2009-11-08 13:57:35

Benedicto XVI subraya la necesidad de una Iglesia “pobre y libre” en diálogo con el mundo moderno para responder a los retos del III milenio


Domingo, 8 nov (RV).- Benedicto XVI ha presidido la concelebración eucarística en la plaza Pablo VI de Brescia ante la catedral en la que han participado miles de fieles a quienes ha manifestado, en la homilía, su alegría por poder partir con ellos el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, en el corazón de la diócesis de Brescia, donde nació y recibió su formación juvenil el siervo de Dios Juan Bautista Montini, el papa Pablo VI, y tras saludar a todos los presentes y de manera particular al obispo, Mons. Luciano Monari, ha reflexionado sobre los textos que la liturgia de hoy nos propone y que aluden a la generosidad de la viuda, así como al contexto en el que se desarrolla este acto que el Santo Padre ha denominado “icono evangélico” en el Templo de Jerusalén, centro religioso del pueblo de Israel y corazón de toda su vida.

El gesto que realiza la viuda colocando en el cepillo del Templo las últimas monedas que le quedaban es un gesto que, gracias a la mirada atenta de Jesús, expresa la característica fundamental de quienes son “piedras vivas” de este nuevo Templo, expresa la donación completa de sí al Señor y al prójimo. Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque – dice – ha dado más que los ricos, que dan de lo que les sobra, mientras que ella ha dado todo lo que tenía para vivir (cfr. Mc 12,44).

RealAudioMP3 “A partir de este icono evangélico, deseo meditar brevemente sobre el misterio de la Iglesia, y de esta manera rendir homenaje a la memoria del gran papa Pablo VI, que consagró a ella toda su vida. La Iglesia es un organismo espiritual concreto que prolonga en el espacio y en el tiempo la oblación del Hijo de Dios, un sacrificio aparentemente insignificante respecto a las dimensiones del mundo y de la historia, pero decisivo a los ojos de Dios”.

Y aludiendo a la Carta a los Hebreos en la que se narra que a Dios le bastó el sacrificio de Jesús, ofrecido “una sola vez”, para salvar al mundo entero Benedicto XVI ha subarayado que “la Iglesia, que incesantemente nace de la Eucaristía, es la continuación de este don, de esta sobreabundancia que se expresa en la pobreza, del todo que se ofrece en el fragmento. Es el Cuerpo de Cristo que se dona enteramente, Cuerpo partido y compartido, en constante adhesión a la voluntad de su Cabeza”.

RealAudioMP3 “Es esta la Iglesia que el siervo de Dios Pablo VI amó con amor apasionado y ha procurado con todas sus fuerzas hacer comprender y amar. Releamos su Pensamiento en la muerte, allá donde, en la parte conclusiva, habla de la Iglesia. “Pudiera decir – escribe – que siempre la he amado… y que por ella, no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiera”. “Quisiera finalmente comprenderla toda, en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su humana e imperfecta consistencia, en sus desgracias y sufrimientos, en las debilidades y las miserias de tantos de sus hijos, en sus aspectos menos simpáticos, y en el esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo Místico de Cristo. Quisiera abrazarla, saludarla, amarla, en cada ser que la compone, en cada Obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla”.

A este punto, Benedicto XVI se ha preguntado, ¿Qué se puede añadir a palabras tan altas e intensas? Y ha proseguido: “Pablo VI dedicó todas sus energías al servicio de una Iglesia lo más conforme posible a su Señor Jesucristo, de modo que, encontrándola, el hombre contemporáneo pudiera encontrar a Jesús, porque de Él tiene necesidad absoluta. Este es el anhelo profundo del Concilio Vaticano II, al que corresponde la reflexión del papa Pablo VI sobre la Iglesia. Él quería exponer de forma programática algunos puntos importantes en su primera Encíclica, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964, cuando aún no habían visto la luz las Constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes.

