Intervención de JACQUES DIOUF (SENEGAL), Director-General de la FAO, Invitado Especial
en el Sínodo
Jacques Diouf, Director-General de la FAO:
Querría ante
todo saludaros con gran respeto y afecto. Es para mí un gran honor haber sido invitado
a intervenir ante esta augusta a Asamblea y siento una gran emoción. Deseo expresar
mi profunda gratitud por vuestra invitación, pues reconozco que es un hecho excepcional.
Es una distinción especial que me invitéis a participar en vuestras reflexiones sobre
algunos de los problemas cruciales del mundo, sobre todo la inseguridad alimenticia,
que me habéis pedido que afronte junto con vosotros. Nuestro diálogo no podía concebirse
sin la intermediación de la palabra, que simboliza lo humano, a la vez que es el vector
del mensaje universal de paz, de solidaridad y de fraternidad. Vuestro solemne
encuentro está bajo el signo de la trilogía: “Sínodo”, “Obispo”, “Africano”. Como
tengo el gran privilegio de tomar la palabra ante el Santo Padre, debo beber de las
fuentes de la sabiduría de los antiguos para evitar aventurarme en el laberinto intelectual
de los dos sustantivos “Sínodo” y “Obispo”. Osaría, pues, aventurarme sólo por el
camino menos escarpado del sustantivo “Africano”. África significa, primeramente,
valores comunes de civilización basados en una conciencia histórica de pertenencia
a un mismo pueblo. Este pueblo, que partió de la zona de los grandes lagos durante
la prehistoria para huir de la desertización, fundó durante la protohistoria las civilizaciones
sudano nilótica y egipcia. La ocupación extranjera de Egipto en el siglo VI provocó
las migraciones hacia el sur y el oeste, desde el valle del Nilo. Desde comienzos
del primer siglo hasta las invasiones ultramarinas se sucedieron los grandes imperios
y reinos florecientes: Ghana, Nok, Ifé, Malí después Songhai, Haoussa y Kanem Bornou,
Zimbabue y Monomotapa, Congo. Estos valores se apoyan en una conciencia geográfica,
un territorio que es un triángulo delimitado por el Océano Atlántico, el Océano Índico
y el Mar Mediterráneo. África, martirizada, explotada, expoliada por la esclavitud
y la colonización, pero ahora políticamente soberana, no debe replegarse en el rechazo
y la negación, aunque tenga el deber de recordar. Debe tener la grandeza del perdón
y seguir desarrollando una conciencia cultural basada en una identidad propia que
rechaza la asimilación alienante. Debe profundizar en los conceptos operativos de
negritud y de africanidad, incluyendo la diáspora, que se basan en el arraigamiento,
pero también en la apertura. Estos valores se reflejan en una expresión artística
(pintura, escultura) que acentúa las formas y las dimensiones para transmitir sobre
todo un mensaje de amor o manifestar una emoción que sobrepasa las oposiciones dicotómicas.
Se expresan también mediante una música y unas danzas más festoneadas de ritmo y de
improvisación que de lirismo y de solfeo. Estos valores también han producido un tipo
de arquitectura caracterizada por el paralelismo asimétrico en el que dominan puntas,
triángulos y cilindros, que contrastan con los ángulos rectos, los cuadrados y los
cubos en equilibrio en relación a los ejes centrales, tan característicos de los edificios
de otros continentes. Este terreno cultural es el zócalo duro sobre el cual África
debe construir su futuro en armonía con los demás pueblos del planeta Tierra. Siempre
se presenta a África desde el punto de vista de sus dificultades. Pero es una tierra
de futuro que en los próximos cuarenta años experimentará un fuerte crecimiento demográfico.
En 2050 contará con dos mil millones de habitantes el doble de los que tiene hoy,
superando así a la India (1.600 millones de habitantes) y a China (1.400 millones
de habitantes) y representará el mayor mercado del mundo.
