El Papa considera inadmisible seguir aceptando la opulencia y el derroche cuando el
drama del hambre, símbolo cruel y concreto de la pobreza, adquiere cada vez mayores
dimensiones
Lunes, 16 nov (RV).- «El hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza. No
es posible continuar aceptando la opulencia y el derroche, cuando el drama del hambre
adquiere cada vez mayores dimensiones». El Santo Padre ha visitado esta mañana a las
11,30 la sede romana de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas dedicado a
la alimentación y a la agricultura, con ocasión de la apertura de la Cumbre mundial
sobre la seguridad alimentaria que concluirá el próximo miércoles, 18 de noviembre.
El
Pontífice ha asegurado la continua atención de la Iglesia Católica que siempre estará
atenta a los esfuerzos para vencer el hambre y trabajará por sostener, con la palabra
y las obras, la acción solidaria que la Comunidad internacional está llamada a emprender.
De hecho son más de mil millones los hambrientos en el mundo, y se teme que en el
2050 lleguen a ser nueve mil millones. En la cumbre de la FAO se pide una mayor participación
de la comunidad internacional para alcanzar una rápida y total eliminación del hambre
en el mundo.
Acogiendo la invitación del director general de la FAO, Jacques
Diouf, a tomar la palabra en la sesión inaugural de esta Cumbre Mundial sobre Seguridad
Alimentaria, Benedicto XVI ha pronunciado un denso discurso, renovando como hicieron
sus venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, su «estima por la labor de la
FAO, a la que la Iglesia Católica y la Santa Sede prestan atención e interés por el
servicio cotidiano que desempeñan todos los que trabajan en ella».
Destacando
el lema ‘Fiat Panis’ que sintetiza el generoso trabajo de la FAO, el Papa ha puesto
de relieve que «el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria siguen
siendo objetivos prioritarios de la acción política internacional», haciendo hincapié
en el anhelo de que esta cita de Roma logre derrotar el flagelo del hambre:
«Estoy seguro de
que este espíritu orientará las decisiones de esta Cumbre, como también las que se
tomen en el intento común por vencer cuanto antes la batalla contra el hambre y la
malnutrición en el mundo».
Refiriéndose a la grave crisis económico-financiera
que la comunidad internacional está afrontando en estos años, Benedicto XVI ha lamentado
el «incremento dramático del número de personas que sufren el hambre» y «el aumento
de los precios de los productos alimentarios, la disminución de las posibilidades
económicas de las poblaciones más pobres y el acceso restringido al mercado y a los
alimentos. Y todo esto, mientras se confirma que la tierra puede nutrir suficientemente
a todos sus habitantes».
Tras reiterar que «no hay una relación de causa-efecto
entre el incremento de la población y el hambre, lo cual se confirma por la deplorable
destrucción de excedentes alimentarios en función del lucro económico», el Papa ha
recordado una vez más, como ha señalado en su Encíclica Caritas in veritate que «el
hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos
sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta
un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso
al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional,
como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las
emergencias de crisis alimentarias reales...”».
Pasando revista a las diversas
dimensiones del hambre que repercuten tan dramáticamente y en especial, sobre los
países más pobres, Benedicto XVI ha recordado la importancia de la agricultura y del
mundo rural; del respeto de la ecología humana - que beneficia también a la ecología
ambiental –; la responsabilidad concreta de cada miembro de la familia humana en las
necesidades de los demás; la necesidad de nuevos parámetros éticos, en primer lugar
y luego jurídicos y económicos; la promoción del desarrollo humano integral.
El
Pontífice no ha olvidado mencionar «los derechos fundamentales de la persona entre
los que destaca el derecho a una alimentación suficiente, sana y nutritiva, y el derecho
al agua», que «revisten un papel importante en la consecución de otros derechos, empezando
por el derecho primario a la vida». El Papa ha señalado además que también hoy «es
necesario, por lo tanto, que madure “una conciencia solidaria que considere la alimentación
y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones
ni discriminaciones” (Caritas in veritate, 27)».
