2009-10-15 17:59:07

Intervención de Mons. Arlindo GOMES FURTADO, Obispo de Santiago de Cabo Verde (CABO VERDE)


S. E. R. Mons. Arlindo GOMES FURTADO, Obispo de Santiago de Cabo Verde (CABO VERDE)

Intervención consignada por escrito, pero no leída en el Aula.



Cuando la democracia funciona y las estructuras de un estado de derecho adquieren consistencia, los partidos políticos se vigilan y controlan mutuamente, de manera especial en el uso de los bienes públicos y en la implementación de los proyectos sociales y de desarrollo. De este modo, muchos problemas sociales se solucionarán más fácilmente y la población alcanzará más rápidamente una calidad de vida mejor.

En este aspecto, Cabo Verde ha hecho grandes progresos en el campo de la educación, la salud, las infraestructuras y la esperanza de vida.

Sin embargo, los desafíos siguen aumentando cada vez más: la inestabilidad de la estructura familiar, motivada por la emigración, el divorcio y el recelo generalizado frente al compromiso familiar a través del matrimonio, sin hacer antes una experiencia; el déficit en la educación cívica y ciudadana; la situación de la infancia en riesgo, y la delincuencia juvenil; el desempleo, que alcanza un índice elevado sobre todo en la franja juvenil; la invasión de las sectas, que ofrecen falsas promesas y ejercen un gran dominio en la comunicación social, muchas veces agresivas contra la Iglesia católica; el peligro de la entrada a gran escala del Islam debido a la numerosa inmigración de los hermanos vecinos del continente y la perspectiva de una gran inversión en la promoción del Islam en el único país católico de la región.

Alrededor de un tercio de los habitantes del país, de una forma u otra, está dentro del sistema de enseñanza, debido a una gran apuesta en la educación para todos y a la actitud de promoción y de competición. Pues bien, todo esto le exige a la Iglesia otro nivel de responsabilidades, de pastoral y de formación de sus agentes. Y en todas esas esferas de la sociedad nosotros, los cristianos, estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, con la discreción necesaria, con la visibilidad de quien está dispuesto a servir, con la delicadeza propia de la gratitud, pero también con la eficacia que se impone, para que el Evangelio, la fe, la esperanza, la hospitalidad, la honestidad y el respeto por los derechos de todos y de cada uno puedan ir de la mano.








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