Regina Coeli: en la solemnidad de Pentecostés Benedicto XVI define el Espíritu Santo
como alma sin la cual la Iglesia sólo sería una especie de agencia humanitaria y recuerda
de forma especial a las víctimas del terremoto de los Abruzos
Domingo, 31 may (RV).- En la solemnidad de Pentecostés, Benedicto XVI ha tenido un
recuerdo especial para la población de los Abruzos, duramente golpeada por el terremoto
del pasado mes de abril, y para las comunidades eclesiales que todavía hoy sufren
la persecución a causa de Cristo.
Tras el rezo del Regina Coeli, en una plaza
de san Pedro abarrotada de fieles, el Santo Padre ha querido recordar que en estos
días, numerosos jóvenes de los Abruzos se reúnen en torno a la Cruz de las Jornadas
Mundiales de la Juventud, que ha sido llevada a su región por un grupo de voluntarios
del Centro Internacional juvenil San Lorenzo de Roma.
En comunión con los jóvenes
de esa tierra tan golpeada por el terremoto, pedimos a Cristo muerto y resucitado
que infunda sobre ellos su espíritu de consolación y de esperanza. Un saludo especial
dirijo a los niños de la Primera Comunión de Bagno de L’Aquila, que tras el seísmo,
celebran la Misa en una tienda de campaña.
Y durante la oración mariana del
Regina Coeli, en esta solemnidad de Pentecostés, Benedicto XVI ha recordado que la
Iglesia esparcida por el mundo revive hoy el misterio de su propio nacimiento, del
propio bautismo en el Espíritu Santo, que tuvo lugar en Jerusalén, cincuenta días
después de la Pascua.
“El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. ¿Qué sería
de la Iglesia sin Él? Sería un gran movimiento histórico, una institución social compleja
y sólida, quizá una especie de agencia humanitaria. Y la verdad es que así la retienen
quienes la consideran fuera de la óptica de la fe. Sin embargo, en realidad en su
verdadera naturaleza y también en su presencia histórica más auténtica, la Iglesia
está continuamente plasmada por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad
es precisamente el fruto invisible del Espíritu divino”.
Retomando los Hechos
de los Apóstoles, el Pontífice ha recordado además que en el Cenáculo, mientras todos
estaban reunidos en oración con María, de repente en el lugar en el que estaban reunidos
resonó un viento recio y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían
posándose encima de cada uno. Fue entonces cuando los apóstoles salieron y comenzaron
a proclamar en distintas lenguas que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios muerto y
resucitado.
Esta mañana, además, el Papa ha precisado que este año la solemnidad
de Pentecostés coincide con el último día del mes de mayo, en el que habitualmente
se celebra la fiesta mariana de la Visitación. “Un hecho -como ha notado el Santo
Padre- que nos invita a dejarnos inspirar e instruir por la Virgen María, la cual
fue protagonista de ambos acontecimientos. En Nazaret recibió el anuncio de su singular
maternidad”.
De hecho, la joven María es un icono perfecto de la Iglesia en
la perenne juventud del Espíritu, de la Iglesia misionera del Verbo encarnado, llamada
a llevarlo por el mundo y testimoniarlo especialmente en el servicio de la caridad.
El Papa ha invitado a todos a invocar la intercesión de María Santísima para que la
Iglesia de nuestro tiempo sea reforzada con potencia por el Espíritu Santo.
“De
forma especial, que sientan la presencia confortadora del paráclito las comunidades
eclesiales que sufren la persecución por el nombre de Cristo, para que participando
en sus sufrimientos, reciban en abundancia el Espíritu de la gloria”.
Finalizado
el rezo mariano, Benedicto XVI ha saludado como de costumbre a los fieles presentes
en distintas lenguas. Estas han sido sus palabras en español.
Saludo con
afecto a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Acción
Católica de Jóvenes, de Córdoba. En el evangelio de las vísperas de esta solemnidad
de Pentecostés, Jesús nos hacía esta invitación: “El que tenga sed, que venga a mí;
el que cree en mí que beba” (Jn 7, 37). Acudamos a la fuente de su Corazón, de donde
mana el torrente de agua viva: el Espíritu Santo Paráclito. Invoquemos la intercesión
de la Virgen María, para que brille sobre nosotros el esplendor de la gloria de Dios,
que es el Espíritu, y nos veamos fortalecidos los que hemos sido regenerados por la
gracia del Bautismo. ¡Feliz Domingo!