DISCURSO DEL PONTÍFICE JUAN PABLO II AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE NIGERIA EN VISITA
"AD LIMINA"
Martes 30 de abril de 2002
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
Es una gran alegría para mí daros la bienvenida a vosotros, miembros del segundo grupo
de obispos de Nigeria, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum: "A vosotros
gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7). La
antigua costumbre de "venir a ver a Pedro" es una tradición que evoca la visita del
apóstol san Pablo a Jerusalén para pasar un tiempo con Cefas (cf. Ga 1, 18), a quien
el Señor había constituido como "roca" sobre la que edificaría su Iglesia. En el abrazo
fraterno de Pedro y de Pablo la comunidad cristiana primitiva reconoció a los gentiles
convertidos por Pablo como verdaderos hermanos y hermanas en la fe, y en el relato
de Pablo acerca de la abundante efusión de gracia sobre aquellos nuevos creyentes
toda la comunidad encontró un motivo aún mayor para alabar la misericordia infinita
de Dios (cf. Hch 15, 16 ss). Del mismo modo, nuestro encuentro de hoy reafirma la
comunión de vuestras fervientes y crecientes Iglesias particulares con el Sucesor
de Pedro y con la Iglesia universal, y juntos damos gracias por la vida y el testimonio
de los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestro país, que sirven al Señor
con fidelidad y alegría.
Ya he compartido con el primer grupo de obispos de
Nigeria algunas reflexiones y preocupaciones que sugieren vuestras relaciones sobre
la situación específica de la Iglesia en vuestro país. Ahora os ofrezco ulteriores
puntos de reflexión a vosotros, que desempeñáis en vuestras comunidades locales "la
función de enseñar, santificar y gobernar" (Christus Dominus, 11).
2. Comparto
vuestra preocupación pastoral por el desarrollo pacífico de vuestros pueblos, no sólo
en términos de progreso material, sino también y especialmente de auténtica libertad
política, armonía étnica y respeto de los derechos de todos los ciudadanos. La pregunta
que debéis haceros ahora es: ¿cómo puede encarnarse el Evangelio en estas nuevas
circunstancias? ¿Cuál es la mejor manera como la Iglesia y cada uno de los cristianos
han de afrontar las cuestiones urgentes que implica la construcción de un futuro mejor
para sí mismos y para sus hijos? La respuesta a estas preguntas se encuentra en
los objetivos que, hace cinco años, os fijasteis en el Plan pastoral nacional para
Nigeria. En ese amplio programa, elaborado por vuestra Comisión episcopal para la
misión, dos vastos temas explican lo que consideráis como la misión pastoral de la
Iglesia en Nigeria en el tercer milenio cristiano: la nueva evangelización y las
responsabilidades de la Iglesia en la sociedad civil. En estos dos ámbitos habéis
logrado insertar virtualmente todos vuestros objetivos pastorales orientados a transformar
la humanidad desde dentro, a renovar la inocencia del corazón de las personas y, como
recomendó la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, a construir
la Iglesia como familia. Este último elemento constituye la clave de los dos primeros:
como reconocieron los padres sinodales, la Iglesia como familia de Dios "es una expresión
de la naturaleza de la Iglesia particularmente apropiada para África. En efecto, la
imagen pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las
relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza" (Ecclesia in Africa, 63). Cuando
el anuncio y la catequesis logran construir la Iglesia como familia, toda la sociedad
se beneficia: se da un fundamento más fuerte a la armonía entre los diferentes grupos
étnicos, se evita el etnocentrismo, se estimulan la reconciliación y una mayor solidaridad
y participación en los recursos entre las personas, y la vida social se impregna cada
vez más de la conciencia de las obligaciones que derivan del respeto a la dignidad
otorgada por Dios a toda persona humana.
3. La misión de la Iglesia en Nigeria,
como en cualquier otra parte, deriva de su misma naturaleza como sacramento de la
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1). Del
mismo modo que en una familia la armonía y la paz deben construirse constantemente,
así también en la Iglesia las diferencias no han de ser motivo de conflicto o tensión,
sino fuente de fuerza y unidad en la legítima diversidad. La paz, la armonía, la unidad,
la generosidad y la cooperación, ¿no son signos de una familia fuerte y sana? Estos
deben ser los rasgos distintivos de todas las relaciones en el seno de la Iglesia.
"Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).
