2009-08-14 12:54:35

Reflexión sobre la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora


Viernes, 14 ago (RV).- El Santo Padre en la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, celebrará mañana la Santa Misa en la Iglesia parroquial de Santo Tomás de Villanueva de Castel Gandolfo a las 8 de la mañana y a mediodía dirigirá el rezo del Ángelus desde el patio interior del palacio Apostólico.

La solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo, es una realidad que la Iglesia ha creído desde siempre. Fue formalizada como dogma de fe el 1 de noviembre de 1950 por el Papa Pío XII, siendo el último dogma que hasta la fecha ha proclamado la Iglesia. Para conocer el contenido de la bula Munificentissimus Deus le pedimos al Padre español José Brossel Gavila, especialista en religiosidad popular, que nos lo relate.

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El 1 de noviembre del año 1950, el Papa Pío XII, en la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, definió como dogma de fe la Asunción Corporal de la Virgen María al Cielo en estos términos:

“... Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.

Pero, ¿qué significa que María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste? Para entenderlo debemos remitirnos al libro del Génesis. El Señor Dios quiso crear al ser humano, y quiso crearlo, como quiere todo padre, toda madre: para que fuese feliz. Sabemos que Dios lo creó a su imagen y semejanza. Y como Él, somos capaces de crear, capaces de ser libres y capaces de amar. Es lo que nos distingue de los demás seres. Y a ese hijo le reveló el camino que debía seguir para alcanzar el paraíso: vivir desde el amor y para el amor. Ahí residía el secreto.

Somos creados para ser amados. Creados para amar. Ese era el camino, en forma de mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, con todo tu ser...”, y amarás a tu hermano como a ti mismo.

Pero como un adolescente que considera que su libertad se refuerza cuando se niega lo establecido, creyendo así que se gana en madurez, del mismo modo, el ser humano dijo no: no a Dios, no al hermano. Esto es el pecado original. Adán y Eva representan el “no” a Dios. Caín representa el “no” al hermano. Y Dios, con el corazón desgarrado, permitió que sus hijos hicieran uso de su libertad, aunque ese uso de la libertad supusiera profundizar en un camino de oscuridad.

Desde aquel pecado original, nuestra vida se tiñe de mediocridad. Una vida que no tiene plenitud, una vida que no agota sus posibilidades, una vida que no satisface la grandeza de un corazón hecho a semejanza del corazón de Dios.
Si sólo el amor es capaz de dar vida y de dar sentido a la vida, el pecado envuelve en pobreza nuestra existencia, y la muerte es experimentada como fracaso y destrucción.

Y ese “no” como camino equivocado de búsqueda de felicidad es el que, como herencia maldita, hemos arrastrado desde entonces.

Pero Dios nunca se da por vencido, y desde sus entrañas de misericordia, da una nueva oportunidad a la humanidad. Y ahí es donde parece la figura de María, la joven de Nazaret. Dios recomienza su proyecto. En el corazón de María no aparece signo alguno de la maldita herencia. Vuelve a escribir en ese corazón en gestación el camino de la felicidad: amarás al Señor, amarás al hermano.

María fue concebida sin esa mancha de pecado, inmaculada. Y en ella seguía estando el don de la libertad. ¿Cuál sería su respuesta? Pues ella dijo “SI”. “Sí” a Dios y “sí” al hermano. Sí a Dios, como aparece en el relato de la Anunciación: ¿qué quieres de mí? Aquí estoy para hacer tu voluntad. Sí a los hermanos, a sus necesidades, compartiendo sus gozos y sus alegrías. Éste es el espíritu de la Visitación, o de la atención a las necesidades en las bodas de Caná.

San Pablo nos invita a despojarnos del hombre viejo y a revestirnos del hombre nuevo (cfr. Col 3, 9-10). El hombre viejo es el hombre sujeto al pecado, el que vive para sí mismo, viejo porque está sin vida. En cambio, el hombre nuevo es el que ama, y esto hace nueva cada cosa, incluso nuestro corazón.