Benedicto XVI ha culminado
su discurso haciendo resonar el compromiso concreto y activo de la Iglesia para erradicar
el hambre y la pobreza:
«El hambre es el
signo más cruel y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando la opulencia
y el derroche, cuando el drama del hambre adquiere cada vez mayores dimensiones. Señor
presidente, señoras y señores, la Iglesia Católica estará atenta siempre a los esfuerzos
para vencer el hambre; trabajará por sostener, con la palabra y con las obras, la
acción solidaria -programada, responsable y regulada- que los distintos componentes
de la comunidad internacional estén llamados a emprender. La Iglesia no pretende interferir
en las acciones políticas; ella, respetuosa del saber y de los resultados de las ciencias,
así como de las decisiones determinadas por la razón cuando son responsablemente iluminadas
por valores auténticamente humanos, se une al esfuerzo por eliminar el hambre».
«Es
éste el signo más inmediato y concreto de la solidaridad animada por la caridad, signo
que no deja margen a retrasos», ha enfatizado el Papa, exhortando al reconocimiento
del valor trascendente de la persona:
«Dicha solidaridad
se confía a la técnica, a las leyes y a las instituciones para salir al encuentro
de las aspiraciones de las personas, comunidades y pueblos enteros, pero no debe excluir
la dimensión religiosa, con su poderosa fuerza espiritual y de promoción de la persona
humana. Reconocer el valor transcendente de cada hombre y mujer es el primer paso
para favorecer la conversión del corazón que pueda sostener el esfuerzo para erradicar
la miseria, el hambre y la pobreza en todas sus formas». Esta cumbre, se
celebra en el contexto de la 36ª sesión de la Conferencia de la FAO. A su llegada
al palacio de la FAO, el Papa ha sido acogido por su director general, Jacques Diouf,
quien le ha acompañado hasta el tercer piso, donde se encuentra el aula Magna. A su
ingreso, el Santo Padre ha recibido el saludo de Ban Ki-moon, secretario general de
las Naciones Unidas; Ali Triki, presidente de la Asamblea general de las Naciones
Unidas y Silvio Berlusconi, presidente de la Asamblea de la FAO.
Desde el podio
central del Aula Magna, tras el saludo del director general de la FAO, Benedicto XVI
pronunció su alocución. El Pontífice ha saludado después a los Jefes de Estado que
precedentemente le habían expresado su deseo de celebrar un breve encuentro personal
con él.
Han acompañado al Papa en esta visita el cardenal Tarcisio Bertone,
Su Secretario de Estado; Mons. Fernando Filoni, sustituto de la Secretaría de Estado
para los Asuntos Generales; Mons. Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones
con los Estados; Mons. James M. Harvey, prefecto de la Casa Pontificia; Mons. Paolo
De Niccolò, regente de la Casa Pontificia; Mons. Renato Volante, observador permanente
ante la FAO; Mons. Georg Gänswein, secretario particular del Santo Padre; el Dr.
Frabrizio Polisca, médico personal del Santo Padre y el padre Leonardo Sapienza de
la Prefectura de la Casa Pontificia.
DISCURSO COMPLETOdel Santo Padre a la FAO con ocasión de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria
(Lunes,
16 de Noviembre de 2009)
Señor presidente, señoras y señores:
1.
He acogido con mucho gusto la invitación del Señor Jacques Diouf, Director General
de la FAO, a tomar la palabra en la sesión inaugural de esta Cumbre Mundial sobre
Seguridad Alimentaria. Le saludo cordialmente y le agradezco sus amables palabras
de bienvenida. Saludo, igualmente, a las Altas Autoridades aquí presentes y a todos
los participantes. Como ya hicieron mis venerados Predecesores Pablo VI y Juan Pablo
II, deseo renovar mi estima por la labor de la FAO, a la que la Iglesia Católica y
la Santa Sede prestan atención e interés por el servicio cotidiano que desempeñan
todos los que trabajan en ella. Gracias a vuestro generoso trabajo, sintetizado en
el lema Fiat Panis, el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria siguen
siendo objetivos prioritarios de la acción política internacional. Estoy seguro de
que este espíritu orientará las decisiones de esta Cumbre, como también las que se
tomen en el intento común por vencer cuanto antes la batalla contra el hambre y la
malnutrición en el mundo.
