DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE BURKINA FASO Y NÍGER EN VISITA "AD
LIMINA"
Martes 17 de junio de 2003
Queridos hermanos en el episcopado:
1.
Os acojo con gran alegría a vosotros, que tenéis la responsabilidad pastoral de la
Iglesia católica en Burkina Faso y en Níger, mientras vivís este tiempo fuerte de
vuestro ministerio episcopal que es la visita ad limina. Habéis venido a orar ante
las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para incrementar en vosotros el
impulso apostólico que los animaba y los trajo aquí para ser testigos del evangelio
de Cristo hasta la entrega total de su vida. Habéis venido a encontraros con el Sucesor
de Pedro y con sus colaboradores, para hallar en ellos el apoyo necesario para vuestra
misión pastoral.
Agradezco a monseñor Philippe Ouédraogo, obispo de Uahiguya
y presidente de vuestra Conferencia episcopal, las amables palabras que acaba de dirigirme.
Saludo particularmente a aquellos de entre vosotros que han recibido su nombramiento
episcopal después de la última visita ad limina. Mi afecto va también a vuestras comunidades
diocesanas, cuya generosidad y dinamismo evangélico conozco. Pido al Espíritu Santo,
derramado sobre los Apóstoles, que os conceda remar mar adentro y os ayude en el servicio
al pueblo que se os ha encomendado, para que la Iglesia-familia en Burkina Faso y
en Níger sea cada vez más el fermento del mundo nuevo que Cristo vino a instaurar
para toda la humanidad.
Preocupándome del desarrollo duradero e integral de
las poblaciones de vuestros países, tan queridas para mí, no olvido la lucha diaria
que tienen que librar para sobrevivir. Las difíciles condiciones climáticas de la
región del Sahel y la desertización creciente de la región mantienen a las poblaciones
en una pobreza endémica, que engendra precariedad y desesperación, acentuando en ellas
el sentimiento de estar marginadas de la escena internacional. Quiero hacer solemnemente
un nuevo llamamiento a la comunidad internacional, para que preste una ayuda concreta
y duradera a las poblaciones probadas del Sahel, deseando que la solidaridad, en la
justicia y en la caridad, no conozca fronteras ni límites, y que la generosidad permita
mirar al futuro con mayor serenidad.
2. A pesar de las dificultades relacionadas
con la precariedad de la vida de las poblaciones locales, la vitalidad misionera de
vuestras Iglesias diocesanas ha podido expresarse de múltiples maneras. Doy gracias
con vosotros por las celebraciones que marcaron el centenario de la evangelización
de Burkina Faso. En esa feliz ocasión, pudisteis experimentar la presencia del Espíritu
que actúa en el corazón de los creyentes desde el inicio de la evangelización. Sé
con qué celo implicasteis a las comunidades locales, sobre todo por medio de sínodos
diocesanos, en la preparación y en la celebración de ese tiempo eclesial fuerte, que
coincidió con el gran jubileo de la Encarnación, un acontecimiento de alcance universal.
Las orientaciones pastorales del primer sínodo nacional de Burkina Faso invitaron
también claramente a las comunidades cristianas a no escatimar esfuerzos para edificar
la Iglesia, familia de Dios, llamada a caminar hacia la santidad, a fin de "permitir
que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente
mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura"
(Novo millennio ineunte, 29). Al dar gracias con vosotros por el trabajo paciente
y audaz de los primeros misioneros, ayudados por valientes catequistas, animo a los
pastores y a los fieles a mostrarse dignos sucesores suyos, dando vida a comunidades
cristianas cada vez más gozosas y atrayentes, signos de comunión y fraternidad. Dondequiera
que se encuentren los discípulos de Cristo, han de ser visibles los signos del amor
de Dios a los hombres.
3. Evangelizar es una misión esencial para la Iglesia.
El anuncio del Evangelio no puede realizarse plenamente sin la contribución de todos
los creyentes, en todos los niveles de la Iglesia particular. En vuestras relaciones
quinquenales destaca muchas veces vuestra solicitud pastoral por lograr que los cristianos,
en virtud de su bautismo, sean cada vez más protagonistas en la obra de evangelización.
En efecto, "la acción evangelizadora de la comunidad cristiana, primero en su propio
territorio y luego en otras partes, como participación en la misión universal, es
el signo más claro de madurez en la fe" (Redemptoris missio, 49). Desarrollar esta
conciencia misionera en el corazón de cada creyente sigue siendo un verdadero desafío,
de cuya importancia sois muy conscientes.
Para que la Iglesia encarne el Evangelio
en las diversas culturas, tomando lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde
dentro, en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa recordé que la inculturación
es una prioridad y una urgencia en la vida de las Iglesias particulares, un camino
hacia una plena evangelización, para que todo hombre "acoja a Jesucristo en la integridad
de su propio ser personal, cultural, económico y político, para la plena adhesión
a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo" (n.
