Benedicto XVI reitera en su mensaje para la Jornada Mundial Misionera que la Iglesia
no actúa para extender su poder o dominio sino para llevar a todos a Cristo
Sábado, 5 sep (RV).- “Las naciones caminarán en su luz” se titula el mensaje del Papa
para la Jornada Misionera Mundial que se celebrará el próximo domingo 18 de octubre,
donde pone de relieve que “el objetivo de la misión de la Iglesia es en efecto iluminar
con la luz del Evangelio a todos los pueblos en su camino histórico hacia Dios”.
En
el mensaje, hecho público hoy, Benedicto XVI subraya que “debemos sentir el ansia
y la pasión por iluminar a todos los pueblos, con la luz de Cristo, que brilla en
el rostro de la Iglesia”, porque es en esta perspectiva que los discípulos de Cristo
dispersos por todo el mundo trabajan, se esfuerzan, gimen bajo el peso de los sufrimientos
y donan la vida.
“Reafirmo con fuerza -escribe el Santo Padre- lo que ha sido
varias veces dicho por mis venerados Predecesores: la Iglesia no actúa para extender
su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo.
Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de
aquella más sufriente y marginada”.
Benedicto XVI recalcó que todos los Pueblos
están llamados a la salvación, que la iglesia peregrina -sin confines y sin fronteras-
se siente responsable del anuncio del Evangelio a pueblos enteros, y de este modo,
la misión de la Iglesia es la de llamar a la salvación operada por Dios a través de
su Hijo encarnado.
Al subrayar que la llamada a evangelizar comprende también
el martirio, el Papa recuerda en la oración a quienes han hecho de su vida una exclusiva
consagración al trabajo de evangelización, y también, a los misioneros y misioneras
que se encuentran testimoniando y difundiendo el Reino de Dios en situaciones de persecución,
con formas de opresión que van desde la discriminación social hasta la cárcel, la
tortura y la muerte.
El Papa concluye el mensaje para la Jornada Misionera
Mundial exhortando a todos los católicos a rezar al Espíritu Santo “para que aumente
en la Iglesia la pasión por la misión de difundir el Reino de Dios, y que sostengan
a los misioneros, las misioneras y las comunidades cristianas comprometidas en primera
línea en esta misión, a veces en ambientes hostiles de persecución”.
Mensaje
completo
“Las naciones caminarán en su luz” (Ap 21, 24) En
este domingo, dedicado a las misiones, me dirijo ante todo a vosotros, Hermanos en
el ministerio episcopal y sacerdotal, y también a vosotros, hermanos y hermanas de
todo el Pueblo de Dios, para exhortar a cada uno a reavivar en sí mismo la conciencia
del mandato misionero de Cristo de hacer “discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19),
siguiendo los pasos de san Pablo, el Apóstol de las Gentes. “Las
naciones caminarán en su luz” (Ap 21,24). Objetivo de la misión de la Iglesia es en
efecto iluminar con la luz del Evangelio a todos los pueblos en su camino histórico
hacia Dios, para que en Él tengan su realización plena y su cumplimiento. Debemos
sentir el ansia y la pasión por iluminar a todos los pueblos, con la luz de Cristo,
que brilla en el rostro de la Iglesia, para que todos se reúnan en la única familia
humana, bajo la paternidad amorosa de Dios. Es en esta perspectiva que
los discípulos de Cristo dispersos por todo el mundo trabajan, se esfuerzan, gimen
bajo el peso de los sufrimientos y donan la vida. Reafirmo con fuerza lo que ha sido
varias veces dicho por mis venerados Predecesores: la Iglesia no actúa para extender
su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo.
Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de
aquella más sufriente y marginada, porque creemos que “el esfuerzo orientado al anuncio
del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo... es sin duda alguna un servicio que
se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (Evangelii nuntiandi,
1), la cual “está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido
de las realidades últimas y de la misma existencia” (Redemptoris missio, 2). 1.
Todos los Pueblos llamados a la salvación La humanidad entera
tiene la vocación radical de regresar a su fuente, que es Dios, el único en Quien
encontrará su realización final mediante la restauración de todas las cosas en Cristo.
