Escuchar el programa Lunes,
20 jul (RV).- “Con inmensa felicidad en nuestros corazones, os damos la bienvenida
a vosotros, que habéis superado la barrera del espacio, y habéis puesto un pie en
el otro mundo del Creador”. Con estas palabras el papa Pablo VI saludaba a Neil Armstrong,
Edwin Aldrin, y Michael Collins, los tres astronautas que el 21 de julio de 1969 pisaron
por primera vez la superficie lunar.
Mañana se cumplen 40 años de aquel “pequeño
paso para el hombre y gran paso para la humanidad”. Las crónicas de la época narran
que el 21 de julio, antes de seguir en directo por televisión la llegada del Apolo
XI a la Luna, Pablo VI estuvo en el Observatorio de la Specolla donde permaneció un
largo espacio de tiempo mirando absorto al satélite, casi en oración.
En una
reflexión realizada por el Pontífice, éste veía con “admiración, reflexión y oración”
el periplo de los tres astronautas. “El horizonte –señaló Pablo VI- se vuelve astronómico,
y no sólo para nuestra observación sensible, sino también para la dilatación de nuestra
mente. La astronomía ha sido siempre una gran maestra de pensamiento, que las nociones
comunes empíricas, llenaban con imágenes fantásticas, de sueños inverosímiles, de
sistemas científicos hipotéticos y discutibles, de supersticiones sin número, tanto
que en la cultura actual se puede decir que la ciencia del cielo viene olvidada por
estas noticias”.
En especial en la audiencia general de aquel 16 de julio de
1969, cuando faltaban pocas horas para que partiera la misión del Apolo XI, el Papa,
además de elogiar a los heroicos protagonistas de la expedición recordaba que esta
audaz empresa nos “obliga a mirar a lo alto, más allá de la órbita terrestre, para
recordar la inmensa y preciosa realidad en la que se desarrolla nuestra pequeña existencia”.
“Los
antiguos –subrayaba el Pontífice- contemplaban el cielo más que nosotros, se imaginaban
fantasías, construían mitos inconsistentes y teorías falaces, daban al marco astronómico
una gran importancia efectiva; no conocían las leyes físicas y matemáticas de la ciencia
moderna, pero pensaban más que nosotros en la existencia del universo. Una lección
de astronomía por parte de una mente creadora, una potencia secreta y superior”.
Y
en el Ángelus del domingo 20 de julio, un día entes de la llegada del Apolo XI a la
Luna, Pablo VI, volvió a hablar de aquella histórica misión en la que “el desarrollo
científico y operativo de la humanidad alcanza un umbral que parecía inalcanzable.
El Papa habló sin embargo de los peligros que encierra la posible idolatría de los
productos del ingenio del hombre. Porque, aunque es cierto que el instrumento multiplica
más allá del límite la eficacia del hombre, es necesario interrogarse sobre si esta
eficacia constituye siempre una ventaja.
Pablo VI advertía contra la posibilidad
de que el instrumento pudiese encarcelar al hombre que lo produce y hacerle siervo
de un sistema de vida en el que el instrumento, su producción y su uso fueran los
verdaderos amos. “Todo ello – decía el Papa- depende del corazón humano. Es absolutamente
necesario que el corazón del hombre sea más libre, más bueno, más religioso, cuanto
mayor sea la potencia de las máquinas, de las armas, de los instrumentos que el hombre
pone a propia disposición. Prueba de las palabras del Pontífice, que advertía que
“no debemos olvidar la necesidad y el deber que tiene el hombre de dominarse a sí
mismo”, eran las guerras por entonces en curso en el mundo: Vietnam, África y, ya
entonces, Oriente Medio. Sin olvidar en enfrentamiento entre El Salvador y Honduras,
con miles de víctimas, y el hambre, que también entonces, atenazaba a poblaciones
enteras. ¿Dónde está la humanidad verdadera?, se preguntaba Pablo VI, ¿Dónde está
la hermandad, la paz?, ¿Cual sería el verdadero progreso del hombre si estas desgracias
perdurasen y se agravasen?
En la luna, los astronautas dejaron un disco con
los saludos de 73 personalidades del mundo, entre ellos el de Pablo VI.