2009-05-03 16:44:18

El Papa ordena a 19 nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma y les exhorta a permanecer en el mundo sin ser mundanos, y en una sociedad que “a menudo no quiere comprender a los cristianos”


Domingo, 3 may (RV).- Un fuerte llamamiento dirigido a los sacerdotes para que sean “hombres de oración” “en un mundo que a menudo no quiere entender a los cristianos”, ha sido formulado por Benedicto XVI esta mañana en la homilía de la Santa Misa que ha presidido en la basílica vaticana. Misa durante la cual, como es tradicional en el domingo del “Buen Pastor”, el Papa, acompañado del cardenal vicario, Agostino Vallini, ha ordenado a 19 diáconos de la diócesis de Roma: trece italianos y seis de distintos países del mundo: Nigeria, Haití, Croacia, República Checa, Chile y Corea del Sur. El más joven tiene 28 años, el mayor 51.

El Santo Padre ha recogido algunos puntos de meditación de las lecturas y del Evangelio para iluminar “el camino de la vida y el ministerio” de los nuevos sacerdotes. Y ha empezado reflexionado sobre “Jesús piedra de salvación” sobre y sobre la singular “homonimia” entre Pedro y Jesús:

“En efecto, la única verdadera roca es Jesús. El único nombre que salva es el suyo. El apóstol, y por lo tanto el sacerdote, recibe el propio “nombre”, es decir la propia identidad, de Cristo. Todo aquello que hace, lo hace en nombre suyo. Su “yo” se hace totalmente relativo al “yo” de Jesús”.

También la referencia a lo que dice el Salmo es esencial, ha añadido el Papa: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Jesús ha sido “desechado”, pero el Padre lo ha predilecto y lo ha colocado como cimiento del templo de la Nueva Alianza. “Así el apóstol, como el sacerdote, experimenta a su vez la cruz, y solo mediante ella se hace verdaderamente útil para la construcción de la Iglesia”.

“Jesús ha experimentado sobre sí el rechazo de Dios por parte del mundo, la incomprensión, la indiferencia, la desfiguración del rostro de Dios. Y Jesús ha pasado el “testimonio” a los discípulos: ‘Yo -confía una vez más en la oración al Padre- les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos’”.

Por ello el discípulo y especialmente el apóstol, -ha proseguido el Papa-experimenta el mismo gozo de Jesús, de conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor, de ver que Dios no es conocido, que su amor no es intercambiado. Por una parte exclamamos, como Juan en su primera Carta: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios; y por la otra con amargura constatamos: “El mundo no nos conoce porque no le conoció a él”.

“El “mundo” –en la acepción de Juan sobre este término –no comprende al cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. Un poco porque de hecho no conoce a Dios, y un poco porque no quiere conocerlo. El mundo no quiere conocer a Dios para no ser molestado en su voluntad, y por eso no quiere escuchar a sus ministros, porque esto lo podría poner en crisis”.

Este “mundo” -ha señalado el Santo Padre- siempre en el sentido evangélico, insidia también a la Iglesia, contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados. Y bajo esta palabra “mundo”, san Juan indica y quiere señalar una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar también a la Iglesia, y de hecho la contamina, y por tanto requiere constante vigilancia y purificación.

Estamos “en” el mundo, y peligramos ser también “del” mundo, en el sentido de esta mentalidad, y de hecho –ha continuado diciendo el Papa a los sacerdotes- a veces lo somos. “Por esto Jesús al final no ha orado por el mundo, siempre en este sentido, sino por sus discípulos, para que el Padre los cuidara del maligno y ellos fueran libres y diferentes del mundo, a pesar de vivir en el mundo”.

“Ser sacerdotes, en la Iglesia, significa entrar en esta auto-donación de Cristo, mediante el Sacramento del Orden, y entrar en con todo sí mismos. Jesús ha dado la vida por todos, pero en modo particular se ha consagrado por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir en Él, y pudieran hablar y actuar en nombre suyo, representarlo, prolongar sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados”.

En un pasaje posterior de su homilía Benedicto XVI ha hablado de la oración y su relación con el servicio. “Hemos visto que ser ordenados sacerdotes -ha explicado el Papa a los fieles en la basílica llena de familiares y amigos de los nuevos sacerdotes, miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y muchísimos sacerdotes- significa entrar en modo sacramental y existencial en la oración de Cristo por los “suyos”. De aquí deriva para nosotros presbíteros una particular vocación a la oración, en sentido fuertemente cristocéntrico: estamos llamados a “permanecer” en Cristo -como ama repetir el evangelista Juan- y este ‘permanecer en Cristo’ se realiza particularmente en la oración”.

En tal perspectiva, el Pontífice ha terminado señalando a los diáconos las diversas formas de oración de un sacerdote, la primera de las cuales es la Santa Misa cotidiana. “La celebración eucarística es el más grande y el más alto acto de oración y constituye el centro y la fuente de la cual también las otras formas reciben la “linfa”: la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo Rosario, la meditación”.







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