Sínodo para África: relación introductoria del relator general, cardenal TURKSON,
arzobispo de Cape Coast (GHANA)
Publicamos el texto integral de la relación introductoria en la II Asamblea Especial
del Sínodo de los Obispos para África, cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, arzobispo
de Cape Coast (Ghana) y presidente de la Asociación de Conferencias Epsicopales de
África Occidental (A.C.E.A.O.) leída esta mañana en el Aula del Sínodo, con ocasión
de la primea jornada de trabajos.
INTRODUCCIÓN
Entonando el “Te Deum...”
y con este himno de acción de gracias resonando en toda la sala del Sínodo, a mediodía
del 7 de mayo de 1994 concluía formalmente la Primera Asamblea Especial para África.
El Sínodo tuvo como tema: “La Iglesia en África y su misión evangelizadora de cara
al año 2000: ‘Seréis mis testigos’ (Hch 1,8)”. Dirigió un mensaje a la Iglesia y al
mundo, que reflejaba los principales puntos de fuerza de los trabajos del Sínodo,
y se votaron varias resoluciones, como propuestas. A partir de ese momento, los padres
sinodales, y toda la Iglesia, esperaban con expectación la Exhortación Apostólica
Post-sinodal del Santo Padre, que recogería los frutos del Sínodo en su mensaje, como
Presidente del Sínodo, para dar la conclusión definitiva al ejercicio consultivo y
colegial de la asamblea sinodal. Esto es lo que hizo el Santo Padre cuando publicó
la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in Africa (La Iglesia en África),
y la presentó a África y al mundo en Yaundé, Camerún, el 14 de septiembre de 1995,
más tarde en Johanesburgo, Sudáfrica, el 17 de septiembre de 1995 y, por último, en
Nairobi, Kenia, el 19 de septiembre de 1995. (1)
I. DE LA PRIMERA ASAMBLEA
ESPECIAL PARA ÁFRICA A LA SEGUNDA ASAMBLEA ESPECIAL
El Papa Juan Pablo II describió
el Sínodo, que él mismo concluyó con la promulgación de la Exhortación Apostólica
Post-sinodal Ecclesia in Africa, como un “Sínodo de resurrección y esperanza”. (2)
Se esperaba que esta asamblea, que fue convocada para combatir la visión pesimista
de África que predominaba en el mundo, en un ambiente particularmente desafiante y
una situación “lamentablemente desfavorable”(3) en el continente para la misión evangelizadora
de la Iglesia en los últimos años del siglo XX, marcara un momento decisivo en la
historia del continente. (4) Cuando el Santo Padre y los padres sinodales se reunieron
en este primer sínodo, tuvieron que considerar los “elementos positivos y negativos”
(luces y sombras) en los “signos de los tiempos” (5). Ellos contemplaron y celebraron
los éxitos de la evangelización y el crecimiento de las Iglesias locales en el continente,
pero también lamentaron y deploraron una serie de males y miserias presentes. Honraron
el heroísmo y el espíritu pionero de los misioneros, aunque también criticaron la
falta de compromiso y de celo pastoral por parte del personal de la Iglesia, la aparición
de tendencias sincréticas, la proliferación de sectas, la politización e intolerancia
ante la crítica del Islam. Igualmente acogieron con optimismo las democracias emergentes
y el despertar de una profunda conciencia cultural, social, económica, y política
en el continente, aunque deploraron los regímenes despóticos y dictatoriales, los
malos gobiernos, la difusa corrupción y el alarmante aumento de la pobreza. La
situación del continente africano era enormemente ambivalente y paradójica. La rápida
secuencia de acontecimientos tales como la caída del apartheid y el lamentable inicio
del genocidio de Ruanda, son ejemplos claros de dicha paradoja.
Teniendo en
cuenta este aspecto paradójico, en el que el mal y el sufrimiento parecían prevalecer
sobre el bien y la virtud, el clima Pascual de la Primera Asamblea Especial para África
infundió un mensaje de esperanza en África. Con la publicación de la Exhortación Apostólica
Post-sinodal Ecclesia in Africa, la Iglesia en África recibió un nuevo impulso, un
nuevo estímulo de vida y actividad en el continente como Iglesia misionera, es decir,
una Iglesia con una misión. En efecto, el Sínodo en su clima pascual y la Exhortación
Apostólica Post-sinodal, dieron a la Iglesia en África un nuevo impulso que consistía
en : - la esperanza en el Cristo resucitado, como un nuevo ímpetu para vivir su
“programa” y misión evangelizadora. - un nuevo paradigma: la Iglesia como Familia
de Dios, que ofrece una perspectiva y un sistema de valores para vivir su “programa”,
y más específicamente, para hacer énfasis en la unidad y la comunión de todos, a pesar
de las diferencias. - una serie de prioridades pastorales : la evangelización como
Proclamación, la evangelización como Enculturación, la evangelización como Diálogo,
la evangelización como Justicia y Paz, la evangelización como Comunicación, para guiar
la aplicación de su “programa” y misión en África, en un conjunto paradójico de lamentables
miserias humanas y heroísmos extraordinarios dentro y fuera de la Iglesia. (6) Por
eso, el periodo siguiente a la publicación de la Exhortación Apostólica Post-sinodal
representó, como también lo consideraba el Papa Juan Pablo II (7), el momento de la
profundización de la experiencia sinodal y de aplicación de la Ecclesia in Africa,
mediante un esfuerzo constante y concertado, para devolverle a este continente en
dificultad unas fuerzas renovadas y una esperanza más firmemente arraigada. Este periodo
Post-sinodal ha llegado a su décimo cuarto año y aunque la situación del continente,
de sus islas y de la Iglesia haya cambiado considerablemente, todavía sigue presentado
algunas de las “luces y sombras” (8) que motivaron el primer sínodo. Esta nueva realidad
requiere un estudio detallado, en vista de los renovados esfuerzos de evangelización,
que llaman al análisis profundo de algunos temas específicos, que son importantes
para el presente y el futuro de la Iglesia Católica en el gran continente africano”
(9) Por consiguiente, reunidos nuevamente en la Segunda Asamblea especial para
África, quince años después de la primera, necesitamos arraigarnos firmemente en el
Primer Sínodo (10), siendo conscientes y estando dispuestos a explorar en primer lugar
los “nuevos datos eclesiales y sociales del continente”(11), que actualmente condicionan
la misión de la Iglesia local, y exigen que la Iglesia de África, además de considerarse
“testigo de Cristo”y “familia de Dios”, también se vea a sí misma como “Sal de la
tierra, luz del mundo” y “siervos de la reconciliación, de la justicia y la paz”.
NUEVOS
DATOS ECLESIALES Y SOCIALES DEL CONTINENTE
Datos eclesiales
a.
Subsidia Fidei: Es importante notar que el estímulo y el impulso que la Primera Asamblea
Especial para África le dio a la Iglesia de dicho continente para renovarse, fortalecerse
y para centrar más firmemente su esperanza en el Señor, se vieron potenciados a través
de algunos eventos eclesiales y algunas actividades del Papa y de la Curia Romana,
que podemos definir como “subsidia fidei” para la Iglesia. Así, el “Sínodo sobre la
Eucaristía”afirmó la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia-Familia
de Dios, como símbolo de unidad. El “Sínodo del Obispo: Siervo del Evangelio...”le
recuerda a los Obispos y Pastores su apostolado esencial como predicadores del Evangelio
dentro de la Iglesia-Familia de Dios. El “Sínodo de la Palabra de Dios” ha recordado
a la Familia de Dios la semilla eterna e imperecedera de su nacimiento. Además, las
Encíclicas del Papa: “ Deus caritas est”, “Spe salvi”, “Caritas in veritate”, sus
homilías y sus discursos durante su reciente visita apostólica a África (Camerún y
Angola),dieron a la Iglesia de África una catequesis de valor inestimable. Finalmente,
los dicasterios de la Curia Romana han organizado seminarios sobre: - “La liturgia”
(Kumasi 2007) para ofrecer una guía en el trabajo continuo de enculturación en la
liturgia. - La “Doctrina social de la Iglesia” (Dar-es-Salaam 2008) para promover
el conocimiento y la difusión de la doctrina social de la Iglesia. - “La migración”
(Nairobi 2008) para discutir sobre la migración y las nuevas formas de esclavitud. -
El “Trabajo de las Comisiones Teológicas de las Conferencias Episcopales” (Dar-es-Salaam
2009) para recordarle a los obispos la importancia de su papel magisterial en el seno
de la Iglesia, aún recurriendo a expertos. Estos encuentros aumentan la conciencia
de la Iglesia de África sobre su vida y apostolado.
