En el Monumento de la memoria del Holocausto, el Papa honra a los millones de judíos
asesinados, cuyos nombres permanecerán en el corazón de quienes están decididos a
no permitir que un horror similar deshonre de nuevo a la humanidad
Lunes, 11 may (RV).- Benedicto XVI ha llegado al Monumento de la memoria del Holocausto
para honrar a los millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia de la Shoah.
En silencio el Santo Padre se ha detenido ante este monumento que en dos simples palabras
yad –memorial- y shem –nombre- expresan de forma solemne el significado profundo de
este venerado lugar.
“Ellos perdieron la vida –ha dicho el Pontífice- pero
nunca perderán sus nombres: porque están inscritos en el corazón de sus seres queridos,
de sus compañeros de prisión y de todos los que están decididos a no permitir nunca
más que un horror similar pueda deshonorar una vez más a la humanidad”.
Benedicto
XVI ha visitado el Yad Vashem el lunes por la tarde, tras su visita al presidente
del estado de Israel, Simon Peres. El Monumento en memoria del Holocausto contiene
algunas urnas con las cenizas de víctimas de varios campos de concentración. En su
discurso el Papa ha aludido constantemente a los nombres de las víctimas porque “por
mucho que alguien se esfuerce, nunca podrá arrebatar el nombre de otro ser humano”.
Se puede robar las posesiones del vecino, las ocasiones favorables o la libertad.
Se puede tejer una insidiosa red de mentiras para convencer a los demás que ciertos
grupos no merecen respeto.
El Santo Padre ha deseado en este emblemático lugar
que “los nombres de las víctimas no mueran jamás, que sus sufrimientos no sean nunca
negados, disminuidos u olvidados y que cada persona de buena voluntad vigile para
erradicar del corazón del hombre capaz de conducir a tragedias similares a esta”.
Benedicto
XVI ha asegurado la profunda compasión que la Iglesia católica siente por las víctimas
que aquí se recuerdan. “Del mismo modo, se posiciona al lado de cuantos son perseguidos
a causa de su raza, del color, de la condición de vida o de la religión; sus sufrimientos
son los suyos y suya es la esperanza de justicia. Como obispo de Roma y sucesor del
apóstol Pedro, subrayo –como mis predecesores- el compromiso de la Iglesia a rezar
y a actuar para asegurar que el odio no reine nunca más en el corazón de los hombres”.
El
Papa ha aludido a los reflejos en el espejo de agua que se extienden en el interior
del monumento para insistir en la importancia de los nombres de las víctimas. Y en
este silencioso contexto el Pontífice ha imaginado las felices perspectivas de sus
padres mientras esperaban con ansia el nacimiento de sus hijos, qué nombre poner a
este hijo, cual será su destino, pero sobre todo, quien habría podido imaginar que
habrían sido condenados a un destino tan triste.
“Mientras estamos aquí en
silencio, su grito resuena todavía en nuestros corazones. Es un grito que se alza
contra cada acto de injusticia y de violencia. Es una condena perenne contra el derramamiento
de sangre inocente”.
Antes de terminar el Papa ha manifestado su profunda
gratitud “a Dios y a vosotros por la oportunidad que me ha sido dada de detenerme
aquí en silencio: un silencio para recordar, un silencio para la esperanza”.
Durante
la visita se ha leído el siguiente texto de la “identificación”:
“Elevando
la llama que arde perpetuamente en este Memorial ante las sagradas cenizas de nuestros
hermanos, nos fundimos con su memoria: con los seis millones de nuestro pueblo que
han padecido el martirio y han muerto a manos de los nazis y sus colaboradores, con
las grandes y pequeñas comunidades judías destruidas en el infame intento de borrar
el nombre de la cultura de Israel del mundo. Con sagrado temor recordamos la fuerza
de ánimo de nuestros hermanos, la magnanimidad y el valor de los combatientes que
en los guetos encendieron la antorcha de la rebelión salvando de esta manera el honor
y la dignidad del pueblo judío; recordamos la lucha tenaz y sublime de nuestra nación
para salvar la herencia de los padres y el rostro humano de los hijos. Por último
recordamos a los justos de las naciones que arriesgaron sus vidas para salvar la de
los judíos”.
