DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE BURUNDI EN VISITA "AD LIMINA"
Queridos hermanos en el episcopado:
1. En este tiempo fuerte de vuestro
ministerio episcopal que es la visita ad limina, constituye una gran alegría para
mí acogeros a vosotros, pastores de la Iglesia católica en Burundi. Habéis venido
a visitar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, a fin de acrecentar en vosotros
el impulso apostólico que los animaba y los trajo hasta aquí para ser testigos del
evangelio de Cristo, aceptando por ello entregar totalmente su vida. Al encontraros
con el Obispo de Roma y sus colaboradores, queréis también manifestar vuestra comunión
con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Que el Señor bendiga vuestro gesto
y os sostenga en el servicio al pueblo que os ha sido confiado. El presidente de
vuestra Conferencia episcopal, monseñor Simon Ntamwana, ha trazado en vuestro nombre
un rápido y conmovedor cuadro de la situación de la Iglesia en Burundi. Se lo agradezco
cordialmente. Por medio de vosotros, saludo afectuosamente a los sacerdotes, los religiosos,
las religiosas, los catequistas y los laicos de vuestras diócesis. Que el Señor les
dé fuerza y audacia para ser, en todas las circunstancias, testigos vigilantes del
amor de Dios en medio de sus hermanos. Expresad también a todos vuestros compatriotas
mis fervientes deseos de que todo el país recupere rápidamente la paz y la prosperidad.
2.
La vitalidad de la Iglesia católica en Burundi es particularmente notable. Vuestros
informes quinquenales ponen de relieve de manera significativa los signos de renovación
espiritual que se manifiestan cada vez más en la vida de vuestras diócesis y de las
comunidades religiosas que actúan en ellas. Las orientaciones pastorales que con celo
habéis dado para guiar a vuestros fieles hacia Cristo ya están dando frutos alentadores,
y me alegro mucho por ello. En efecto, durante los últimos años, vuestro país ha
vivido una situación trágica. Quisiera, una vez más, encomendar a la misericordia
divina las víctimas de la violencia y expresar mi más profunda solidaridad a todas
las personas que sufren las consecuencias del drama que ha padecido vuestro país.
Vosotros mismos, queridos hermanos en el episcopado, habéis vivido esos acontecimientos
con fortaleza de espíritu. Como el apóstol Pablo, habéis aceptado afrontar todos los
peligros por solicitud y amor a vuestras Iglesias diocesanas y a vuestro pueblo (cf.
2 Co 11, 26). Quiero aquí rendir homenaje a la figura de monseñor Joachim Ruhuna,
arzobispo de Gitega, víctima de la violencia a la que quiso oponerse con todas sus
fuerzas. Junto con vosotros, toda la comunidad católica ha sido golpeada duramente
en sus sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que han permanecido firmes en
la prueba, a veces hasta la entrega de su vida. Entre todos estos testigos del Evangelio,
los jóvenes seminaristas de Bruta, con su sacrificio heroico, dieron en nombre del
Señor un ejemplo magnífico de fraternidad, que deberán seguir las generaciones futuras.
Agradezco sinceramente a los pastores, a los agentes pastorales y a todos los fieles
de Burundi su valentía y su fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A pesar de las innumerables
dificultades, los católicos de vuestro país han conservado viva su fe en la presencia
del Señor, que no los abandona y los acompaña siempre. La celebración del primer centenario
de la evangelización, el año pasado, fue un signo evidente de su vitalidad y de su
esperanza en el futuro. En este momento privilegiado de su historia, la Iglesia ha
querido manifestar solemnemente su compromiso por el camino de la reconciliación y
la paz, a fin de marcar así el comienzo de una nueva era para todos los habitantes
de Burundi, dando una contribución activa. Quiera Dios que este aniversario sea para
todos los fieles una fuente de dinamismo con vistas a la nueva evangelización de su
país.
