DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE ANGOLA Y SANTO TOMÉ Y PRÍNCIPE
EN VISITA "AD LIMINA"
Viernes 22 de octubre de 2004
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
Con gran alegría y afecto en Cristo Señor os doy la bienvenida y os saludo a todos
vosotros, pastores de la Iglesia de Dios peregrina en tierras de Angola y Santo Tomé
y Príncipe, que estáis realizando la visita ad limina Apostolorum movidos por el deseo
de confirmar vuestra fe y vuestro ministerio pastoral —"exponiendo, en particular
a los notables, el Evangelio que anunciáis, para saber si corréis o habíais corrido
en vano" (cf. Ga 2, 2)— y testimoniar la adhesión de vuestros fieles a la Iglesia
una, santa, católica y apostólica, fundada por Cristo sobre la roca de Pedro.
Agradezco
a monseñor Damião Franklin, arzobispo de Luanda y presidente de vuestra Conferencia
episcopal, las palabras que acaba de dirigirme en nombre de todos, expresando vuestros
sentimientos así como los signos de esperanza y las preocupaciones pastorales de vuestra
Iglesia local. Saludo en especial a la nueva diócesis de Dundo con su obispo, y a
cuantos de entre vosotros han entrado recientemente a formar parte del Colegio episcopal.
Cuando volváis, decidles a los sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas,
a los catequistas y a los demás fieles laicos, que el Papa ora por ellos y los anima
a afrontar los desafíos planteados por el Evangelio, semilla de vida nueva para vuestras
naciones. Y a todos vuestros compatriotas transmitidles mis cordiales deseos de paz
y fraternidad en Dios, Padre de todos.
2. Desde vuestra última visita ad limina,
la humanidad ha cruzado el umbral de un nuevo milenio, el tercero iluminado por la
luz del Hijo de Dios, que "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó
del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen". Las comunidades
cristianas de Santo Tomé y Príncipe y de Angola, en sintonía con la Iglesia entera,
vivieron la rica experiencia del gran jubileo del año 2000, que culminó con este llamamiento
del divino Maestro: "Rema mar adentro" (Lc 5, 4) para anunciar la buena nueva a muchos
que aún no la conocen. Sí, amados hermanos, "estas multitudes tienen derecho a conocer
la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede
encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios,
del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad" (Evangelii nuntiandi,
53). Por eso, seguid anunciando con celo la buena nueva del único y anhelado Salvador
de la humanidad.
Conociendo la responsabilidad colegial y la comunión que
os hermana en el servicio a la única "familia de Dios" (Ef 2, 19), suplico a nuestro
Padre común que fortalezca en todos vosotros el espíritu de solidaridad y la solicitud
eclesial para que la Conferencia episcopal cumpla cada vez mejor su función de espacio
de confrontación fraterna de ideas y de colaboración, fructificando en una participación
de los recursos, tanto materiales como espirituales, con vuestras diócesis más necesitadas.
Sabéis bien que "Dios es poderoso para colmaros de toda gracia a fin de que teniendo,
siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra buena" (2
Co 9, 8). De este modo, seréis capaces de reconstruir las comunidades destrozadas
por la guerra, aliviar sus corazones heridos y ayudar a las personas confiadas a vosotros
a avanzar por el camino del Evangelio.
3. Hoy, más que nunca, Angola necesita
paz con justicia; necesita reconciliación, rechazando toda tentación de violencia.
Recuerdo a todos que esta no puede resolver los problemas de la humanidad ni ayuda
a superar los contrastes. Es preciso tener la valentía del diálogo. Estoy convencido
de que el esfuerzo y la buena voluntad de las partes involucradas en las cuestiones
pendientes pueden contribuir a construir una cultura de respeto y dignidad.
Ha
llegado el momento de una profunda reconciliación nacional; hay que trabajar, sin
cesar, para ofrecer a las generaciones futuras un país donde convivan y colaboren
fraternalmente todos los componentes de la sociedad. La Iglesia, que ha sufrido enormemente
bajo los conflictos, debe mantener su vigorosa posición a fin de proteger a las personas
que no tienen voz. Mis queridos hermanos en el episcopado, os exhorto a trabajar incansablemente
por la reconciliación y a dar testimonio auténtico de unidad mediante gestos de solidaridad
y apoyo a las víctimas de décadas de violencia.
4. No perdáis de vista el
largo camino que queda por recorrer para que el Evangelio transforme el espíritu y
el corazón de los fieles cristianos desde adentro, y estos se reconozcan como hermanos
y hermanas en Cristo. Para eso, se necesita una adecuada iniciación cristiana que
lleve a los bautizados, por un lado, a superar concepciones ancestrales como la hechicería
o el concubinato y, por otro, a rebelarse contra la mentalidad secularizada o incluso
agnóstica reinante. En realidad, las antiguas prácticas que aún no han sido purificadas
por el Espíritu de Cristo, las dificultades para considerarse miembros de una única
familia redimida por la sangre de Cristo, y los peligros de una sociedad materialista
y atea debilitan los vínculos en las familias y entre los grupos humanos.
