El Papa recuerda la importancia de la preparación de los seminaristas, de quienes
se exige madurez, cualidades espirituales, celo apostólico y rigor intelectual
Sábado, 6 jun (RV).- «Madurez humana, cualidades espirituales, celo apostólico, rigor
intelectual». El Papa ha destacado algunas de las aptitudes que se requieren a los
futuros ministros de Cristo, al recibir al final de esta mañana a la comunidad del
Pontificio Seminario Francés de Roma, que, al comienzo del Año Sacerdotal, es encomendado
a los obispos franceses.
Refiriéndose a este momento importante de la historia
del Pontificio seminario francés de Roma - que desde su fundación ha estado a cargo
de la Congregación del Espíritu Santo y que ahora pasa a la Conferencia Episcopal
de Francia - Benedicto XVI ha alentado a dar gracias al Señor por la importante labor
cumplida por esta institución. Momento en el que el Papa ha querido asegurar sus oraciones
por el gran apostolado misionero que desarrolla - en especial en África - esta misma
Congregación, fundada por el venerable Padre Liberman, «cuyo carisma no ha perdido
ni fuerza ni justicia».
Tras recordar que más de cinco mil seminaristas y jóvenes
sacerdotes se han preparado en este seminario para desarrollar su vocación, Benedicto
XVI ha hecho hincapié en la importancia de la preparación, recordando que «la tarea
de formar a los sacerdotes es una misión delicada. La formación propuesta en el seminario
es exigente, porque una porción del pueblo de Dios será confiada a la solicitud pastoral
de los futuros sacerdotes, ese pueblo que Cristo ha salvado y por el cual ha dado
su vida»:
«Es bueno que los seminaristas perciban que si la Iglesia se muestra
exigente hacia ellos es porque ellos deberán cuidar lo que Cristo ha amado tanto.
Las aptitudes que se requieren a los futuros sacerdotes son numerosas: la madurez
humana, las cualidades espirituales, el celo apostólico, el rigor intelectual... Para
alcanzar estas virtudes, los candidatos al sacerdocio deben poder, no sólo testimoniarlas
ante sus formadores, sino aún más, deben ser los primeros beneficiarios de estas cualidades
vividas y dispensadas por quienes tienen la tarea de hacerlas crecer».
En este
contexto, el Papa ha recordado que «es una ley de nuestra humanidad y de nuestra fe,
el que no seamos capaces de donar sino sólo lo que hemos recibido de parte de Dios
a través de las mediaciones eclesiales y humanas que Él ha instituido»: «El que recibe
la tarea del discernimiento y de la formación debe recordar que la esperanza que tiene
hacia los demás es, en primer lugar, un deber para sí mismo. Este paso de testigo
coincide con el comienzo del Año del Sacerdocio. Es una gracia para el nuevo equipo
de sacerdotes formadores, reunido por la Conferencia de Obispos de Francia. Mientras
ellos reciben su misión, reciben también - al igual que toda la Iglesia - la posibilidad
de escrutar más profundamente la identidad del sacerdote, misterio de gracia y de
misericordia».
Antes de concluir su discurso, el Papa ha querido recordar
con emoción las palabras que solía decir el cardenal Suhard, hablando de los ministros
de Cristo: «’Eterna paradoja la del cura. Lleva en sí los contrarios. Concilia, al
precio de su vida, la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre. Es pobre y sin fuerzas...
No tiene en sus manos ni medios políticos, ni recursos financieros, ni la fuerza de
las armas de las que otros se sirven para conquistar la tierra. Su fuerza es la de
estar desarmado y de poderlo todo en Aquel que lo fortifica’ (Ecclesia n. 141, p 21,
diciembre 1960). Que estas palabras puedan evocar también la figura del santo Cura
de Ars y ser un llamado vocacional para numerosos jóvenes cristianos de Francia que
desean una vida útil y fecunda para servir al amor de Dios».