Si el pecado es muerte y el amor es vida, quien ama no puede morir, quien ama y confía en el Señor sabe que su vida tendrá fruto sólo en la medida en que, como el grano de trigo, sea capaz de morir a sí mismo. Es la paradoja de la vida. Aparentemente morir para realmente vivir.
Y si esto es cierto, como así creemos, María, la que amó en plenitud, vive en plenitud. De ello está convencido San Juan Damasceno cuando pregunta: “¿Cómo puede la corrupción apoderarse de un cuerpo que es fuente de la vida?”

Y esta abundancia de vida la reflejó magistralmente Miguel Ángel esculpiendo, en su Pietà, a una mujer madura pero con rostro adolescente.

Si la experiencia de la muerte entra en el mundo por la opción libre del hombre en contra del amor, la opción radical por el amor será la que destruya a la misma muerte. La cruz, la entrega absoluta de la vida, es la derrota de la muerte. “¿Dónde está muerte tu victoria?” Y así, toda vida, para ser tal, deberá mirarse en la Vida con mayúscula que se manifiesta en la mañana de Pascua.

Hoy celebramos el abrazo de Dios a María, ese abrazo magníficamente representado en el mosaico del ábside de la Basílica romana de Santa María in Trastevere, realizado en el siglo XII. Un abrazo que sitúa al espectador ante una inspirada metáfora esponsal. Cristo, Hijo y Esposo, reposa su brazo sobre el hombro de María, en cuya mano muestra una cita del Cantar de los Cantares: “Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza” (Ct 2,6 y 8,3). Versículos bellamente releídos por San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual, quien pone las palabras en labios del Esposo: “Entrado se ha la Esposa / en el ameno huerto deseado, / y a su sabor reposa, / el cuello reclinado / sobre los dulces brazos del Amado” (vv. 131-135).

Una escena que nos reporta a las palabras que, en el libro del Apocalipsis dice el Viviente que está en el trono: “Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap 3, 21).

El dogma de la Asunción de María encierra un mensaje de capital importancia. “Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor” (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción, 2005). Celebrar la fiesta de la Asunción de María es apostar por vivir así, como Ella. Es asumir el Evangelio como forma de vida. Es optar por vivir en abundancia y por sembrar vida a nuestro alrededor. Es saber que Dios, a quien en tantas ocasiones le decimos “no”, sigue dando una nueva oportunidad: la oportunidad de vivir en plenitud.

Un mensaje que nos recordaba el Santo Padre Benedicto XVI: “María superó la muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios; así, en la gloria, habiendo superado la muerte, nos dice: ¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: ¡He aquí la esclava del Señor! En mi vida me entregué a Dios y al prójimo. Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Tened confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así contra todas las amenazas del dragón” (Homilía en la Solemnidad de la Asunción, 2007).

Este año se cumplen tres siglos del Consueta más antiguo que se conserva del Misteri d’Elx, un drama asuncionista cantado que data del siglo XV y que desde entonces se ha representado sin interrupción en dicha ciudad española, siendo reconocido por la UNESCO como Obra Maestra del Patrimonio de la Humanidad. Por esta razón, a principios del presente año se representó un concierto escenificado en la Basílica romana de Santa María la Mayor y se obsequió al Santo Padre con un ejemplar facsímil del Consueta. En él aparece, entre otros, este canto que los ángeles entonan a María mientras asciende al cielo, y el cuál traducimos de la dulce lengua valenciana:

Levantaos, Reina excelente,
Madre de Dios omnipotente.
Venid, seréis coronada
en la celestial morada.
Alegraos, que hoy veréis
de quien sois Esposa y Madre
y también veréis al Padre
del caro Hijo y eterno Dios.
Allí estaréis sin tristeza
donde rogaréis por el pecador
y reinaréis eternamente
contemplando a Dios omnipotente.







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