b. El Crecimiento Excepcional
de la Iglesia en África: En las últimas décadas (incluyendo los años posteriores a
la Primera Asamblea Especial para África), se ha hecho habitual hablar del crecimiento
excepcional de la Iglesia en África y los indicadores, como señalan los Lineamenta
y los Instrumentum laboris, son varios. Sin embargo, la verdadera novedad entre estos
signos de crecimiento de la Iglesia en el continente y en sus islas son: - El ascenso
de miembros africanos de congregaciones misioneras a posiciones de poder y liderazgo:
miembros en el consejo, vicarios generales, e incluso superiores generales. - La
búsqueda de autosuficiencia por parte de las iglesias locales, recurriendo a operaciones
económicas que puedan generar ingresos (bancos, cooperativas de crédito, compañías
de seguros, inmobiliarias y comercios) - Un crecimiento visible de las estructuras
e instituciones eclesiásticas (seminarios, universidades e institutos de educación
superior católicos, centros de formación continua para religiosos, catequistas y laicos,
escuelas de evangelización), así como el aumento de expertos y personas que realizan
trabajos de investigación en las áreas de fe, misión, cultura y enculturación, historia,
evangelización y catequesis. Sin embargo, la Iglesia en África también se enfrenta
a duros desafíos: - Cuando se habla de una Iglesia próspera en África, se olvida
mencionar que es casi inexistente en grandes áreas al norte del ecuador. El crecimiento
excepcional de la Iglesia en África se encuentra principalmente en el sur del Sahara. -
La fidelidad y el compromiso de algunos religiosos y miembros del clero en su vocación
- La necesidad de evangelizar (o evangelizar de nuevo) para lograr una conversión
más profunda y permanente. - La pérdida de miembros que pasan a nuevos movimientos
religiosos y sectas. Los jóvenes católicos viajan al extranjero (Europa y América)
y regresan no católicos, debido a que no se sintieron a gusto en las Iglesias de esos
países. - Disminución de los índices de crecimiento de la población tradicionalmente
cristiana en Europa y América.
c. El Sínodo para África y el “Simposio
de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM)”: la profundización
de la experiencia sinodal africana en el continente y en sus islas ha dependido en
gran medida de un organismo específico de la Iglesia continental llamado “SECAM”.
En el Concilio Vaticano II, los obispos africanos, al buscar unos medios idóneos de
cooperación, establecieron un secretariado que coordinara sus intervenciones, para
así presentar al Concilio un punto de vista común (africano). Después del Concilio
y en presencia del Papa Pablo VI en Kampala (1969), los obispos africanos decidieron
hacer permanente dicho organismo de cooperación del Concilio, mediante la creación
del SECAM. En ese momento el SECAM era un organismo o institución permanente que favorecía
el ejercicio de una solidaridad pastoral orgánica en el continente por parte de sus
pastores. Debía ser la herramienta con la que los Obispos promovieran la “Evangelización
en la corresponsabilidad” en el continente (12); y fue a este organismo al que Juan
Pablo II le atribuyó la original idea de realizar el Sínodo para África. (13) En
la Segunda Asamblea Especial para África sería oportuno que los pastores del continente
consideraran de nuevo la necesidad de la existencia del SECAM y su responsabilidad
al respecto.
Datos sociales
A la hora de tratar “algunos puntos críticos
en la vida de la sociedad africana” (14), el Instrumentum Laboris identificó y discutió
muchos de estos nuevos datos sociales. Añadiremos algunas notas a pie de página, que
pueden resultar significativas, y dejaremos que sea la asamblea sinodal la que complete
el cuadro de la situación. d. Notas socio-históricas al Instrumentum laboris:
en 1963, en una reunión de la Organización para la Unidad Africana (OUA), los líderes
africanos decidieron conservar un vestigio del gobierno colonial, manteniendo las
fronteras coloniales y la descripción de los estados, a pesar de su carácter artificial.
Sin embargo, a esta decisión no le siguió el correspondiente desarrollo del sentimiento
nacionalista en el que la diversidad étnica es un enriquecimiento mutuo, y ensalza
el bien común nacional por encima de los intereses étnicos. Por consiguiente, la diversidad
étnica sigue siendo un hervidero de conflictos y tensiones, que incluso mina el sentimiento
de pertenencia común a la Iglesia-Familia de Dios. La esclavitud y la esclavización,
que el mundo árabe llevó primero a la costa oriental de África, y que los europeos,
con la colaboración de los propios africanos, en el siglo XIV incrementaron y extendieron
por todo el continente, llevaron a un movimiento migratorio forzado de africanos.
En nuestros días, las migraciones voluntarias de hijos e hijas de África hacia Europa,
América y Extremo Oriente por distintas razones, les sitúa en una condición servil
que exige nuestra atención y nuestro cuidado pastoral.
e. Nota socio-política
al Instrumentum laboris: las celebraciones de independencia y la aparición de estados
y naciones africanos con gobiernos conducidos sólo por africanos están estrechamente
relacionados con el desarrollo post-colonial en el continente. El ejercicio del poder
político y de gobierno generalmente ha sido criticado y a menudo se ha visto dañado
por el despotismo, las dictaduras, la politización de la religión o la etnia, la violación
de los derechos de los ciudadanos, la falta de transparencia y de libertad de prensa,
etc. Pero el periodo que siguió a la I Asamblea Especial para África, es decir,
el alba del Tercer Milenio, parece haber coincidido con un deseo emergente en el continente
por parte de los mismos líderes africanos de un “renacimiento africano” (Thabo Mbeki),
“una nueva autoafirmación africana contemporánea para construir una civilización africana
que sea sensible a los imperativos de nuestro tiempo, es decir, a la prosperidad económica,
la libertad política y la solidaridad social” (15).
Los líderes políticos
africanos parecen determinados a cambiar la cara de la administración política en
el continente; y han encabezado una autovaloración crítica de África , que ha identificado
la pobreza y el mal gobierno en el continente como las causas de la pobreza y los
sufrimientos de África. Por consiguiente, han preparado el camino del buen gobierno
y de la formación de la clase política, capaz de recoger lo mejor de las tradiciones
ancestrales de África e integrarlo con los principios de gobierno de las sociedades
modernas. Han adoptado un marco estratégico (NEPAD) para orientar las decisiones y
guiar la renovación de África mediante un liderazgo político transparente (16). ¿Puede
la iglesia en África reconocer estos esfuerzos políticos de sus hijos e hijas y darles
el estímulo de su mensaje evangélico , que les rete a ser “la luz de las naciones”
y “la sal de sus comunidades”, ofreciéndoles un “liderazgo al servicio de los demás”?
f.
Nota socio-económica al Instrumentum laboris: la relación radical entre gobierno y
economía es clara; demuestra que un mal gobierno conlleva una mala economía. Esto
explica la paradoja de la pobreza de un continente que sin duda es uno de los mejores
dotados del mundo. La consecuencia de esta “ecuación gobierno-economía” es que casi
ningún país africano logra cumplir con sus obligaciones presupuestarias, es decir,
con los programas financieros nacionales planificados, sin recurrir a ayudas del exterior
en forma de obligaciones o préstamos. El hecho de asegurar continuamente los presupuestos
nacionales recurriendo a préstamos contribuye a inflar una deuda nacional ya agobiante.
La Iglesia universal, junto con la africana, ha lanzado una campaña para eliminarla
durante el año del Gran Jubileo. Las relaciones económicas tradicionales de los
estados africanos con los países ex-colonizadores, por ejemplo, la “Commonwealth”,
han sido sustituidas por otras poderosas alianzas económicas entre los estados africanos,
individualmente o en bloque, con Estados Unidos (Millennium Challenge Account), la
Comunidad Económica Europea (Lomé Culture, Yaoundé Agreement e il Cotonou Agreement
(17)) y Japón (TICAD I-III). Recientemente China y la India, sedientas de recursos
naturales, se han asomado al escenario manifestando interés por cualquier aspecto
imaginable de las economías nacionales africanas. En el centro de la mayoría de estos
protocolos y acuerdos se encuentra el debate sobre el “comercio y ayuda”, al ver que
los países que se han desarrollado, lo han hecho gracias al comercio (no sólo de “materias
primas”) y sin un “síndrome de dependencia de las ayudas”. Por lo tanto, las decisiones
y las condiciones que imponen la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el mundo
desarrollado representan una gran preocupación para las jóvenes economías comerciales
africanas. Como se ha mencionado ya, recientemente los líderes africanos han dado
vida a un marco estratégico (NEPAD) (18) para guiar los acuerdos económicos de África,
para superar la pobreza y lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (Millennium
Development Goals). Como afirma el Dr. Uschi Eid, “Solamente los estímulos y esfuerzos
que vengan de África llevarán al éxito” (19). En cierto sentido, que África salga
de su agonía económica debe ser un trabajo que lleven a cabo los africanos encabezado
por ellos mismos (20). Por lo tanto, los corazones deben convertirse y los ojos abrirse
para encontrar nuevas maneras de administrar la riqueza pública por el bien común;
y esto implica la misión evangelizadora de la Iglesia en el continente y sus islas.
g.
Notas sociales al Instrumentum Laboris: los efectos de las situaciones que acabamos
de describir (históricas, políticas y económicas) determinan el estado de salud de
la sociedad africana (estable, pacífica, próspera) y, además, constituyen los desafíos
de fondo a la misión evangelizadora de la Iglesia en el continente y sus islas. Asimismo,
existen algunos fenómenos globales e iniciativas internacionales, cuyo impacto sobre
la sociedad africana y algunas de sus estructuras hay que evaluar, ya que además plantean
nuevos retos para la Iglesia. Mientras que la importancia cada vez mayor que se da
al lugar y al papel que tienen las mujeres en la sociedad representa un feliz desarrollo,
el surgimiento global de estilos de vida, valores, actitudes, asociaciones, etc.,
que desestabilizan la sociedad, son motivos de inquietud. Estos atacan los puntales
básicos de la sociedad (matrimonio y familia), reducen su capital humano (migraciones,
tráfico de drogas, tráfico de armas) y amenazan la vida del planeta.
