El Papa recuerda a los prelados fallecidos este año, que nos ayudan a aceptar el sentido
de la vida como una peregrinación hacia la vida eterna
Jueves, 5 nov (RV).- Encomendando a la Divina Misericordia a los siete cardenales
- entre ellos el argentino Pío Laghi - y cien arzobispos y obispos fallecidos durante
el año, Benedicto XVI ha presidido esta mañana la Santa Misa en la Basílica de San
Pedro. Como es tradicional por estas fechas, en que estamos invitados a elevar la
mirada del corazón, como señala el Salmo 122, «¡Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos
a la Casa del Señor!’»:
«El Cielo
donde está misteriosamente reunida, en la visión beatífica de Dios, la muchedumbre
de todos los Santos que la liturgia nos ha hecho contemplar hace unos días. A la solemnidad
de los Santos le sigue la conmemoración de todos los Fieles difuntos. Estas dos celebraciones,
vividas en un profundo clima de fe y de oración, nos ayudan a percibir mejor el misterio
de la Iglesia en su totalidad y a comprender cada vez más que la vida debe ser una
continua y atenta espera, una peregrinación hacia la vida eterna, cumplimiento último
que da sentido y plenitud a nuestro caminar terrenal. A las puertas de la Jerusalén
celeste, cuyos umbrales nuestros pies ya están pisando» (v 2).
El Santo
Padre ha evocado con afecto a los purpurados y pastores fallecidos, en acción de gracias
a Dios por el bien que han cumplido, y en cuyo sufragio se ha ofrecido el Sacrificio
eucarístico en la basílica vaticana:
«A esta
meta definitiva han llegado ya los llorados cardenales: Avery Dulles, Pío Laghi, Stéphanos
II Ghattas, Stephen Kim Sou-Hwan, Paul Joseph Pham Đình Tung, Umberto
Betti, Jean Margéot, y los numerosos arzobispos y obispos que nos han dejado durante
este último año».
El Papa ha hecho hincapié en que «pensamos en ellos en
la comunión, real y misteriosa, que nos une a los que peregrinamos en la tierra con
cuantos nos ha precedido en el más allá, con la certeza que tenemos de que la muerte
no rompe los vínculos de fraternidad espiritual, sellados por los sacramentos del
Bautismo y del Orden».
«En estos venerados
hermanos nuestros, amamos reconocer a los servidores de la parábola evangélica, que
acabamos de proclamar: servidores fieles, que el señor, al volver de la boda, ha encontrado
despiertos y preparados (cfr Lc 12,36-38). Pastores que han servido a la Iglesia asegurando
a la grey de Cristo el cuidado necesario. Testigos del Evangelio que, en la variedad
de sus dones y tareas, han dado prueba de activa y operosa vigilancia, de generosa
dedicación a la causa del Reino de Dios».
Recordando que Cristo destruye
la muerte y nos dona su vida, la vida sin fin y tras exhortar a todos a permanecer
despiertos y vigilantes, el Santo Padre ha reflexionado sobre la primera lectura,
tomada del libro de la Sabiduría (3,1-4) Las almas de los justos están en las manos
de Dios, y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían
muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de
nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz. A los ojos de los hombres,
ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad.
«La
fe nos sostiene en estos momentos de humanamente cargados de tristeza y desconsuelo»,
ha señalado el Santo Padre exhortando a percibir el valor de nuestras penas en la
perspectiva del amor eterno. Ante las dificultades y problemas que nunca faltan, como
bien sabemos, en esta vida. Ante los sufrimientos, los momentos difíciles de comprender
y aceptar, recordemos que en este mundo estamos de paso y que «misteriosamente asociados
a la pasión de Cristo podemos hacer de nuestra existencia una oferta agradable al
Señor, un voluntario sacrificio de amor».
Poniendo de relieve, una vez más,
la exhortación a mantener viva en el corazón la perspectiva de la esperanza proyectados
en clima de fiesta del Paraíso, Benedicto XVI ha reiterado que Dios nos ha regenerado
en su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
«He aquí el motivo de la alegría que nos inunda, aunque estemos afligidos
por varias penas», ha explicado el Santo Padre. Pues «si perseveramos en el bien,
nuestra fe, purificada por muchas pruebas, resplandecerá un día en todo su fulgor
y volverá a nosotros como alabanza gloria y honor, cuando Jesús se manifestará en
su gloria». «Ésta es la razón de nuestra esperanza, que ya aquí nos hace ‘exultar
de gozo indecible y lleno de gloria’, mientras estamos en camino hacia la meta de
nuestra fe: la salvación de las almas»:
«Queridos hermanos
y hermanas, es con estos sentimientos que queremos encomendar a la Divina Misericordia
a estos cardenales, arzobispos y obispos, con los cuales hemos trabajado juntos en
la viña del Señor. Definitivamente liberados de lo que queda en ellos de la humana
fragilidad los acoja el Padre celeste en su Reino eterno y les conceda el premio prometido
a los buenos y fieles servidores del Evangelio. Que los acompañe, con su maternal
solicitud, la Virgen Santa y les abra las puertas del Paraíso. Que la Virgen María
nos ayude también a nosotros, aún viandantes en la tierra, a mantener fija la mirada
hacia la patria que nos espera. Que nos aliente también a nosotros a estar preparados,
‘ceñidos’ y con las ‘lámparas encendidas’ para acoger al Señor cuando viene y llama
a la puerta. A cualquier hora y en cualquier momento. Amén»