DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE ZIMBABUE EN VISITA «AD LIMINA»
Viernes 4 de septiembre de 1998
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
Con alegría os doy la bienvenida a vosotros, los obispos de Zimbabue, con ocasión
de vuestra visita ad limina Apostolorum: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios
nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Flp 1, 2). Como sucesores de los Apóstoles,
prestamos una «colaboración al Evangelio» (Flp 1, 5), que se extiende, de modo apropiado,
a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis. Os pido que les
transmitáis mis saludos y les aseguréis que los tengo presentes constantemente en
mis oraciones. El paso del tiempo no ha disminuido el recuerdo de mi visita a vuestro
país, cuando experimenté personalmente la cordial hospitalidad de vuestro pueblo y
la riqueza de sus tradiciones culturales.
Es motivo de alegría el hecho de
que la población católica de Zimbabue esté creciendo constantemente: «Esta ha sido
la obra del Señor, una maravilla a nuestros ojos» (Sal 118, 23). Afirmáis en vuestros
informes que muchos adultos abrazan la fe y que están entrando en la Iglesia. Por
eso, podemos identificar inmediatamente dos prioridades importantes de vuestro ministerio
como obispos: la atención pastoral a las familias y la formación religiosa de los
laicos.
2. Ciertamente, en vuestro país, como en otras partes de África y
del mundo, la familia como institución está afrontando pruebas difíciles. El índice
de divorcios es alto; la plaga del aborto continúa deshumanizando la sociedad; la
crisis producida por el sida sigue siendo grave, y ningún sector de la sociedad es
inmune a sus efectos devastadores. Además, esta situación a menudo se ve agravada
por políticas que no producen en las actitudes y los comportamientos los cambios necesarios
para superar con éxito esos males. Por eso, vuestras palabras sobre el carácter sagrado
de toda vida humana, sobre la ley moral acerca de la sexualidad humana y sobre la
santidad de la vida matrimonial son muy necesarias. Como obispos, debemos tener la
valentía de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin
ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño (cf. Evangelium
vitae, 58).
Con razón estáis preocupados por el número de parejas católicas
que se casan según las costumbres tradicionales, sin el beneficio del sacramento del
santo matrimonio, por el elevado índice de uniones irregulares y por la práctica continua
de la poligamia. Una catequesis correcta y completa sobre el matrimonio cristiano,
realizada en programas parroquiales de preparación para el matrimonio bien presentados,
puede ayudar a las parejas jóvenes a crecer espiritualmente y a perseverar en una
participación plena en la vida sacramental de la Iglesia. Mediante un esfuerzo común,
inspirado por la comisión para el matrimonio y la familia de vuestra Conferencia episcopal,
los sacerdotes y los demás agentes pastorales pueden ser cada vez más conscientes
de que el futuro de la Iglesia y de la sociedad depende de la estabilidad del matrimonio
y de la familia.
Con respecto al tema de la formación de los laicos en general,
debemos reconocer una vez más con gratitud la valiosa contribución que vuestros catequistas
han dado a la construcción de la Iglesia en Zimbabue: son en verdad un tesoro inestimable,
pues enseñan la fe a los jóvenes y preparan a los convertidos adultos a recibir el
bautismo y a insertarse plenamente en la vida eclesial. Como observaron los padres
del Sínodo para África: «El papel de los catequistas ha sido y continúa siendo determinante
en la fundación y extensión de la Iglesia en África. El Sínodo recomienda que los
catequistas no sólo se beneficien de una perfecta preparación inicial (...), sino
que continúen también recibiendo una formación doctrinal y un apoyo moral y espiritual»
(Ecclesia in Africa, 91). Y en verdad es una bendición que cada una de vuestras diócesis
cuente con un centro de formación pastoral para catequistas. He leído con interés
acerca de vuestras «escuelas de invierno» para catequistas, y os animo a difundir
esos cursos de formación y a profundizarlos, considerando la formación intelectual,
pastoral y espiritual permanente de vuestros catequistas como uno de los grandes compromisos
de vuestro ministerio. En todo esto, el Catecismo de la Iglesia católica puede ser
una fuente y un instrumento de gran valor.