El matrimonio
y la familia están sometidos a distintas y terribles presiones para redefinir su naturaleza
y su función en la sociedad moderna. Los matrimonios tradicionales, que llevaban a
la creación de las familias, se ven amenazados por una creciente propuesta de uniones
y relaciones alternativas, desprovistas del concepto de un compromiso duradero, de
carácter no heterosexual, y sin el objetivo de procrear. En algunas partes del continente
estos ya tienen defensores dentro de la Iglesia. Este fuerte ataque al matrimonio
y a la familia lo impulsan grupos que crean un vocabulario que quiere sustituir los
conceptos y términos tradicionales relativos al matrimonio y a la familia con nuevas
expresiones. El objetivo es establecer una nueva ética global sobre el matrimonio,
la familia, la sexualidad humana y los temas relacionados como el aborto, la contracepción,
la ingeniería genética, etc. Tráfico de drogas y tráfico de armas: algunas partes
del continente se han convertido en las rutas de la droga de Latinoamérica hacia Europa.
En África occidental el tráfico de droga representa la causa principal de inestabilidad
y desorden político en Guinea Bissau y ahora también en Guinea. Cuando a principios
de junio, el ejército de Guinea declaró el estado de alerta máxima fue a causa de
las amenazas de invasión respaldadas por los carteles de la droga. La droga no
pasa simplemente a través de algunas partes del continente y las islas, sino que ha
encontrado consumidores en todas partes. El uso de drogas y la drogadicción entre
los jóvenes se está convirtiendo rápidamente en la mayor causa de dispersión del capital
humano, detrás de la emigración, los conflictos y las enfermedades, como el SIDA y
la malaria. El tráfico de armas, tanto a pequeña como a gran escala, está estrechamente
relacionado con la droga y los azares políticos. La Iglesia en África, reunida en
Asamblea Especial, se une a la Santa Sede para acoger con satisfacción las iniciativas
de Naciones Unidas para detener el tráfico ilegal de armas y procurar que el comercio
legalizado de armas sea más transparente. En particular, apoya el estudio que se está
realizando en preparación de un tratado jurídicamente vinculante sobre la importación,
la exportación y el paso de las armas convencionales a través de África. Medio
ambiente y cambios climáticos: La capa discontinua de contaminación que cubre la mayor
parte de África oriental, acompañada por una disminución de las precipitaciones, por
la sequía y el hambre, suelen ser consideradas como un efecto del fenómeno de El
Niño. Pero indican lo duras que son las condiciones climáticas del continente en general
y lo negativamente que puede verse afectado el precario equilibrio ecológico de algunas
partes de África por los “cambios climáticos” observados en el planeta. Por este motivo,
las cumbres mundiales de la ONU sobre el cambio climático, la emisión de gases de
efecto invernadero, la rarefacción de la capa de ozono, como la que va a tener lugar
en diciembre en Copenhague, deben poder contar con el apoyo orante de África, mientras
se prepara para explorar y desarrollar fuentes alternativas de energía limpia (sol,
viento, olas marinas, bioagas, etc.). Al final de este estudio, que hay que reconocer
que es incompleto, queda claro que, si bien el continente y la Iglesia todavía no
han salido de las dificultades, pueden alegrarse modestamente por sus éxitos y resultados
positivos, y empezar a renunciar a las estereotipadas generalizaciones sobre sus conflictos,
hambruna, corrupción y mal gobierno. Los cuarenta y ocho países de la zona sub sahariana
presentan grandes diferencias por lo que se refiere a la situación de sus iglesias,
sus gobiernos y su vida socio-económica. De estas cuarenta y ocho naciones sólo cuatro
(Somalia, Sudán, Níger y partes de la República Democrática del Congo) están en guerra
actualmente; y al menos dos de ellas a causa de interferencias extranjeras: la República
Democrática del Congo y Sudán. Cabe decir que hay menos guerras en África que en Asia. Es
cada vez más frecuente que los mercenarios y los criminales de guerra sean denunciados,
procesados y perseguidos. Un funcionario del Estado de la República Democrática del
Congo fue procesado. Charles Taylor, de Liberia ha sido llevado ante el Tribunal Internacional.
La verdad es que África ha sido acusada durante demasiado tiempo por los medios
de comunicación de todo lo que para la humanidad es repugnante; ha llegado el momento
de “cambiar de marcha”, y de decir la verdad sobre África con amor, impulsando el
desarrollo del continente que llevará al bienestar de todo el mundo (21). ¡Los países
del G8 y los países del mundo tienen que amar a África en la verdad! (22). Si bien
generalmente se considera que ocupa el décimo puesto del ranking de la economía mundial,
África representa el segundo mercado mundial emergente después de China. Por esta
razón, es el continente de las oportunidades, como la ha definido la cumbre del G8
que acaba de concluir. Es preciso que esto también valga para los pueblos del continente.
Se espera que el compromiso en favor de la reconciliación, la justicia y la paz, especialmente
de los cristianos por sus raíces en el amor y la misericordia, restablezca la unidad
de la Iglesia-Familia de Dios en el continente y que ésta, como sal de la tierra y
luz del mundo, cure “los corazones humanos heridos, último refugio para las causas
de todo lo que desestabiliza al continente africano” (23). De este modo, el continente
y sus islas comprenderán las oportunidades y los dones que Dios les ha dado. II.
DE SER “FAMILIA DE DIOS (EVANGELIZADORES) A SIERVOS (MINISTROS=DIAKONOI) DE LA RECONCILIACIÓN,
DE LA JUSTICIA Y DE LA PAZ”
Como se ha observado, cuando la I Asamblea Especial
para África se reúne para considerar la evangelización en el continente y sus islas
en los albores del Tercer Milenio de la fe cristiana, adopta la Iglesia-Familia de
Dios como su principio guía para la evangelización de África (24). La imagen de la
Iglesia-familia de Dios evoca valores tales como el cuidado de los demás, la solidaridad,
el diálogo, la aceptación, la calidez en las relaciones. Pero también evoca las realidades
socioculturales de la paternidad, la generación y la filiación, parentesco y fraternidad,
así como las redes de relaciones generadas por estas realidades sociales en las que
sus miembros se hallan. Las relaciones construyen la vida de comunión de la familia;
pero también plantean sus exigencias a los miembros, cuyo cumplimiento constituye
su justicia y vuelve las relaciones armoniosas y pacíficas. Cuando, sin embargo, las
exigencias de las relaciones no se cumplen, la justicia se infringe, las relaciones
se rompen y la vida de comunión resulta herida, dañada y deteriorada. El Instrumentum
laboris observa esto y señala los muchos desafíos para la comunión y el orden social
que la desatención hacia las justas exigencias de las relaciones provoca en el Continente.
La restauración de la comunión y del justo orden en estos casos es lo que la reconciliación
permite; y adopta la forma de restablecimiento de la justicia, que sólo devuelve la
paz y la armonía a la Iglesia-Familia de Dios y a la familia de la sociedad. Lo
que sigue a continuación pretende contribuir a la discusión sinodal sobre dicho argumento,
con el aporte de pequeños apoyos bíblicos a los términos del tema, considerando la
raíz de dichos términos y su papel en las relaciones humanas (en la sociedad humana)
y, primero y fundamental, en la relación de Dios con el Hombre (humanidad).
a.
Siervos (diakonoi) de la reconciliación y del restablecimiento de la Justicia En
las Escrituras, la reconciliación es una iniciativa divina, un movimiento libre y
gratuito, que Dios emprende hacia la Humanidad; y su propósito es reparar y restaurar
la comunión que el pacto establece, pero que el pecado amenaza y destruye.
Las
enseñanzas de san Pablo a la Iglesia Corintia en esta materia son muy instructivas:
“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.
Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio
de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo,
no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros
la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios
exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos
con Dios!” (2Co 5,17-20). La reconciliación, por tanto, es un acto divino que nosotros
(la humanidad) experimentamos, y con cuya experiencia nos transformamos en instrumentos
y embajadores.
Los Apóstoles y la experiencia de la reconciliación Los Evangelios
nos han presentado la vida y el ministerio de Jesús como la obra de salvación del
Padre para la humanidad. Los discípulos de Jesús fueron los primeros en ser llamados
a la experiencia de la oferta de salvación del Padre en Jesús; y ellos lo hicieron
de varios modos, incluyendo el perdón y la reconciliación. El deseo de “paz” de Jesús
a sus discípulos en la mañana de la Resurrección (Jn 20,19-21), por ejemplo, fue tanto
para el perdón de su traición y su abandono de Jesús, como para la restauración de
la amistad. Jesús no pide la admisión de la culpa por parte de sus discípulos.
No hay ninguna solicitud de perdón; y no se profiere ninguna excusa. Hay simplemente
una benevolente disculpa de todas las desavenencias. En su lugar, otorga el perdón
gratuito y una conciliadora promesa de paz. La reconciliación aquí es un gesto
libre e inmerecido de conciliación, que el ofendido (Jesús) dirige hacia los ofensores
(discípulos). Encargados ahora de predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra,
los discípulos-apóstoles de Jesús llevan a cabo su misión como “evangelizadores que
han sido evangelizados” y “embajadores de la reconciliación que han experimentado
la reconciliación”.