Con el 80% de los
recursos mundiales de platino, el 80% de magnesio, el 57% de los diamantes, el 34%
del oro, el 23% de la bauxita, el 18% del uranio, el 9% del petróleo y el 8% del gas,
África es ineludible en el desarrollo económico del planeta. No obstante, este potencial
minero y energético no será una realidad hasta que no se ponga al servicio de la emancipación
económica de sus pueblos, y África se libere del yugo del hambre y de la malnutrición.
Para ello, tiene que vivir en paz y unidad. La gestión de la ciudad en los Estados
se debe llevar a cabo en democracia, con transparencia, primacía del derecho y aplicación
de la ley por parte de una justicia independiente, ante la cual todos los ciudadanos
son responsables de sus actos. La economía debe crear riqueza y prosperidad en beneficio
del pueblo, especialmente de las personas desheredadas y más vulnerables. La seguridad
alimentaria es indispensable para la reducción de la pobreza, la educación de los
niños y la salud de la población, pero también para un crecimiento económico duradero.
Condiciona la estabilidad y la seguridad del mundo. Cuando en 2007 y 2008 tuvieron
lugar los “motines del hambre” en 22 países de todos los continentes, la estabilidad
de los gobiernos se tambaleó. Todos se han podido dar cuenta de que la alimentación
también es una cuestión social de primer orden y un factor esencial de seguridad global. En
1996, la Cumbre mundial de la alimentación, organizada por la FAO, se comprometió
solemnemente a reducir a la mitad el hambre y la desnutrición en el mundo. Para ello,
había adoptado un programa dirigido a la seguridad alimentaria duradera. Este compromiso
fue ratificado por la Cumbre del Milenio del año 2000, por la Cumbre mundial de la
alimentación cinco años más tarde, en 2002, y por la Conferencia de alto nivel de
la FAO sobre la Seguridad alimentaria mundial que se celebró en junio de 2008. Por
desgracia, los datos más recientes recogidos por la FAO sobre el hambre y la malnutrición
en el mundo revelan que la situación actual es aún más inquietante que en 1996. La
inseguridad ha aumentado en todas partes en el mundo a lo largo de los últimos tres
años a causa de la crisis mundial de 2007 2008 provocada por la subida repentina de
los precios de los productos alimenticios y exacerbada por la crisis financiera y
económica que afecta al mundo desde hace más de un año. Todas las regiones del planeta
se han visto afectadas. Por primera vez en la historia de la humanidad, el número
de personas que pasan hambre ha alcanzado los mil millones, es decir, el 15% de la
población mundial. En África, a pesar de los importantes avances que han realizado
muchos países, el estado de la inseguridad alimentaria es muy preocupante. El continente
cuenta actualmente con 271 millones de personas malnutridas, es decir, el 24% de la
población, lo cual representa un aumento del 12% respecto al año anterior. Además,
de los treinta países en el mundo en estado de crisis alimenticia que actualmente
necesitan una ayuda urgente, veinte se encuentran en África. Los resultados de
la agricultura africana a lo largo de las últimas décadas han sido insuficientes.
El crecimiento de la producción agrícola (2,6% por año entre 1970 y 2007) se ha compensado
con el de la población (2,7% para el mismo período), por lo que no han aumentado las
disponibilidades alimentarias medias por persona. Sin embargo, la agricultura representa
el 11% de las exportaciones, el 17% del PIB del continente, y sobre todo el 57% de
los empleos. Sigue siendo un sector económico esencial y un factor de equilibrio social
sin igual. A este propósito, la contribución de la mujer africana en la producción
y en el comercio agrícola, al igual que su papel en la alimentación de toda la familia,
son factores esenciales. De hecho, ninguna iniciativa para hacer frente al problema
de la inseguridad alimentaria en África puede tener éxito si no se toma en consideración
esta realidad económica y social. África necesita modernizar sus medios y sus infraestructuras
de producción agrícola. El uso de los abonos modernos actualmente es muy insuficiente.
