Al recibir al tercer grupo de obispos argentinos en visita “ad limina Apostolorum”,
el Papa los invita a construir una Iglesia siempre acogedora y misericordiosa, iluminados
por la luz del Evangelio
Jue, 30 abr (RV).- Hacia el final de la mañana, Benedicto XVI ha recibido en la Sala
del Consistorio, al tercer grupo de obispos de la Conferencia Episcopal de Argentina,
en Visita "ad Limina Apostolorum".
Acogiéndolos con gran alegría y
afecto, el Papa ha deseado que «este encuentro fraterno con el Sucesor de Pedro, les
ayude a sentir el latido de la Iglesia universal y a consolidar los vínculos de fe,
comunión y disciplina que unen a sus Iglesias particulares con la Sede Apostólica».
Y dando gracias al Señor por esta «nueva ocasión de confirmar a los hermanos en la
fe (cf. Lc 22, 32), y participar en sus alegrías y preocupaciones, en sus logros y
dificultades», Benedicto XVI ha agradecido asimismo las amables palabras que le ha
dirigido Mons. Luis Héctor Villalba, Arzobispo de Tucumán y Vicepresidente de la Conferencia
Episcopal Argentina, manifestando sentimientos de afecto y adhesión, en nombre de
todos los obispos y de los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de sus respectivas
comunidades.
«Queridos Hermanos, el Señor Jesús nos ha confiado un
ministerio de altísimo valor y dignidad: llevar su mensaje de paz y reconciliación
a todas las gentes, cuidar con amor paternal al Pueblo santo de Dios y conducirlo
por la vía de la salvación».
Tarea, ha subrayado el Pontífice «que
supera con creces nuestros méritos personales y nuestra pobre capacidad humana, pero
a la que nos entregamos con sencillez y esperanza, apoyándonos en las palabras de
Cristo, ‘no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca’ (Jn
15, 16)».
Recordando que «Jesús, el Maestro, mirándoos con amor de
hermano y amigo, os ha llamado a entrar en su intimidad, y consagrándoos con el óleo
sagrado de la unción sacerdotal ha puesto en vuestras manos el poder redentor de su
sangre, para que, con la seguridad de actuar siempre in persona Christi, seáis en
medio del Pueblo que se os ha confiado ‘un signo vivo del Señor Jesús, Pastor y Esposo,
Maestro y Pontífice de la Iglesia’ (Juan Pablo II, Pastores gregis, 7)», Benedicto
XVI ha reiterado que «en el ejercicio de su ministerio episcopal, el Obispo debe comportarse
siempre entre sus fieles como quien sirve». En este contexto, el Santo Padre ha exhortado
a impulsar la caridad material y espiritual que mana del Evangelio:
«Realmente,
ser Obispo es un título de honor cuando se vive con este espíritu de servicio a los
demás y como participación humilde y desinteresada en la misión de Cristo. La contemplación
frecuente de la imagen del Buen Pastor os servirá de modelo y aliento en vuestros
esfuerzos por anunciar y difundir el Evangelio, os impulsará a cuidar de los fieles
con ternura y misericordia, a defender a los débiles y a gastar la vida en una constante
y generosa dedicación al Pueblo de Dios (cf. Pastores gregis, 43). Como parte esencial
del ministerio episcopal en la Iglesia, verdadero amoris officium (cf. S. Agustín,
In Io. Ev., 123, 5), deseo exhortaros vivamente a fomentar en vuestras comunidades
diocesanas el ejercicio de la caridad, de modo especial para con los más necesitados.
Con vuestra cercanía y vuestra palabra, con la ayuda material y la oración, con el
llamado al diálogo y al espíritu de entendimiento que busca siempre el bien común
del pueblo, y con la luz que viene del Evangelio, queréis dar un testimonio concreto
y visible del amor de Cristo entre los hombres, para construir continuamente la Iglesia
como familia de Dios, siempre acogedora y misericordiosa con los más pobres, de tal
manera que en todas las diócesis reine la caridad, en cumplimiento del mandamiento
de Jesucristo (cf. Christus Dominus, 16)».
Con ello, Benedicto XVI
ha querido «insistir también en la importancia de la oración frente al activismo o
a una visión secularizada del servicio caritativo de los cristianos (cf. Deus caritas
est, 37):
«Ese contacto asiduo con Cristo en la plegaria trasforma
el corazón de los creyentes, abriéndolo a las necesidades de los demás, sin inspirarse,
por tanto, en «esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino
dejándose guiar por la fe que actúa por el amor» (ibíd., 33)».
Encomendando
luego de un modo especial a los presbíteros, el Santo Padre ha querido invitar a los
sacerdotes «a que se identifiquen cada vez más con el Señor, siendo verdaderos modelos
de la grey por sus virtudes y buen ejemplo, y apacentando con amor el rebaño de Dios
(cf. 1 P 5, 2-3).
Y reflexionando sobre la vocación específica de
los fieles laicos, que los lleva a intentar configurar rectamente la vida social y
a iluminar las realidades terrenas con la luz del Evangelio, Benedicto XVI ha exhortado
a los seglares a que «conscientes de sus compromisos bautismales, y animados por la
caridad de Cristo, participen activamente en la misión de la Iglesia así como en la
vida social, política, económica y cultural de su País»:
«En este
sentido, los católicos deberán destacar entre sus conciudadanos por el cumplimiento
ejemplar de sus deberes cívicos, así como por el ejercicio de las virtudes humanas
y cristianas que contribuyen a mejorar las relaciones personales, sociales y laborales.
Su compromiso los llevará también a promover de modo especial aquellos valores que
son esenciales al bien común de la sociedad, como la paz, la justicia, la solidaridad,
el bien de la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, la
tutela de la vida humana desde la concepción hasta su muerte natural, y el derecho
y obligación de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas».