3. En vuestro ministerio episcopal, a menudo difícil, encontráis ayuda
y apoyo en los sacerdotes, vuestros más cercanos colaboradores. En efecto, os une
a ellos un estrecho vínculo, fundado en la participación en el único sacerdocio de
Cristo y en la misma misión apostólica. "La relación con el obispo en el único presbiterio,
la coparticipación en su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico
del pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia
particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración
propia del sacerdote y de su vida espiritual" (Pastores dabo vobis, 31). Para que
se desarrolle esta comunión efectiva, indispensable para la vida de la Iglesia, os
animo a estar cada vez más cerca de vuestros sacerdotes, compartiendo con ellos las
alegrías y las penas, las preocupaciones y las esperanzas de su vida y su ministerio.
Que en medio de las dificultades de la vida diaria encuentren en vosotros a padres
atentos, que, con una actitud de caridad y diálogo, sepan guiarlos, alentarlos y a
veces, cuando sea necesario, tomar decisiones oportunas para su bien y el de sus fieles. Felicito
muy cordialmente a cada uno de los sacerdotes de vuestras diócesis. Conozco su entrega
al servicio de la Iglesia y de su misión. Los invito con insistencia a ser cada vez
más conscientes de que la vocación sacerdotal conlleva una llamada específica a la
santidad. Mediante su consagración, los sacerdotes son configurados a Cristo, cabeza
y pastor de su Iglesia, que los compromete a llevar una vida marcada por el ejemplo
de Jesús, servidor fiel que encuentra su alegría y su felicidad en el cumplimiento
de la voluntad de su Padre y de la misión que le confió. Que en su vida den un lugar
destacado a la oración y a la celebración de los sacramentos, principalmente la Eucaristía
y la penitencia, buscando con perseverancia un auténtico encuentro personal con el
Señor. Recordando que han recibido la tarea de congregar y guiar al pueblo de Dios,
ellos mismos deben ser modelos de vida cristiana, ayudando a los fieles a crecer en
la fe y a acogerse los unos a los otros para construir la Iglesia, familia de Dios.
Con toda su vida, y en particular con su celibato, acogido como un don precioso de
Dios efectivamente asumido, han de testimoniar un amor indiviso a Cristo y a su Iglesia,
con una disponibilidad plena y gozosa al ministerio pastoral (cf. Pastores dabo vobis,
50). Con este espíritu, debéis tener con ellos un diálogo claro y firme sobre las
exigencias de la vida sacerdotal. Por último, los exhorto a ser, a tiempo y a destiempo,
mensajeros ardientes del amor de Dios, que no hace distinción de personas, sea cual
sea su origen o su condición social. Para preparar a los candidatos a vivir todas
las exigencias del compromiso sacerdotal, con profunda vida interior y espíritu de
renuncia a lo que no es compatible con una existencia consagrada, reviste gran importancia
la formación humana, intelectual, pastoral y espiritual impartida en el seminario.
Conviene, además, que se enseñe al pueblo cristiano el verdadero significado de la
vocación sacerdotal y religiosa, para que sea consciente de su responsabilidad, acompañando
con su oración a los futuros sacerdotes, religiosos y religiosas, ayudándoles a concebir
su vocación no como una promoción social, sino como un servicio generoso, que se les
pide para el bien de la Iglesia y del mundo. Para afrontar las dificultades de la
sociedad, os invito a aseguraros de que en los seminarios se traten con vigor los
temas de la justicia y de la paz, según los principios de la doctrina social de la
Iglesia. Así, los futuros pastores estarán preparados para ayudar a las generaciones
jóvenes a comprender que la justicia es mucho más que una simple reivindicación de
una etnia con respecto a otra.
4. En la labor de evangelización de vuestro
país, los catequistas desempeñan un papel importante. Durante los últimos años, por
falta de sacerdotes, en algunas regiones han sido los únicos agentes pastorales que
han permanecido en el lugar. Han podido reunir a los fieles y transmitirles la fe.