2. La comunidad internacional esta afrontando
en estos años una grave crisis económico-financiera. Las estadísticas muestran un
incremento dramático del número de personas que sufren el hambre y a esto contribuye
el aumento de los precios de los productos alimentarios, la disminución de las posibilidades
económicas de las poblaciones más pobres, y el acceso restringido al mercado y a los
alimentos. Y todo esto, mientras se confirma que la tierra puede nutrir suficientemente
a todos sus habitantes. En efecto, si bien en algunas regiones se mantienen bajos
niveles de producción agrícola a causa también de cambios climáticos, dicha producción
es globalmente suficiente para satisfacer tanto la demanda actual, como la que se
puede prever en el futuro. Estos datos indican que no hay una relación de causa-efecto
entre el incremento de la población y el hambre, lo cual se confirma por la deplorable
destrucción de excedentes alimentarios en función del lucro económico. En la Encíclica
Caritas in veritate, he señalado que “el hambre no depende tanto de la escasez material,
cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es
de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces,
tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada
desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas
con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales...”.
Y, he añadido también que: “el problema de la inseguridad alimentaria debe ser planteado
en una perspectiva de largo plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan
y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones
en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados,
formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor
modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan obtener principalmente
en el propio lugar, para asegurar así también su sostenibilidad a largo plazo” (n.
27). En este contexto, hay que oponerse igualmente al recurso a ciertas formas de
subvenciones que perturban gravemente el sector agrícola, la persistencia de modelos
alimentarios orientados al mero consumo y que se ven privados de una perspectiva más
amplia, así como el egoísmo, que permite a la especulación entrar incluso en los mercados
de los cereales, tratando a los alimentos con el mismo criterio que cualquier otra
mercancía.
3. En cierto sentido, la convocatoria de esta
Cumbre es ya un testimonio de la debilidad de los actuales mecanismos de la seguridad
alimentaria y la necesidad de una revisión de los mismos. De hecho, aunque los Países
más pobres se han integrado en la economía mundial de manera más amplia que en el
pasado, la tendencia de los mercados internacionales los hace en gran medida vulnerables
y los obliga a tener que recurrir a las ayudas de las Instituciones intergobernativas,
que sin duda prestan una ayuda preciosa e indispensable. Sin embargo, el concepto
de cooperación debe ser coherente con el principio de subsidiaridad, se han de implicar
“a las comunidades locales en las opciones y decisiones referentes a la tierra de
cultivo” (ibíd.), porque el desarrollo humano integral requiere decisiones responsables
por parte de todos y pide una actitud solidaria que no considere la ayuda o la emergencia
en función de quien pone a disposición los recursos o de grupos de élite que hay entre
los beneficiarios. De cara a Países que manifiestan la necesidad que tienen de aportaciones
exteriores, la Comunidad internacional tiene el deber de participar con los instrumentos
de cooperación, sintiéndose corresponsable de su desarrollo, “mediante la solidaridad
de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto” (ibíd., 47). Dentro
de este contexto de responsabilidad está el derecho de cada País a definir su propio
modelo económico, previendo los modos para garantizar la propia libertad de decisiones
y de objetivos. En dicha perspectiva, la cooperación debe llegar a ser un instrumento
eficaz, libre de vínculos e intereses que pueden restar una parte nada despreciable
de los recursos destinados al desarrollo. Además, es importante subrayar cómo la vía
solidaria para el desarrollo de los Países pobres puede llegar a ser también una vía
de solución para la actual crisis global. En efecto, sosteniendo con planes de financiación
inspirados en la solidaridad estas Naciones, para que ellas mismas sean capaces de
satisfacer las propias demandas de consumo y de desarrollo, no sólo se favorece el
incremento económico en su interior, sino que puede tener repercusiones positivas
para el desarrollo humano integral en otros Países (cf. ibíd., 27).