Crónica desde Jerusalén
Después
de la visita de cortesía al presidente del Estado de Israel, Simon Peres, caracterizada
por una gran cordialidad e espontaneidad, en que el presidente agradeció al Papa sus
palabras, también Benedicto XVI, como en su momento lo hizo Juan Pablo II, visitó
esta tarde el mausoleo de Yad Vashem, la autoridad para el recuerdo de los mártires
y héroes del Holocausto, establecida en 1953 por una ley del parlamento israelí.
A
quien entra en este lugar, aterrador -que sumerge en aquella “máquina” monstruosa
y diabólica, creada, sí, con el don de la inteligencia humana, pero tristemente al
servicio del mal, y para “procesar” el odio del hombre contra el hombre- le surge,
casi de modo espontáneo, preguntarse ¿cómo puede haber aún hoy conciencias que niegan
la existencia del exterminio nazi?
En el ámbito de este mausoleo se
creó en 1993 el Instituto Internacional para la Investigación del Holocausto como
una unidad académica autónoma a fin de ampliar e intensificar los estudios. El instituto
planea e implementa proyectos de investigación; organiza seminarios y conferencias
internacionales; y coordina proyectos con institutos de investigación de todo el
mundo. También apoya a jóvenes investigadores, publicando estudios, ponencias de conferencias,
documentos y monografías sobre el holocausto.
Como nos dijo la profesora
Iael Nidam Orvieto, historiadora e investigadora de la “shoa”, han mantenido aquí
un encuentro de trabajo a puertas cerradas con representantes de la Iglesia católica,
a nivel puramente histórico. ¿Por qué? Porque la historia es algo vivo, que se alimenta
y cambia en la medida en que estudiando, investigando, se encuentran nuevos datos,
nuevos testimonios y los puntos de vista cambian.
Así sucedió recientemente
con la participación de Mons. Antonio Franco, nuncio apostólico en Israel y delegado
apostólico en Palestina y en Jerusalén, quien junto al padre Roberto Spattaro, participó
en un encuentro con estos estudiosos judíos con quienes mantienen una verdadera amistad
académica, según las palabras de la misma historiadora. Naturalmente, todavía no es
tiempo de sacar conclusiones, pero nos han asegurado que hay mucho interés por parte
judía de saber más sobre el holocausto, sobre el papel de la Iglesia católica y sobre
el testimonio y los documentos de los cada vez menos supervivientes.
Con
pesar, sin embargo, en el Yad Vashem hemos visto en el memorial también algunas fotografías
del Papa Pío XII, entre las personas, que según este pueblo, no ayudó a los judíos.
De hecho, los versos de Nathen Alterman por encima del retrato en blanco y negro dicen:
“Mientras los hornos se llenaban de día y de noche, el venerado Santo Padre que habita
en Roma, no ha dejado su palacio con el crucifijo alzado para ser testigo de un día
de exterminio. Sólo para estar allí un día, donde un cordero, cada día de nuevo, está
preparado para ser inmolado, el hijo anónimo de un judío”.
Pero nosotros
sabemos que el Papa Eugenio Pacelli es, probablemente, la persona que salvó al mayor
número de hijos de esta tierra, procurándoles la posibilidad de obtener pasaportes
para refugiarse, por ejemplo, en Centroamérica. Por eso no perdemos la esperanza de
que, en la medida en que avancen los estudios, cambie, no sólo el punto de vista,
sino que también se remueva la placa contra ese Pontífice.
En este lugar,
aunque a través de los medios audiovisuales todo habla, nadie lo hace. Ninguna personalidad
que ha visitado el Yad Vashem, lo ha hecho, con excepción de los dos últimos Papas.
A Juan Pablo II le permitieron hablar, además de por su amistad con los judíos, por
su precario estado de salud. Y con Benedicto XVI han querido hacer lo mismo, porque
este pueblo también lo estima y respeta.
El Papa Ratzinger en este
lugar ha roto el silencio prescrito: un silencio para recordar, un silencio para esperar.
Desde
Jerusalén, María Fernanda Bernasconi, Radio Vaticano.