La experiencia de la reconciliación de Pablo Más tarde,
Pablo llega tras los discípulos-apóstoles de Jesús a predicar la misma oferta de salvación
en Jesús. Pero habiendo recibido este encargo de predicar en la particular circunstancia
de su encuentro con el Señor resucitado en la camino de Damasco, Pablo quiso además
entender dicha salvación en Jesús por el Padre como un acto de reconciliación del
Padre (25). Porque, como quiso admitir: “a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor
y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad.
Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad
en Cristo Jesús” (1Tim 1,13-14). Para Pablo, por tanto, la experiencia de la salvación
fue también el paso de la hostilidad y la enemistad hacia Cristo y su Iglesia, a la
fe en Cristo y la fraternidad con su Iglesia. Este paso de la enemistad a la fraternidad
constituye la reconciliación; y es una experiencia inmerecida que sólo Dios lleva
a cabo y por la que guía al hombre para que la realice. En esto, Pablo se considera
a sí mismo como un ejemplo para aquéllos que deseen tardíamente llegar a la fe en
Cristo (1Tim 1,16).
La reconciliación con Dios (vertical) y entre los seres
humanos (horizontal) En Jesús: en su vida y su ministerio, pero sobre todo, en
su muerte y resurrección, Pablo ve a Dios Padre reconciliándose con el mundo (todas
las cosas en el cielo y la tierra), sin tener en cuenta los pecados de la humanidad
(2Co 5,19; Rm 5,10; Col 1,21-22). Pablo ve cómo Dios Padre reconcilia a judíos y gentiles
consigo mismo en un solo cuerpo a través de la cruz (Ef 2,16). Pablo también ve a
Dios reconciliar a judíos y gentiles, creando un hombre nuevo en lugar de dos (Ef
2, 15; 3,6).Así, la experiencia de la reconciliación establece una comunión en dos
niveles: la comunión entre Dios y la humanidad; y a partir de la experiencia de reconciliación,
nos convierte (a la humanidad reconciliada) en “embajadores de la reconciliación”.
Se restablece también la comunión entre los hombres.
La reconciliación entre
Dios y la humanidad
La creación de la humanidad a imagen y semejanza de Dios,
la elección de Israel como “parte y herencia de Dios”, y la redención de la humanidad
por Cristo, sellada por el Espíritu Santo (Ef 1,13; 4,30), presenta a la humanidad
en comunión con Dios. Cuando la humanidad está alejada de Dios y es ajena a Él
a causa del pecado (desobediencia, idolatría, rechazo de Jesús), la reconciliación
toma la forma del perdón; y esto es obra de Dios [26]. Es Dios quien inicia la reconciliación
con Israel y la humanidad, pecadores y alejados de Dios, llevándoles de nuevo a Él
(Sal 80,3, 7, 19; Os 11;14) “para ser nosotros alabanza de su gloria” (Ef 1,12) y
“según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4,30); y Jesús, “quien no
conoció pecado, le hizo pecado por nosotros” (2Co 5,21; Ga 3,13; Rm 8,5) es el sentido
de nuestra reconciliación. En cualquier caso, es obra del amor de Dios.
La
reconciliación con la familia humana Refiriéndonos brevemente a la historia de
Jesús y Zaqueo (Lc 19), nos damos cuenta de que ese encuentro entre Jesús y Zaqueo
no sólo conduce a la conversión que estableció la comunión entre Zaqueo y el Señor.
Ese encuentro llevó además a una conversión que restauró la relación de Zaqueo con
su propia gente. En esta nueva relación, la visión de su gente cambia: son hermanos,
que no deben ser ni explotados ni defraudados. La reconciliación, por tanto, no
se limita al acercamiento de la humanidad ajena y pecadora a Dios en Cristo, a través
del perdón de los pecados y la falta de amor. También es la restauración de las relaciones
entre la gente conciliando las diferencias y eliminando los obstáculos para una relación
en la experiencia del amor de Dios. Éste es, de hecho, el distintivo de la reconciliación
en el ministerio de Jesucristo. Por otra parte, las Escrituras atestiguan numerosas
formas de reconciliación a través de diversos acuerdos (27), como: - el ofensor
admite su error y pide perdón, reconociendo que el ofendido tenía razón (era recto)
(28); - el ofensor niega su error, lo que da lugar a un arbitraje para determinar
quién tiene razón; - el ofendido perdona unilateralmente y desea el cese de las
hostilidades, estableciendo la paz y la reconciliación. En todos estos casos, la
reconciliación, como paso de la hostilidad a la paz, de la separación a la comunión,
no supone un sacrificio de los derechos; y no reemplaza a la justicia. Más bien, es
el restablecimiento de la propia justicia y su fruto. En fin, la reconciliación
del hasta ahora alejado pueblo, adquiere la forma de judíos y gentiles caminando juntos
como herederos del Reino (Ef 2,13-15). Puede tomar también la forma de miembros de
una comunidad de culto que concilian sus diferencias y viven en paz unos con otros
(1Co 3,3); o también, de una comunidad cuyos miembros olvidan las ofensas de los otros
(Mt 18,15; Lc 17,3-4), sin albergar enfados y rencillas (Ef 4,26). A través del perdón,
los miembros de la familia humana construyen una comunidad de reconciliados (Ef 2,16-19),
cuyo perdón mutuo refleja el del Padre en el Cielo (Mt 6,12; Lc 11,4), que promueve
nuestra reconciliación por Su amor y Su misericordia.
Una perspectiva para
el Instrumentum laboris He aquí una espiritualidad de la reconciliación que puede
inspirar la discusión en el Instrumentum laboris, y que debe convertirse en una disposición
a ser siervos de la reconciliación. Porque en la Iglesia, que es una familia en comunión,
la reconciliación no es un estado o un acto, sino un proceso dinámico, una tarea que
hay que emprender cada día, una meta a la que hay que aspirar, un infinito ponerse
en camino para restablecer, mediante el amor y la misericordia, las amistades rotas,
los lazos fraternos, la responsabilidad y la confianza. (29).
b. Siervos (diakonoi)
de la justicia (rectitud)
El fruto de la reconciliación entre Dios y los hombres,
y dentro de la familia humana (entre los hombres), como ya observamos, es la restauración
de la justicia y de las legítimas exigencias de las relaciones. Es ética y religiosa
a la vez; y está motivada por el amor y la misericordia. Falsas formas de justicia El
concepto de justicia ha sido secularizado hasta significar: - sencillamente la
“ley del más fuerte”; - un compromiso social para evitar un mal mayor; y -
la virtud de la imparcialidad en la aplicación general de la ley, sin ninguna referencia
a la justicia natural (30). La aparición del “espíritu del capitalismo” ha desposeído
además al concepto de justicia de cualquier raíz trascendental (31). La ética económica,
por ejemplo, era racionalista e individualista. Su concepto central era el beneficio;
y estaba separada de las exigencias de solidaridad, del “ordo amoris” y de cualquier
lazo con las éticas religiosas. Consecuentemente, la entera noción de justicia social
fue eliminada; y la “justicia” se aplicó a las convenciones de los contratos negociados,
en el marco de la ley de la oferta y la demanda, sin restricciones al individualismo
empresarial. El Estado simplemente hacía respetar el orden público y el cumplimiento
de los contratos, mientras permanecía rigurosamente neutral con respecto a su contenido
(32). En cambio, la justicia de la “diakonía” cristiana es el recto orden de las
cosas y el cumplimiento de las legítimas exigencias de las relaciones. Es la justicia
y la rectitud de Dios y Su Reino (Mt 6,33). En el presente estado de pecado humano
y de corazones heridos el Antiguo Testamento se muestra firme al considerar que la
justicia no puede llegar al hombre a través de sus propias fuerzas, sino que es un
don de Dios; y el Nuevo Testamento desarrolla este punto de vista mucho más plenamente,
haciendo de la justicia la suprema revelación de la gracia salvífica de Dios.
El
sentido de la “Rectitud del Reino” (33) La rectitud o la justicia del Reino no
es exactamente una justicia retributiva, aunque a veces sea este el sentido de su
atribución a Dios (Ap 15,4; 19,2,11; 16, 5-6; Hb 6,10; 2Ts 1,6). Tampoco tiene el
sentido de “conformidad a la norma o a un conjunto de normas”. Al menos, no es su
sentido primario; y nunca puede ser aplicado a Dios en tal sentido. Presentada unas
veces como tsedaqah y otras como tsedek, la justicia (rectitud) es el cumplimiento
de las exigencias de las relaciones, sean éstas con Dios o entre los hombres [34];
y cuando Dios o el hombre cumple las condiciones impuestas por las propias relaciones,
son, en términos bíblicos, “rectos” (tsadiq/dikaios). Son tres los hechos fundamentales
que cuentan en todas las relaciones existentes entre Dios y los hombres, o entre los
hombres: - la creación de la humanidad “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26-27),
que hace del ser humano una criatura de Dios. El mismo acto de la creación da a todos
los hombres un mismo origen y un común parentesco, lo que relaciona radicalmente a
todos los miembros de la familia humana, unos con otros, como hermanos y hermanas
[35]; - el pacto-elección de Israel, que hace de este pueblo el “primogénito de
Dios”, “su herencia”, “una parte de Él”. Y convierte a los hijos de Israel en “hermanos”
(Dt 15,11,12); - el nuevo pacto en la sangre de Cristo; por el que todos los seguidores
de Cristo presentan el “sello del Espíritu Santo” (Ef 1,13-14), lo que los convierte
en “templos del Espíritu Santo” y “morada de Dios”.
