Santa Misa en Stará Boleslav: el Papa resalta la necesidad de personas ‘creyentes’
y ‘creíbles’, dispuestas a difundir los ideales cristianos
Lunes, 28 sep (RV).- En la ciudad de Stará Boleslav, el Papa ha recordado al glorioso
mártir san Venceslao, emblema histórico de esta noble nación, que nos invita a seguir
siempre fielmente a Cristo. Esta mañana, el Santo Padre se ha trasladado desde Praga
hasta Stará Boleslav, lugar del martirio de Venceslao. En la iglesia dedicada al patrono
de la República Checa, donde se detuvo en adoración al Santísimo, el Papa ha visitado
también el mausoleo de la nación donde está expuesta la reliquia de este santo.
La
primera actividad pública del Obispo de Roma en esta tercera y última jornada en tierra
checa fue la celebración de la Santa Misa a las 9,45 en la explanada de Melnik, distante
poco más de 1 km de la iglesia del santo patrono. En su homilía el Papa saludó a todos
los presentes, de modo especial al presidente de la República, que hoy festeja su
onomástico, “felicitación que –dijo- deseo dirigir a quienes llevan el nombre de Venceslao,
y al entero pueblo checo en el día de su fiesta nacional”.
En su homilía el
Pontífice destacó que se reunían en torno al altar en recuerdo del glorioso mártir
san Venceslao, quien derramó su sangre sobre esta tierra; emblema histórico de la
noble nación checa. Y afirmó que este gran santo, conocido como el “eterno” Príncipe
de los Checos, nos invita a seguir siempre fielmente a Cristo, nos invita a ser santos.
Porque él mismo es modelo de santidad para todos, especialmente para quienes guían
la suerte de las comunidades y pueblos. Por eso formuló la pregunta de si ¿en nuestros
días la santidad es todavía actual? ¿O no es, más bien, un tema poco atractivo e importante?
Acaso –dijo el Papa– “¿no se busca más hoy el éxito y la gloria de los hombres?”.
Y añadió: “¿Cuánto dura, y cuánto vale el éxito terrenal?”.
Aludiendo a la
historia reciente el Papa dijo que “el siglo pasado –y esta tierra fue testigo- ha
visto caer a no pocos poderosos, que parecían haber llegado a alturas casi inalcanzables.
De improviso, se han encontrado privados del poder. Quien ha negado, y continúa negando
a Dios y, en consecuencia, no respeta al hombre, parece tener una vida fácil y conseguir
el éxito material. Pero basta desconchar la superficie para constatar que, en estas
personas, hay tristeza e insatisfacción”.
“Sólo quien conserva en el corazón
el santo “temor de Dios” tiene confianza también en el hombre y gasta su existencia
para construir un mundo más justo y fraterno. Hay necesidad de personas que sean ‘creyentes’
y ‘creíbles’, dispuestas a difundir en cada ámbito de la sociedad los principios e
ideales cristianos en los cuales se inspira su acción. Ésta es la santidad, vocación
universal de todos los bautizados, que impulsa a cumplir el propio deber con fidelidad
y valor, mirando no al propio interés egoístas, sino más bien al bien común, y buscando
en cada momento la voluntad divina”.
Benedicto XVI afirmó que Jesús no se
cansa de proponer a sus discípulos el camino “estrecho” de la santidad: “Quien pierda
su vida por causa mía, la encontrará”. Y con decisión nos repite esta mañana: “Si
alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”.
Ciertamente –dijo el Papa– es un lenguaje duro, difícil de aceptar y poner
en práctica, pero el testimonio de los Santos nos asegura que es posible para todos,
si se confía en Cristo. Porque “sus ejemplos animan a quien se dice cristiano a ser
creíble, es decir, coherente con los principios y la fe que profesa. No basta, en
efecto, aparentar ser bueno u honesto; es necesario serlo realmente. Y bueno y honesto
–agregó el Santo Padre– es quien “no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante,
sino que deja transparentar a Dios”.
Hacia el final de su homilía, el Pontífice
volvió a destacar el esfuerzo de san Venceslao por “la construcción de una convivencia
pacífica dentro de la patria y con los países confinantes”, preocupándose “por propagar
la fe cristiana, llamando a sacerdotes y construyendo iglesias”.