Se utilizan sólo 16 kg de abonos por hectárea de tierra cultivable, contra los 194
kg en Asia y los 152 kg en América Latina. Ese porcentaje es todavía menor en el África
subsahariana, con sólo 5 kg por hectárea. El uso de las semillas seleccionadas, que
llevaron al éxito de la Revolución verde en Asia, es muy reducido en África. Solamente
un tercio de las semillas es sometido a un sistema de control de calidad y de certificación.
Las infraestructuras de transporte, los medios de almacenamiento y de envase son
terriblemente deficientes en el continente. Los caminos rurales están al nivel de
la India de principios de los años 70. Las pérdidas de las cosechas representan del
40 al 60% en el caso de algunos productos agrícolas. Sólo se irriga el 7% de las
tierras cultivables en África, frente al 38% de Asia. Ese porcentaje baja hasta el
4% para en el África subsahariana, donde en el 93% de las tierras, la vida, debería
decir la supervivencia de las poblaciones, depende de la lluvia, un factor cada vez
más aleatorio a causa del calentamiento global. Sin embargo, el continente no utiliza
más que el 4% de sus reservas de agua, frente al 20% de Asia. Además, el comercio
de los productos agrícolas intra africano es relativamente limitado. A pesar de la
existencia de 14 grupos económicos regionales, sólo el 14% de las importaciones de
los principales productos alimenticios para África provienen de la región. Para los
cereales, esta cifra es sólo del 6%. El comercio intra regional de los productos agrícolas
en África, como sucede en otras partes con otros productos, debería favorecerse más
porque tiene un papel determinante en la seguridad alimentaria del continente. Los
agricultores africanos necesitan mejorar sus condiciones de vida. Tienen que poder
vivir dignamente, trabajando con los medios de su época. Necesitan semillas de alto
rendimiento, fertilizantes, alimentos para el ganado y otros abonos modernos. No pueden
seguir como en la Edad Media, trabajando la tierra con los utensilios tradicionales,
en condiciones aleatorias, a merced de los caprichos del tiempo. Hay que decir
y repetir que es imposible vencer el hambre y la pobreza en África sin aumentar la
productividad agrícola, ya que la extensión de las superficies comienza a encontrar
sus límites a causa del impacto de la deforestación y de las incursiones en los ecosistemas
frágiles. En julio de 2003, los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Africana
adoptaron el Programa detallado de desarrollo de la agricultura africana (PDDAA),
preparado con el apoyo de la FAO, y completado con los documentos sobre la cría de
ganado, los bosques, la pesca y la hidrocultura. Inmediatamente después, 51 países
africanos pidieron el apoyo de la FAO para aplicar ese programa en sus Estados. Se
prepararon, pues, programas nacionales de inversión a medio plazo y proyectos de inversión
por un total de aproximadamente diez mil millones de dólares americanos. El problema
del agua, evidentemente, es esencial, y lo será todavía más a causa de las consecuencias
del calentamiento global, que tendrá un impacto especialmente negativo sobre las condiciones
de la producción agrícola en África. Según el Grupo intergubernamental de expertos
de la ONU sobre la evolución del clima (GIEC), los rendimientos de los cultivos pluviales
en África podrían reducirse en un 50% de aquí al año 2020. Por este motivo, la FAO,
con la colaboración del Gobierno libio, organizó en Sirte, en diciembre de 2008, una
reunión de los Ministros de agricultura, sobre los recursos acuíferos y la energía.
Se ha aprobado un conjunto de proyectos por un total de 65.000 millones de dólares
americanos para un programa, a corto, medio y largo plazo, de irrigación e hidroenergía,
establecido para cada país por los gobiernos africanos con el apoyo de la FAO. Pero
nosotros no podemos lograr nuestros objetivos sin recursos financieros suficientes.
