Miércoles, 13 may (RV).- La jornada de hoy de Benedicto XVI transcurre en los territorios
Palestinos y ha comenzado con la ceremonia de bienvenida, seguida de la Santa Misa
celebrada en la sugestiva Plaza del Pesebre de Belén.
Crónica de la mañana
Prosigue
la peregrinación del Papa en Tierra Santa, en esta región del planeta tan complicada
desde el punto de vista político y religioso. Benedicto XVI dejó esta mañana Israel
para transcurrir la jornada en Palestina. En este contexto llegó a Belén con su valentía
trayendo un mensaje de paz, de esperanza, una invitación a la concordia en medio de
un latente clima belicoso entre dos pueblos divididos por un odio antiguo. Y lo hizo
recordando las palabras de su predecesor, Juan Pablo II: “no puede haber paz sin justicia,
ni justicia sin perdón”. Por eso suplicó a las partes implicadas en este conflicto
que dejen de lado el rencor y los contrastes porque una coexistencia justa y pacífica
entre los pueblos de Oriente Medio sólo puede ser realizada mediante un espíritu de
cooperación y mutuo respeto, en el que los derechos y la dignidad de todos sean reconocidos
y respetados.
Belén, la ciudad de David, el lugar del
nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, se encuentra a apenas 10 kilómetros de Jerusalén,
pero para entrar es necesario pasar por un “check point”, un punto de control militar
donde los palestinos no pueden salir libremente, salvo excepciones, por lo que siguen
sufriendo a causa de las agitaciones políticas, última de las cuales, recordamos,
el conflicto de Gaza, de diciembre pasado, que costó tantas vidas inocentes, incluyendo
la muerte de numerosos niños.
Tal como afirmó el Papa
al saludar al presidente Mahmoud Abbas en la plaza del palacio presidencial, no habría
podido venir a Tierra Santa sin aceptar su invitación de visitar estos territorios,
para saludar al pueblo palestino. Y aseguró que la Santa Sede apoya el derecho de
los palestinos a un Estado "en la tierra de sus antepasados, seguro, en paz con sus
vecinos y con las fronteras reconocidas internacionalmente".
En
la Plaza del Pesebre Benedicto XVI celebró la santa misa. Una plaza que se presentó
abarrotada ante la presencia de diez mil fieles. Sin embargo, de los 250 católicos
que viven en la Franja de Gaza, las autoridades israelíes concedieron 95 permisos,
pero sólo 48 pudieron asistir a esta celebración con el Sucesor de Pedro. En la última
oración de los fieles, en lengua árabe, se pidió por los niños de Gaza, que han sufrido
por el miedo, la frustración, que han quedado huérfanos o han muerto.
En
su saludo al Santo Padre el patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twal
dijo a Benedicto XVI que el ya exiguo número de cristianos palestinos sigue decreciendo
aquí en Belén y los territorios palestinos, si bien Tierra Santa están en el corazón
de la Iglesia Universal. Cuyo pueblo joven anhela vivir una vida normal. Nosotros
–dijo- anhelamos vivir en paz y seguridad en una tierra en que reine la coexistencia
pacífica. Por eso añadió que ven en el Papa al mensajero de paz y solidaridad, mientras
desean asegurarle su compromiso para vivir y proclamar la Buena Nueva de Jesucristo.
Y elevó su plegaria para que Dios sostenga al Papa en su servicio a favor de la paz
y la reconciliación.
Esta tarde, el Pontífice visitará
en privado la Gruta de la Natividad, que señala el lugar donde nació Jesús y después
irá a un hospital infantil. Posteriormente visitará el campo de refugiados de Aida,
donde viven unos cinco mil palestinos. Aquí el Papa saludará a dos matrimonios, uno
cristiano y otro musulmán, que tienen hijos prisioneros en Israel. Y donará 50 mil
euros que el campo destinará a la construcción de tres aulas escolares a las que le
darán el nombre de Benedicto XVI.
En Palestina, por
lo que hemos visto, las personas, independientemente de su credo religioso, son acogedoras
con su típico modo de ser medio-oriental. Y quienes no profesan el cristianismo, ven
de modo positivo la visita del Papa, porque lo consideran un hombre de paz.
Este
es el caso de un musulmán, ex refugiado en El Líbano, quien logró regresar a su casa
-de la que había sido expropiado por las autoridades israelíes durante la construcción
del vergonzoso muro que se yergue, precisamente, delante-. Al ver nuestra curiosidad
por este muro, este joven padre de familia -además de presentárnosla- nos invitó a
subir a la terraza para ver el ciertamente poco edificante panorama de los alrededores.
Y lo hizo aún sabiendo que corría el riesgo de ser interrogado y hasta expulsado,
porque desde las altas garitas los soldados podían observar que tomábamos fotografías.
Una nueva y triste realidad a la que hacer frente para
tantas familias. Un muro alto y gris, en algunos lugares pintado con dibujos alusivos
a la humillación, como la del feroz león –tal como lo hemos visto– que con sus dientes
afilados desgarra una paloma, cuya cabeza está cubierta con la kefiah, el típico símbolo
blanco y negro del nacionalismo palestino cuya utilización se remonta a la década
de los años 30, tan popular en la época de Yasir Arafat.
O
la de los dos asnos, uno blanco y otro negro, que rebuznando y en dirección contraria
-mientras cargan sobre sí- uno a Palestina y el otro a Israel, no logran separarse
y tomar cada uno su camino, porque están atados por la cola.
Desde
Tierra Santa, María Fernanda Bernasconi, Radio Vaticano.