“En la primera
“narración” paleoeslava se lee que ‘auxiliaba a los ministros de Dios y embelleció
muchas iglesias’ y que beneficiaba a los pobres, vestía a los desnudos, daba de comer
a los hambrientos, acogía a los peregrinos, hacía todo como lo quiere el Evangelio.
No toleraba que se hiciese injusticia a las viudas, amaba a todos los hombres, sin
importar que fueran pobres o ricos”. El Papa añadió que este santo patrono aprendió
del Señor a ser “misericordioso y piadoso”. Animado por el espíritu evangélico llegó
a perdonar incluso al hermano, que había atentado contra su vida. Precisamente por
eso –dijo– lo invocan como “Heredero” de esta nación, y, en un canto bien conocido,
le piden que no permita que ella desaparezca. Mientras concluyó su homilía con las
siguientes palabras:
“Queridos hermanos y hermanas, demos gracias juntos, en
esta Eucaristía, al Señor por haber regalado a esta patria y a la iglesia este santo
soberano. Oremos al mismo tiempo para que, como él, también nosotros caminemos con
paso expedito hacia la santidad. Ciertamente es difícil, porque la fe está siempre
expuesta a múltiples desafíos, pero cuando se deja atraer por Dios, que es Verdad,
el camino se hace decidido, porque se experimenta la fuerza de su amor. Nos obtenga
esta gracia la intercesión de san Wenceslao y los demás Santos protectores de las
Tierras Checas. Nos proteja y nos asista siempre María, Reina de la Paz y Madre del
Amor. ¡Amén!”.
HOMILÍA COMPLETA
Señores Cardenales,
Venerados
Hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas,
queridos
jóvenes,
con gran alegría les encuentro esta mañana, mientras se va
concluyendo mi viaje apostólico en la amada República Checa. Dirijo a todos mi cordial
saludo, de manera particular al Cardenal Arzobispo, a quien agradezco las cordiales
palabras que me ha dirigido a nombre de ustedes, en el inicio de esta celebración.
Mi saludo se extiende a los demás Cardenales, a los Obispos, a los sacerdotes y a
las personas consagradas, a los representantes de los movimientos y asociaciones laicales
y especialmente a los jóvenes. Saludo con deferencia al Señor Presidente de la República,
a quien presento un cordial augurio con ocasión de su fiesta onomástica; augurio que
me complace dirigir a quienes llevan el nombre de Wenceslao, y a todo el pueblo Checo
en el día de su fiesta nacional.
Esta mañana nos reúne en torno al
altar el recuerdo del glorioso mártir san Wenceslao, del cual he podido venerar la
reliquia, antes de la Santa Misa, en la Basílica dedicada a él. Derramó su sangre
sobre esta tierra y su águila, elegida por ustedes como escudo de la actual visita
– lo ha recordado hace poco el Cardenal Arzobispo – constituye el emblema histórico
de la noble Nación Checa. Este gran Santo, que ustedes gustan llamarlo “eterno” Príncipe
de los Checos, nos invita a seguir siempre fielmente a Cristo, nos invita a ser santos.
Él mismo es modelo de santidad para todos, especialmente para quienes guían la suerte
de las comunidades y pueblos. Pero nos preguntamos: ¿en nuestros días la santidad
es todavía actual? ¿O no es, más bien, un tema poco atractivo e importante? ¿No se
busca más hoy el éxito y la gloria de los hombres? ¿Cuánto dura, y cuánto vale el
éxito terrenal?
El siglo pasado – y esta Tierra fue testigo - ha visto
caer no pocos poderosos, que parecían haber llegado a alturas casi inalcanzables.
De improviso, se han encontrado privados del poder. Quien ha negado, y continúa negando
a Dios y, en consecuencia, no respeta al hombre, parece tener una vida fácil y conseguir
el éxito material. Pero basta desconchar la superficie para constatar que, en estas
personas, hay tristeza e insatisfacción. Sólo quien conserva en el corazón el santo
“temor de Dios” tiene confianza también en el hombre y gasta su existencia para construir
un mundo más justo y fraterno. Hay necesidad de personas que sean “creyentes” y “creíbles”,
dispuestas a difundir en cada ámbito de la sociedad los principios e ideales cristianos
en los cuales se inspira su acción. Esta es la santidad, vocación universal de todos
los bautizados, que impulsa a cumplir el propio deber con fidelidad y valor, mirando
no al propio interés egoístas, sino más bien al bien común, y buscando en cada momento
la voluntad divina.