De hecho, el problema de la inseguridad alimentaria en el mundo actual es en primer
lugar una cuestión de movilización en los más altos niveles políticos para que los
recursos financieros necesarios estén disponibles. Es una cuestión de prioridades
ante las necesidades humanas más fundamentales.
Es conveniente recordar que
cada año las ayudas a la agricultura de los países de la OCDE alcanzan los 365 mil
millones de dólares americanos y los gastos en armas los 1.340 mil millones de dólares
americanos. Al año en el mundo. Por otra parte, deseo subrayar que las financiaciones
necesarias para la lucha contra el hambre llegarían a 83 mil millones de dólares
americanos al año, que provienen de los mismo países en desarrollo, de las inversiones
privadas, principalmente de los mismos agricultores y, finalmente, de la ayuda pública
al desarrollo. Hoy se constata el resultado de las decisiones tomadas basándose
en motivaciones materiales en perjuicio de las referencias éticas. De ello resultan
unas condiciones injustas de vida y un mundo desigual, en el que un número restringido
de personas se hace cada vez más rico, mientras que la gran mayoría de la población
es cada vez más pobre. Ciertamente, en la tierra existen suficientes medios financieros,
tecnologías eficaces, recursos naturales y humanos para eliminar definitivamente el
hambre del mundo. Existen, a nivel nacional y regional, planes, programas, proyectos
y políticas para lograr este objetivo. En algunos países, el dos del cuatro por ciento
de la población es capaz de producir lo suficiente para alimentar a toda la población
e incluso exportar, mientras que la gran mayoría, el 60 del 80 por ciento de la población,
no es capaz de satisfacer una mínima parte de las necesidades alimentarias del país. El
mundo ha gastado el 17% de la ayuda pública al desarrollo en los años 70 para evitar
los riesgos de carestía en Asia y en América Latina. Estos recursos eran necesarios
para construir los sistemas de riego, las carreteras rurales, los medios de almacenamiento,
así como los sistemas de producción de semillas, las fábricas de fertilizantes y de
alimentos para el ganado, que han constituido la base de la Revolución verde. Los
recursos para desarrollar la agricultura africana deberán provenir, en primer lugar,
de los presupuestos nacionales. En Maputo, en julio de 2003, los Jefes de Estado y
de gobierno africanos se comprometieron a aumentar la parte del presupuesto nacional
asignado a la agricultura al menos hasta el 10% durante los próximos cinco años. Hasta
el presente, solamente 5 países han respetado este compromiso, aunque se han notado
ciertos progresos en otros 16 países. A continuación, de acuerdo con los compromisos
de Monterrey de 2002 y de Doha de 2008, la ayuda pública al desarrollo deberá aumentar.
La tendencia a la disminución parte de la ayuda pública al desarrollo destinada a
la agricultura, que ha descendido del 17% en 1980 al 3,8% en 2006, debe cambiar. Hoy,
el nivel está en el 5%, aunque para el 70% de los pobres del mundo la agricultura
sea su medio de subsistencia, pues ofrece alimento, ingresos y empleo. Los mismos
objetivos de crecimiento se han de adoptar en las financiaciones de los bancos regionales
y sub-regionales, y de las agencias de ayudas bilaterales. Por último, las inversiones
del sector privado y alimentario se han de impulsar mediante cuadros jurídicos estables.