3. Los jóvenes representan más
del cincuenta por ciento de la población de vuestro país, y su atención pastoral es
una de vuestras prioridades. Algunas de las mayores dificultades que afronta la juventud
de Zimbabue, como el desempleo, los efectos perjudiciales de cierto uso de los medios
de comunicación social y la fascinación de las sectas religiosas, hacen que sea indispensable
para vosotros abordar estas cuestiones con decisión y creatividad pastoral. Os aliento
a hacer todo lo que esté a vuestro alcance para aumentar la eficacia de las organizaciones
juveniles católicas. Con una formación y actividades apropiadas, los jóvenes «descubren
muy pronto el valor de la entrega de sí mismos, camino esencial para el desarrollo
de la persona » (Ecclesia in Africa, 93). De ese modo, maduran humana y espiritualmente,
y llegan a ser miembros responsables de la comunidad y evangelizadores eficaces de
sus coetáneos. La oración, el estudio y la reflexión son elementos importantes que
no pueden faltar en la formación de los jóvenes. Por eso, necesitan la guía de sacerdotes,
religiosos y líderes laicos que den con su vida un auténtico testimonio de Cristo
y del Evangelio. También aquí vuestra Conferencia de obispos puede dar una contribución
significativa, adoptando medidas que aseguren que su Consejo nacional de jóvenes católicos
esté convenientemente dotado y preparado para brindar una ayuda efectiva al cuidado
pastoral de los jóvenes.
Además, las escuelas católicas de Zimbabue desempeñan
una función importante en la transmisión de las verdades y los valores de la fe cristiana,
y la gente en general valora mucho la instrucción y la formación impartidas por las
instituciones educativas católicas. Sin embargo, algunas políticas que prohíben la
enseñanza de la religión durante el horario escolar regular dificultan esa tarea.
Es necesario seguir defendiendo estos principios: el derecho a la libertad religiosa
y los derechos fundamentales de los padres a la educación de sus hijos. Los líderes
políticos de vuestro país han elogiado los beneficios de la educación cristiana y
han destacado cuánto puede contribuir la Iglesia a la necesaria renovación de los
valores morales en la sociedad. Animo vuestros esfuerzos encaminados a lograr un entendimiento
formal con el Gobierno sobre los derechos y la justa autonomía de las escuelas católicas.
4. En todas estas tareas, vuestros primeros y principales colaboradores en
la predicación del Evangelio y en la difusión de la buena nueva de la salvación son
los sacerdotes. Para ellos en particular, como escribió san Ignacio de Antioquía,
el obispo debe ser «la imagen viva de Dios Padre» (Ad. Trall., 3, 1). Esta paternidad
espiritual se expresa en un profundo vínculo de comunión entre vosotros y vuestros
sacerdotes, en vuestra disponibilidad a acogerlos y en el apoyo que esperan y necesitan
de vosotros. Al tratar de ser auténticos guías espirituales, vuestra actitud de apertura,
compasión y cooperación con ellos, vuestro amor personal a la Iglesia, vuestra misma
espiritualidad sacerdotal, el ejemplo de vuestra oración litúrgica y personal, y vuestra
fidelidad a la Sede de Pedro, desempeñan un papel importante en la creación de un
espíritu de unidad positivo y verdaderamente sereno dentro del presbiterio. El bienestar
humano y espiritual de vuestros sacerdotes será el coronamiento de vuestro ministerio
episcopal.
El aumento del número de las vocaciones sacerdotales y religiosas
en muchas de vuestras diócesis constituye una gran bendición, pero también una gran
responsabilidad. Os exhorto a seleccionar con esmero a los candidatos a quienes conferís
la ordenación sacerdotal, a velar por la solidez doctrinal de los programas de estudio,
y a asegurar la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas.
La Carta sobre la formación sacerdotal, publicada recientemente por vuestra Conferencia,
debería ser un instrumento muy útil a este respecto, y podría servir también como
una valiosa guía para los superiores religiosos, a los que invitáis a ejercer la misma
vigilancia y a tener el mismo cuidado con los miembros de sus institutos.
Con
la difusión de una concepción laicista y materialista de la vida, es sumamente necesario
que los sacerdotes y los religiosos muestren claramente que siguen el ejemplo del
amor abnegado de Cristo, practicando la disciplina, la mortificación, el sacrificio
y la generosidad para con los demás. Es de fundamental importancia que los futuros
sacerdotes comprendan de manera clara y realista el valor del celibato y su relación
con el ministerio sacerdotal. Así, aprenderán a «estimar, amar y vivir el celibato
en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y por tanto, en sus motivaciones
evangélicas, espirituales y pastorales» (Pastores dabo vobis, 50).
Compartir
una vida sencilla alegra al presbiterio y, cuando va acompañada por la confianza mutua,
facilita la obediencia voluntaria que todo presbítero debe a su obispo. Cuando la
autoridad episcopal se ejerce como servicio desinteresado y cuando la obediencia sacerdotal
se practica como colaboración pronta, se da un testimonio elocuente del Evangelio
y se fortalece la unidad de la Iglesia particular.