RealAudioMP3 “Con aquella Encíclica el Pontífice se proponía explicar a todos la importancia de la Iglesia para la salvación de la humanidad, y al mismo tiempo, la exigencia que entre la comunidad eclesial y la sociedad se establezca una relación de mutuo conocimiento y amor (cfr Enchiridion Vaticanum, 2, p. 199, n. 164). “Conciencia”, “renovación”, “diálogo”: estas son las tres palabras elegidas por Pablo VI para expresar sus “pensamientos” dominantes – como él los define – en el inicio de ministerio petrino, y la tres tienen que ver con la Iglesia. Ante todo, la exigencia que ella profundice el conocimiento de sí misma: origen, naturaleza, misión, destino final; en segundo lugar, su necesidad de renovarse y purificarse mirando al modelo que es Cristo; en fin, el problema de sus relaciones con el mundo moderno (cfr ibid., pp. 203-205, nn. 166-168).

La reflexión del Papa Montini sobre la Iglesia es más que nunca actual; y aún más es precioso el ejemplo de su amor por ella, inseparable del amor por Cristo ha precisado el Santo Padre dirigiéndose especialmente a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

RealAudioMP3 “¿Cómo no ver que la cuestión de la Iglesia, de su necesidad en el designio de salvación y de su relación con el mundo, siguen siendo hoy, absolutamente centrales? ¿Que, además, los desarrollos de la secularización y la globalización la han hecho aún más radical, en la confrontación con el olvido de Dios, por una parte, y con las religiones no cristianas, por otra? “El misterio de la Iglesia – leemos siempre en la Encíclica Ecclesiam suam – no es un simple objeto de conocimiento teológico, debe ser un hecho vivido, en el que antes de tener una clara noción, el alma fiel puede tener una cuasi connatural experiencia” (ibid., p 229, n. 178). Esto presupone una robusta vida interior, que es “la gran fuente de la espiritualidad de la Iglesia, su propio modo de recibir la irradiación del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, inviolable defensa y fuente de energía en su difícil contacto con el mundo profano” (ibid., p. 231, n. 179).

También en su homilía Benedicto XVI ha aprovechado la ocasión para referirse al año sacerdotal que estamos celebrando teniendo como telón de fondo las palabras de su predecesor Pablo VI en lo que se refiere al celibato sacerdotal. Palabras que ha dedicado sacerdotes de la diócesis de Brescia, así como a los jóvenes que se están formando en el Seminario:

RealAudioMP3 “«Tomado por Cristo Jesús» (Fil 3,12) hasta el abandono de sí mismo a él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo también en el amor con el cual el eterno Sacerdote ha amado a la Iglesia, su Cuerpo, ofreciendo todo de sí por ella… La virginidad consagrada de los ministros sagrados manifiesta, en efecto, el amor virginal de Cristo por la Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión” (Sacerdotalis caelibatus, 26). Queridos hermanos, los ejemplos sacerdotales del siervo de Dios Juan Bautista Montini os guíen siempre, e que interceda por vosotros San Arcángel Tadini, que poco antes he venerado en la breve visita a Botticino”.

El Pontífice ha finalizado su homilía subrayando la vitalidad de los laicos en el apostolado asociado y en su compromiso social y teniendo en cuenta las Enseñanzas de Pablo VI ha recordado también el compromiso que tuvo en promover la vida consagrada y ha pedido rezar para que el fulgor de la belleza divina resplandezca en cada comunidad y que la Iglesia sea signo luminoso de esperanza para la humanidad del tercer milenio. Que nos obtenga esta gracia María, a quien Pablo VI quiso proclamar, al final del Concilio Ecuménico Vaticano II, Madre de la Iglesia.

Benedicto XVI llegaba esta mañana a Ghedi procedente del aeropuerto romano de Ciampino tras haber abandonado la Ciudad del Vaticano en helicóptero pasadas las ocho de la mañana. Antes de llegar a Brescia se ha detenido en la parroquia de Botticino Sera donde ha venerado los restos mortales de san Arcángel Tadini a quién se ha referido el Santo Padre al pronunciar unas breves palabras al salir del templo.