La colaboración entre el sector privado y el sector público se ha de reforzar en el
marco de un partenariado que evite las trampas que evite las trampas del intercambio
desigual. Para ello es necesario, pues, adoptar y aplicar un código internacional
de buena conducta sobre las inversiones extranjeras directas en la agricultura. Por
tanto, en este difícil contexto de crisis económica, la FAO ha movilizado, en los
dos últimos años, todos los medios técnicos y financieros de que dispone para afrontar
la crisis alimentaria. Además de la asistencia ofrecida en el marco de los programas
nacionales y regionales de seguridad alimentaria y de los proyectos de emergencia
lanzados para hacer frente a los efectos de los huracanes y otras catástrofes naturales,
la FAO lanzó, el 17 de diciembre de 2007, su “Iniciativa de lucha contra el alza de
los precios de los productos alimenticios”. El objetivo consistía en facilitar el
acceso de los pequeños agricultores a las semillas, a los fertilizantes, a los utensilios
agrícolas y a los equipos de pesca. El presupuesto actual de los distintos proyectos
que impulsen dicha iniciativa se eleva a 52 millones de dólares americanos en África.
Además, en 16 países africanos, la FAO ha aplicado algunos proyectos que corresponden
a un presupuesto de 163,4 millones de dólares americanos, gracias al apoyo de la Unión
Europea en el marco de su “Facilitación de mil millones de euros”. Estos recursos
han sido puestos a disposición de los países en vías de desarrollo, para ayudarles
a afrontar la crisis alimentaria. Ahora se trata de extender, profundizar y aumentar
dichos programas y proyectos.
Hoy, el flujo de la ola de emigrantes clandestinos
que huyen del hambre y de la pobreza trae a las costas del sur de Europa, el triste
espectáculo de los sueños destruidos de hombres, mujeres y niños en busca de una vida
mejor, y muchos de ellos encuentran un fin trágico, lejos de horizontes y seres queridos. El
optimista por naturaleza que soy yo, cree con fervor que mañana, gracias a las inversiones
y a la formación, el reflujo de la marea de hijas e hijos de África hacia las tierras
fértiles y el agua abundante del continente, creará las condiciones de un futuro rebosante
de trabajo y de prosperidad para aquellos que, durante demasiado tiempo, fueron marginados,
y que, en especial las mujeres, tendrá todo lo necesario para poder nutrir al mundo. Una
planta liberada del hambre es el milagro que puede hacer una fe inquebrantable en
la omnisciencia de Dios y la fe indefectible en la humanidad. He notado, pues, con
gran satisfacción la iniciativa de seguridad alimentaria de la Cumbre del G8 del Aquila
del pasado mes de julio, en el que yo participé, y que puso el acento, por vez primera,
en el desarrollo agrícola a medio y largo plazo, en favor de los pequeños productores
de los países en desarrollo. Se trata, en efecto, de no contar solamente con la ayuda
alimentaria a corto plazo, sin duda indispensable en las numerosas crisis que las
catástrofes naturales y los diversos conflictos crean, pero que no puede asegurar
la alimentación cotidiana de mil millones de personas que sufren hambre en el mundo. El
compromiso asumido en esta ocasión de movilizar 21 mil millones de dólares americanos
durante tres años para la seguridad alimentaria es un signo estimulante, siempre que,
esta vez, se pueda aplicar concreta y rápidamente. Yo he solicitado durante numerosos
años, sin obtener mucho éxito, inversiones para la pequeña agricultura de los países
pobres, para que encuentren una solución duradera al problema de la inseguridad alimentaria.
Y estoy especialmente contento de que hoy los dirigentes del G8 se unan a este planteamiento. Con
la fuerza de esta perspectiva de poder movilizar más medios a la altura de lo que
está en juego, el Consejo de la FAO ha decidido convocar una cumbre mundial sobre
la seguridad alimentaria a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, en la sede de la
FAO, en Roma, del 16 al 18 de noviembre de 2009. Conviene, en efecto, lograr un amplio
consenso sobre la erradicación definitiva del hambre en el mundo, para permitir a
todos los pueblos de la tierra que se beneficien del “derecho de alimentación, pues
yo sé que esto es técnicamente posible, y nosotros debemos fijar dicho objetivo para
2025, como ya lo han hecho los dirigentes latinoamericanos para América Latina y el
Caribe. Entre todos las laceraciones que conoce el continente africano, el hambre
sigue siendo la más trágica y la más intolerable. Cualquier compromiso por la justicia
y la paz en África no se puede separar de una exigencia de progreso en la realización
del derecho a la alimentación de todos. Traería a colación el mensaje de Su Santidad
el Papa Bendicto XVI en junio de 2008 con ocasión de la conferencia de alto nivel
de la FAO sobre la seguridad alimentaria mundial en la que precisamente declaró: “es
necesario reafirmar con fuerza que el hambre y la desnutrición son inaceptables en
un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos
suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias”. Dichas palabras
corroboran, por si fuera necesario, la similitud de la visión de la Iglesia Católica
y de la FAO sobre esta cuestión fundamental. La Iglesia siempre se ha dado la tarea
de aliviar la miseria de los más desfavorecidos y el lema de la FAO es “Fiat Panis”
“pan para todos”.
