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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL OCÉANO ÍNDICO EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 9 de noviembre de 2004

Queridos hermanos en el episcopado;
amados hermanos en el sacerdocio:

1. Con alegría os acojo, mientras realizáis vuestra visita ad limina. Así, tengo la ocasión de dirigirme particularmente a vosotros, pastores de la Iglesia en las islas del océano Índico. Nuestro encuentro es una manifestación de la comunión entre los obispos y la Sede de Pedro. "No es una simple información recíproca, sino sobre todo la afirmación y consolidación de la colegialidad del Cuerpo de la Iglesia, por la que se obtiene la unidad en la diversidad" (Pastores gregis, 57).
Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Gilbert Aubry, obispo de Saint-Denis de La Reunión, las fraternales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, expresando vuestra fiel adhesión al Sucesor de Pedro.

Desde vuestra última visita, se han producido varios cambios en vuestra Conferencia episcopal. La constitución del vicariato apostólico de Rodrigues, desmembrado de la diócesis de la isla Mauricio, es un signo de la vitalidad de la Iglesia en vuestra región. Saludo cordialmente a monseñor Alain Harel, vicario apostólico de esta nueva circunscripción, así como a monseñor Denis Wiehe, nuevo obispo de las islas Seychelles. Vuestra presencia me permite sentirme cercano a todos los fieles de vuestras diócesis. Al regresar a vuestros países, llevad a los pueblos de vuestras islas mi cordial saludo, asegurando a cada uno mi oración y mi afecto. Que el Señor, con la abundancia de sus dones, sea para todos una fuente vivificante de esperanza y de amor fraterno.

2. En las diversas situaciones humanas y religiosas que forman la realidad de vuestra región, teniendo en cuenta también las importantes distancias que separan vuestras diócesis, os es particularmente indispensable una auténtica espiritualidad de comunión. No puede por menos de estimularos a reafirmar vuestros vínculos y a desarrollar la colaboración entre vosotros. Me alegra saber que vuestros intercambios y vuestras consultas en el seno de vuestra Conferencia episcopal (CEDOI) os ayudan a evitar el aislamiento y a sentiros miembros activos de la vida de la Iglesia universal. "L'avant-Cedoi", que os permite reuniros con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, así como con los laicos de vuestra región, para reflexionar sobre los temas pastorales más importantes, constituye una gran ayuda para los pastores y permite a los fieles ampliar sus horizontes y abrirse a la diversidad de la Iglesia, demostrando que a todos interesa su vida y su misión.

A vosotros, queridos hermanos, quisiera repetiros una vez más una de mis convicciones profundas: para aquellos a quienes Cristo ha instituido como pastores de su Iglesia es particularmente necesario un compromiso espiritual fundado en la contemplación del rostro del Señor y en el anuncio del Evangelio. Mantened con fidelidad vuestra vida espiritual, alimentándoos de la palabra viva y eficaz de la Escritura, y de la sagrada Eucaristía, pan de vida eterna (cf. Pastores gregis, 13). Esto os permitirá también proponer a todos los fieles de vuestras diócesis que vivan una vida espiritual cada vez más intensa, fundamento de la existencia auténticamente cristiana.

3. Con este espíritu, invito al pueblo cristiano a vivir el Año de la Eucaristía, en el que acabamos de entrar, como un tiempo fuerte de encuentro con Cristo. Por ello, deseo que los fieles descubran en este tesoro incomparable que Jesús nos ha dejado la alegría y la felicidad de la presencia amorosa del Salvador; que en ella gusten con fervor la bondad de Dios con los hombres; que todos encuentren en ella luz y fuerza para la vida diaria en el mundo, en el ejercicio de su profesión, en las situaciones más diversas, en su testimonio de fe, así como para vivir plenamente la belleza y la misión de la familia (cf. Mane nobiscum Domine, 30). El Año de la Eucaristía es también un tiempo propicio para redescubrir el significado del domingo y la necesidad de santificarlo, sobre todo mediante la participación regular en la misa dominical. La comunidad cristiana reunida, tomando mayor conciencia de que la Eucaristía que la constituye le ha sido dada "para la vida del mundo" (Jn 6, 51), encontrará en ella un alimento que permitirá a cada uno de sus miembros vivir de la vida misma del Señor Jesús, así como tomar de ella un nuevo impulso misionero. Prolongando la celebración, la adoración eucarística, fuente inagotable de santidad, será ocasión para que los fieles entren en un diálogo cada vez más íntimo con el Señor.