En la página evangélica hemos escuchado, al respecto,
palabras más que claras: “¿Qué ventaja – afirma Jesús – tendrá un hombre si se gana
el mundo entero, pero pierde la propia vida?” (Mt 16,26). Nos estimula así a considerar
que el valor auténtico de la existencia humana no está conmensurado sólo a los bienes
terrenales y a los intereses pasajeros, porque no son las realidades materiales las
que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad que está en el corazón de cada
persona. Por esto Jesús no se cansa de proponer a sus discípulos el camino “estrecho”
de la santidad: “Quien pierda su vida por causa mía, la encontrará” (v. 25). Y con
decisión nos repite esta mañana: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue
a sí mismo, tome su cruz y me siga” (v. 24). Ciertamente es un lenguaje duro, difícil
de aceptar y poner en práctica, pero el testimonio de los Santos asegura que es posible
para todos, si se fía y se confía en Cristo. Sus ejemplos animan a quien se dice
cristiano a ser creíble, es decir, coherente con los principios y la fe que profesa.
No basta, en efecto, aparentar ser bueno u honesto; es necesario serlo realmente.
Y bueno y honesto es aquél que no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante,
sino que deja transparentar a Dios.
Esta es la lección de vida de san
Wenceslao, que tuvo el coraje de anteponer el reino de los cielos a las atracciones
del poder terrenal. Su mirada no se apartó nunca de Jesucristo, que padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo, para que sigamos sus huellas, como escribe san pedro en la
segunda lectura, hace poco proclamada. Como dócil discípulo del Señor, el joven soberano
Wenceslao se mantuvo fiel a las enseñanzas evangélicas que le había impartido su santa
abuela, la mártir Ludmila. Siguiéndola, aún antes de comprometerse en la construcción
de una convivencia pacífica en el interior de la Patria y con los Países confinantes,
se preocupó por propagar la fe cristiana, llamando a sacerdotes y construyendo Iglesias.
En la primera “narración” paleoeslava se lee que “auxiliaba a los ministros de Dios
y embelleció muchas iglesias” y que “beneficiaba a los pobres, vestía a los desnudos,
daba de comer a los hambrientos, acogía a los peregrinos, hacía todo como lo quiere
el Evangelio. No toleraba que se hiciese injusticia a las viudas, amaba a todos los
hombres, sin importar que fueran pobres o ricos”. Aprendió del Señor a ser “misericordioso
y piadoso” (Salmo respon.) y animado por un espíritu evangélico llegó a perdonar incluso
al hermano, que había atentado contra su vida. Justamente, por tanto, lo invocan como
“Heredero” de esta nación, y, en un canto bien conocido, le piden que no permita que
ella desaparezca.
Wenceslao murió mártir por Cristo. Es interesante
notar que el hermano Boleslaw logró, asesinándolo, tomar el trono de Praga, pero la
corona que en seguida se imponían sobre sus cabezas los sucesores no llevaba su nombre.
En cambio llevaba el nombre de Wenceslao, como testimonio que “el trono del rey que
juzga a los pobres en la verdad permanecerá firme hasta la eternidad” (cfr. El Oficio
de lecturas de hoy). Este hecho es juzgado como una maravillosa intervención de Dios,
que no abandona a sus fieles: “el inocente vencido vence al cruel vencedor de igual
modo como Cristo en la cruz” (cfr. La leyenda de san Wenceslao), y la sangre del mártir
no ha llamado al odio ni a la venganza, sino al perdón y a la paz.
Queridos
hermanos y hermanas, demos gracias juntos, en esta Eucaristía, al Señor por haber
regalado a esta Patria y a la Iglesia este Santo soberano. Oremos al mismo tiempo
para que, como él, también nosotros caminemos con paso expedito hacia la santidad.
Ciertamente es difícil, porque la fe está siempre expuesta a múltiples desafíos, pero
cuando se deja atraer por Dios, que es Verdad, el camino se hace decidido, porque
se experimenta la fuerza de su amor. No obtenga esta gracia la intercesión de san
Wenceslao y los otros Santos protectores de las Tierras Checas. Nos proteja y nos
asista siempre María, Reina de la Paz y Madre del Amor. ¡Amén!