Santo Padre, Usted en su última encíclica “Caritas Veritate”,
subraya que cualquier decisión económica tiene una consecuencia de carácter moral.
Y es justamente a este nivel que debemos elevarnos ya que, como Usted escribe “En
efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no
de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”. Permítanme citar
aquí a Léopold Sédar Senghor quien dijo: “hay que encender la lámpara del espíritu
para que la madera no se pudra, ni se enmohezca la carne...” La FAO hace esfuerzos,
con los medios que tiene a disposición, y a pesar de las limitaciones o los obstáculos
que puede encontrar, para movilizar a todos los actores y a quienes toman decisiones
en favor de la lucha contra el hambre y así desarrollar programas que apunten a mejorar
la seguridad alimentaria, principalmente en los países más vulnerables. Lo que
nos anima es el rostro de este hombre, de esta mujer, de este niño que nos miran fijamente,
con el estómago vacío, esperando su pan cotidiano y cuya tristeza y desesperación
acosan nuestros sueños más agitados. Es el principio de la “centralidad de la persona
humana” que Usted, Santo Padre ha oportunamente recordado en su encíclica. La visión
de un mundo liberado del hambre es posible siempre y cuando exista una voluntad política
al más alto nivel. Muchos países en África, en efecto, han podido reducir el hambre
y se trata principalmente de Camerún, Congo, Etiopía, Ghana, Nigeria, Malawi, Mozambique
y Uganda. Las grandes fuerzas espirituales y morales son para nuestra acción un
apoyo inestimable. Porque la tarea es de hecho colosal y nuestras capacidades de acción
no están siempre a al altura de la voluntad que nos anima. Nunca tendremos suficientes
medios para satisfacer el “derecho a la alimentación” de todos. Quiero también
rendir homenaje a la acción de la Iglesia en el terreno, al lado de los más pobres.
Los misioneros, los religiosos y varias comunidades hacen frecuentemente un trabajo
difícil, a veces ingrato, pero siempre útil al lado de las organizaciones intergubernamentales,
de ONGs y de la sociedad civil. Quisiera saludar a los hombres y mujeres que vi actuar
en muchos países con discreción y eficacia. Quisiera sobre todo resaltar la convergencia
de las enseñanzas religiosas, principalmente aquellas de la Iglesia Católica y del
Islam sobre la necesidad de vigilar por un manejo racional de los recursos, sobre
la base de una estrategia de acción respetuosa de las personas y de los bienes de
este mundo, lejos del exceso y del desperdicio. Todas estas enseñanzas subrayan el
papel fundamental de la responsabilidad social, recomendando la solicitud hacia los
más desfavorecidos, la “Doctrina Social de la Iglesia” es, desde este punto de vista,
una contribución esencial. Permítanme terminar esta intervención citándoles el
siguiente verso del Corán:” Cuando queremos destruir una ciudad, ordenamos a aquellos
que allí viven en la opulencia, que se abandonen a su iniquidad”(Sourate Al-Isra Verso
16) ¡Qué nuestro mundo pueda evitar este naufragio!