4.
En la actual situación persiste todavía un nivel de desarrollo desigual entre y en
las Naciones, que determina, en muchas áreas del planeta, condiciones de precariedad,
acentuando la contraposición entre pobreza y riqueza. Esta desigualdad no sólo tiene
que ver con los modelos de desarrollo, sino también, y sobre todo, con la forma que
parece afianzarse de percibir un fenómeno como el de la inseguridad alimentaria. Existe
el riesgo de que el hambre se considere como algo estructural, parte integrante de
la realidad socio-política de los Países más débiles, objeto de un sentido de resignada
amargura, si no de indiferencia. No es así, ni debe ser así. Para combatir y vencer
el hambre es esencial empezar por redefinir los conceptos y los principios aplicados
hasta hoy en las relaciones internacionales, así como responder a la pregunta: ¿qué
puede orientar la atención y la consecuente conducta de los Estados respecto a las
necesidades de los últimos? La respuesta no se encuentra en la línea de acción de
la cooperación, sino en los principios que tienen que inspirarla: sólo en nombre de
la común pertenencia a la familia humana universal se puede pedir a cada Pueblo, y
por lo tanto a cada País, ser solidario, es decir, dispuesto a hacerse cargo de responsabilidades
concretas ante las necesidades de los otros, para favorecer un verdadero compartir
fundado en el amor.
5. No obstante, si bien la solidaridad animada
por el amor excede la justicia, porque amar es dar, ofrecer lo “mío” a otro, ésta
no existe nunca sin la justicia, que induce a dar al otro lo que es “suyo” y que le
pertenece en razón de su ser y de su hacer. De hecho no puedo “dar” a otro de lo “mío”,
sin haberle dado antes lo que le pertenece por justicia (cf. ibíd., 6). Si se busca
la eliminación el hambre, la acción internacional esta llamada no sólo a favorecer
el crecimiento económico equilibrado y sostenible y la estabilidad política, sino
también a buscar nuevos parámetros -necesariamente éticos y después jurídicos y económicos-
que sean capaces de inspirar la actividad de cooperación para construir una relación
paritaria entre Países que se encuentran en diferentes grados de desarrollo. Esto,
además de colmar el desequilibrio existente, podría favorecer la capacidad de cada
Pueblo de sentirse protagonista, confirmando así que la igualdad fundamental de los
diferentes Pueblos hunde sus raíces en el origen común de la familia humana, fuente
de los principios de la “ley natural” llamados a inspirar las opciones y las directrices
de orden político, jurídico y económico en la vida internacional (cf. ibíd., 59).
A este respecto, San Pablo nos ilumina con sus palabras: “No se trata -escribe- de
aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de nivelar. En el momento actual,
vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos
remediará vuestra falta; así habrá nivelación. Es lo que dice la Escritura: “Al que
recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba” (2 Co 8, 13-15).
6.
Señor Presidente, Señoras y Señores, para combatir el hambre promoviendo un desarrollo
humano integral es también necesario entender las necesidades del mundo rural, así
como impedir que la tendencia a disminuir las aportaciones de los donantes cree incertezas
en la financiación de las actividades de cooperación: se ha de evitar el riesgo de
que el mundo rural pueda ser considerado, de modo miope, como una realidad secundaria.
Al mismo tiempo, se ha de favorecer el acceso al mercado internacional de los productos
provenientes de las áreas más pobres, hoy en día relegados a menudo a estrechos márgenes.
Para alcanzar estos objetivos es necesario rescatar las reglas del comercio internacional
de la lógica del provecho como un fin en sí mismo, orientándolas en favor de la iniciativa
económica de los Países más necesitados de desarrollo, que, disponiendo de mayores
entradas, podrán caminar hacia la autosuficiencia, que es el preludio de la seguridad
alimentaria.