62). La pastoral de la inculturación que habéis desarrollado en vuestras diócesis
da fruto particularmente en la vida y en el testimonio de las comunidades cristianas
de base, fermentos de vida cristiana y signos concretos de la comunión misionera,
que la Iglesia-familia está llamada a ser.
En vuestras relaciones quinquenales
dais gracias por la vitalidad y el testimonio de esas pequeñas comunidades locales.
Sin embargo, sois conscientes del largo camino que queda por recorrer para que el
Evangelio transforme desde dentro el espíritu y el corazón de los creyentes, a fin
de que se reconozcan como hermanos y hermanas en Cristo. La vuelta a prácticas antiguas
que aún no han sido purificadas por el Espíritu de Cristo, las dificultades para considerarse
miembros de una misma familia salvada por la sangre de Cristo, y los peligros de una
civilización moderna, llamada sociedad del progreso, que debilita los vínculos en
las familias y entre los grupos humanos: todo esto es para vosotros una invitación
a no escatimar esfuerzos para que los discípulos de Cristo asimilen plenamente el
mensaje evangélico y conformen su vida a él, sin renunciar por ello a los valores
africanos auténticos.
Los cristianos necesitan encontrar fuerzas nuevas para
superar los obstáculos al anuncio del Evangelio y para trabajar eficazmente con vistas
a su inculturación: es esencial que su fe se funde y se eduque cada vez más sólidamente.
Tenéis una viva conciencia de esta responsabilidad que os compete, y la compartís
en el seno de la Conferencia episcopal mediante un intercambio de experiencias y una
profundización teológica y pastoral. Se trata de permitir que los pastores y los fieles
se dejen conquistar por Cristo, acepten depender radicalmente de él, quieran vivir
de su vida y aprendan a cumplir su voluntad, para seguirlo en la santidad verdadera
(cf. 1 Ts 4, 3). Por eso, os aliento a ayudar sin cesar a los fieles laicos de vuestras
diócesis a tomar cada vez mayor conciencia de su papel en la Iglesia y a cumplir así
su misión de bautizados y confirmados. La pastoral sacramental, la liturgia, la formación
bíblica y teológica, pero también las diversas expresiones artísticas y musicales,
así como los medios de comunicación social, deben permitir a los cristianos descubrir
las riquezas de la fe cristiana con los medios a su alcance y arraigarse en Cristo,
para participar cada vez más activamente en la vida de las comunidades locales, pero
sin apartarlos del ejercicio de su vocación bautismal en la vida social, económica
y política de la nación.
4. En la exhortación apostólica Ecclesia in Africa
subrayé que, "como Iglesia doméstica, construida sobre sólidas bases culturales y
sobre los ricos valores de la tradición familiar africana, la familia cristiana está
llamada a ser una célula válida de testimonio cristiano en la sociedad marcada por
rápidos y profundos cambios" (n. 92). Vuestras relaciones quinquenales recuerdan el
testimonio dado por numerosas familias, que viven de manera heroica la fidelidad al
sacramento del matrimonio cristiano, en el contexto de una legislación civil o de
costumbres tradicionales poco favorables al matrimonio monogámico. Ante las amenazas
que se ciernen hoy sobre la familia africana y sobre sus cimientos, os exhorto a promover
la dignidad del matrimonio cristiano, reflejo del amor de Cristo a su Iglesia, recordando
sobre todo que el amor mutuo de los esposos es único e indisoluble; que el matrimonio,
gracias a su estabilidad, contribuye a la plena realización de su vocación humana
y cristiana; y que una familia así es el lugar donde se desarrollan plenamente los
hijos y se transmiten los valores. Las comunidades cristianas, unidas a sus pastores,
han de esforzarse también por acompañar a las familias en la educación de los jóvenes.
Del mismo modo, deben ayudar a los novios en su camino hacia el sacramento del matrimonio
y, después, en su vida conyugal y familiar, para que también ellos se pongan al servicio
de la Iglesia y de la sociedad.
5. Os ruego que transmitáis el saludo afectuoso
del Papa a los sacerdotes de vuestras diócesis. Conozco las difíciles condiciones
en las que, con frecuencia, están llamados a ejercer su ministerio. La distancia entre
las parroquias, las vías de comunicación poco desarrolladas y el escaso número de
obreros apostólicos dificultan a menudo el seguimiento y la formación de las comunidades
cristianas. Les agradezco su generosidad al servir a Cristo y a su Iglesia. Sé cuánto
os esforzáis, con los medios de que disponéis, por procurarles todo lo que precisan
para su salud espiritual y para sus necesidades materiales. En comunión profunda con
sus obispos, han de vivir una vida cada vez más digna y santa, conforme a su vocación
y al testimonio que tienen que dar como hombres de Dios elegidos para el servicio
del Evangelio. Dispuestos a conformarse a Cristo servidor, podrán llegar a ser modelos
para el pueblo que se les ha encomendado, en particular para los más jóvenes, a quienes
deben invitar a seguir de modo gozoso y radical a Cristo como sacerdotes o como consagrados.
