DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GHANA
EN VISITA "AD LIMINA"
Lunes 24 de abril de 2006
Queridos hermanos en el episcopado:
Durante
estos días de gozosa celebración de la resurrección de nuestro Señor y Salvador, os
doy la bienvenida a vosotros, obispos de Ghana, con ocasión de vuestra peregrinación
a Roma para la visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros, manifiesto mi cordial
afecto a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.
Agradezco en especial a monseñor Lucas Abadamloora las amables palabras de saludo
que me ha dirigido en vuestro nombre. Deseo expresar mi estima, en particular, al
cardenal Peter Poreku Dery, nativo de Ghana, que recientemente entró a formar parte
del Colegio cardenalicio, y aprovecho también esta oportunidad para saludar al cardenal
Peter Turkson, arzobispo de Cabo Costa.
Todos habéis venido a Roma, ciudad
donde los apóstoles san Pedro y san Pablo dieron su vida a imitación de Cristo: san
Pedro, muy cerca del lugar donde nos encontramos hoy, y san Pablo en la vía Ostiense.
Pido constantemente a Dios que, como siervos buenos y fieles del Evangelio, al igual
que los príncipes de los Apóstoles, "os haga dignos de la vocación y lleve a término
con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que
así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él"
(2 Ts 1, 11-12).
Durante los años recientes vuestro país ha dado grandes pasos
para afrontar la plaga de la pobreza y fortalecer la economía. A pesar de este plausible
progreso, aún queda mucho por hacer para superar esta condición que constituye un
obstáculo para un amplio sector de la población. La pobreza extrema y generalizada
produce a menudo una degeneración moral general que lleva al crimen, a la corrupción,
a los ataques contra la santidad de la vida humana o incluso al regreso a las prácticas
supersticiosas del pasado.
En esta situación, la gente puede perder fácilmente
la confianza en el futuro. Sin embargo, la Iglesia brilla como un faro de esperanza
en la vida del cristiano. Y uno de los modos más eficaces para lograrlo es ayudar
a los fieles a comprender mejor las promesas de Jesucristo. Por tanto, la Iglesia,
como faro de esperanza, tiene una particular y urgente necesidad de intensificar sus
esfuerzos para proporcionar a los católicos programas completos de formación, que
les ayuden a profundizar su fe cristiana y así los capaciten para ocupar su legítimo
lugar tanto en la Iglesia como en la sociedad. Parte esencial de todo proceso
adecuado de formación es el papel de los catequistas laicos. Por consiguiente, es
justo expresar la gratitud a los numerosos hombres y mujeres comprometidos que trabajan
desinteresadamente de este modo al servicio de vuestra Iglesia local. Como afirmó
el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa,
"su labor debe ser reconocida y estimada dentro de la comunidad cristiana" (n. 91).
Sé que estos fieles, hombres y mujeres, a menudo no pueden realizar su tarea
por falta de recursos o por la hostilidad del ambiente, pero siguen siendo mensajeros
valientes de la alegría de Cristo. Consciente de cuán agradecidas están las Iglesias
locales por el servicio que prestan los catequistas, os animo a vosotros y a vuestros
sacerdotes a seguir haciendo todo lo posible para garantizar que estos evangelizadores
reciban el apoyo espiritual, doctrinal, moral y material que necesitan para cumplir
adecuadamente su misión.
En muchos países, incluido el vuestro, los jóvenes
constituyen casi la mitad de la población. La Iglesia en Ghana es joven. Para llegar
a la juventud contemporánea la Iglesia debe afrontar sus problemas con franqueza y
con amor. Un sólido fundamento catequístico fortalecerá su identidad católica y les
proporcionará los instrumentos necesarios para afrontar los desafíos de las realidades
económicas que cambian, la globalización y la enfermedad. También les ayudará a responder
a los argumentos aducidos con frecuencia por las sectas religiosas. Por consiguiente,
es importante que la futura planificación pastoral, tanto a nivel nacional como local,
tome atentamente en consideración las necesidades de los jóvenes y elabore programas
para la juventud que respondan convenientemente a esas necesidades (cf. Christifideles
laici, 46).
La Iglesia tiene también la misión de ayudar a las familias cristianas
a vivir fiel y generosamente como verdaderas "iglesias domésticas" (cf. Lumen gentium,
11). De hecho, una sana catequesis depende del apoyo de familias cristianas sólidas,
que nunca son egoístas, siempre se orientan a los demás y se fundan en el sacramento
del matrimonio.
Al examinar vuestras relaciones quinquenales, he notado que
muchos de vosotros os preocupáis por la correcta celebración del matrimonio cristiano
en Ghana. Comparto vuestra preocupación y, por tanto, invito a los fieles a poner
el sacramento del matrimonio en el centro de su vida familiar. Aunque el cristianismo
trata de respetar siempre las venerables tradiciones de las culturas y los pueblos,
se esfuerza por purificar las prácticas que son contrarias al Evangelio. Por esta
razón, es esencial que toda la comunidad católica siga poniendo de relieve la importancia
de la unión monógama e indisoluble de un hombre y una mujer, consagrada en el santo
matrimonio. Para el cristiano, las formas tradicionales de matrimonio no pueden ser
nunca un sucedáneo del matrimonio sacramental.
El don de sí al otro está también
en el centro del sacramento del orden sagrado. Quienes reciben este sacramento se
configuran de un modo particular con Cristo, Cabeza de la Iglesia. Así pues, están
llamados a entregarse totalmente por el bien de sus hermanos y hermanas. Esto sólo
puede suceder cuando la voluntad de Dios ya no se ve como algo impuesto desde fuera,
sino que llega a ser "mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más
dentro de mí que lo más íntimo mío" (Deus caritas est, 17). El sacerdocio no debe
considerarse nunca como un medio para mejorar la propia posición social o el propio
nivel de vida. Si fuera así, la entrega del sacerdote y la docilidad a los designios
de Dios darían lugar a aspiraciones personales, haciendo que el sacerdote sea ineficaz
y que no se sienta realizado. Por tanto, os animo en vuestros continuos esfuerzos
por certificar la aptitud de los candidatos al sacerdocio y garantizar debidamente
la formación sacerdotal a quienes están preparándose para el ministerio sagrado. Debemos
ayudarles a discernir la voluntad de Cristo y a cultivar este don, de modo que puedan
llegar a ser ministros eficaces y realizados de su alegría.
Queridos hermanos,
sé que este año es un jubileo especial para la Iglesia en Ghana. En efecto, exactamente
ayer, 23 de abril, se celebró el centenario de la llegada de los misioneros al norte
de vuestro país. Pido a Dios de modo especial que el celo misionero os siga animando
a vosotros y a vuestro amado pueblo, fortaleciéndoos en vuestros esfuerzos por difundir
el Evangelio. Al volver a vuestros ambientes, os invito a encontrar consuelo en las
palabras que el apóstol san Pedro dirigió a los primeros cristianos: "Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza
viva" (1 P 1, 3).
Encomendando vuestro ministerio a María, Reina de los Apóstoles,
os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a todos los que han sido
confiados a vuestra solicitud pastoral.