“Es indispensable una 'esperanza confiable' que dándonos certeza de alcanzar una
meta 'grande', justifique la fatiga del camino”, Benedicto XVI en su visita a la población
de Bagnoregio
Domingo, 6 sep (RV).- La intensa jornada dominical de Benedicto XVI en su visita pastoral
a la diócesis de Viterbo terminó con la visita a la población de Bagnoregio, lugar
de nacimiento de San Buenaventura, gran filósofo, teólogo y místico, a quien el Pontífice
dedicó, en sus años de estudio, su tesis doctoral.
Ese conocimiento profundo
de San Buenaventura lo puso de manifiesto Benedicto XVI en sus palabras a los ciudadanos
de Bagnoregio, ya que realizó un breve recorrido por la vida del santo y expuso algunas
de sus ideas que hacen referencia su la matriz franciscana, como su gran aprecio y
amor por la creación y sus criaturas.
Del vasto pensamiento del doctor de la
Iglesia medieval, Benedicto XVI se centró en el pensamiento sobre la esperanza, citando
lo que había escrito en su encíclica Spe salvi, en la que dice que no basta una esperanza
cualquiera para afrontar y superar las dificultades del presente; es indispensable
una “esperanza confiable”, que, dándonos certeza de alcanzar una meta “grande”, justifique
“la fatiga del camino”. Solo esta “gran esperanza-certeza” nos asegura que, no obstante
los fracasos de la vida personas y las contradicciones de la historia en su conjunto,
nos custodia siempre el “poder indestructible del Amor”.
DISCURSO
DEL PAPA BENEDICTO XVI A LOS CIUDADANOS DE BAGNOREGIO
DOMINGO 6 DE SEPTIEMBRE
¡Queridos
hermanos y hermanas!
La solemne celebración eucarística de esta mañana
en Viterbo ha abierto mi visita pastoral a vuestra comunidad diocesana, y nuestro
encuentro aquí en Bagnoregio, la cierra. Os saludo a todos con afecto: Autoridades
religiosas, civiles y militares, sacerdotes, religiosos y religiosas, operadores pastorales,
jóvenes y familias, os agradezco por la cordialidad con la que me habéis acogido.
Renuevo mi agradecimiento en primer lugar a vuestro Obispo por sus afectuosas palabras
que han hecho alusión a mis lazos con san Buenaventura. Y saludo con deferencia al
Alcalde de Bagnoregio, agradecido por la cortés bienvenida que me ha dado en nombre
de toda la Ciudad.
Giovanni Fidanza, que se convirtió después en Fray
Buenaventura, unió su nombre al de Bagnoregio en la notable presentación que de sí
mismo hizo en la Divina Comedia. Diciendo: “Yo soy la vida de Buenaventura de Bagnoregio,
que en los grandes oficios siempre pospuse el sinistro cuidado” (Dante, Paraíso XII,
127 – 129), subraya como en las importantes tareas que hubo de desarrollar en la Iglesia,
pospuso siempre el cuidado de las realidades temporales (“el siniestro cuidado”) al
bien espiritual de las almas. Aquí, en Bagnoregio, él tranacurrió su infancia y adolescencia,
siguió después a San Francisco, hacia quien nutría una especial gratitud porque, como
hubo de escribir, cuando era niño lo había “arrancado de las fauces de la muerte”
(Leyenda mayor, Prologus, 3,3) y le había predicho “Buena ventura”, como ha recordado
hace poco vuestro Alcalde. Con el Pobrecillo de Asís supo establecer un lazo profundo
y duradero, extrayendo de él inspiración ascética y genio eclesiástico. De este ilustre
conciudadano vuestro custodiáis celosamente la insigne reliquia del “Santo Brazo”,
mantenéis viva la memoria y profundizáis la doctrina, especialmente mediante el Centro
de Estudios Buenaventurensis fundado por Buenaventura Tecchi, que con frecuencia anual
promueve calificados convenios de estudio dedicados a él.
No es fácil
sintetizar la amplia doctrina filosófica, teológica y mística dejadas por san Buenaventura.
En este Año Sacerdotal quisiera invitar especialmente a los sacerdotes a ponerse en
la escuela de este gran Doctor de la Iglesia para profundizar la enseñanza de sabiduría
radicada en Cristo. A la sabiduría, que florece en santidad, él orienta cada paso
de su especulación y tensión mística, pasando por los grados que van desde aquel que
llama “sabiduría uniforme” concerniente a los principios fundamentales del conocimiento,
hasta la “sabiduría multiforme”, que consiste en el misterioso lenguaje de la Biblia,
y después a la “sabiduría omniforme”, que reconoce en cada realidad creada el reflejo
del Creador, hasta la “sabiduría informe”, es decir, la experiencia del íntimo contacto
místico con Dios, en el que el intelecto del hombre saborea en silencio el Misterio
infinito (cfr. J. ratzinger, San Buenaventura y la teología de la historia, Ed. Porciúncula,
2006, pp. 92ss). En el recuerdo de este profundo investigador y amante de la sabiduría,
quisiera expresar aliento y estima por el servicio que, en la Comunidad eclesial,
los teólogos están llamados a dar a aquella fe que busca el intelecto, aquella fe
que es “amiga de la inteligencia” y que se convierte en vida nueva según el proyecto
de Dios.