Doy gracias en esta ocasión por el desarrollo de la vida religiosa en vuestros países,
y os animo a sostenerlo y promoverlo, recordando que, sin el signo concreto de la
vida consagrada, "la caridad que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse,
la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la "sal" de la fe de
disolverse en un mundo de secularización" (Vita consecrata, 105).
A imagen
de vuestros predecesores en la fe, os aliento igualmente a manifestar cada vez con
mayor generosidad, como hacéis ya, la solidaridad de vuestras Iglesias locales con
los países vecinos, que con frecuencia carecen de pastores, enviándoles sacerdotes
y laicos misioneros, recordando que "todos los obispos, como miembros del Cuerpo episcopal,
sucesor del Colegio de los Apóstoles, han sido consagrados no sólo para una diócesis
determinada, sino para la salvación de todo el mundo" (Ad gentes, 38). Deseo que el
espíritu de comunión así creado, por el cual cada Iglesia se muestra solícita por
todas las demás, dé un nuevo impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas y
las mantenga en su deseo audaz de hacer germinar el reino de Dios.
6. La formación
de los candidatos al sacerdocio es una grave responsabilidad para el obispo. Algunos
de vosotros habéis hecho de ella una prioridad pastoral. Es esencial prestar una atención
particular a la organización de esta formación y procurar elegir con cuidado formadores
idóneos. Es necesario también sensibilizar a las comunidades diocesanas para que tomen
mayor conciencia de su responsabilidad en la formación de los futuros sacerdotes.
"La Iglesia como tal es el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad
de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio" (Pastores
dabo vobis, 65). Además, una seria formación espiritual, intelectual y pastoral, indispensable
para el ejercicio del ministerio sacerdotal, deberá ir acompañada por una sólida formación
humana y cultural. Será particularmente importante insistir en la maduración afectiva
de los candidatos, necesaria para quienes están llamados al celibato; consiste en
"ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad,
la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia" (ib., 44).
7. En vuestros países, las comunidades cristianas viven en medio de sociedades
marcadas por el predominio del islam y de sus valores. Me alegra que, como me habéis
dicho, las relaciones de los católicos con los creyentes del islam se basen generalmente
en el respeto, la estima y la convivencia. En efecto, cristianos y musulmanes "están
llamados a comprometerse en la promoción de un diálogo inmune de los riesgos derivados
de un irenismo de mala ley o de un fundamentalismo militante, y levantar su voz contra
políticas y prácticas desleales, así como contra toda falta de reciprocidad en relación
con la libertad religiosa" (Ecclesia in Africa, 66). Os animo a cultivar este diálogo,
dotándoos de estructuras y medios que lo garanticen, para que desaparezca el miedo
al otro, que nace frecuentemente del desconocimiento profundo de los valores religiosos
que lo animan, sin renunciar jamás a dar razón, con toda claridad, de la esperanza
que hay en vosotros. Ojalá que del patrimonio auténtico de sus tradiciones religiosas,
cristianos y musulmanes saquen las fuerzas necesarias para colaborar en el desarrollo
solidario de su país.
8. Queridos hermanos en el episcopado, os pido que,
al volver a vuestros países, llevéis a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos,
a las religiosas, a los catequistas y a los laicos de vuestras comunidades el saludo
afectuoso del Papa, que encomienda al Señor su vida cristiana y su compromiso apostólico.
En efecto, "la estructura de la comunidad apostólica descansa en unos y otros" (Constituciones
apostólicas, III). Transmitid también a todos vuestros compatriotas mis deseos cordiales
de paz y prosperidad. Ante el escándalo de la pobreza y la injusticia, deseo en particular
que la Iglesia siga desempeñando su misión profética y sea la voz de los que no tienen
voz, para que se reconozca por doquier la dignidad humana a toda persona y se promuevan
todas las iniciativas encaminadas a desarrollar y ennoblecer al hombre en su existencia
espiritual y material (cf. Ecclesia in Africa, 70). Que el Espíritu de Pentecostés
os ayude a crecer cada vez más en la esperanza y a guiar la Iglesia-familia en Burkina
Faso y en Níger hacia "la verdad completa" (Jn 16, 13), para que mantenga viva la
presencia de Cristo Salvador en medio de su pueblo, a través de un ardiente testimonio
de vida evangélica. Encomiendo a la intercesión de la Virgen María el futuro de vuestras
diócesis, así como el de las naciones en las que vivís. Le pido particularmente que
os ayude en vuestro ministerio episcopal. Os imparto de todo corazón la bendición
apostólica, que extiendo a todos los fieles de vuestras diócesis.