Por
eso, no escatiméis esfuerzos para hacer que los bautizados asimilen plenamente el
mensaje evangélico y conformen a él su vida, sin tener que renunciar a los auténticos
valores africanos. Se trata de conseguir que se dejen conquistar por Cristo, acepten
depender radicalmente de él, deseen vivir su vida y seguirlo por el camino de una
verdadera santidad (cf. 1 Ts 4, 3). Con ese fin invitad a los fieles de vuestras diócesis
a dirigir su mirada a Cristo, ayudándoles a contemplar su rostro. La pastoral sacramental
y litúrgica, la formación catequética, bíblica y teológica, las diversas expresiones
artísticas y musicales, y también los diversos medios de comunicación social tradicionales
o modernos, deben servir para que los creyentes asimilen y vivan las riquezas de su
fe a fin de participar de forma plena en la vida de su respectiva comunidad eclesial.
Esta participación se hace visible y concreta en la asistencia dominical a
la asamblea cristiana, que se reúne —quiera Dios, el mayor número de veces posible—
para celebrar y comulgar la Eucaristía; no sin razón esta constituye el punto culminante
de la iniciación cristiana. Ojalá que, en este año dedicado a ella, la Iglesia "reciba
un nuevo impulso para su misión y reconozca cada vez más en la Eucaristía la fuente
y la cumbre de toda su vida" (Mane nobiscum Domine, 31). En este momento, pienso sobre
todo en los numerosos bautizados de vuestras comunidades cuya situación matrimonial
irregular les impide acercarse fructuosamente a la Eucaristía (cf. Ecclesia de Eucharistia,
37). Que la gracia de Dios se revele con todo su poder en su vida, estimulándolos
a la conversión con la consoladora perspectiva de participar finalmente en la mesa
de Dios.
5. Juntamente con esta sombra, vuestras relaciones quinquenales recuerdan
también el testimonio que dan innumerables familias que viven de manera heroica la
fidelidad al sacramento del matrimonio cristiano, en el marco de una legislación civil
o de costumbres tradicionales poco favorables al matrimonio monogámico. Este se ve
amenazado por fenómenos tan variados como el concubinato ya citado, la poligamia,
el divorcio y la prostitución; varias de estas actividades inmorales llevan a la propagación
del sida, una epidemia que no se puede ignorar por las innumerables víctimas que causa
y por la grave amenaza que constituye para la estabilidad social y económica de la
nación.
Queridos obispos, al hacer todo lo que está a vuestro alcance para
defender la santidad de la familia y el lugar prioritario que ocupa en el seno de
la sociedad, no dejéis de proclamar, con voz alta y clara, el mensaje liberador del
amor cristiano auténtico. Los diversos programas educativos, tanto religiosos como
seculares, deben poner de relieve el hecho de que el amor verdadero es un amor casto,
y que la castidad nos ofrece una firme esperanza de superar las fuerzas que amenazan
a la institución de la familia y, al mismo tiempo, de liberar a la humanidad del azote
devastador del sida. Repito aquí la recomendación que os hice en la exhortación apostólica
Ecclesia in Africa: "El afecto, la alegría, la felicidad y la paz que proporcionan
el matrimonio cristiano y la fidelidad, así como la seguridad que da la castidad,
deben ser siempre presentados a los fieles, sobre todo a los jóvenes" (n. 116).
6.
Los jóvenes exigen que prestéis una atención especial a la lucha que deben librar
por un futuro digno en medio de la situación general de pobreza, frecuentemente agravada
por la falta de una familia, porque está dispersa o rota, y por las consecuencias
de la guerra, que los ha traumatizado. Ayudadles a rechazar "la tentación de usar
vías fáciles ilegales hacia falsos espejismos de éxito o riqueza" (Mensaje para la
Jornada mundial de la paz de 1998, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 19 de diciembre de 1997, p. 7), muchas veces fruto de una publicidad engañosa
que puede ejercer, especialmente sobre ellos, una gran atracción; para neutralizarla,
han de comprender que son verdaderamente una nueva generación de constructores, llamados
a edificar la civilización del amor, en la libertad y en la solidaridad. Ojalá que
los jóvenes, en las dificultades que encuentran, no pierdan nunca la confianza en
el futuro. Como demuestran las Jornadas mundiales de la juventud, ellos tienen una
capacidad especial para dedicar lo mejor de sus energías a la solidaridad en favor
de los necesitados y a la búsqueda de la santidad cristiana. Quiera Dios que, mediante
una vida de oración y una vida sacramental intensa, permanezcan unidos a Cristo para
transmitir los valores del Evangelio en su ámbito de vida y desempeñar generosamente
su papel en la transformación de la sociedad.
Toda la comunidad eclesial debe
trabajar para que las jóvenes generaciones sean adecuadamente formadas y preparadas
para las responsabilidades que les esperan y que, en cierta manera, ya les competen.
Un medio particularmente eficaz para asegurar esa formación son las escuelas católicas.
