Intervención del Card. Bernard AGRÉ, Arzobispo Emérito de Abidjan (COSTA DE MARFIL)
S. Em. R. Card. Bernard AGRÉ, Arzobispo Emérito de Abidjan (COSTA DE MARFIL)
Como
todo país civilizado, las jóvenes naciones de África, de América del Sur, etc., han
tenido que recurrir a los bancos internacionales y a otros organismos financieros
para realizar los numerosos proyectos encaminados a su desarrollo. Con mucha frecuencia,
los dirigentes incapaces no han desconfiado lo suficiente. Y han caído en las trampas
de esos hombres y mujeres que los iniciados llaman “los asesinos financieros”, los
chacales apoyados financieramente por organismos avezados en los mercados desleales,
que tienen como fin enriquecer los organismos financieros internacionales, hábilmente
sostenidos por sus estados o por otras organizaciones sumergidas en el complot del
silencio y de la mentira.
Las ganancias asombrosas van a parar a los asesinos
financieros, a las multinacionales y a algunos poderosos nacionales, que sirven de
tapadera a los negociadores extranjeros. De esta forma, la mayor parte de las naciones
continúan sumergidas en la pobreza y en las frustraciones que engendra.
Los
“asesinos financieros”, portadores de financiaciones enormes, se ponen de acuerdo
con sus colaboradores locales para que las grandes cantidades, prestadas con el sistema
de intereses compuestos, nunca se puedan reembolsar rápida y completamente. Los contratos
de ejecución y de mantenimiento se devuelven habitualmente, bajo forma de monopolio,
a los respectivos prestadores. Los países beneficiarios hipotecan sus recursos naturales.
Los habitantes, durante generaciones, quedan encadenados, prisioneros durante varios
años.
Para reembolsar estas deudas inagotables, siempre amenazadoras, como
la espada de Damocles sobre la cabeza de los Estados, “el servicio de la deuda” pesa
duramente en el balance estatal, en el orden del 40-50% del Producto Interior Bruto.
Maniatado
de esta forma, el país respira con dificultad, se debe apretar el cinto ante las inversiones,
los gastos necesarios para la educación, la salud y el desarrollo, en general.
La
deuda se convierte en una tapadera política para no responder a las reivindicaciones
legítimas, con su conjunto de frustraciones y de desórdenes sociales, etc. La deuda
nacional se presenta como una enfermedad programada por especialistas, dignos de los
tribunales que juzgan los crímenes contra la humanidad, la conspiración en el mal
para sofocar enteras poblaciones. John Perkins (ediciones Al Terre) ha descrito muy
bien lo que esconde una ayuda internacional nunca eficaz en términos de desarrollo
durable
- El problema clave de nuestros días es el deseo, la voluntad de abolir
toda esclavitud.
- Las nuevas generaciones, los jóvenes en algunos países desarrollados
y del Tercer mundo, adquieren conciencia de que cambiar el mundo, sus mitos y sus
fantasmas, es un proyecto real y posible. Nacen ONG para proteger el medioambiente
material y defender los derechos de los pueblos oprimidos.
La Iglesia, luz
del mundo, para desempeñar su papel profético debería comprometerse concretamente
en esta lucha por la verdad.
- Los especialistas saben que, desde hace años,
la mayor parte de las deudas han sido efectivamente reembolsadas. Suprimirlas pura
y simplemente no es un acto de caridad, sino de justicia. Por esto, el actual Sínodo
debería considerar este problema de la anulación de las deudas, que influye de forma
demasiado dura en algunos pueblos.
Para que esto no sea un mero arranque sentimental,
mi propuesta sería que una Comisión internacional, compuesta por expertos de las altas
finanzas, pastores informados, hombres y mujeres del Norte y del Sur, se hagan cargo
del problema. A esta Comisión se le confiaría la triple misión:
- De estudiar
la factibilidad de la operación, porque es evidente que no todo y en todas partes
es uniforme;
- De tomar todas las decisiones para evitar que se caiga de nuevo
en las mismas situaciones.
- De velar concretamente por la utilización transparente
de las cantidades así administradas, para que sirvan efectivamente a todos los elementos
de la pirámide social: rurales y urbanos. Evitar que la nueva caída de este jugoso
maná del siglo sea de provecho siempre a los mismos, locales o extranjeros.