Escuchar el programa Jueves, 8 may
(RV).- El tema de hoy tiene que ver justamente con nuestra personalidad y la manera
en que nos relacionamos con las otras personas, a veces no de manera muy adecuada.
Un dicho popular reza: “Quien juzga, destruye”. Juzgar a otros resulta relativamente
fácil porque casi siempre construimos juicios de valor respecto a lo que otros hacen,
dicen u omiten, pero ser juzgados es realmente una situación que pocas personas toleran,
pero sobre todo cuando se añaden a las opiniones negativas, juicios de valor que nos
demeritan o discriminan. Generalmente una persona madura sabe que las opiniones
negativas que otros tienen sobre ella no la definen, y en muchos casos no son determinantes,
claro está que en la vida cotidiana estos comentarios sí afectan, porque golpean la
vida social y el prestigio, y en algunos casos afectan un poquito el ego. Lo más grave,
cuando se juzga ,es la posición que asume la persona que emite esos juicios, pues
realmente se siente con derecho a establecer, según su parecer y buen entender, quién
está bien, quién mal, quién merece esto o aquello, quién vale y quién no. Este
supuesto poder que muchos ejercen para lanzar sus juicios de valor, por lo general
desencadena en nuestro medio, múltiples reacciones, desde el rechazo total hacia la
otra persona, hasta el simple gesto de desaprobación e indiferencia. Pero todo ello
tiene que ver directamente con nuestra tolerancia, pero sobre todo, los niveles de
reconocimiento que cada uno de nosotros tenemos frente a la diferencia, frente a la
diversidad de los otros. ¿Será que algún día seremos capaces de ver al que es diferente
con el respeto que se merece, sin juzgarlo ni hacerle daño? Cada vez que juzgamos
a otro, buscamos por un lado afirmar nuestro predominio y, por otro, paradójicamente,
evidenciamos su superioridad. Aunque esto luzca contradictorio, la lógica es ésta:
sentir miedo es una respuesta normal frente a un peligro que se nos antoja inmanejable
y, desde luego, sólo atacamos cuando tenemos alguna posibilidad de destruirlo. Al
hacer un juicio de valor sobre otra persona, intentamos destruir a quien nos parece
peligroso, a quien se nos aparece extraño, diferente e incluso frente a quien nos
hace sentir inferiores y amenazados. Reconocer que somos diferentes, en esencia,
en géneros, en formas culturales, en maneras de expresarnos, sentir y ver nuestro
entorno, es reconocer en principio que esas diferencias son una riqueza potencial,
porque es partir de la multiplicidad de posibilidades frente a una misma situación,
y desde allí reconocer que cada persona es única e irrepetible. De ahí que las
diferencias no son necesariamente una amenaza, y menos un artificio de poder para
juzgar y validar un comportamiento u otro, una persona u otra. Y éste es el principio
de toda convivencia, reconocer en las diferencias de grupo, de seres, de situaciones,
un potencial que nos complementa, nos enriquece, nos abre el horizonte de posibilidades.
De ahí que la mejor actitud que podemos asumir frente a las posiciones negativas,
a los juicios destructivos, es reconocer que todas estas agresiones vienen de personas
que ante las diferencias, reaccionan con ataques y juicios con los que buscan protegerse
de los desconocidos. Texto: Alma García Locución: Alina Tufani