La dispersión, la multiplicidad, el conflicto, la enemistad serán repacificadas y
reconciliadas mediante la sangre de la Cruz, y reconducidas a la unidad. El
nuevo inicio ya comenzó con la resurrección y exaltación de Cristo, que atrae a sí
todas las cosas, las renueva, las hace partícipes del eterno gozo de Dios. El futuro
de la nueva creación brilla ya en nuestro mundo y enciende, aunque en medio de contradicciones
y sufrimientos, la esperanza de una vida nueva. La misión de la Iglesia es la de “contagiar”
de esperanza a todos los pueblos. Para esto Cristo llama, justifica, santifica y envía
a sus discípulos a anunciar el Reino de Dios, para que todas las naciones lleguen
a ser Pueblo de Dios. Es sólo al interno de dicha misión que se comprende y autentifica
el verdadero camino histórico de la humanidad. La misión universal debe convertirse
en una constante fundamental de la vida de la Iglesia. Anunciar el Evangelio debe
ser para nosotros, como lo fue para el apóstol Pablo, un compromiso impostergable
y primario. 2. Iglesia peregrina La Iglesia
universal, sin confines y sin fronteras, se siente responsable del anuncio del Evangelio
a pueblos enteros (cf. Evangelii nuntiandi, 53). Ella, germen de esperanza por vocación,
debe continuar el servicio de Cristo al mundo. Su misión y su servicio no son a la
medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se agotan en el marco
de la existencia temporal, sino de una salvación trascendente, que se actúa en el
Reino de Dios (cf. Evangelii nuntiandi, 27). Este Reino, aun siendo en su plenitud
escatológico y no de este mundo (cf. Jn 18,36), es también en este mundo y en su historia
fuerza de justicia, de paz, de verdadera libertad y de respeto de la dignidad de cada
hombre. La Iglesia busca transformar el mundo con la proclamación del Evangelio del
amor, “que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir
y actuar... y así llevar la luz de Dios al mundo” (Deus caritas est, 39). Es a esta
misión y servicio que, con este Mensaje, llamo a participar a todos los miembros e
instituciones de la Iglesia. 3. Missio ad gentes De
este modo, la misión de la Iglesia es la de llamar a todos los pueblos a la salvación
operada por Dios a través de su Hijo encarnado. Es necesario por lo tanto renovar
el compromiso de anunciar el Evangelio, que es fermento de libertad y de progreso,
de fraternidad, de unidad y de paz (cf. Ad gentes, 8). Deseo “confirmar una vez más
que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial
de la Iglesia” (Evangelii nuntiandi, 14), tarea y misión que los amplios y profundos
cambios de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Está en cuestión la salvación
eterna de las personas, el fin y la realización misma de la historia humana y del
universo. Animados e inspirados por el Apóstol de las gentes, debemos ser conscientes
de que Dios tiene un pueblo numeroso en todas las ciudades recorridas también por
los apóstoles de hoy (cf. Hch 18,10). En efecto “la promesa vale para vosotros y para
vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor nuestro Dios, aunque estén
lejos” (Hch 2,39). La Iglesia entera debe comprometerse en
la missio ad gentes, hasta que la soberanía salvadora de Cristo se realice plenamente:
“Pero ahora no vemos todavía que todo le esté sometido” (Hb 2,8). 4.
Llamados a evangelizar también mediante el martirio En esta
Jornada dedicada a las misiones, recuerdo en la oración a quienes han hecho de su
vida una exclusiva consagración al trabajo de evangelización. Una mención particular
es para aquellas Iglesias locales, y para aquellos misioneros y misioneras que se
encuentran testimoniando y difundiendo el Reino de Dios en situaciones de persecución,
con formas de opresión que van desde la discriminación social hasta la cárcel, la
tortura y la muerte. No son pocos quienes actualmente son llevados a la muerte por
causa de su “Nombre”. Es aún de una actualidad tremenda lo que escribía mi venerado
Predecesor, el Papa Juan Pablo II: “La memoria jubilar nos ha abierto un panorama
sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de
una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución,
a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema” (Novo millennio ineunte,
41). La participación en la misión de Cristo, en efecto, marca
también la vida de los anunciadores del Evangelio, para quienes está reservado el
mismo destino de su Maestro. “Recordad lo que os dije: No es el siervo más que su
amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20). La
Iglesia sigue el mismo camino y sufre la misma suerte de Cristo, porque no actúa según
una lógica humana o contando con las razones de la fuerza, sino siguiendo la vía de
la Cruz y haciéndose, en obediencia filial al Padre, testigo y compañera de viaje
de esta humanidad. A las Iglesias antiguas como a las de reciente
fundación les recuerdo que han sido colocadas por el Señor como sal de la tierra y
luz del mundo, llamadas a difundir a Cristo, Luz de las gentes, hasta los extremos
confines de la tierra. La missio ad gentes debe constituir la prioridad de sus planes
pastorales. A las Obras Misionales Pontificias dirijo mi agradecimiento
y mi aliento por el indispensable trabajo de animación, formación misionera y ayuda
económica que aseguran a las jóvenes Iglesias. A través de estas Instituciones pontificias
se realiza en modo admirable la comunión entre las Iglesias, con el intercambio de
dones, en la solicitud mutua y en la común proyección misionera. 5.
Conclusión El empuje misionero ha sido siempre signo de vitalidad
de nuestras Iglesias (cf. Redemptionis missio, 2). Es necesario, sin embargo, reafirmar
que la evangelización es obra del Espíritu y que incluso antes de ser acción es testimonio
e irradiación de la luz de Cristo (cf. Redemptionis missio, 26) por parte de la Iglesia
local, que envía sus misioneros y misioneras para ir más allá de sus fronteras. Pido
por lo tanto a todos los católicos que recen al Espíritu Santo para que aumente en
la Iglesia la pasión por la misión de difundir el Reino de Dios, y que sostengan a
los misioneros, las misioneras y las comunidades cristianas comprometidas en primera
línea en esta misión, a veces en ambientes hostiles de persecución. Al
mismo tiempo invito a todos a dar un signo creíble de comunión entre las Iglesias,
con una ayuda económica, especialmente en la fase de crisis que está atravesando la
humanidad, para colocar a las Iglesias locales en condición de iluminar a las gentes
con el Evangelio de la caridad. Nos guíe en nuestra acción
misionera la Virgen María, estrella de la Nueva Evangelización, que ha dado al mundo
a Cristo, puesto como luz de las gentes, para que lleve la salvación “hasta el extremo
de la tierra” (Hch 13,47). A todos mi Bendición. Vaticano,
29 de junio de 2009 Benedictus PP. XVI