Benedicto XVI conmemora los 25 años del Tratado de paz entre Argentina y Chile, “un
ejemplo de cómo evitar la barbarie de la guerra”
Sábado, 28 nov (RV).- El Santo Padre ha recibido esta mañana en audiencias sucesivas
a Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina y a Michelle Bachelet, presidenta
de Chile. A mediodía, en la Sala Clementina ha tenido lugar el encuentro del Pontífice
con las delegaciones de Argentina y Chile, con ocasión del XXV aniversario del Tratado
de paz y amistad firmado hace 25 años entre ambos países e impulsado por Juan Pablo
II. Tratado de Paz y Amistad, que clausuró el diferendo territorial que mantuvieron
durante largo tiempo sus respectivos Países en la zona Austral.
En efecto
-ha dicho el Papa - es una oportuna y feliz conmemoración de aquellas intensas negociaciones
que, con la mediación pontificia, concluyeron con una solución digna, razonable y
ecuánime, evitando así un conflicto armado que estaba a punto de enfrentar a dos pueblos
hermanos. Y ha añadido:
El Tratado de Paz
y Amistad, y la mediación que lo hizo posible, está indisolublemente unido a la amada
figura del Papa Juan Pablo II, el cual, movido por sentimientos de afecto hacia esas
queridas Naciones y en sintonía con su incansable labor como mensajero y artífice
de paz, no dudó en aceptar la delicada y crucial tarea de ser mediador en dicho contencioso.
Tras
recordar la ayuda inestimable del cardenal Antonio Samoré, que siguió personalmente
todos los avatares de las largas y complejas negociaciones hasta la firma del Tratado,
el Papa ha manifestado que “la intervención pontificia fue una respuesta también a
un deseo pedido por los Episcopados de Chile y Argentina, los cuales, en comunión
con la Santa Sede, ofrecieron su decisiva colaboración para la consecución de dicho
acuerdo.
Benedicto XVI ha agradecido asimismo los esfuerzos de todas las personas
que, en los Gobiernos y delegaciones diplomáticas de ambos países, dieron su positiva
contribución para llevar adelante ese camino de resolución pacífica, cumpliendo así
los profundos anhelos de paz de la población argentina y chilena.
A veinticinco años
de distancia, podemos constatar con satisfacción cómo aquel histórico evento ha contribuido
benéficamente a reforzar en ambos países los sentimientos de fraternidad, así como
una más decidida cooperación e integración, concretada en numerosos proyectos económicos,
intercambios culturales e importantes obras de infraestructura, superando de este
modo prejuicios, sospechas y reticencias del pasado. En realidad, Chile y Argentina
no son sólo dos naciones vecinas sino mucho más: son dos pueblos hermanos con una
vocación común de fraternidad, de respeto y amistad, que es fruto en gran parte de
la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural
y espiritual.
El Santo Padre ha afirmado que el Tratado de Paz y Amistad es
un “ejemplo luminoso de la fuerza del espíritu humano y de la voluntad de paz frente
a la barbarie y la sinrazón de la violencia y la guerra como medio para resolver las
diferencias”. Y ha añadido que hay que tener presente las palabras que su predecesor,
el Papa Pío XII, pronunció en momentos especialmente difíciles de la historia: "Nada
se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra" (Radiomensaje, 24 agosto
1939).
Por esta razón el Papa ha recordado que es necesario “perseverar en
todo momento con voluntad firme y hasta las últimas consecuencias en tratar de resolver
las controversias con verdadera voluntad de diálogo y de acuerdo, a través de pacientes
negociaciones y necesarios compromisos, y teniendo siempre en cuenta las justas exigencias
y legítimos intereses de todos”.
Para que la causa de la paz se abra camino
en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de quienes están
llamados a servir a sus ciudadanos desde las más altas magistraturas de las naciones,
el obispo de Roma ha afirmado que “es preciso que esté apoyada en firmes convicciones
morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda
constante del bien común nacional, regional y mundial”.
”La consecución
de la paz, en efecto, requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida, que
respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento de la familia
como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra la pobreza y la
corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico
solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la
explotación, especialmente contra las mujeres y los niños.
Antes de despedirse
y agradeciéndoles su significativa visita, el Papa ha pedido al Cristo de los Andes,
en la cumbre de la Cordillera, que “como un don constante de su gracia, selle para
siempre la paz y la amistad entre argentinos y chilenos”.