Del rico patrimonio doctrinal y místico de San Buenaventura
me limito esta tarde a extraer algunas “pistas” de reflexión, que podrían resultar
útiles para el camino pastoral de vuestra Comunidad diocesana. El fue, en primer lugar,
un incansable buscador de Dios desde cuando frecuentaba los estudios en París, y continúo
siéndolo hasta la muerte. En sus escritos indica el itinerario a recorrer. “Porque
Dios está en lo alto – escribía – es necesario que la mente se eleve hacia Él con
todas las fuerzas” (De reductione artium ad theologiam, n. 25). Traza así un recorrido
de fe comprometido, en el que no basta “la lectura sin la unción, la especulación
sin la devoción, la búsqueda sin la admiración, la consideración sin la exultación,
la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad,
el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada”
(Itinerarium mentis in Deum, prol. 4). Este camino de purificación involucra toda
la persona para llegar, a través de Cristo, al amor transformante de la Trinidad.
Y dado que Cristo, desde siempre Dios y por siempre hombre, obra en los fieles una
creación nueva con su gracia, la exploración de la presencia divina se convierte en
contemplación de Él en el alma “donde Él habita con los dones de su incontenible amor”
(ibid. IV, 4), para ser al final transportados en Él. La fe es, por tanto, perfeccionamiento
de nuestras capacidades cognoscitivas y participación en el conocimiento que Dios
tiene de sí mismo y del mundo; la esperanza la advertimos como preparación para el
encuentro con el Señor, que signará el pleno cumplimiento de aquella amistad que desde
ahora nos une a Él. Y la caridad nos introduce en la vida divina, haciéndonos considerar
hermanos a todos los hombres, según la voluntad del común Padre celestial.
Además
de buscador de Dios, San Buenaventura fue cantor seráfico de la creación, que, en
la secuela de San Francisco, aprecia el “alabar a Dios en todas y por medio de todas
las criaturas”, en las cuales “resplandecen la omnipotencia, la sabiduría y la bondad
del creador” (ibid. I, 10). San Buenaventura presenta del mundo, don de amor de Dios
a los hombres, una visión positiva: reconoce en él el reflejo de la suma Bondad y
belleza que, sobre las huellas de San Agustín y San Francisco, afirma ser Dios mismo.
Todo nos es dado por Dios. De Él, como de una fuente originaria, brota lo verdadero,
el bien y lo bello. Hacia Dios, como a través de los eslabones de una escalera, se
sube hasta alcanzar y casi aferrar el Sumo Bien y en Él encontrar nuestra felicidad
y nuestra paz. ¡Cuánto sería útil que también hoy se redescubriera la belleza y el
valor de la creación a la luz de la bondad y de la belleza divina! En Cristo, el universo
mismo, hace notar San Buenaventura, puede volver a ser voz que habla de Dios y nos
impulsa a explorar su presencia; nos exhorta a honrarlo y glorificarlo en todas las
cosas (cfr. Ibid. I, 15). Se advierte aquí el ánimo de San Francisco, con quien nuestro
Santo compartió el amor por todas las criaturas.
San Buenaventura fue
mensajero de esperanza. Una bella imagen de la esperanza la encontramos en una de
sus predicaciones de Adviento, donde paragona el movimiento de la esperanza al vuelo
del pájaro, que despliega las alas en el modo más amplio posible, y para moverlas
emplea todas sus fuerzas. Coloca, en un cierto sentido, todo si mismo en movimiento
para elevarse y volar. Esperar es volar, dice San Buenaventura. Pero la esperanza
exige que todos nuestros miembros se pongan en movimiento y se proyecten hacia la
verdadera altura de nuestro ser, hacia las promesas de Dios. Quien espera – él afirma
– “debe levantar la cabeza, dirigiendo hacia lo alto sus pensamientos, hacia lo alto
nuestra existencia, es decir, hacia Dios” (Sermo XVI, Dominica I Adv., Opera omnia,
IX, 40ª).
El Señor Alcalde en su discurso ha puesto una pregunta: ”¿Qué
será Bagnoregio mañana?”. En verdad todos nos interrogamos acerca del porvenir nuestro
y del mundo y este interrogativo tiene mucho que ver con la esperanza, de la que el
corazón humano tiene sed. En la Encíclica Spe salvi he notado que no basta una esperanza
cualquiera para afrontar y superar las dificultades del presente; es indispensable
una “esperanza confiable”, que, dándonos certeza de alcanzar una meta “grande”, justifique
“la fatiga del camino” (cfr. N. 1). Solo esta “gran esperanza-certeza” nos asegura
que, no obstante los fracasos de la vida personas y las contradicciones de la historia
en su conjunto, nos custodia siempre el “poder indestructible del Amor”. Cuando a
conducirnos es, entonces, la esperanza, no corremos nunca el riesgo de perder el coraje
de contribuir, como han hecho los Santos, con la salvación de la humanidad, abriéndonos
“a nosotros mismos y el mundo al ingreso de Dios: de la verdad, del amor, del bien”
(cfr. N 35). Que nos ayude San Buenaventura a “desplegar las alas” de la esperanza
que nos impulsan a ser, como él, incesantes buscadores de Dios, cantores de la belleza
de la creación y testigos de aquel Amor y de aquella Belleza que “todo mueve”.
Gracias,
queridos amigos, una vez más por vuestra acogida. Mientras os aseguro un recuerdo
en la oración, imparto, por intercesión de San Buenaventura y especialmente de María,
Virgen fiel y Estrella de la esperanza, una especial Bendición Apostólica, que con
gusto extiendo a todos los habitantes de esta Tierra bella y rica de santos.