Esto constituye la base
de las relaciones entre Dios y la humanidad, en sus distintos momentos de la Historia;
y son iniciativas de Dios y actos de Su amor. En este sentido, la rectitud es una
radical y comprensiva justicia de carácter religioso, que requiere que la humanidad
se someta a Dios en obediencia y fe, y que hace que cada pecado sea una “injuria”,
una injusticia e impiedad. También pretende que el hombre cumpla las justas exigencias
de las relaciones que mantiene, en virtud de la creación y de la universal hermandad
de los hombres, y de la salvación y de la común llamada a la santidad y a la filiación
en Cristo.
La rectitud (justicia) basada en la Creación La pregunta acerca
del pago de los impuestos al César (Mt 22,15-22; Mc 12,13-17; Lc 20,20-26) da a Jesús
la oportunidad de definir la relación básica entre Dios y el hombre como justicia
(rectitud). En la respuesta de Jesús, el denario pertenecía al César, porque llevaba
su marca de propiedad, es decir, su imagen e inscripción. En justicia, la propiedad
de la moneda por parte del César debía ser reconocida y defendida; así que “dad al
César lo que es del César”. La segunda parte de la respuesta de Jesús se refiere
al asunto más importante de lo que debe darse a Dios, es decir, aquellos que están
hechos a su “imagen y semejanza”, los seres humanos (Gn 1,26-27). La pertenencia de
la humanidad a Dios, en virtud de su creación “a Su imagen y semejanza”, es la base
de la vida de comunión entre Dios y la humanidad; y toma la forma de la justicia:
la humanidad devuelve a Dios lo que le debe. En las Escrituras, la humanidad da a
Dios lo que le debe cuando “obedece la voz de Dios”, “cree en Él”, “Lo teme” y “Lo
adora”; y cuando no lo hace, la humanidad necesita mostrarse arrepentida (Hch 17,30). En
correspondencia, el común parentesco de la humanidad (Hch 17,28-29) goza del “ordo
amoris” de la solidaridad y la universal fraternidad, que se sustenta a su vez por
la justicia en las relaciones.
La rectitud (justicia) basada en los pactos
de Dios Los diferentes pactos en el Antiguo Testamento establecen diversas relaciones
entre Dios y: - los individuos: Abraham (Gn 17,4), Isaac (Gn 17,19,21), Jacob (Ex
6,4), David (1Cro 21,7); - los linajes y familias: Abraham (Gn 17,11), David (2
S 7); y - el pueblo de Israel (Dt 4:12-13; Ex 19-20; 24:8; Lv 24:8, Is 24:5). Algunos
de los pactos del Antiguo Testamento también expresan algunas relaciones entre seres
humanos: Isaac y Abimelec (Gn 26,28-29), Jacob y Laban (Gn 31,44), David y Jonatan
(1S 20,16). Los pactos establecían unas relaciones especiales que requerían unas exigencias
a las partes. Mantener y defender las exigencias de una relación hacía que el grupo
fuera justo y recto [36]; la justicia (rectitud) era la observancia de las exigencias
de las relaciones, que aseguraba el compañerismo y la comunión, verticalmente, entre
Dios y la humanidad, y horizontalmente, entre la gente. Los términos opuestos en la
Biblia son “malvado” y “maldad” (rasha’); y denotan el mal cometido contra alguien
con quien se mantiene una relación. Por tanto, el “malvado” destruye la comunidad
(comunión) al fallar en el cumplimiento de las exigencias de las relaciones de la
comunidad [37]. Los pactos entre Dios y los individuos y con el pueblo de Israel,
representan las iniciativas de Dios, que conducen a los individuos, las familias y
al pueblo a una especial relación, y pretenden de ellos que vivan las exigencias de
esa relación con Dios y entre ellos mismos. Las exigencias de la relación eran, por
una parte, la sumisión en la fe y la confianza en la oferta de Dios, expresada a veces
mediante la ejecución de un sencillo rito de circuncisión (Gn 17,10-11), pero más
frecuentemente mediante la Ley (Torah) de Dios (Ex 19,5; Dt 7,9; etc...). Por otra
parte, los israelitas debían cumplir ciertos requisitos para con ellos mismos (justicia
social) en virtud del pacto de relación con Dios.
Con sus muchos pecados e
infracciones de las exigencias de los pactos de relación con Dios, Israel actuó injustamente
(injuria) y se situó fuera de la relación. Ya no podía reclamar nada a Dios como socio
del pacto. Si Dios lo siguió tratando como socio, fue porque Dios pasó por encima
de la infracción, haciéndolo volver (“¡Oh Dios, haznos volver!” Sal 80,3,7,19). Israel,
por su parte, sólo podía confesar sus pecados y permitir que Dios lo trajera de vuelta.
Éste era el argumento principal de Oseas y los profetas post-exílicos. La rectitud
divina consistió entonces en su justificación de Israel: llevar de nuevo a Israel
a la relación del pacto a pesar de sus faltas. Por otro lado, la rectitud de Israel
consistió en confesar sus pecados, en reconocer sus faltas y en aceptar en la fe la
oferta de la gracia de Dios de la salvación.
La rectitud (justicia) basada
en el nuevo pacto en Cristo Con este principio comenzó su ministerio Juan el Bautista;
y su ministerio cumplió con la rectitud, en el sentido de que el arrepentimiento y
la confesión de los pecados que aquélla conllevaba, fue el reconocimiento por parte
de Israel (y de la humanidad) de su incapacidad para mantenerse fiel a las exigencias
del pacto, su inmerecida experiencia, ninguna, del perdón y el favor justificadores
de Dios, y el reconocimiento de que los actos de Dios proceden sólo del amor y la
misericordia. Por tanto, cuando Jesús fue bautizado por Juan, se unió a la humanidad
para proclamar todo lo que se ha dicho como justicia divina. ¡Aquí es donde Jesús
ha cumplido con toda justicia! En Jesús y su ministerio se observan dos cosas: -
La revelación de la justicia como gracia justificadora de Dios que considera las justas
exigencias de la relación del pacto y que reinstala a la humanidad que estaba fuera
de la misericordia (38) y del amor en un pacto de relación. Porque “habéis sido salvados
por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios”
(Ef 2,8). - La concesión del Espíritu de Jesús a la Iglesia y sus miembros, habilitándolos
para responder a la justicia de Dios (rectitud) en la fe y convertirse en “Justicia
de Dios en Cristo” (2Co 5,21), “justificando”, a su vez, la misericordia y el amor
(39): mirando más allá de los pecados e injurias, hacia sus derechos, relaciones socio-políticas,
etc... y restaurando la comunión en la familia de Dios y en la familia de la sociedad. Este
sentido de la justicia y la rectitud sugiere que la llamada del Instrumentum laboris
a ser siervos de la justicia es, en primer lugar y sobre todo, una llamada a una experiencia
espiritual: la experiencia de la justificación de Dios (gracia justificadora) en la
fe, y a su testimonio en la Iglesia y la sociedad, justificando a los demás. Pero
¿cómo se pueden sanar las heridas y las múltiples injurias con las que la gente vive
en el continente y restaurar la comunión?
c. Siervos/Ministros (diakonoi) de
la paz: El Catecismo de la Iglesia Católica repite las enseñanzas de san Agustín de
que “la Paz es la tranquilidad del orden” (40). Sigue con la afirmación de que la
misma “es necesaria para el respeto y el desarrollo de la vida humana” y que es “obra
de la justicia y efecto de la caridad” [41].
La Paz como obra de la Justicia La
Justicia (Rectitud), como hemos observado más arriba, es un concepto de relación;
y justo es quien cumple con las demandas que la relación en la que se encuentra les
presenta. En el caso de los impíos de Israel y de la humanidad caída (Rm 5, 6ss),
a quien Dios ha justificado en Cristo, imputándoles su justicia (rectitud), consiste
en el reconocimiento de su necesidad de la gracia justificadora de Dios y su sumisión
a la fe. Ésta parece ser, precisamente, la actitud que predispone a la humanidad para
la paz de Dios en el Evangelio. Porque cuando en el nacimiento de Jesús, el ángel
anunció la llegada de la paz de Dios sobre la tierra, esto fue concedido sólo “a los
hombres en quienes él se complace” (Lc 2, 14).
La “Paz” es concedida en la
tierra “a los hombres en quienes Él se complace” (Lc 2, 14); y el sentido de la frase:
“a los hombres en quienes Él se complace” es, según algunos autores, “alguien que
recibirá la gracia de Dios y responde con la fe” (42). La interpretación de esta frase,
como se podría recordar, coincide con el sentido de la “justicia” y la “rectitud”
arriba mencionadas; y parecería entonces que los “justos (rectos)”, como quienes están
dispuestos a aceptar la obra de Dios en la fe, son además aquéllos en la tierra en
quienes reposa la paz de Dios. Parecería, además, que éstos son los que experimentan
la paz de Dios, quienes están dispuestos a construir la paz en la tierra, cumpliendo
la solicitud de relación en las que se encuentran. Se evidencia una estrecha relación
entre paz y justicia (rectitud), que Isaías vislumbra (Is 32, 17), que el Salmista
canta (Sal 85, 10) y que Pablo ve en cada cristiano que está en la recta vía (justificado)
con Dios en Cristo: “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos
en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo...” (Rm 5, 1). Así esta paz proviene
del cielo. Es un don de Dios y está estrechamente relacionada con su justicia/rectitud.