5. El compromiso y la generosidad
que han mostrado los miembros de los institutos religiosos constituye una parte esencial
de la historia de la Iglesia en Zimbabue. Su estilo de vida y su servicio lleno de
amor, especialmente en los campos de la educación y la sanidad, han sido un signo
de la fuerza del amor de Dios que actúa en medio de su pueblo de generación en generación,
produciendo, gracias al trabajo de sus celosos operarios, una cosecha cada vez más
abundante (cf. 1 Co 3, 6). Cuando invitéis a los religiosos a seguir siendo testigos
fieles del Señor en medio de su pueblo, es importante que se estime cada vez más el
apostolado particularmente valioso de las religiosas como una parte vital de la misión
de construir la «familia de Dios» (Ef 2, 19) en Zimbabue.
6. Queridos hermanos
en el episcopado, todos los días os esforzáis por ser fieles a los deberes que el
Señor os ha confiado. Tanto de modo individual en vuestras respectivas diócesis, como
de manera comunitaria en la Conferencia episcopal, procuráis iluminar con sanos principios
morales las realidades contemporáneas de la sociedad de Zimbabue. En el área particularmente
delicada de la redistribución de la tierra, por ejemplo, os habéis hecho portavoces
de la doctrina social de la Iglesia, exponiendo la necesidad de «un mecanismo apropiado
(...) para lograr que se garanticen siempre la justicia, la igualdad y la equidad
». Habéis afirmado que «el bien común requiere que la redistribución de la tierra
se realice de modo que no se perjudique la capacidad (...) de alimentar a Zimbabue
y, naturalmente, a los países vecinos»; habéis tratado asimismo las cuestiones relativas
al medio ambiente, subrayando que «también la conservación ecológica de la tierra
ha de ser una prioridad» (Declaración de la Conferencia episcopal de Zimbabue sobre
la reforma agraria). La Santa Sede es consciente de la importancia de esta compleja
cuestión para el correcto desarrollo de los países y para la paz entre los pueblos
(cf. Consejo pontificio Justicia y paz, Para una mejor distribución de la tierra.
El reto de la reforma agraria, 23 de noviembre de 1997).
Durante estas últimas
semanas, todos hemos asistido con tristeza a la propagación de la violencia y de los
conflictos armados en varias partes de África y, particularmente, en la República
democrática del Congo. Esperamos y oramos para que se ponga fin cuanto antes a la
violencia en esa región, especialmente la violencia que se dirige contra los ciudadanos
inocentes, que están expuestos a la opresión y a saqueos terribles, privados de lo
necesario para su sustento y condenados a un futuro incierto. Vuestra nación es pacífica.
Debéis esforzaros para mantenerla así, recordando a vuestro pueblo que una solución
militar a los graves problemas sociales y económicos será siempre un espejismo y causa
de nuevos lutos e injusticias. Como servidores del Príncipe de la paz, debemos proclamar
con fuerza que la solución a los problemas de la nación no se encuentra en la fuerza
destructora del odio y de la muerte, sino en el diálogo constructivo y en la negociación.
En estas áreas, como en todos los aspectos de vuestro ministerio pastoral,
la experiencia de la colaboración en la Conferencia episcopal es muy positiva y benéfica,
y sé que estáis agradecidos a los sacerdotes, los religiosos y los laicos que trabajan
en las diferentes oficinas de la Conferencia. Asimismo, el desarrollo de estructuras
diocesanas adecuadas, según el derecho canónico, también contribuye a que vuestro
servicio al pueblo de Dios sea cada vez más eficaz. Os animo a seguir siempre este
camino.
7. Estas son algunas de las reflexiones que me sugiere vuestra visita,
y con amor y comprensión las comparto con vosotros. De este modo, puedo participar
en vuestras alegrías y en vuestros desafíos como pastores de la grey de Dios. En el
umbral del tercer milenio cristiano, y siempre, el Señor llama a la Iglesia en Zimbabue
a dar un testimonio creíble del Evangelio mediante gestos como los de Cristo. Contad
con la seguridad de mis constantes oraciones por vuestras Iglesias particulares, para
que todos los fieles respondan con fe firme e ilimitada generosidad a la gracia que
el Señor está derramando sobre vosotros. Llevad mi aliento y mis mejores deseos a
los sacerdotes y a los religiosos, a los seminaristas y a los catequistas, a los catecúmenos
y a todos los que buscan la verdad de Cristo, a las familias y a las comunidades parroquiales.
«¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús»
(1 Co 16, 23-24). Amén.