En nombre de la Iglesia, les expreso toda mi gratitud y los invito a proseguir, en
comunión con los obispos y sacerdotes, su servicio generoso, para que el nombre de
Cristo pueda seguir siendo anunciado y acogido. Queridos hermanos en el episcopado,
es grande vuestro deseo de ayudarles y sostenerlos. Ojalá que encuentren siempre en
vosotros a pastores que comparten sus preocupaciones y anhelan proporcionarles la
formación doctrinal y espiritual que les permita ser colaboradores competentes y eficaces
en la evangelización. La promoción de las comunidades de base es también un elemento
esencial de vuestra pastoral con vistas a la renovación de la Iglesia. Esas comunidades,
en las que la buena nueva se acoge para ser transmitida a su vez a los demás, son
lugares donde todos se esfuerzan por "vivir el amor universal de Cristo, que trasciende
las barreras de la solidaridad natural de los clanes, de las tribus o de otros grupos
de interés" (Ecclesia in Africa, 89). Por eso, es necesario que sus miembros reciban
una sólida formación en la oración y en la escucha de la palabra de Dios, así como
en las verdades de la fe, y que se les estimule a asumir cada vez con mayor eficacia
sus responsabilidades de bautizados y confirmados en la Iglesia y en la sociedad.
5. La responsabilidad que tienen los cristianos de trabajar por restablecer las
relaciones pacíficas y armoniosas entre todos los miembros de la nación debe llevarlos
a considerar que, para lograr este objetivo de modo duradero, es necesario garantizar
la justicia a todos. Por consiguiente, es urgente tomar clara conciencia de que los
seres humanos tienen la misma dignidad, merecen el mismo respeto, son iguales y tienen
los mismos derechos y deberes. Como escribí en mi Mensaje para la jornada mundial
de la paz de 1998, "la paz para todos nace de la justicia de cada uno. Nadie puede
desentenderse de una tarea de importancia tan decisiva para la humanidad. Es algo
que implica a cada hombre y mujer, según sus propias competencias y responsabilidades"
(n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 1997,
p. 7). Por otra parte, cuando los poderes públicos, en virtud de sus responsabilidades,
deben aplicar penas, la justicia debe ser siempre conforme a la dignidad de la persona
y, por tanto, al designio de Dios sobre el hombre y la sociedad. Como escribí en la
encíclica Evangelium vitae, "la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas
y decididas atentamente" (n. 56). No se puede por menos de deplorar el elevado número
de casos de personas a las que se aplica la pena de muerte. Mi pensamiento se dirige
también a los numerosos detenidos que son víctimas de la lentitud de los procedimientos
judiciales, deseándoles que sus procesos concluyan sin demora y se asegure correctamente
su defensa. Es importante realizar en la sociedad todo lo posible para que, a pesar
de las dificultades, no se pierda nunca la esperanza de que las personas tengan la
posibilidad de expiar su pena en el respeto a su dignidad y puedan corregirse y enmendarse.
En las circunstancias actuales, vuestro ministerio episcopal os exige velar en este
campo. Os felicito por el trabajo que realizáis, sobre todo gracias a la Comisión
"Justicia y paz", para que la justicia triunfe y prevalezca sobre el odio y el deseo
de venganza, y todos reciban una verdadera educación en la justicia y en la paz. En
efecto, la promoción de la justicia entre los pueblos y en el seno de cada comunidad
humana es parte integrante del testimonio evangélico. Por eso, os apoyo vivamente
en vuestro empeño por ayudar a vuestras comunidades a comprometerse cada vez con mayor
intensidad en la construcción de una sociedad nueva, fundada en la justicia, en la
solidaridad fraterna y en la armonía entre todos sus componentes. Es urgente formar
a cada uno, ya desde la educación básica, en los valores morales y cívicos, desarrollando
un agudo sentido de los derechos y deberes de las personas y de las comunidades humanas.