Está previsto que esta tarde el Pontífice se traslade a Concesio donde visitará la casa natal del Papa Montini y se encontrará con algunos miembros de la familia. Después se trasladará a la nueva sede del Instituto Pablo VI y en el auditorium Vittorio Montini tendrá lugar la ceremonia oficial de inauguración de este complejo y la entrega del VI Premio internacional Pablo VI. Benedicto XVI finalizará su visita pastoral a la tierra natal de Giovanni Battista Montini visitando la parroquia de San Antonio donde fue bautizado el siervo de Dios Pablo VI dando de esta manera por finalizado su décimo séptimo viaje pastoral que realiza en Italia.

HOMILÍA COMPLETA



¡Queridos hermanos y hermanas!

Estoy muy alegre al poder partir con ustedes el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, aquí, en el corazón de la Diócesis de Brescia, donde nació y recibió su formación juvenil el siervo de Dios Juan Bautista Montini, el Papa Pablo VI. ¡Saludo a todos con afecto y les agradezco por la calurosa bienvenida! Agradezco de manera particular al obispo, Mons. Luciano Monari, por las palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración, y con él saludo a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los agentes de pastoral. Doy las gracias al alcalde y a las autoridades civiles y militares. Dirijo un pensamiento especial a los enfermos que se encuentran en el interior de la catedral.

En el centro de la Liturgia de la Palabra de este domingo – el trigésimo segundo del Tiempo Ordinario – encontramos el personaje de la viuda pobre, o para ser más precisos, el gesto que realiza colocando en el cepillo del Templo las últimas monedas que le quedaban. Un gesto que, gracias a la mirada atenta de Jesús, se ha convertido en proverbial: “el óbolo de la viuda”, en efecto, es sinónimo de la generosidad de quien da sin reservas lo poco que posee. Pero antes quisiera subrayar la importancia del ambiente en el que se desarrolla el episodio evangélico, esto es, el Templo de Jerusalén, centro religioso del pueblo de Israel y corazón de toda su vida. El Templo es el lugar del culto público y solemne, y también de las peregrinaciones, de los ritos tradicionales, y de las disputas rabínicas, como las que nos narra el Evangelio, en las que Jesús se comporta a la manera de los maestros, pero enseñando con una singular autoridad. Él pronuncia juicios severos en el enfrentamiento con los escribas, por su hipocresía: ellos, en efecto, mientras hacen gala de una gran religiosidad, explotan a la pobre gente imponiendo obligaciones que ellos mismos no cumplen. Jesús, en resumen, se demuestra afecto al Templo como casa de oración, y precisamente por ello lo quiere purificar de los usos impropios, es más, quiere revelarnos el significado más profundo, ligado al cumplimiento de su mismo misterio.  
El episodio de la ofrenda de la viuda se circunscribe a tal contexto y nos conduce, a través de la mirada del mismo Jesús, a fijar la atención sobre un aspecto particular, fugaz, pero decisivo: el gesto de una viuda, muy pobre, que coloca en el cepillo del Templo dos monedas. Jesús nos dice a nosotros, como lo dijo aquel día a los discípulos: ¡Pongan atención! Miren bien qué hace aquella viuda, porque su acto contiene una gran enseñanza; en efecto, este acto expresa la característica fundamental de quienes son “piedras vivas” de este nuevo Templo, expresa la donación completa de sí al Señor y al prójimo. Este es el significado perenne de la ofrenda de la viuda pobre, que Jesús exalta porque – dice – ha dado más que los ricos, que dan de lo que les sobre, mientras que ella ha dado todo lo que tenía para vivir (cfr. Mc 12,44).

¡Queridos amigos! A partir de este icono evangélico, deseo meditar brevemente sobre el misterio de la Iglesia, y de esta manera rendir homenaje a la memoria del gran papa Pablo VI, que consagró a ella toda su vida. La Iglesia es un organismo espiritual concreto que prolonga en el espacio y en el tiempo la oblación del Hijo de Dios, un sacrificio aparentemente insignificante respecto a las dimensiones del mundo y de la historia, pero decisivo a los ojos de Dios. Como dice la Carta a los Hebreos – también en el texto que hemos escuchado – a Dios le bastó el sacrificio de Jesús, ofrecido “una sola vez”, para salvar al mundo entero (cfr. Hb 9,26.28), porque en aquella única oblación está condensado todo el amor divino, como en el gesto de la viuda está concentrado todo el amor de aquella mujer por Dios y por los hermanos: no falta nada ni nada se podría añadir. La Iglesia, que incesantemente nace de la Eucaristía, es la continuación de este don, de esta sobreabundancia que se expresa en la pobreza, del todo que se ofrece en el fragmento. Es el cuerpo de Cristo que se dona enteramente, cuerpo partido y compartido, en constante adhesión a la voluntad de su cabeza. Estoy contento porque están profundizando la naturaleza eucarística de la Iglesia, guiados por la carta pastoral de su obispo.

