El Papa ordena a 19 nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma y les exhorta a permanecer
en el mundo sin ser mundanos, y en una sociedad que “a menudo no quiere comprender
a los cristianos”
Domingo, 3 may (RV).- Un fuerte llamamiento dirigido a los sacerdotes para que sean
“hombres de oración” “en un mundo que a menudo no quiere entender a los cristianos”,
ha sido formulado por Benedicto XVI esta mañana en la homilía de la Santa Misa que
ha presidido en la basílica vaticana. Misa durante la cual, como es tradicional en
el domingo del “Buen Pastor”, el Papa, acompañado del cardenal vicario, Agostino Vallini,
ha ordenado a 19 diáconos de la diócesis de Roma: trece italianos y seis de distintos
países del mundo: Nigeria, Haití, Croacia, República Checa, Chile y Corea del Sur.
El más joven tiene 28 años, el mayor 51.
El Santo Padre ha recogido algunos
puntos de meditación de las lecturas y del Evangelio para iluminar “el camino de la
vida y el ministerio” de los nuevos sacerdotes. Y ha empezado reflexionado sobre “Jesús
piedra de salvación” sobre y sobre la singular “homonimia” entre Pedro y Jesús:
“En
efecto, la única verdadera roca es Jesús. El único nombre que salva es el suyo. El
apóstol, y por lo tanto el sacerdote, recibe el propio “nombre”, es decir la propia
identidad, de Cristo. Todo aquello que hace, lo hace en nombre suyo. Su “yo” se hace
totalmente relativo al “yo” de Jesús”.
También la referencia a lo que dice
el Salmo es esencial, ha añadido el Papa: “La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular”. Jesús ha sido “desechado”, pero el Padre lo ha predilecto
y lo ha colocado como cimiento del templo de la Nueva Alianza. “Así el apóstol, como
el sacerdote, experimenta a su vez la cruz, y solo mediante ella se hace verdaderamente
útil para la construcción de la Iglesia”.
“Jesús ha experimentado sobre sí
el rechazo de Dios por parte del mundo, la incomprensión, la indiferencia, la desfiguración
del rostro de Dios. Y Jesús ha pasado el “testimonio” a los discípulos: ‘Yo -confía
una vez más en la oración al Padre- les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré
dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos’”.
Por
ello el discípulo y especialmente el apóstol, -ha proseguido el Papa-experimenta el
mismo gozo de Jesús, de conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también
su mismo dolor, de ver que Dios no es conocido, que su amor no es intercambiado. Por
una parte exclamamos, como Juan en su primera Carta: Mirad qué amor nos ha tenido
el Padre para llamarnos hijos de Dios; y por la otra con amargura constatamos: “El
mundo no nos conoce porque no le conoció a él”.
“El “mundo” –en la acepción
de Juan sobre este término –no comprende al cristiano, no comprende a los ministros
del Evangelio. Un poco porque de hecho no conoce a Dios, y un poco porque no quiere
conocerlo. El mundo no quiere conocer a Dios para no ser molestado en su voluntad,
y por eso no quiere escuchar a sus ministros, porque esto lo podría poner en crisis”.
Este
“mundo” -ha señalado el Santo Padre- siempre en el sentido evangélico, insidia también
a la Iglesia, contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados. Y bajo
esta palabra “mundo”, san Juan indica y quiere señalar una mentalidad, una manera
de pensar y de vivir que puede contaminar también a la Iglesia, y de hecho la contamina,
y por tanto requiere constante vigilancia y purificación.
Estamos “en” el
mundo, y peligramos ser también “del” mundo, en el sentido de esta mentalidad, y de
hecho –ha continuado diciendo el Papa a los sacerdotes- a veces lo somos. “Por esto
Jesús al final no ha orado por el mundo, siempre en este sentido, sino por sus discípulos,
para que el Padre los cuidara del maligno y ellos fueran libres y diferentes del mundo,
a pesar de vivir en el mundo”.
“Ser sacerdotes, en la Iglesia, significa entrar
en esta auto-donación de Cristo, mediante el Sacramento del Orden, y entrar en con
todo sí mismos. Jesús ha dado la vida por todos, pero en modo particular se ha consagrado
por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad,
es decir en Él, y pudieran hablar y actuar en nombre suyo, representarlo, prolongar
sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados”.
En
un pasaje posterior de su homilía Benedicto XVI ha hablado de la oración y su relación
con el servicio. “Hemos visto que ser ordenados sacerdotes -ha explicado el Papa a
los fieles en la basílica llena de familiares y amigos de los nuevos sacerdotes, miembros
del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y muchísimos sacerdotes- significa
entrar en modo sacramental y existencial en la oración de Cristo por los “suyos”.
De aquí deriva para nosotros presbíteros una particular vocación a la oración, en
sentido fuertemente cristocéntrico: estamos llamados a “permanecer” en Cristo -como
ama repetir el evangelista Juan- y este ‘permanecer en Cristo’ se realiza particularmente
en la oración”.
En tal perspectiva, el Pontífice ha terminado señalando a los
diáconos las diversas formas de oración de un sacerdote, la primera de las cuales
es la Santa Misa cotidiana. “La celebración eucarística es el más grande y el más
alto acto de oración y constituye el centro y la fuente de la cual también las otras
formas reciben la “linfa”: la liturgia de las horas, la adoración eucarística, la
lectio divina, el santo Rosario, la meditación”.