Intervención del Rev.do P. Damian WEBER, Superior General de los Misioneros de Mariannhill
Rev.do P. Damian WEBER, C.M.M., Superior General de los Misioneros de Mariannhill
(UNIÓN DE LOS SUPERIORES GENERALES)
En cuanto miembro de un Instituto de Vida
Consagrada, un individuo acepta ser consagrado a Jesucristo porque acepta abrazar
Su misión y Su visión. Ambas se expresan con bellas palabras en el Evangelio de Lucas
(4, 18-21). Si a éste, añadimos lo que dice Juan (20, 21) cuando Jesús expresa: “Como
el Padre me envió, también yo os envío”, podemos afirmar que una persona consagrada
prosigue la misión de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Actualmente, en África,
esto puede significar ir a sanar las heridas del mondo, non quitar o huir en la comodidad
del consumismo y del poder. En este contexto los consejos evangélicos podrían representar
un modelo de vida cuyo significado podría significar la solidaridad voluntaria con
las víctimas de la injusticia y de la represión, una identificación con quienes sufren
material y socialmente. Ello podría representar la solidaridad con los que son objeto
de discriminación y explotación sexual, así también, la solidaridad con los que, oprimidos
por vínculos sociales y políticos, no pueden decidir su proprio destino. Sabemos
que uno de las necesidades fundamentales de cada individuo es aprender a experimentar
el hecho que “me respetan y soy acogido por Dios por lo que soy”. Ya que Dios no habla
directamente con cada uno, el individuo debe saber escuchar este concepto de los otros
y en esto observo la función crucial de la vida de la comunidad. Ello exige la
experiencia de la reconciliación antes de predicarla y antes de llevarla al mundo
entre quienes, alrededor nuestro, tienen necesidad. Es necesario que las comunidades
de vida consagrada y la misma Iglesia favorezcan dicha reconciliación con Dios y entre
las personas. Antes que nada, se necesita vivir en nuestras propias casas la salvación
que Dios nos ofrece y la justicia del compromiso incondicional con Dios en relación
de cada persona. Por lo tanto, la Iglesia y sus comunidades serán testigos vivos e
instrumentos fructíferos de Jesucristo y de la reconciliación, de la justicia y de
la paz, los cuales son, al final, dones de Su espíritu.