También en la tierra se revela como un don de Dios que viene de lo alto y es concedido
igualmente al justo (“en quienes Él se complace”).
La Paz como efecto de la
Caridad (el amor de Dios en Cristo) Como la “paz” se relacionó tan estrechamente
con la alianza y con el vivir sus exigencias, cuando el pueblo de Dios rompió esta
alianza, la “paz” también se desvaneció. Esto requirió de nuevo la intervención de
Dios gracias a su amorosa misericordia para traer la “paz” a su pueblo; y fue en este
sentido que las escrituras de Israel después del exilio, han comenzado a vislumbrar
la “paz” traída por el castigo del siervo de Dios: “Él soportó el castigo que nos
trae la paz” (Is 53, 5). Jesucristo, en su misión y ministerio, completó la visión
de los últimos profetas de Israel. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn
3, 16); y al haber sido “entregado por nuestros pecados” (Rm 4, 25), el Hijo de Dios
se convirtió en nuestra “paz”. Entonces, si la “paz” viene de Dios (Ga 1,3, Ef 1,
2, Ap 2, 14) y es de Dios (Flp 4, 7, Col 3, 15, Rm) 15, 33), Cristo es esa “paz” (Ef
2, 14). Él es quien la anuncia y la establece (Ef 2, 17); y Él es la presencia de
Dios, que trae la paz que el mundo no puede dar.
El sentido de la Paz de Cristo La
“Paz” no tiene sólo un sentido secular, esto es, la ausencia del conflicto (Gn 34,
21; Jos 9, 15; 10, 1-4; Lc 14, 32), la presencia de armonía en el hogar y en la familia
(Is 38,17; Sal 37, 11; 1 Co 7, 15; Mt 10,34; Lc 12, 51), la seguridad y la prosperidad
individuales y colectivas (nacional) (Lc 18, 6; 2 R 20, 19, Is 32, 18). La “Paz” no
existe sólo cuando “una comunidad humana alcanza el respeto de los derechos ajenos
y cumple sus propias obligaciones” ( 43) y no es sólo el resultado de trabajar para
la justicia (44). La “Paz” trasciende, esencialmente, el mundo y los esfuerzos humanos
(45). Es un don de Dios (Is 45, 7, Nm 6, 26) donada a los “rectos/ justos”. Expresada
generalmente como “shalom” (Antiguo Testamento) y “eirn”(LXX y Nuevo Testamento),
cualquier forma de “paz”, es un todo determinado por Dios y donado a aquéllos “en
quienes él se complace”, a saber, los justos y rectos. Así, cuando Jesús perdonó al
pecador (Lc 7, 50) y sanó a los enfermos (Mc 5, 34), los despidió “en paz”: “id en
paz”. “Id en paz” no fue solamente una simple bendición de despedida sino la donación
del “shalom”. Quien fue perdonado y sanado no fue curado solamente en relación a la
salud de su cuerpo, sino también fue puesto en paz con Dios por medio de su fe y totalmente
sanado ante Dios y la comunidad (46). Éste es también el sentido del saludo de
“paz” de Jesús a sus discípulos en la mañana de la resurrección (Jn 20, 19-21). Fue
el perdón de su traición a Jesús y también la renovación de la amistad. Jesús no necesitaba
la admisión de la culpabilidad por parte de sus discípulos. No había una solicitud
de perdón, ninguna disculpa fue pronunciada. Hubo simplemente un pasar por alto todas
las faltas. En su lugar se dio un perdón gratuito y un saludo conciliatorio de “paz”.
La “paz” de Jesús es nuestra paz, por la que Él soportó nuestros castigos (Is
53, 5). Es el restablecimiento gratuito e inmerecido de la totalidad, así como la
comunión con Dios y con los hombres; y es recibida por todos quienes la acogen como
gracia de Dios y responden con la fe, es decir, “en quienes Él se complace” (los justos,
los rectos). Pablo exhorta a sus comunidades cristianas a perseguir la paz como
rectos portadores de la paz de Jesucristo en la tierra (Rm 14, 19; Ef 4, 3; Hb 12,
14) y a vivir en paz los unos con los otros (Rm 12, 18; 2 Cor 13, 11), como el Instrumentum
laboris desea que realice la Iglesia en África. Pero también como rectos portadores
de la paz de Jesucristo en la tierra necesitamos recordar, como ya lo hicimos con
la “justicia”, que la “paz” es una acto que va más allá de la justicia en sentido
estricto y requiere amor [47]. Ésta deriva de la comunión con Dios, y está orientada
hacia el bienestar del hombre (humanidad). De esta manera, al invitar a la Iglesia
en África y sus islas a ser “ministros (siervos) de reconciliación, justicia y paz”,
siguiendo la invitación del primer Sínodo de la Iglesia a vivir en comunión con la
Iglesia-Familia de Dios, el segundo Sínodo invita la Iglesia a hacer experiencia de
aquellas virtudes que establecen nuestra comunión con Dios, y a dar testimonio y vivir
las mismas, a saber, la reconciliación, la justicia y la paz, a través del amor y
la misericordia en el continente. Las implicaciones de este ministerio son las que
(como temas) el Sínodo ahora explica con la simbología de la sal y la luz: sal de
la tierra y luz del mundo.
III. DE SER “TESTIGOS DE CRISTO” (Ac 1,8) A SER
“SAL DE LA TIERRA Y “LUZ DEL MUNDO” (Mt 5,13, 14)
Al recoger los frutos del
primer Sínodo en Ecclesia in Africa, el Papa Juan Pablo II alabó el hecho de “dar
testimonio”como un elemento esencial de la cooperación misionera, y recordó a la Iglesia
de África que Cristo no sólo desafía a sus discípulos en África a que den testimonio
de Él, sino que les otorga el mismo mandato que dio a sus apóstoles el día de su Ascensión:
“Vosotros seréis mis testigos” (Hch 1, 8) en África (48). De esta manera, comparando
a los discípulos de Cristo en África con la sal y la luz, el Santo Padre dijo: “En
nuestros días, en el marco de una sociedad pluralista, es sobre todo gracias al compromiso
de los católicos en la vida pública como la Iglesia puede ejercer una influencia positiva.
Se espera de los católicos, sean profesionales o profesores, empresarios o funcionarios,
agentes de seguridad o políticos, que den testimonio de bondad, verdad, justicia y
amor de Dios en sus actividades cotidianas. La tarea del fiel laico consiste en ser
la sal de la tierra y la luz del mundo y, sobre todo, en los lugares donde sólo él
puede hacer presente a la Iglesia” (49). “Sal de la tierra” y “luz del mundo” son,
entonces, las imágenes/metáforas a través de las cuales el Papa representó su visión
de las actividades misioneras de la Iglesia en África y sus islas. Este Sínodo invita
ahora a la Iglesia en África a entender su interpretación de los servicios de reconciliación,
justicia y paz en el continente, como el ser la “sal de la tierra” y la “luz del mundo”.
Siervos
(diakonoi) de la Reconciliación, Justicia y Paz como “sal de la tierra” La metáfora
“sal” que Jesús utiliza en los Evangelios sinópticos (Mt 5, 13; Mc 9, 50; Lc 14,34)
para describir la particularidad de la vida de sus discípulos es polisémico. Tiene
muchos significados. Por ejemplo, como el “Mar muerto” fue llamado también “Mar de
la sal” (Gn 14,3) por quienes vivían cerca del “Mar muerto”, “sal” puede significar
“muerte” (cfr. Gn 19, 26). Dios, el Señor de la vida, no obstante, curará las aguas
del “Mar de la sal”con las aguas del templo y les dará vida (Ez 47). En otro sentido,
la sal tiene el poder de conservar. Sazona y conserva los alimentos (Jb 6,6; Mt 5,
13; Lc 14, 34) y, correlativamente, como en el caso de la purificación de Eliseo de
las aguas en Jericó (2 R 2:19-22), la sal tiene, por último, un poder purificador.
El uso de la sal marina para sellar la amistad y los pactos en el mundo del Antiguo
Testamento (Esd 4,14) parece subrayar el uso por parte de Dios del simbolismo para
expresar la permanencia y la estabilidad de las disposiciones referidas al sustento
de los sacerdotes en el Antiguo Testamento: “Alianza de sal es ésta, para siempre,
delante de Yahvé ...” (Num 18,19). El uso de la sal en los pactos puede también ser
destacada en la invitación de Jesús a sus discípulos a “tened sal en vosotros y tened
paz unos con otros” (Mc 9,50), a saber, para cumplir la lealtad mutua de las pactos
y para vivir en paz. La sal, sin embargo, también simboliza la “sabiduría” y la
“fuerza moral” y esto da valor a las cosas. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando
la sal es utilizada para fertilizar la tierra. Por consiguiente, cuando Jesús se
refiere a sus discípulos como “sal de la tierra”y cuando el Sínodo exhorta a la Iglesia
en África para ser “servidores de la reconciliación, de la justicia y de la paz” como
“sal de la tierra”, ambos, es decir Jesús y el Sínodo, hacen uso de un símbolo polivalente
para expresar las diferentes tareas y necesidades del ser discípulos y ser Iglesia
(familia de Dios) en África. Por eso, como en el caso de los profetas, el rechazo
de la Iglesia y de su Evangelio equivale a expresar un juicio y a transformar la tierra
en una “tierra salina” (Dt 29,23; Jr 17,6; Sal 107,34). En el Continente, parte del
cual vive bajo la sombra de los conflictos y de la muerte, la Iglesia debería sembrar
semillas de vida, a través de iniciativas que generen vida. Ésta debe preservar el
Continente y su gente de los efectos destructivos del odio, la violencia, la injusticia
y el etnocentrismo. La Iglesia debería purificar y sanar las mentes y los corazones
de los comportamientos corruptos y malvados; y aplicar el mensaje de vida del Evangelio
para mantener vivos el continente y su gente, manteniéndoles en el camino de la virtud
y los valores evangélicos, tales como la reconciliación, la justicia y la paz (50).