7. Tampoco se han de olvidar los derechos fundamentales
de la persona entre los que destaca el derecho a una alimentación suficiente, sana
y nutritiva, y el derecho al agua; éstos revisten un papel importante en la consecución
de otros derechos, empezando por el derecho primario a la vida. Es necesario, por
lo tanto, que madure “una conciencia solidaria que considere la alimentación y el
acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones
ni discriminaciones” (Caritas in veritate, 27). Todo lo que la FAO ha realizado con
paciencia, aunque por un lado ha favorecido la ampliación de los objetivos de este
derecho sólo respecto a garantizar la satisfacción de las necesidades primarias, por
otro lado, ha puesto de manifiesto la necesidad de una reglamentación adecuada.
8.
Los métodos de producción alimentaria imponen igualmente un análisis atento de la
relación entre el desarrollo y la tutela ambiental. El deseo de poseer y de usar en
manera excesiva y desordenada los recursos del planeta es la primera causa de toda
degradación ambiental. El cuidado ambiental, en efecto, se presenta como un desafío
actual de garantizar un desarrollo armónico, respetuoso con el plan de la creación
de Dios y, por lo tanto, capaz de salvaguardar el planeta (cf. ibíd., 48-51). Si toda
la humanidad está llamada a tomar conciencia de sus propias obligaciones respecto
a las generaciones venideras, es también cierto que el deber de tutelar el medio ambiente
como un bien colectivo corresponde a los Estados y a las Organizaciones Internacionales.
Desde este punto de vista, se debe profundizar en las conexiones existentes entre
la seguridad ambiental y el fenómeno preocupante de los cambios climáticos, teniendo
como focus la centralidad de la persona humana y, en particular, a las poblaciones
más vulnerables ante ambos fenómenos. No bastan, sin embargo, normativas, legislaciones,
planes de desarrollo e inversiones, hace falta un cambio en los estilos de vida personales
y comunitarios, en el consumo y en las necesidades concretas, pero sobre todo es necesario
tener presente ese deber moral de distinguir en las acciones humanas el bien del mal
para redescubrir así el vínculo de comunión que une la persona y lo creado.
9.
Es importante recordar -como he señalado en la Encíclica Caritas in veritate- que
“la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana» en la sociedad, también
la ecología ambiental se beneficia”. Es verdad que “el sistema ecológico se apoya
en un proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación
con la naturaleza”. Y que “el problema decisivo es la capacidad moral global de la
sociedad”. Por tanto, “los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados
con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con
los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la
mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente
y daña a la sociedad” (ibíd., 51).
10. El hambre es el signo más cruel
y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando la opulencia y el derroche,
cuando el drama del hambre adquiere cada vez mayores dimensiones. Señor Presidente,
Señoras y Señores, la Iglesia Católica estará atenta siempre a los esfuerzos para
vencer el hambre; trabajará por sostener, con la palabra y con las obras, la acción
solidaria -programada, responsable y regulada- que los distintos componentes de la
Comunidad internacional estén llamados a emprender. La Iglesia no pretende interferir
en las acciones políticas; ella, respetuosa del saber y de los resultados de las ciencias,
así como de las decisiones determinadas por la razón cuando son responsablemente iluminadas
por valores auténticamente humanos, se une al esfuerzo por eliminar el hambre. Es
este el signo más inmediato y concreto de la solidaridad animada por la caridad, signo
que no deja margen a retrasos y compromisos. Dicha solidaridad se confía a la técnica,
a las leyes y a las instituciones para salir al encuentro de las aspiraciones de las
personas, comunidades y Pueblos enteros, pero no debe excluir la dimensión religiosa,
con su poderosa fuerza espiritual y de promoción de la persona humana. Reconocer el
valor transcendente de cada hombre y mujer es el primer paso para favorecer la conversión
del corazón que pueda sostener el esfuerzo para erradicar la miseria, el hambre y
la pobreza en todas sus formas.
Agradezco su atención y, para concluir,
saludo con mis mejores deseos, en las lenguas oficiales de la FAO, a todos los Estados
miembros de esta Organización.