4. La formación de los futuros sacerdotes es un gran desafío para la Iglesia. Cuidáis de todo el proceso de formación de aquellos a quienes el Señor llama, y habéis querido que esta se imparta poco a poco en vuestra región, acercando así a los seminaristas a las realidades pastorales en las que tendrán que servir. En el seminario "Nuestra Señora de la Trinidad", en la isla Mauricio, ya se ofrecen a los jóvenes los primeros años de formación. Apoyo cordialmente al equipo de formadores en su valioso servicio, para que en el seminario se haga un discernimiento serio de las vocaciones y se imparta una auténtica formación comunitaria con vistas al ministerio sacerdotal. Os invito también a revitalizar la pastoral de las vocaciones y a hacer que sea una preocupación esencial de vuestras diócesis, para que, mediante la oración y la atención a los jóvenes, todos los fieles contribuyan al florecimiento y a la maduración de las vocaciones, ayudando a los niños y a los adolescentes a discernir la llamada del Señor. En cuanto a vosotros, tened la audacia de invitar a los jóvenes al seguimiento de Cristo y, luego, acompañadlos a lo largo de su camino.

Queridos hermanos, uno de vuestros principales deberes con respecto a vuestros sacerdotes consiste en velar por su vida espiritual, de manera que su ministerio tenga un fundamento sólido en su encuentro personal con Cristo, especialmente a través de la oración asidua y los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia. También es una invitación apremiante que se os hace a estar cerca de ellos mediante la acogida, la escucha y la amistad compartida, para que ninguno de ellos se sienta aislado o incomprendido. A cada uno de ellos, así como a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los seminaristas, llevadles el saludo cordial y afectuoso del Papa, que los invita a ser cada vez más testigos de la santidad de vida, teniendo un celo ardiente por el anuncio del Evangelio. Les expreso mi vivo aliento en su servicio a la Iglesia. Su compromiso en favor de los pobres es un hermoso testimonio de la caridad de Cristo para con los más pequeños de sus hermanos.

5. En vuestros informes quinquenales señaláis que la solicitud y también la necesidad de la formación de los laicos en la fe están presentes en vuestras comunidades diocesanas. Sin duda, las necesidades varían según las circunstancias en las que se encuentran los fieles. Sin embargo, en general, es indispensable que los cristianos tengan una formación religiosa sólida para avanzar por el difícil camino del compromiso en el seguimiento de Cristo. La presencia de creyentes de otras religiones, pero también la actividad de las sectas, deben impulsar a los discípulos de Cristo a emplear todos los medios posibles para fortalecerse en la fe, sin ir a la deriva de cualquier viento de doctrina (cf. Ef 4, 14), a fin de dar testimonio de la esperanza que los anima en la vida (cf. 1 P 3, 15).

Estáis atentos a la urgencia de comunicar la palabra de Dios a los hombres en su propia cultura, para que el misterio de Cristo sea anunciado y acogido por todos, de manera que cada uno oiga hablar su propia lengua (cf. Hch 2, 6). En efecto, la inculturación del mensaje evangélico es una tarea de gran importancia, para que los hombres y las mujeres de todas las naciones y de todas las culturas vayan al encuentro de Cristo y avancen por los caminos del Evangelio. Los esfuerzos que habéis realizado en este sentido concurren al arraigo real de la fe en vuestras islas, respondiendo así al desafío fundamental de la evangelización.