Su identidad específica debe reflejarse tanto en el programa global de estudios como
en cada uno de los ámbitos de la vida escolar, convirtiéndose en comunidades donde
los alumnos encuentren alimento para la fe y se preparen para su misión en la Iglesia
y en la sociedad. Además de esto, es preciso seguir promoviendo la doctrina moral
y religiosa, incluso en las escuelas públicas, procurando crear en la opinión pública
un consenso acerca de la importancia de este tipo de formación. Este servicio, que
puede derivar de una colaboración más intensa con el Gobierno, constituye una importante
forma de participación católica activa en la vida social de vuestros países. En la
Universidad católica de Angola están puestas grandes esperanzas para la realización
de vuestra tarea de contar con profesores adecuadamente formados para ofrecer una
educación católica en el mundo de la escuela. Este centro ha permitido que la contribución
dada por la Iglesia en el campo de la educación primaria y secundaria produjera sus
frutos también en el sector de la educación superior.
7. En vuestras opciones
pastorales no descuidéis nunca la formación de los diferentes agentes de la evangelización,
para que desempeñen su papel insustituible en la Iglesia y en la sociedad; esto es
hoy más necesario aún a causa de la ofensiva de las sectas, que se aprovechan de la
situación de miseria y de credulidad de los fieles para alejarlos de la Iglesia y
de la palabra liberadora del Evangelio. Así pues, seguid prestando atención particular
a la formación de los catequistas, a los que saludo con afecto, apreciando su dedicación
incansable; os aliento a proporcionar a estos valiosos colaboradores de vuestra misión
apoyo material, moral y espiritual, y a hacer que se beneficien de una formación doctrinal,
tanto inicial como permanente. Que sean modelos de caridad y defensores de la vida,
puesto que su ejemplo cotidiano de vida cristiana es un testimonio precioso para aquellos
a quienes deben orientar en nombre de Cristo y hacia él.
Como primeros responsables
de la Iglesia, aseguraos de que todos los candidatos al sacerdocio sean escogidos
y formados con esmero, para que después puedan entregarse totalmente a su misión.
Que, contando con formadores y profesores de comprobada madurez humana y sacerdotal,
los seminaristas adquieran una seria instrucción espiritual, intelectual y pastoral,
juntamente con una sólida formación humana, que cree en ellos la madurez afectiva
y el amor responsable necesarios en una persona llamada al celibato, esto es, llamada
a "ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad,
la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia" (Pastores dabo
vobis, 44). Los sacerdotes, que de manera tan especial se consagran a Cristo, Cabeza
de la Iglesia, están llamados a desprenderse de los bienes materiales y a consagrarse
al servicio de sus hermanos a través del don personal completo en el celibato. Los
comportamientos escandalosos siempre han de ser analizados, investigados y corregidos.
El florecimiento de vocaciones a la vida consagrada, especialmente a la vida
religiosa femenina, es un magnífico don del cielo a la Iglesia de Santo Tomé y Príncipe
y de Angola, don por el que es preciso dar gracias y al que no podéis renunciar, porque
las personas consagradas enriquecen a vuestras Iglesias particulares no sólo con la
eficacia de sus servicios, sino también y sobre todo con su testimonio personal y
comunitario del Evangelio; "sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia
correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en
penetración, la "sal" de la fe de disolverse en un mundo en fase de secularización"
(Vita consecrata, 105).
8. Al inicio de un nuevo milenio, nuestro compromiso
episcopal, apreciados hermanos, se presenta "caracterizado por nuevas urgencias, que
exigen la dedicación concorde de todos los miembros del pueblo de Dios" (Pastores
gregis, 74). Ahora, en la tierra, no hay nada más eficaz que la Eucaristía para impulsar
a los cristianos a ser y a sentirse todos uno; no hay momento alguno en que se encuentren
y unan unos con otros tan íntimamente como cuando comulgan a Jesús Eucaristía, que
abraza y une a todos en sí mismo. Así se realiza en la tierra lo que ya sucede en
el cielo: Cristo une a sí, y unos a otros, a todos los que viven en él. Basta comulgarlo
como se debe, para que os encontréis verdaderamente unidos.
A este foco de
atracción de todos los corazones humanos, que es la Eucaristía, he querido dedicar
un año para que los fieles tomen cada vez mayor conciencia de ella. Dios me ha concedido
la gracia de encaminar a la Iglesia a lo largo de su itinerario jubilar por el bimilenario
de Cristo que con este Año de la Eucaristía alcanza, por decirlo así, su apogeo. Dejo
a vuestra solicitud pastoral, amados obispos de Angola y de Santo Tomé y Príncipe,
la decisión sobre las iniciativas más oportunas para reavivar esa conciencia en vuestras
comunidades eclesiales, "hasta ver a Cristo formado en todos y en cada uno de sus
miembros" (cf. Ga 4, 19), como se encarnó en el seno de la Virgen María, vuestra Señora
y patrona. Sobre todos vosotros, sobre los sacerdotes, sobre los consagrados y consagradas,
sobre los catequistas y sobre todos los fieles laicos de vuestras diócesis descienda,
propiciadora de los dones de lo Alto, mi bendición apostólica.