Al educar en la justicia, se educa en la paz. A todos los que aspiran a la justicia
y la paz, y en particular a los jóvenes, reafirmo con fuerza: "Mantened siempre viva
la tensión hacia estos ideales y tened la paciencia y la tenacidad de perseguirlos
en las condiciones concretas en que vivís. (...) Amad lo que es justo y verdadero,
aunque mantenerse en esta línea requiera sacrificios y obligue a ir contra la corriente"
(Mensaje para la jornada mundial de la paz de 1998, n. 7: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 19 de diciembre de 1997, p. 7). Junto con vosotros, invito a los
católicos y a los hombres de buena voluntad a vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,
21), con gestos de caridad fraterna, los únicos que pueden garantizar un futuro de
paz al país, devolver la confianza a las poblaciones y crear relaciones portadoras
de verdadera esperanza. Os exhorto, asimismo, a tomar posición cada vez más firme
contra la violencia, venga de donde venga. Para lograr que todos los miembros del
pueblo de Dios avancen con decisión por este camino, os invito a dar prioridad a la
enseñanza de la doctrina social de la Iglesia. Es muy importante que los laicos católicos
se comprometan en la vida pública, para que sean "sal de la tierra", testimoniando
con valentía, en sus actividades diarias, el amor y la justicia de Dios. Su compromiso
tiene actualmente gran importancia, puesto que se busca un nuevo sistema institucional
para construir una nación unida y solidaria, superando los rencores y aceptando las
diferencias como riquezas para el bien de todos.
6. Los hechos que ha afrontado
vuestro país han obligado a numerosas personas a vivir la experiencia de los campos
de refugiados y desplazados. Por desgracia, esta situación perdura todavía. Ciertamente,
la solución de este grave problema humano pasa, sobre todo, por el restablecimiento
de la paz, la reconciliación y el desarrollo económico. En nombre de Cristo, la Iglesia,
con sus medios caritativos, a menudo muy limitados, debe contribuir a aliviar tanto
sufrimiento y tanta miseria. Sin embargo, no puede olvidar el mensaje fundamental
que ha recibido de su Señor, el mismo que Jesús proclamó solemnemente al principio
de su misión, citando las palabras del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva". Y añadió:
"Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4, 18-21). Por esta razón,
es necesario que la Iglesia tenga presente este aspecto esencial de su misión evangelizadora,
y que los católicos, juntamente con los demás cristianos, se sientan impulsados a
mostrar su creatividad para desarrollar las actitudes de viva solidaridad y de participación
activa que manifiesten de manera concreta que todos son miembros de un solo cuerpo,
según las palabras del apóstol Pablo: "Si sufre un miembro, todos los demás sufren
con él" (1 Co 12, 26). El concilio Vaticano II, presentando a la Iglesia como el
pueblo de Dios y el cuerpo de Cristo, nos ofrece imágenes muy significativas, que
deben ayudar a sus miembros a fomentar actitudes de solidaridad y fraternidad en las
comunidades cristianas. Desde esta perspectiva, la Asamblea especial para África del
Sínodo de los obispos recurrió a la idea clave de la Iglesia como familia de Dios
para expresar de manera apropiada la naturaleza de la Iglesia en África. Así, los
padres insistieron en que ningún miembro de la Iglesia, sea cual sea el lugar que
ocupe, puede ser excluido de la mesa común de la comunión o de la responsabilidad
de vivir una solidaridad real con sus hermanos.
7. Queridos hermanos en el
episcopado, al término de nuestro encuentro me dirijo de nuevo a vuestro amado país
para exhortar a sus hijos e hijas, cada uno según su grado de responsabilidad, a comprometerse
decididamente en la construcción de una sociedad fundada en la concordia y la reconciliación.
Deseo vivamente que entre todos los habitantes de Burundi prosiga un diálogo sincero
y fecundo, que lleve a una paz definitiva, para que todos por fin puedan vivir con
seguridad y encontrar los caminos de la prosperidad y la felicidad. Que Dios abra
los corazones a su Espíritu de amor y paz. Que los discípulos de Cristo se dirijan
al Padre de toda misericordia con una actitud de conversión profunda y de oración
intensa, para pedirle la fuerza y la valentía de ser, juntamente con todos los hombres
de buena voluntad, infatigables constructores de paz y fraternidad. En vísperas
del gran jubileo del año 2000, deseo ardientemente que este tiempo de gracia sea para
la Iglesia en Burundi una nueva primavera de vida cristiana, y le permita responder
con audacia a las mociones del Espíritu. Encomiendo a la Virgen María, Madre del Redentor,
vuestro ministerio y la vida de vuestras comunidades eclesiales, para que guíe vuestros
pasos hacia su Hijo. De todo corazón, os imparto la bendición apostólica, que extiendo
a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos
los fieles de vuestras diócesis.