6. El compromiso de los fieles en la vida social se caracteriza por la diversidad de situaciones de vuestros países. Donde sea posible, los laicos deben desempeñar el papel que les corresponde en la construcción de la nación. Tienen el deber de aportar su contribución para que el hombre adquiera su plena dimensión de criatura de Dios. La doctrina social de la Iglesia es una ayuda valiosa al servicio del bien común y de la dignidad integral del hombre, sobre todo ayudándole a comprender cuáles son las condiciones de vida más justas y fraternas en el seno de la sociedad.

Para que los pueblos puedan progresar en paz, también el diálogo interreligioso es una necesidad. En algunas de vuestras islas son numerosos los creyentes de otras religiones; a veces constituyen una amplia mayoría; sé que la presencia de los cristianos allí, por lo general, es bien aceptada y apreciada. Los cristianos, humilde luz en medio de esos pueblos, a la manera de los faros del océano, pueden ser para los hombres de buena voluntad señales que indiquen el camino de la fraternidad y la concordia, testimoniando así el Evangelio.

7. La atención a las familias y a su desarrollo armonioso es una de vuestras prioridades pastorales. En vuestra región, como en numerosas regiones del mundo, la evolución de la sociedad contribuye a debilitar las estructuras familiares. Por ello, es necesario recordar el significado y el valor del matrimonio y de la familia en el plan de Dios. Las familias cristianas deben dar un auténtico testimonio de la presencia de Cristo, que las acompaña y sostiene en su vida diaria. En efecto, tienen la misión de "conservar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa" (Familiaris consortio, 17). Al mismo tiempo, son el lugar privilegiado de formación de la juventud y de transmisión de los valores morales y espirituales. Por tanto, os animo vivamente a promover una pastoral familiar eficaz, anunciando con vigor la doctrina del Evangelio sobre la familia y sobre el matrimonio, proponiendo a los jóvenes la educación necesaria para la comprensión y la acogida de las exigencias que derivan de ella, esforzándoos por acompañarlos antes y después de la celebración del matrimonio. También es preciso tener una solicitud particular por los matrimonios en dificultad y por las familias separadas, así como por las personas que viven en situaciones matrimoniales dolorosas.

8. Velar cada vez más por la educación de los jóvenes en la fe es hoy más necesario que nunca. Su formación humana y espiritual es una urgencia para responder a los desafíos del testimonio evangélico, hoy y en el futuro. Os invito a desarrollar una pastoral que suscite en los jóvenes el entusiasmo por Cristo y por el servicio a sus hermanos. Encontrarán en ella razones sólidas para fundar su vida en la esperanza que les da el Señor Jesús y la capacidad de amar como él. Ojalá que todas las personas generosamente comprometidas en la catequesis se esfuercen por ser, ante todo, ejemplos vivos de la enseñanza que han recibido, con la misión de transmitirla en fidelidad a la Iglesia.

A los jóvenes de vuestra región les deseo que se dejen transformar por el encuentro con Jesús, el cual sale a su encuentro para convertirlos en testigos auténticos de su Evangelio y para conducirlos a la felicidad verdadera. Ojalá que siempre se dejen atraer por él a lo largo del camino de la fe, para que puedan comunicar a sus hermanos la experiencia del Dios vivo que han tenido.

9. Queridos hermanos, al concluir nuestro encuentro, os expreso a cada uno de vosotros, así como al querido cardenal Jean Margéot, obispo emérito de Port-Louis, mi aliento más cordial para vuestro ministerio de pastores encargados de anunciar el Evangelio a los pueblos del océano Índico. Ojalá que los cristianos de vuestras diócesis sean cada vez más conscientes de su responsabilidad misionera personal y comunitaria.

De buen grado os encomiendo a la intercesión de los beatos protectores de vuestra Conferencia episcopal, Jacques-Désiré Laval, el hermano Scubilion y Victoria Rasoamanarivo. Con su vida ejemplar, son signos de esperanza y modelos para los que siguen a Cristo por el camino de la fe. Invocando la protección de la Virgen María, Estrella del mar, sobre todos los fieles de vuestras diócesis y sobre los pueblos del océano Índico, os imparto una afectuosa bendición apostólica.







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