Intervención de Mons. Cornelius Fontem ESUA, Arzobispo de Bamenda (CAMERÚN)
S. E. R. Mons. Cornelius Fontem ESUA, Arzobispo de Bamenda (CAMERÚN)
En muchos
de nuestros países nos alegramos de ver que nuestra población cristiana está creciendo.
La liturgia se celebra con gozo y cuenta con una activa participación. Por otra parte,
nos entristece el hecho de que existan tensiones y conflictos, no sólo en la sociedad
en general, sino también en nuestras comunidades cristianas. No es insólito que los
autores de actos de injusticia social, soborno y corrupción sean cristianos. Existen
prejuicios familiares y tribales que vienen de lejos, que a menudo son causa de conflictos
que se transmiten de una generación a otra, sin ninguna intención de llegar al perdón
mutuo y a la reconciliación. Sin embargo, muchas de estas personas pueden ser consideradas
fervientes cristianos practicantes que se esfuerzan honestamente por ser buenos. La
reconciliación, la justicia y la paz son obras de la gracia de Dios, que nos llega
mediante la Palabra de Dios y los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía.
Son, pues, necesarias dos cosas: 1) Una celebración más habitual del sacramento de
la Confesión y de la Eucaristía, que son los sacramentos de salvación, comunión y
servicio; 2) Una proclamación más profética de la Palabra de Dios, siempre y en todo
lugar. Está disminuyendo el número de cristianos, especialmente jóvenes, que se
acercan al sacramento de la Confesión y, cuando lo hacen, no les toca profundamente.
Se trata más bien de un acto ritual, como las ceremonias tradicionales de reconciliación
y purificación. Los que participan en ellas, aunque exteriormente se hayan reconciliado,
siguen guardando sentimientos de odio y de rencor que pueden desencadenar la venganza
en cuanto se presentara la ocasión. Una celebración más frecuente y comunitaria
del sacramento de la Confesión según el nuevo rito publicado hace algunos años, que
hace ampliamente referencia a la Palabra de Dios, podría hacer resaltar la dimensión
social del pecado y sus consecuencias, y subrayar el hecho de que la reconciliación
no es simplemente un asunto privado con Dios, sino que implica también la reconciliación
con el otro; restablece la paz y la armonía en la comunidad y exige el cumplimiento
de las obligaciones sociales y la práctica de la justicia. Dicha celebración invita
a toda la comunidad a alegrarse, como se lee en la parábola del hijo pródigo. Necesitamos
sacerdotes más disponibles para administrar el sacramento de la Confesión, siguiendo
el ejemplo del Cura de Ars, y que lo administren de manera significativa, con un tacto
personal acompañado de un consejo espiritual basado en la Palabra de Dios.