con
la anual Jornada Mundial del Enfermo, la Iglesia se propone sensibilizar de forma
capilar a la comunidad eclesial sobre la importancia del servicio pastoral en el vasto
mundo de la salud – servicio que forma parte de su misión – pues se inscribe en el
surco de la misma misión salvífica de Cristo. Él, Médico divino, ‘pasó haciendo el
bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba
con él’ (Hch 10,38).
Benedicto XVI afirma que le «apremia añadir que, en el
actual momento histórico y cultural, se percibe aún más la exigencia de una presencia
eclesial atenta y capilar al lado de los enfermos, así como una presencia en la sociedad
capaz de transmitir de forma eficaz los valores evangélicos con el fin de tutelar
la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su ocaso natural».
«El
sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta
ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida
al amor,... a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por
medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido
sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de
Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva». Evocando,
estas palabras de la Carta Apostólica ‘Salvifici doloris’ (n.18), de su amado predecesor
Juan Pablo II, el Santo Padre recuerda el gesto de Jesús que se inclinó para lavar
los pies a los Apóstoles, anticipando el supremo acto de amor de la Cruz.
«Gesto
con el que invitó a sus discípulos a entrar en su misma interpretación del amor, que
se dona en especial a los más pequeños y necesitados». Por lo que siguiendo el ejemplo
de Cristo, «cada cristiano está llamado a revivir, en contextos distintos y siempre
nuevos, la parábola del buen Samaritano. El cual, pasando al lado de un hombre que
había sido abandonado medio muerto por unos ladrones, lo vio y se conmovió. Entonces
se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre
su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente,
sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que
gastes de más, te lo pagaré al volver"» (Lc 10, 33-35)
Y concluyendo su parábola
Jesús dice: «Ve, y procede tú de la misma manera». Exhortación que nuestro Señor nos
sigue dirigiendo, ayudándonos a comprender que «con la gracia de Dios acogida y vivida
en la vida de cada día, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento puede llegar
a ser escuela de esperanza», destaca una vez más Benedicto XVI, reiterando lo que
ya afirmó en su Encíclica Spe Salvi.
Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II
recordaba la importante tarea de la Iglesia de cuidar a los que sufren, escribe el
Santo Padre, citando textualmente la Constitución dogmática Lumen Gentium: ‘como Cristo
fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc.,
4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de manera semejante
la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce
en los pobres y en los que sufren, la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza
en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo».
«Esta actividad
humanitaria y espiritual de la Comunidad eclesial hacia los enfermos y los que sufren
a lo largo de los siglos se ha venido expresando de múltiples formas y en estructuras
sanitarias también de carácter institucional», señala el Papa, recordando luego aquellas
que está a cargo de las diócesis y las que nacieron de la generosidad de varios Institutos
religiosos».
Reiterando que se trata de un ‘patrimonio’ precioso, que responde
a la necesidad de organización que también tiene el amor, como cimiento para un servicio
comunitario ordenado (Deus caritas est, 20), Benedicto XVI recuerda que precisamente
la creación del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, hace 25 años, se enmarca
en esta solicitud eclesial.
«A los pobres, a los enfermos y a todos los que
sufren», Benedicto XVI ha querido renovar, también en este Mensaje, el que los padres
conciliares dirigieron al mundo al terminar el Concilio. A todos los que sufren llevando
el peso de la cruz, a los que lloran, a los desconocidos en el dolor, ánimo. Vosotros
sois los preferidos en el reino de Dios. El reino de la esperanza, de la felicidad
y de la vida. Sois hermanos de Cristo que sufre ¡Y con Él, si lo queréis, salvad el
mundo!
El Papa agradece de corazón a todos los que cada día está al servicio
de los que sufren y de los enfermos, haciendo que «el apostolado de la misericordia
de Dios, que desarrollan, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias. En especial
en este Año Sacerdotal, Benedicto XVI se dirige a los sacerdotes, ‘ministros de los
enfermos’.
A los enfermos, el Santo Padre les pide que recen y ofrezcan sus
sufrimientos por los sacerdotes, «para que puedan mantenerse fieles a su vocación
y que su ministerio sea rico en frutos espirituales, en beneficio de toda la Iglesia.
Antes de su Bendición Apostólica, Benedicto XVI encomienda a los enfermos y cuantos
les asisten al maternal amparo de María Salus Infirmorum.