Es esta la Iglesia que el siervo de Dios Pablo VI amó con amor apasionado y ha procurado con todas sus fuerzas hacer comprender y amar. Releamos su Pensamiento en la muerte, allá donde, en la parte conclusiva, habla de la Iglesia. “Pudiera decir – escribe – que siempre la he amado… y que por ella, no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiera”. Son los acentos de un corazón palpitante, que prosigue de esta manera: “Quisiera finalmente comprenderla toda, en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su humana e imperfecta consistencia, en sus desgracias y sufrimientos, en las debilidades y las miserias de tantos de sus hijos, en sus aspectos menos simpáticos, y en el esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo Místico de Cristo. Quisiera abrazarla, saludarla, amarla, en cada ser que la compone, en cada Obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla”. Y las últimas palabras son para ella, como a la esposa de toda la vida: “¿Y qué diré a la Iglesia, a la que debo todo y que fue mía? Las bendiciones de Dios estén sobre ti; ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten el sentido de las verdaderas y profundas necesidades de la humanidad; y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo”.

¿Qué se puede añadir a palabras tan altas e intensas? Sólo quisiera subrayar esta última visión de la Iglesia “pobre y libre”, que nos lleva a la figura evangélica de la viuda. Así debe ser la comunidad eclesial, para llegar a hablar a la humanidad contemporánea. El encuentro y el diálogo de la Iglesia con la humanidad de nuestro tiempo estaban de manera particular en el corazón de Juan Bautista Montini en todas las etapas de su vida, desde sus primeros años de sacerdocio hasta el pontificado. Él dedicó todas sus energías al servicio de una Iglesia lo más conforme posible a su Señor Jesucristo, de modo que, encontrándolo a él, el hombre contemporáneo pudiera encontrar a Jesús, porque de Él tiene necesidad absoluta. Este es el anhelo profundo del Concilio Vaticano II, al que corresponde la reflexión del papa Pablo VI sobre la Iglesia. Él quería exponer de forma programática algunos puntos importantes en su primera Encíclica, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964, cuando aún no habían visto la luz las Constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes.

Con aquella Encíclica el Pontífice se proponía explicar a todos la importancia de la Iglesia para la salvación de la humanidad, y al mismo tiempo, la exigencia que entre la Comunidad eclesial y la sociedad se establezca una relación de mutuo conocimiento y amor (cfr Enchiridion Vaticanum, 2, p. 199, n. 164). “Conciencia”, “renovación”, “diálogo”: estas son las tres palabras elegidas por Pablo VI para expresar sus “pensamientos” dominantes – como él los define – en el inicio de ministerio petrino, y la tres tienen que ver con la Iglesia. Ante todo, la exigencia que ella profundice el conocimiento de sí misma: origen, naturaleza, misión, destino final; en segundo lugar, su necesidad de renovarse y purificarse mirando al modelo que es Cristo; en fin, el problema de sus relaciones con el mundo moderno (cfr ibid., pp. 203-205, nn. 166-168). Queridos amigos – y me dirijo de manera especial a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio -, ¿como no ver que la cuestión de la Iglesia, de su necesidad en el designio de salvación y de su relación con el mundo, siguen siendo hoy, absolutamente centrales? ¿Que, además, los desarrollos de la secularización y la globalización la han hecho aún más radical, en la confrontación con el olvido de Dios, por una parte, y con las religiones no cristianas, por otra? La reflexión del papa Montini sobre la Iglesia es más que nunca actual; y aún más es precioso el ejemplo de su amor por ella, inseparable del amor por Cristo. “El misterio de la Iglesia – leemos siempre en la Encíclica Ecclesiam suam – no es un simple objeto de conocimiento teológico, debe ser un hecho vivido, en el que antes de tener una clara noción, el alma fiel puede tener una cuasi connatural experiencia” (ibid., p 229, n. 178). Esto presupone una robusta vida interior, que es “la gran fuente de la espiritualidad de la Iglesia, su propio modo de recibir la irradiación del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, inviolable defensa y fuente de energía en su difícil contacto con el mundo profano” (ibid., p. 231, n. 179).

