El Papa preside las vísperas del I Domingo de Adviento e invita a reflexionar sobre
nuestra existencia y el poco tiempo que dedicamos a Dios
Sábado, 28 nov (RV).- Esta tarde a las cinco, Benedicto XVI ha presidido la celebración
de las primeras vísperas del I Domingo de Adviento. La Capilla Papal, para el inicio
del Tiempo de Adviento, ha tenido lugar en la Basílica Vaticana, y en su homilía el
Santo Padre ha reflexionado sobre el significado de la palabra Adviento, “un tiempo
litúrgico” que “nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia”.
El
Papa ha reflexionado sobre nuestra existencia cotidiana, y en el poco tiempo que dedicamos
al Señor e incluso a nosotros mismos, porque ¿acaso no es verdad que, a menudo, la
sociedad con sus múltiples intereses monopoliza nuestra atención, se ha preguntado
el Pontífice, ¿no es cierto que se dedica mucho tiempo a la diversión y a varios tipos
de distracciones?
En el contexto del Adviento, Benedicto XVI nos ha invitado
a detenernos en silencio para percibir la presencia de Dios, a mantener un “diario
interior” de su amor por nosotros, porque “la certeza de su presencia nos ayudará
a ver el mundo con ojos distintos”.
HOMILÍA COMPLETA
Queridos
hermanos y hermanas
Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo
litúrgico de Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la
Primera Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo nos invita a preparar la «Venida
de nuestro Señor Jesucristo» (5,23), conservándonos irreprochables, con la gracia
de Dios. Pablo utiliza la palabra ‘venida’ - en latín ‘adventus’ – de la que proviene
‘Adviento’.
Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra
que puede traducirse con ‘presencia’, ‘llegada’, ‘venida. En el lenguaje del mundo
antiguo era un término técnico empleado para indicar la llegada de un funcionario,
la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida
de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con potencia, o que
se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra ‘adviento’ para
expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, entrado a esta pobre ‘provincia’,
denominada tierra para visitar a todos; en la fiesta de su adviento hace que participen
cuantos creen en Él, cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la
palabra adventus se quería decir sustancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado
del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podamos ver y tocar, como sucede con
las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples formas.
El
significado de la expresión ‘adviento’ comprende, por lo tanto, también el de ‘visitatio’,
que quiere decir simple y propiamente ‘visita’. En este caso, se trata de una visita
de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos experimentamos, en la
existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros.
Se acaba siendo absorbidos por el ‘quehacer’. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es
precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses
la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo
a la diversión y a varios tipos de distracciones? A veces las cosas nos “atropellan”.
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos
en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada una
de las vivencias del día son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que
tiene para con cada uno de nosotros ¡Cuán a menudo Dios nos hace percibir algo de
su amor! Mantener, por decir así, un “diario interior” de este amor sería una tarea
bella y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita e impulsa a contemplar
al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo
con ojos distintos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como
“visita”, como un modo en el que Él puede venir a nosotros y acercarse a nosotros,
en toda situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la espera,
espera que es, al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a comprender el
sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, como ocasión favorable para nuestra
salvación. Jesús ha explicado esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la
narración de los siervos invitados a esperar el regreso del amo; en la parábola de
las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y de la cosecha. El hombre,
en su vida, está en espera constante: cuando es niño quiere crecer; siendo adulto
tiende a la realización y al éxito y, avanzando en la edad, anhela el merecido descanso.
Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá
de su profesión o de su posición social, no le queda nada más por esperar. La esperanza
marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza:
el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará
también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el
Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.
Pero hay formas muy distintas
de esperar. Si el tiempo no se llena con un presente que tenga sentido, la espera
corre el riesgo de volverse insoportable; si se espera algo, pero en este momento
no hay nada - es decir si el presente se queda vacío – cada instante que pasa parece
exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque
el futuro queda totalmente en la incertidumbre. Sin embargo, cuando el tiempo está
dotado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y válido, entonces
la alegría de la espera hace que el presente sea más precioso. Queridos hermanos y
hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos llegan los dones del Señor,
vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro cargado de esperanza. El Adviento
cristiano se vuelve, de este modo, ocasión para volver a despertar en nosotros el
sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio
de Cristo, el Mesías esperado durante largos siglos y nacido en la pobreza de Belén.
Viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y
de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada
Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vivencias de la vida cotidiana,
en toda la creación, que cambia aspecto, según esté Él detrás de ella, o si queda
ensombrecida por la niebla de un origen incierto o de un futuro incierto. Por parte
nuestra, también nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos
que nos afligen, nuestra impaciencia, las preguntas que brotan de nuestro corazón
¡Estemos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, ya no existe
ningún tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando,
aún cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, aún cuando el presente
se vuelve fatigoso.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la
presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, en especial,
el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede
cancelar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente
presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo
gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido donado el Niño Jesús. Que
Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico
vigilantes y activos en la espera ¡Amén!