DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE LA REPÚBLICA
DEMOCRÁTICA DEL CONGO EN VISITA "AD LIMINA" (I GRUPO)
Viernes 27 de enero
Señor cardenal; queridos hermanos en el episcopado:
Me alegra dirigiros mi saludo fraterno, mientras realizáis vuestra visita
ad limina Apostolorum. Al venir a fortalecer vuestros vínculos de comunión con el
Obispo de Roma y, de este modo, con todo el Colegio episcopal, deseáis manifestar
vuestra adhesión, así como la de todos vuestros fieles, al Sucesor de Pedro. Deseo
que vuestra oración común ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo,
y vuestros encuentros con la Curia romana os procuren alegría y consuelo en vuestro
ministerio, y os den nuevo impulso.
Saludo con afecto a los pastores y a los
fieles de las provincias eclesiásticas de Kinshasa, Mbandaka-Bikoro y Kananga, en
las que tenéis la misión de edificar el Cuerpo de Cristo y guiar al pueblo de Dios.
En el momento en que los católicos de la República Democrática del Congo, juntamente
con todas las personas de buena voluntad, se disponen a vivir acontecimientos importantes
para el futuro de su nación, quisiera manifestar mi cercanía espiritual, elevando
al Señor una ferviente oración para que perseveren, con firme esperanza, en la edificación
de la paz y la fraternidad.
En estos últimos años vuestro país ha vivido al
ritmo de conflictos sangrientos, que han dejado profundas cicatrices en la memoria
de los pueblos. Durante esta tragedia, que ha afectado en particular al este de vuestro
país, habéis denunciado, con vigorosos mensajes, los abusos actuales, exhortando a
los protagonistas locales a dar prueba de responsabilidad y de valentía, para que
las poblaciones puedan vivir en paz y con seguridad. Animo a la Conferencia episcopal
a permanecer vigilante para acompañar, mediante un trabajo concertado y audaz, los
progresos actuales.
Los tiempos fuertes de la vida eclesial han marcado estos
años. Usted, señor cardenal, ha recordado el gran jubileo de la Encarnación. También
ha señalado el año 2005, durante el cual se celebró el décimo aniversario de la publicación
de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa. Al convocar esa Asamblea,
el Papa Juan Pablo II deseaba promover una solidaridad pastoral orgánica en el continente
africano para que la Iglesia lleve un mensaje de fe, de esperanza y de caridad creíble
a todos los hombres de buena voluntad, con vistas a un nuevo impulso misionero de
las Iglesias particulares.
Ahora que algunas diócesis celebran el centenario
de su evangelización, deseo que cada uno de vosotros procure analizar la cuestión
central de la propuesta del Evangelio y saque sus consecuencias pastorales para la
vida de las comunidades locales, a fin de que el celo apostólico de los pastores y
de los fieles se renueve y la reconstrucción moral, espiritual y material una a las
comunidades en una sola familia, signo de fraternidad para vuestros contemporáneos.
Con una atención cada vez mayor a las inspiraciones del Espíritu y una intimidad
cada vez más profunda con Cristo, la Iglesia cumple su misión profética de anunciar
el Evangelio con valentía y entusiasmo. Esta misión, a la que el Señor resucitado
llama a sus discípulos, que no pueden sustraerse a ella, os corresponde a vosotros
de un modo especial, queridos hermanos en el episcopado, puesto que "la actividad
evangelizadora del obispo, orientada a conducir a los hombres a la fe o robustecerlos
en ella, es una manifestación preeminente de su paternidad" (Pastores gregis, 26).