¡Queridos, que don inestimable para la Iglesia la lección del Siervo de Dios Pablo VI! ¡Y cómo es entusiasmante cada vez ponerse en su escuela! Es una lección que tiene que ver con todos y nos compromete a todos, según los diversos dones y ministerios de los que está enriquecido el Pueblo de Dios, por la acción del Espíritu Santo. En este Año Sacerdotal me gusta subrayar como ella interese e involucre de manera particular a los sacerdotes, a los cuales el papa Montini reservó siempre un afecto y una solicitud especiales. En la Encíclica sobre el celibato sacerdotal escribe: “«Tomado por Cristo Jesús» (Fil 3,12) hasta el abandono de sí mismo a él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo también en el amor con el cual el eterno Sacerdote ha amado a la Iglesia, su Cuerpo, ofreciendo todo de sí por ella… La virginidad consagrada de los ministros sagrados manifiesta, en efecto, el amor virginal de Cristo por la Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión” (Sacerdotalis caelibatus, 26). Dedico estas palabras a los numerosos sacerdotes de la diócesis de Brescia, que están aquí bien representados, así como a los jóvenes que se están formando en el Seminario. Y quisiera recordar también las palabras que Pablo VI dirigiera a los alumnos del Seminario Lombardo el 7 de diciembre de 1968, mientras las dificultades del post-Concilio se sumaban con los fermentos del mundo juvenil: “Tantos – decía – se esperan del Papa gestos clamorosos, intervenciones enérgicas y decisivas. El Papa no cree que debe seguir otra línea que no sea aquella de la confianza en Jesucristo, a quien preocupa su Iglesia más que a ningún otro. Será Él a calmar la tempestad… No se trata de una espera estéril o inerte: más bien de una espera vigilante en la oración. Es esta la condición que Jesús eligió para nosotros, para que Él pueda obrar en plenitud. También el Papa tiene necesidad de ser ayudado con la oración” (Enseñanzas VI, [1968], 1189). Queridos hermanos, los ejemplos sacerdotales del Siervo de Dios Juan Bautista Montini les guíen siempre, e interceda por ustedes San Arcángel Tadini, que poco antes he venerado en la breve visita a Botticino.

Mientras saludo y animo a los sacerdotes, no puedo olvidar, especialmente aquí en Brescia, a los fieles laicos, que en esta tierra han demostrado una extraordinaria vitalidad de fe y obras, en los diversos campos del apostolado asociado y del compromiso social. En las Enseñanzas de Pablo VI, queridos amigos brescianos, pueden encontrar indicaciones siempre preciosas para afrontar los desafíos del presente, como, y sobre todo, la crisis económica, la inmigración, la educación de los jóvenes. Al mismo tiempo, el Papa Montini no perdía ocasión para subrayar el primado de la dimensión contemplativa, es decir, el primado de Dios en la experiencia humana. Y por ello no se cansaba nunca de promover la vida consagrada, en la variedad de sus aspectos. Él amó intensamente la multiforme belleza de la Iglesia, reconociendo en ella el reflejo de la infinita belleza de Dios, que se vislumbra en el rostro de Cristo.

Oremos para que el fulgor de la belleza divina resplandezca en cada comunidad nuestra y la Iglesia sea signo luminoso de esperanza para la humanidad del tercer milenio. Que nos obtenga esta gracia María, a quien Pablo VI quiso proclamar, al final del Concilio Ecuménico Vaticano II, Madre de la Iglesia. ¡Amén!








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