Pero lo más importante, el símbolo de la “sal” invita a la Iglesia-Familia de Dios
en África a aceptar y a consumirse en sí misma (disolverse) por la vida del continente
y de su gente.
Siervos (diakonoi) de la Reconciliación, la Justicia y la Paz,
como “luz del mundo” La referencia a los discípulos como “luz del mundo” significa
recurrir a una imagen cuyos orígenes se encuentran en el Antiguo Testamento, como
atributo y misión de Sión, la ciudad en la colina. Por consiguiente, el Siervo-Mesías
será llamado a asumir esta imagen como una vocación; y en Jesús ésta hallará su cumplimiento.
Jesús, pues, como “luz del mundo”, de hecho, como “la verdadera luz que ilumina a
todos”(Jn 1,9), hará también de sus discípulos la “luz del mundo”.
Sión, la
ciudad en la colina y Luz de las naciones Sión era la montaña de la casa del Señor
(Is 2,2); y era la morada del Arca de la Alianza (2S 6; 1Re 8, 20-21) y del Nombre
del Señor. El Arca de la Alianza contenía las tablas de la Ley de Dios, y la Ley era
“una lámpara, y sus enseñanzas una luz” (Pr 6,23; Sal 19,8; 119, 105; Ba 4, 2). El
nombre de Dios, no obstante, representa la “presencia Divina”; y la luz de la presencia
de Dios remite a su poder salvador y a sus actos ((Is 10, 17; Sal 27, 36:9) para
salvar a Jerusalén y a su pueblo [51]. Así, en consideración a su posesión de la luz
del conocimiento de la Ley y la luz de la Salvación de Dios, Jerusalén se convierte
en luz para las naciones y los reyes (52).
La experiencia de Sión se transforma
en la vocación del Siervo-Mesías En Isaías, la experiencia de Jerusalén, “Luz de
naciones y reyes”, se presenta como la vocación de la figura del siervo. El siervo
de Yahvé, dotado con el Espíritu de Yahvé para llevar la Justicia a las naciones (Is
42,1; 51,4), es ofrecido también como alianza con el Pueblo y “Luz de las naciones”
(Is 42,6; 49,8; y ss.). Su llamada a ser “Luz de las naciones” implica su propia experiencia
de la Salvación de Yaveh (Is 49,7), y esto permitió que la salvación llegase hasta
los confines de la Tierra. En estos pasajes referidos al siervo, la “luz” es el conocimiento
de la Ley y de la salvación de Dios; y es un don destinado a alcanzar a todos los
pueblos.
Jesús cumple la vocación del Siervo-Mesías La figura del Siervo-Mesías
se cumple en Jesús (Mt 4,16 cita a Is 9,2) y alude a la estrella durante el nacimiento
de Jesús para subrayar el cumplimiento y la continuación, en Jesús, del simbolismo
revelador y salvífico de la luz en el Antiguo Testamento. Jesús es la “Luz de la Salvación
de Dios (Jn 1,5; 3:19, 8:12; 12:46); y es la “Luz de la Palabra/la Ley/la Sabiduría
de Dios” (Jn 1,4; 9,5; 12,36, 46). Jesús es la “Luz del Mundo” (Lc 2,32; Jn 1,9) y
murió y resucitó para “anunciar la luz al pueblo y a los gentiles” (Hch 26,23).
Los
discípulos de Jesús y los cristianos como luz del mundo Puesto que la referencia
a los discípulos como “luz del mundo” no es otra cosa sino Jesús haciendo de sus discípulos
su extensión y representación en el mundo, “vosotros sois la luz del mundo” expresa,
entonces, la elevada vocación de los discípulos de Jesús: una llamada a cumplir, en
Cristo, la vocación de Israel en el Antiguo Testamento de ser testigo de la luz del
conocimiento de la Ley de Dios (Evangelios) y de Su salvación en el mundo. Esta
noble vocación de los seguidores de Jesús es también lo que el Sínodo propone para
la Iglesia en África; y ella comienza con la llamada (bautismal), que hace de ellos
un “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1P
2,9). Respondiendo a la llamada, se rinden ante la iluminación de la Palabra de verdad
(Ef 1,17 y ss.), la luz del Evangelio de la Salvación (2Co 4,4) y su llamada al arrepentimiento.
El resultado de la vida como discípulos los convierte en “luz en el Señor. [Vivid
como] hijos de la luz” (Ef 5,8), “hijos de la luz e hijos del día” (1Ts 5,5; Rm 13,
12). “Pues el mismo Dios que dijo: de las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar
la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que
está en la faz de Cristo” (2Co 4,6). Ello conduce a la fe en Jesús y a sellar la promesa
del Espíritu Santo (Ef 1, 13) para vivir una vida sin mancha; porque “el fruto de
la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,9).
Conclusión: ¿Qué
tierra? ¿Qué mundo? En tiempos de Jesús, la tierra y el mundo para los que los
discípulos debían ser “sal” y “luz”, eran la tierra y el mundo fuera del círculo
de los doce, “ese fuera” al que “todo se le presenta en parábolas” (Mc 4,11). En
este Sínodo, la tierra y el mundo, para los cuales los católicos del continente y
sus islas deben ser “sal” y “luz”, como “siervos de reconciliación, justicia, y paz”,
son el África de nuestros días, como se describe en el Instrumentum laboris y se esboza
más arriba (53). Es así como Jesucristo, después de revelarse a sí mismo a través
de las Escrituras como nuestra reconciliación, justicia y paz, ahora llama y encarga
a sus discípulos en África y sus islas para que se dediquen a ellos mismos, como sal
y luz, que construyan la Iglesia de África como una verdadera familia de Dios, a través
del ministerio de la reconciliación, la justicia y la paz ejercidos en el amor, a
semejanza de su maestro. (1) Juan Pablo II, Discurso en la Catedral de Cristo Rey
(17 de septiembre de 1995), Johanesburgo (Sudáfrica): “Aquí, en Johanesburgo, Sudáfrica,
junto a toda la Iglesia nos hemos reunido en esta parte sur del Continente, para promulgar
la Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa, que contiene las propuestas realizadas
por los Padres sinodales al concluir la sesión de trabajo realizada en Roma en los
meses de abril y mayo de 1994. Con la autoridad apostólica propia del Sucesor de Pedro,
presento a toda la Iglesia de Dios en África y en Madagascar los discernimientos,
las reflexiones y las resoluciones del Sínodo”. (2) Cfr. Juan Pablo II, Exhortación
Apostólica Post-Sinodal, Ecclesia in Africa, nº 13.
(3) Cfr. Juan Pablo II,
A los participantes en la reunión del Consejo post-sinodal de la Secretaría General
del Sínodo de los Obispos para la Asamblea Especial para África (15 de junio de 2004).
(4) Primera Asamblea Especial para África, Instrumentum Laboris, 1993, nº 1. El
mismo documento: “Parece haber llegado la hora de África, una hora favorable que llama
a todos los mensajeros de Cristo a recoger frutos abundantes para Cristo”. Instrumentum
Laboris 1993, nº 24. (5) Ibidem, nºs. 22-24. “Signos de los tiempos” se refiere
al contexto africano en el que se debe proclamar el Evangelio. (6) Cfr. Las heroicas
vidas de los mártires y santos africanos, por una parte, y las heroicas vidas y las
luchas por la independencia de los africanos en el África post colonial, Sudáfrica,
Sudán, etc... por otra. (7) Cfr. Juan Pablo II, Discurso con ocasión de la reunión
del Consejo post-sinodal de la Secretaría General [15 de junio de 2004). (8) Cfr.