De igual
modo, la honradez y la apertura al diálogo es una actitud cristiana necesaria tanto
dentro de la comunidad como fuera de ella, con los demás creyentes y con los hombres
y mujeres de buena voluntad. Sin embargo, una manera errónea o incompleta de entender
la inculturación o el ecumenismo no debe poner en peligro el deber de evangelizar,
que es un elemento esencial de la identidad católica. La Iglesia, aun mostrando gran
respeto y estima por las religiones no cristianas profesadas por muchos africanos,
no puede menos de sentir la urgencia de llevar la buena nueva a millones de personas
que aún no han oído el mensaje salvífico de Cristo. Como escribió el Papa Pablo VI
en la Evangelii nuntiandi: "La Iglesia piensa que estas multitudes tienen derecho
a conocer la riqueza del misterio de Cristo (cf. Ef 3, 8), dentro del cual creemos
que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca
a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de
la verdad" (n. 53).
4. Además, la evangelización y el desarrollo humano integral
-el desarrollo de toda persona y de toda la persona- están íntimamente unidos. El
concilio Vaticano II, en su constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
lo explica muy bien: "La Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo comunica
al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo
sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona
humana, fortalece la consistencia de la sociedad humana, e impregna de un sentido
y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres. La Iglesia
cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda su comunidad,
puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y su historia" (Gaudium
et spes, 40). De hecho, en la encarnación del Verbo de Dios la historia humana encuentra
su verdadero significado; Jesucristo, el Redentor de la humanidad, es el fundamento
de la dignidad humana restablecida. Por esta razón, anunciar a Jesucristo significa
revelar a los hombres su dignidad inalienable: "Al haberse confiado a la Iglesia
la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella misma
descubre al hombre el sentido de su propia existencia, es decir, la verdad íntima
sobre el hombre" (ib., 41). Precisamente porque los hombres han sido revestidos
de esta extraordinaria dignidad, no deberían verse obligados a vivir en condiciones
sociales, económicas, culturales y políticas infrahumanas. Esta es la base teológica
de la lucha por la defensa de la justicia y de la paz social, por la promoción, la
liberación y el desarrollo humano integral de todos los hombres y de todo el hombre.
Por eso, los padres de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos
observaron con razón que "el desarrollo integral supone el respeto de la dignidad
humana, la cual sólo puede realizarse en la justicia y la paz" (Ecclesia in Africa,
69).
5. Este vínculo entre evangelización y desarrollo humano explica la presencia
de la Iglesia en la esfera social, en la vida pública y social. Siguiendo el ejemplo
de su Señor, cumple su función profética en bien de todos los hombres, especialmente
de los pobres, de los que sufren y de los indefensos; se convierte en voz de los que
no tienen voz, insistiendo en que la dignidad de la persona humana debería ocupar
siempre el centro de los programas locales, nacionales e internacionales. "Interpela
la conciencia de los jefes de Estado y de los responsables del bien público, para
que garanticen cada vez más la liberación y el desarrollo armónico de sus poblaciones"
(ib., 70).
Por consiguiente, el anuncio de la buena nueva implica la promoción
de iniciativas que contribuyan al desarrollo y al ennoblecimiento del hombre en su
existencia espiritual y material. Denuncia también y combate todo lo que degrada o
destruye la persona humana. "Al ejercicio del ministerio de evangelización en el campo
social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también
la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio
es siempre más importante que la denuncia" (Sollicitudo rei socialis, 41). Así pues,
como pastores de almas debemos anunciar el Evangelio de modo positivo, siempre, a
tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), para construir la familia de Dios, que es la
Iglesia, con caridad y verdad, y para servir a toda la familia humana, que aspira
a una justicia, una libertad y una paz mayores.
6. Queridos hermanos en el
episcopado, estas son algunas reflexiones que me sugiere vuestra visita a las tumbas
de los Apóstoles, y que he querido añadir a los comentarios que hice al primer grupo
de obispos de Nigeria. Deseo que vuestra peregrinación os dé nueva fuerza para vuestro
ministerio, a fin de que nunca os canséis de predicar la palabra de Dios, celebrar
los sacramentos, guiar a la grey confiada a vuestro cuidado y buscar a los que se
han alejado o no han oído aún la voz del Señor. Llevo siempre en mi corazón a la Iglesia
en Nigeria. Oro para que la alegría de la resurrección del Señor y los dones del Espíritu
de sabiduría y fortaleza lleguen a ser cada vez más visibles en la vida de vuestros
fieles, de forma que sean de verdad "generosos hijos de la Iglesia, que es familia
del Padre, fraternidad del Hijo, imagen de la Trinidad" (Ecclesia in Africa, 144).
Encomendándoos a vosotros, así como a los sacerdotes, los religiosos y los laicos
a la protección amorosa de María, Reina de África, y a la intercesión de vuestro beato
Cipriano Miguel Iwene Tansi, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como
prenda de gracia y de comunión en nuestro Señor Jesucristo.