Por tanto, os exhorto a proclamar sin cesar, con el ejemplo y la santidad
de vuestra vida estrechamente unida a Cristo, el Evangelio de Cristo y a dejaros renovar
por él, recordando que la Iglesia vive del Evangelio, sacando continuamente de él
orientaciones para su camino. El Evangelio puede iluminar a fondo las conciencias
y transformar desde el interior las culturas, a condición de que cada fiel se deje
alcanzar en su vida personal y comunitaria por la palabra de Cristo, que invita, mediante
una conversión auténtica y duradera, a una respuesta de fe personal y adulta, con
vistas a una fecundidad social y a una fraternidad entre todos. Que vuestra caridad,
vuestra humildad y vuestra sencillez de vida sean también para vuestros sacerdotes
y vuestros fieles un testimonio estimulante, para que todos progresen de verdad por
el camino de la santidad.
Señaláis la necesidad de llevar a cabo una profunda
evangelización de los fieles. Las comunidades eclesiales vivas, presentes en todos
los lugares de vuestras diócesis, reflejan bien esta evangelización de cercanía que
hace a los fieles cada vez más adultos en su fe, con espíritu de fraternidad evangélica,
según el cual todos se esfuerzan por analizar juntos los diversos aspectos de la vida
eclesial, sobre todo la oración, la evangelización, la atención a los más pobres y
la autofinanciación de las parroquias. Estas comunidades constituyen también una valiosa
defensa contra la ofensiva de las sectas, que explotan la credulidad de los fieles
y los confunden, proponiéndoles una falsa visión de la salvación y del Evangelio,
y una moral complaciente.
Desde esta perspectiva, os animo a vigilar con la
máxima atención la calidad de la formación permanente de los responsables de estas
comunidades, principalmente de los catequistas, cuya entrega y espíritu eclesial aprecio,
y a procurar que dispongan de las condiciones espirituales, intelectuales y materiales
que les permitan cumplir lo mejor posible su misión, bajo la responsabilidad de los
pastores. Velad también para que estas comunidades eclesiales vivas sean verdaderamente
misioneras, deseosas no sólo de acoger el Evangelio de Cristo, sino también de testimoniarlo
ante los hombres.
Los fieles, alimentados con la palabra de Cristo y los sacramentos
de la Iglesia, encontrarán la alegría y la fuerza necesarias para el testimonio valiente
de la esperanza cristiana. Sobre todo en estos tiempos, particularmente decisivos
para la vida de vuestro país, recordad a los fieles laicos que es urgente que promuevan
la renovación del orden temporal, exhortándolos a "ejercer en el tejido social un
influjo dirigido a transformar no solamente las mentalidades, sino las mismas estructuras
de la sociedad, de modo que se reflejen mejor los designios de Dios sobre la familia
humana" (Ecclesia in Africa, 54).
Mi pensamiento se dirige afectuosamente
a todos vuestros sacerdotes, diocesanos y miembros de institutos, colaboradores
del orden episcopal, establecidos por Cristo como ministros al servicio del pueblo
de Dios y de todos los hombres. Conozco las difíciles condiciones en las que muchos
de ellos cumplen su misión, y les agradezco su servicio, a menudo heroico, con vistas
al crecimiento espiritual de sus comunidades. Con vuestra presencia estable en vuestras
diócesis, manifestadles vuestra cercanía, desarrollando una capacidad de diálogo confiado
con ellos y estando atentos a su crecimiento humano, intelectual y espiritual para
que, mediante la búsqueda de la santidad en el ejercicio mismo de su ministerio, sean
auténticos educadores de la fe y modelos de caridad para los fieles.
Os corresponde
asimismo exhortar a vuestros sacerdotes a la excelencia en la vida espiritual y moral,
recordándoles en particular el vínculo único que une al sacerdote con Cristo, y cuyo
celibato sacerdotal, vivido en la castidad perfecta, manifiesta la profundidad y el
carácter vital. Velad también por su formación permanente, para que puedan penetrar
cada vez más a fondo en el misterio de Cristo. Que iluminen la conciencia de los fieles
y edifiquen comunidades cristianas sólidas y misioneras con sus raíces y su centro
en la Eucaristía, que ellos presiden en nombre de Cristo.