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Ecclesia in Africa, nºs. 13-14,
39-42; Segunda Asamblea Especial para África, Lineamenta, nºs 6-8. (9) Segunda
Asamblea Especial para África, Lineamenta, Prefacio. (10) Esto es lo que el Instrumentum
Laboris refiere a propósito de “una continuidad dinámica” y se ilustra bastante en
los números 14-20. (11) Cfr. Juan Pablo II, Carta al Arzobispo Eterovic con ocasión
de la reunión del Consejo Especial para África de la Secretaría general del Sínodo
de los Obispos (23 de febrero de 2005). (12) Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica
Post-Sinodal, Ecclesia in Africa, nº 4 (13) Cfr. Ibidem, nºs. 2 - 5 Por ello el
SECAM. “se preocupó por buscar medios y vías para llevar a buen fin el proyecto de
este encuentro continental. Se consultó a las Conferencias Episcopales y a cada obispo
de África y Madagascar, después de lo cual pude convocar una Asamblea especial para
África del Sínodo de los Obispos” (Ecclesia in Africa nº 5). (14) Segunda Asamblea
Especial para África, Instrumentum Laboris, nºs. 21-23. (15) Nana Akuffo-Addo,
Ministro de Asuntos Exteriores de la República de Ghana (2001-2008) en la cumbre de
la Unión Africana Pres. Kikwete de Tanzania dijo que “...ya existen en África dirigentes
fuertes, preparados para salir adelante; y deseamos estar a su lado” (Fraternité Matin,
viernes, 10/07/09). (16) NEPAD significa “Nueva Hermandad Económica para el Desarrollo
de África” (New Economic Partnership for African Development). Requiere que exista
respeto por los gobiernos democráticos y que no se toleran los golpes de estado. Está
el sistema del “Peer Review Mechanism”, para someter a investigación el rendimiento
de los gobiernos. Ciertamente, el ritmo de trabajo del African Union Parliament y
la puesta en marcha de los requisitos del NEPAD por parte de los estados miembros
ha sido criticado últimamente por su lentitud. (17) La “Lomé Culture” es el nombre
que recibe el conjunto de acuerdos de cooperación para el desarrollo entre los países
de la Comunidad Económica Europea y sus antiguas colonias. Comenzó en 1957 con los
Tratados de Roma, que establecieron la CEE. Los “Lomé” del I al IV, se ocupan de las
ayudas a través de un acuerdo entre la CEE y 46 países ACP (respeto por los Derechos
Humanos, principios democráticos y función de la Ley). El Acuerdo “Yaoundé” fue firmado
en 1975 entre los países de la CEE y la ACP para ayudar con infraestructuras de desarrollo
en los países francófonos. El Acuerdo “Cotonou” se firmó en 2000 entre la CEE y 77
países de la ACP por otros veinte años. Se ocupaba de la reducción de la pobreza,
el desarrollo sostenible y la progresiva integración de las economías de la ACP en
la economía mundial. (18) Los objetivos primarios del NEPAD son: erradicar la pobreza,
poner a los países africanos en las vías de un crecimiento y un desarrollo sostenibles,
frenar la marginación de África en el proceso de globalización, y acelerar el acceso
al poder de las mujeres.
(19) ”La cooperación significa desarrollar una visión
conjunta con la gente de África: la visión de un África moderna e independiente, en
la cual, hombres y mujeres africanos, confiando en sí mismos, determinen su propia
vida, su propio futuro, y tracen su propio camino para un desarrollo sostenible y
democrático. Sólo los estímulos y los esfuerzos procedentes del interior de la propia
África pueden conducir al éxito.” (Ponencia del Dr. Uschi Eid, Secretario de Estado
Parlamentario en el Ministerio Federal para la Cooperación económica y el Desarrollo
de Alemania, en el TICAD III [Tokyo International Conference of African Development],
Tokyo, 2003). (20) Barack Obama hizo la misma precisión a los líderes de África
en el discurso que dirigió al Parlamento de Ghana durante su visita al país el pasado
mes de julio. (21) En 2003, cuando el Presidente Clinton visitó Ghana, el Herald
Tribune escribió: “Hemos dicho ya que Clinton está cambiando el modo de pensar de
los americanos hacia África, de Continente desesperado a tierra de oportunidades y
esperanza”. (22) Cfr, Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, Vaticano
2009. (23) Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et
Poenitentia, nº 2. (24) Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal,
Ecclesia in Africa, nº 63. (25) Cfr. La confesión de Pablo: “Pues ya estáis enterados
de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia
de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas
contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres... Mas,
cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia,
tuvo a bien revelar en mí a su Hijo” (Ga 1,13, 16). (26) En este sentido, Dios
es como el pastor que busca la oveja perdida; como la mujer que busca la moneda perdida;
como el padre cuyo amor provoca el retorno del hijo pródigo (Lc 15). Es como Jesús
cuando encuentra a Zaqueo en el sicómoro y lo llama (Lc 19,5). (27) Cfr. Pietro
Bovati, Ristabilire la Giustizia, Analecta Biblica 110, PIB Roma, 1986. (28) A
veces, la petición de satisfacción provoca e implica un gesto concreto, como el reconocimiento
de la existencia de derechos, cuya negación o abuso ha precipitado la situación de
conflictos y hostilidad (Cfr. Abraham y Abimelec en Gn 21,25-34). (29) En este
sentido, hay factores que favorecen la reconciliación, y que los siervos de la reconciliación
deben propugnar; y hay también factores que pueden impedir la reconciliación y que
los siervos de la reconciliación deben evitar: a. Factores que la obstaculizan:
la impiedad y el desprecio de la relación con Dios; la negación de los derechos de
los demás, el engaño y los prejuicios, la hipocresía y la paz aparente, el interés
selectivo, el silencio de la complicidad y el fracaso de las estructuras del estado. (30)
Sacramentum Mundi 3, 235. (31) Cfr. Pablo VI, Carta Encíclica Populorum Progressio,
nº 26. (32) Sacramentum Mundi 3, 236. (33) Cfr. The Interpreter’s Dictionary
of the Bible, vol. 85-88, 91-99. (34) La “justicia”, en cualquier forma que se
manifieste, tiene el sentido básico de todo lo que es debido a una persona en virtud
de su dignidad y su vocación en la comunión con las personas (Cfr. Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, nº 3, 63). (35) Esto, por inciso, es también la
base del imperativo fundamental que impone el positivo respeto de la dignidad y los
derechos de los demás, así como una contribución solidaria al encuentro de sus necesidades
(Cfr. Gaudium et Spes, nºs 23-32, 63-72; Papa Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra).
La común filiación de la humanidad exige que los hombres sean rectos, actuando según
la voluntad de Dios, unidos en la solidaridad por el amor de Dios, como amor del Padre. (36)
Así, Tamar era más justa que su suegro, porque él no cumplía con las costumbres de
su familia (Gn 38,26), David no mataría a Saúl, “pues él es el ungido del Señor” (1S
24,11) y un “padre” para él (1S 24,17). Cuando una relación cambia, también cambian
sus exigencias. Quien cuida a los huérfanos y las viudas y los defiende, ese es recto
(Jb 29,12,16; Os 2,19). Uno que trata a sus siervos con humanidad, que vive en paz
con los vecinos, que habla bien de los demás, es justo/recto (Jb 31,1-13; Pr 29,2;
Is 35,15; Sal 52,3...). La Justicia/Rectitud como un comportamiento que incumbe a
los miembros de la comunidad, a veces es salvaguardada y reforzada por los jueces
cuando dictan sentencia en el tribunal. Éste es el sentido “forense” de justicia.
Así pues, tanto Dios como el Rey desempeñan el papel de jueces (Dt 25,1; Re 8,32;
Ex 23,6 y ss; Sal 9,4; 50,6; 96,13). La rectitud de los juicios devuelve a la comunidad
su salud; y en este sentido el juicio y el gobierno justos se consideran atributos
del Mesías-Rey.
(37) El “malvado” () es el que ejerce la fuerza y la falsedad,
ignora sus deberes hacia la familia y pasa por encima de los pactos, pisoteando los
derechos de los demás (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, vol. 4, 81). (38)
Juan Pablo II define “misericordia” como “una potencia especial del amor, que prevalece
sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido”, Cfr. Dives in Misericordia,
nº 4.3. (39) Por eso, Juan Pablo II enseña que en las relaciones entre los individuos
y grupos sociales, etc., “ no es suficiente la justicia por sí sola”. Es necesaria
“esa forma más profunda que es el amor”(cfr. Dives in Misericordia, nº 12). (40)
Catecismo de la Iglesia Católica, 2304. Véase también, Gaudium et Spes, nº 78. (41)
Ibidem. (42) “En todo el Evangelio de Lucas, la “paz en la tierra” llega a los
marginados, a los discípulos, a los extranjeros, a cualquiera que desee recibir la
Gracia de Dios y responder con la fe” (Cfr. Dictionary of Jesus and the Gospels, ed.
Joel B. Green et alii, Inter Varsity Press, 1992, p. 605). (43) Juan XXIII, Carta
Encíclica Pacem in Terris, nº 174. (44) Gaudium et Spes, nº 84 (45) Aunque
sea una tarea, algo por lo que hay que trabajar, la paz es un don de Dios, algo que
nuestra paz terrena sólo puede anticipar pálidamente. (46) En el caso de la mujer
con hemorragias (Mc 5,24-34), por ejemplo, Jesús no sólo curó su impureza religiosa
y social (la pérdida de sangre), sino que reveló el secreto de la mujer e hizo pública
su fe y su curación (Mc 5,34; 2,5; 10,52) y pureza. Su purificación representa el
regreso de la mujer a la salud, a su comunidad y al Dios de su fe. (47) Gaudium
et Spes, nº 78. (48) Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Ecclesia
in Africa, nº 86. (49) Ibidem, nº 108. (50) Cfr. SECAM, Seminario sobre el Sínodo,
Abidjan, Costa de Marfil, 2009: Carrefour Groupe nº III. (51) La gran restauración
y justificación de Jerusalén por parte de Dios fue descrita por Isaías como el regreso
de la luz de Dios: “No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor
de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu
Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues Yahveh
será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto” (Is 60,19-20). (52)
El Testamento de Leví extiende la luz de Jerusalén a sus hijos, los israelitas, y
les exhorta diciendo: “Sed la luz de Israel, más puros que todos los gentiles... ¿Qué
harían los gentiles si fuerais oscurecidos por la transgresión?” (14, 3). (53)
Cfr. pp. 21-26 del presente texto.