DISCURSO
COMPLETO
Señoras
Presidentas de Argentina y Chile,
Señores Cardenales,
Queridos
Hermanos en el Episcopado,
Señores Embajadores,
Amigos
todos:
1. Con sumo gusto les recibo y les doy la bienvenida
en esta Sede de Pedro, con motivo de la celebración del 25 aniversario del Tratado
de Paz y Amistad, que clausuró el diferendo territorial que mantuvieron durante largo
tiempo sus respectivos Países en la zona Austral. En efecto, es una oportuna y feliz
conmemoración de aquellas intensas negociaciones que, con la mediación pontificia,
concluyeron con una solución digna, razonable y ecuánime, evitando así un conflicto
armado que estaba a punto de enfrentar a dos pueblos hermanos.
2. El
Tratado de Paz y Amistad, y la mediación que lo hizo posible, está indisolublemente
unido a la amada figura del Papa Juan Pablo II, el cual, movido por sentimientos de
afecto hacia esas queridas Naciones y en sintonía con su incansable labor como mensajero
y artífice de paz, no dudó en aceptar la delicada y crucial tarea de ser mediador
en dicho contencioso. Con la ayuda inestimable del Cardenal Antonio Samoré, él mismo
siguió personalmente todos los avatares de esas largas y complejas negociaciones,
hasta la definición de la propuesta que llevó a la firma del Tratado, en presencia
de las delegaciones de ambos Países y del entonces Secretario de Estado de Su Santidad
y Prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, Cardenal Agostino
Casaroli.
La intervención pontificia fue una respuesta también a un
expreso pedido de los Episcopados de Chile y Argentina, los cuales, en comunión con
la Santa Sede, ofrecieron su decisiva colaboración para la consecución de dicho acuerdo.
Es de agradecer, además, los esfuerzos de todas las personas que, en los Gobiernos
y delegaciones diplomáticas de ambos Países, dieron su positiva contribución para
llevar adelante ese camino de resolución pacífica, cumpliendo así los profundos anhelos
de paz de la población argentina y chilena.
3. A veinticinco años de
distancia, podemos constatar con satisfacción cómo aquel histórico evento ha contribuido
benéficamente a reforzar en ambos Países los sentimientos de fraternidad, así como
una más decidida cooperación e integración, concretada en numerosos proyectos económicos,
intercambios culturales e importantes obras de infraestructura, superando de este
modo prejuicios, sospechas y reticencias del pasado. En realidad, Chile y Argentina
no son sólo dos Naciones vecinas sino mucho más: son dos Pueblos hermanos con una
vocación común de fraternidad, de respeto y amistad, que es fruto en gran parte de
la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural
y espiritual.
Este acontecimiento que hoy conmemoramos forma ya parte
de la gran historia de dos nobles Naciones, pero también de toda América Latina. El
Tratado de Paz y Amistad es un ejemplo luminoso de la fuerza del espíritu humano y
de la voluntad de paz frente a la barbarie y la sinrazón de la violencia y la guerra
como medio para resolver las diferencias. Una vez más, hay que tener presente las
palabras que mi Predecesor, el Papa Pío XII, pronunció en momentos especialmente difíciles
de la historia: "Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra" (Radiomensaje,
24 agosto 1939). Por tanto, es necesario perseverar en todo momento con voluntad firme
y hasta las últimas consecuencias en tratar de resolver las controversias con verdadera
voluntad de diálogo y de acuerdo, a través de pacientes negociaciones y necesarios
compromisos, y teniendo siempre en cuenta las justas exigencias y legítimos intereses
de todos.
4. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente
y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados
a servir a sus ciudadanos desde las más altas magistraturas de las naciones, es preciso
que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a
veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional
y mundial. La consecución de la paz, en efecto, requiere la promoción de una auténtica
cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento
de la familia como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra
la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento
económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia
y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños.
5. La
Iglesia católica, que continúa en la tierra la misión de Cristo, que con su muerte
en la cruz trajo la paz al mundo (cf. Ef 2, 14-17), no deja de proclamar a todos su
mensaje de salvación y de reconciliación y, uniendo sus esfuerzos a todos los hombres
de buena voluntad, se entrega con ahínco para cumplir las aspiraciones de paz y concordia
de toda la humanidad.
Excelentísimas Señoras Presidentas, queridos
amigos, agradeciéndoles nuevamente su significativa visita, dirijo mi mirada al Cristo
de los Andes, en la cumbre de la Cordillera, y le pido que, como un don constante
de su gracia, selle para siempre la paz y la amistad entre argentinos y chilenos,
al mismo tiempo que como prenda de mi afecto les imparto una especial Bendición Apostólica.