"Todos los presbíteros,
junto con los obispos, participan del único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo,
de manera que la unidad misma de consagración y misión exige su comunión jerárquica
con el orden episcopal" (Presbyterorum ordinis, 7). Desde esta perspectiva, también
os animo a desarrollar cada vez más los vínculos de comunión en el seno de vuestro
presbiterio diocesano. Como señaláis en vuestras relaciones quinquenales, la persistencia
de los conflictos a veces afecta negativamente a la unidad del presbiterio, favoreciendo
el desarrollo del tribalismo y de luchas de poder nefastas para la edificación del
Cuerpo de Cristo, y fuente de confusión para los fieles.
Os exhorto a cada
uno a recuperar esta profunda fraternidad sacerdotal, que es propia de los ministros
ordenados, para que realicen la unidad que atrae a los hombres hacia Cristo. Impulsad
a vuestros sacerdotes a animarse mutuamente en la práctica de la caridad fraterna,
proponiéndoles en particular algunas formas de vida comunitaria, para ayudarles
a crecer juntos en la santidad, con fidelidad a su vocación y a su misión, en plena
comunión con vosotros.
A vosotros os corresponde prestar una atención constante
a la calidad de la formación de los futuros sacerdotes. Con vosotros, doy gracias
por la generosidad de numerosos jóvenes que, habiendo escuchado la llamada de Cristo
a ponerse a su servicio como sacerdotes en la Iglesia, son admitidos a proseguir su
discernimiento en los seminarios. Pero es importante -se trata de una exigencia pastoral
para el obispo, primer representante de Cristo en la formación sacerdotal- que la
Iglesia cumpla cada vez más su grave responsabilidad en el acompañamiento y en el
discernimiento de las vocaciones sacerdotales.
Esto vale en especial para
la elección de los formadores, cuyo exigente trabajo alabo aquí, en torno a los cuales,
bajo la autoridad del rector, se edifica la comunidad del seminario. Que su madurez
humana y espiritual, su amor a la Iglesia y su prudencia pastoral les ayuden a cumplir
con justicia y seguridad la hermosa misión de comprobar las capacidades espirituales,
humanas e intelectuales de los candidatos al sacerdocio.
Para concluir, hago
mías las observaciones que los padres sinodales expresaron muy acertadamente sobre
las aptitudes fundamentales que se deben adquirir con vistas a un ministerio sacerdotal
fecundo: "Hay que preocuparse de formar a los futuros sacerdotes en los verdaderos
valores culturales de sus respectivos países, en el sentido de la honradez, la responsabilidad
y la fidelidad a la palabra dada, (...) de modo que sean sacerdotes espiritualmente
firmes y disponibles, entregados a la causa del Evangelio, capaces de administrar
con transparencia los bienes de la Iglesia y de llevar una vida sencilla, de acuerdo
con su ambiente" (Ecclesia in Africa, 95).
Queridos hermanos en el episcopado,
al final de nuestro encuentro, os invito a la esperanza. La buena nueva se anuncia
desde hace más de un siglo en vuestra tierra. Doy gracias al Señor por el trabajo
generoso de todos los agentes de la evangelización, entre los cuales figuran numerosos
misioneros, que han permitido la implantación y el crecimiento de vuestra Iglesia.
Hoy os animo a proseguir con valentía la evangelización que vuestros predecesores
iniciaron. Iglesia de Dios en la República democrática del Congo, ¡no pierdas jamás
la alegría de creer y de dar a conocer el Evangelio de Cristo Salvador! Que vuestras
comunidades, sostenidas por los testigos de la fe en vuestro país, sobre todo por
la beata María Clementina Anuarite Nengapeta y el beato Isidoro Bakanja, sean signos
proféticos de una humanidad renovada por Cristo, humanidad sin rencor ni miedo.
Encomendándoos
a la maternal intercesión de la Virgen María, os imparto de buen grado una afectuosa
bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las
religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.