2009-10-13 11:11:01

Intervención de Mons. Gianfranco RAVASI, Arzobispo titular de Villamagna di Proconsolare, Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura


S. E. R. Mons. Gianfranco RAVASI, Arzobispo titular de Villamagna di Proconsolare, Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura (CIUDAD DEL VATICANO)



Mi voz es la de un europeo que con admiración y respeto se dirige a los hermanos Obispos africanos para proponer una intervención muy simple y general sobre un tema que ha estado presente en muchas páginas del Instrumentum laboris y en las intervenciones ya escuchadas en el aula. Si bien el color negro es el símbolo tradicional del continente, África en verdad se presenta como un arcoiris cromático multicultural y multirreligioso. Solo para poner un ejemplo, la UNESCO en Camerún ha encontrado al menos 250 idiomas diferentes, ademas las lenguas bantú son ideológicamente tan sofisticadas que usan hasta 24 clasificaciones gramaticales distintas según las diferentes cualidades de las variadas realidades.

Frente a semejante cofre de tesoros culturales y espirituales formado por tradiciones populares y familiares, símbolos y ritos religiosos, sabiduría, memoria, folclore, quisiera proponer tres observaciones esenciales.

La primera contiene el deseo de que el Sínodo estimule de muchas maneras a África para custodiar su identidad cultural y espiritual, impidiendo que sea disuelto por el viento de la secularización y la globalización que sopla con fuerza también en las 53 naciones africanas.

Sin embargo, África debe también respirar los valores positivos de la comunión moderna universal y, en consecuencia, debe saber combatir los nacionalismos, los integrismos étnicos, las peculiaridades tribales, los fundamentalismos religiosos.

La segunda consideración propone, en cambio, que el Sínodo pueda dirigirse también a Occidente y al Norte del mundo para que se instaure ese dialogo que sugestivamente Mons. Monsegwo Pasinya en su informe, llamó la colaboración, no solamente respecto a las materias primas sino también a las materias grises, o sea, de los valores, creando espacios de comprensión y comunión y no de colonización o, peor aún, de rechazo recíproco. Fue lo que sucedió en los primeros siglos de la cristiandad con el inestimable don hecho a la Iglesia y a la cultura occidental de Antonio, Pacomio, Tertuliano, Cipriano, Clemente de Alejandría, Orígenes, Atanasio y el gran Agustín.

Como tercera reflexión quisiera volver a proponer la profundización metodológica y temática de la delicada, pero siempre muy necesaria cuestión de la inculturación del mensaje cristiano. La inculturación -como Juan Pablo II sugería a los obispos de Kenya en 1980- “será realmente un reflejo de la Encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, produce de su propia tradición expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristiano”. En esta línea una función significativa podría ser llevada a cabo por la red de Centros culturales católicos que se extienden por toda África y que presenta tipologías muy variadas a veces de nivel académico-universitario, otras de naturaleza popular y parroquial.







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