Sigue
el discurso del Santo Padre.
Queridos
Hermanos en el Episcopado:
1. Es para mí un motivo de gran alegría
reunirme con este grupo de Pastores de la Iglesia en Argentina, con el cual concluye
su visita ad limina. Os saludo con todo afecto y os deseo que este encuentro fraterno
con el Sucesor de Pedro os ayude a sentir el latido de la Iglesia universal y a consolidar
los vínculos de fe, comunión y disciplina que unen vuestras Iglesias particulares
a esta Sede Apostólica. Al mismo tiempo, doy gracias al Señor por esta nueva ocasión
de confirmar a mis hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32), y participar en sus alegrías
y preocupaciones, en sus logros y dificultades.
Agradezco de todo corazón
las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Mons. Luis Héctor Villalba,
Arzobispo de Tucumán y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y en
las que ha manifestado vuestros sentimientos de afecto y adhesión, así como los de
los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras comunidades.
2. Queridos
Hermanos, el Señor Jesús nos ha confiado un ministerio de altísimo valor y dignidad:
llevar su mensaje de paz y reconciliación a todas las gentes, cuidar con amor paternal
al Pueblo santo de Dios y conducirlo por la vía de la salvación. Ésta es una tarea
que supera con creces nuestros méritos personales y nuestra pobre capacidad humana,
pero a la que nos entregamos con sencillez y esperanza, apoyándonos en las palabras
de Cristo, «no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn
15, 16). Jesús, el Maestro, mirándoos con amor de hermano y amigo, os ha llamado a
entrar en su intimidad, y consagrándoos con el óleo sagrado de la unción sacerdotal
ha puesto en vuestras manos el poder redentor de su sangre, para que, con la seguridad
de actuar siempre in persona Christi capitis, seáis en medio del Pueblo que se os
ha confiado «un signo vivo del Señor Jesús, Pastor y Esposo, Maestro y Pontífice de
la Iglesia» (Juan Pablo II, Pastores gregis, 7).
En el ejercicio de su ministerio
episcopal, el Obispo debe comportarse siempre entre sus fieles como quien sirve (cf.
Lumen gentium, 27), inspirándose constantemente en el ejemplo de Aquel que no vino
a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (cf. Mc 10, 45). Realmente,
ser Obispo es un título de honor cuando se vive con este espíritu de servicio a los
demás y como participación humilde y desinteresada en la misión de Cristo. La contemplación
frecuente de la imagen del Buen Pastor os servirá de modelo y aliento en vuestros
esfuerzos por anunciar y difundir el Evangelio, os impulsará a cuidar de los fieles
con ternura y misericordia, a defender a los débiles y a gastar la vida en una constante
y generosa dedicación al Pueblo de Dios (cf. Pastores gregis, 43).
3. Como
parte esencial de vuestro ministerio episcopal en la Iglesia, verdadero amoris officium
(cf. S. Agustín, In Io. Ev., 123, 5), deseo exhortaros vivamente a fomentar en vuestras
comunidades diocesanas el ejercicio de la caridad, de modo especial para con los más
necesitados. Con vuestra cercanía y vuestra palabra, con la ayuda material y la oración,
con el llamado al diálogo y al espíritu de entendimiento que busca siempre el bien
común del pueblo, y con la luz que viene del Evangelio, queréis dar un testimonio
concreto y visible del amor de Cristo entre los hombres, para construir continuamente
la Iglesia como familia de Dios, siempre acogedora y misericordiosa con los más pobres,
de tal manera que en todas las diócesis reine la caridad, en cumplimiento del mandamiento
de Jesucristo (cf. Christus Dominus, 16). Junto a eso, quisiera insistir también en
la importancia de la oración frente al activismo o a una visión secularizada del servicio
caritativo de los cristianos (cf. Deus caritas est, 37). Ese contacto asiduo con
Cristo en la plegaria trasforma el corazón de los creyentes, abriéndolo a las necesidades
de los demás, sin inspirarse, por tanto, en «esquemas que pretenden mejorar el mundo
siguiendo una ideología, sino dejándose guiar por la fe que actúa por el amor» (ibíd.,
33).
4. Deseo encomendaros de un modo especial a los presbíteros, vuestros
colaboradores más cercanos. Que el abrazo de paz, con el que los acogisteis en el
día de su ordenación sacerdotal, sea una realidad viva cada día, que contribuya a
estrechar cada vez más los lazos de afecto, respeto y confianza que os unen a ellos
en virtud del sacramento del Orden. Reconociendo la abnegación y entrega al ministerio
de vuestros sacerdotes, deseo invitarlos también a que se identifiquen cada vez más
con el Señor, siendo verdaderos modelos de la grey por sus virtudes y buen ejemplo,
y apacentando con amor el rebaño de Dios (cf. 1 P 5, 2-3).
5. La vocación específica
de los fieles laicos los lleva a intentar configurar rectamente la vida social y a
iluminar las realidades terrenas con la luz del Evangelio. Que los seglares, conscientes
de sus compromisos bautismales, y animados por la caridad de Cristo, participen activamente
en la misión de la Iglesia así como en la vida social, política, económica y cultural
de su País. En este sentido, los católicos deberán destacar entre sus conciudadanos
por el cumplimiento ejemplar de sus deberes cívicos, así como por el ejercicio de
las virtudes humanas y cristianas que contribuyen a mejorar las relaciones personales,
sociales y laborales. Su compromiso los llevará también a promover de modo especial
aquellos valores que son esenciales al bien común de la sociedad, como la paz, la
justicia, la solidaridad, el bien de la familia fundada sobre el matrimonio entre
un hombre y una mujer, la tutela de la vida humana desde la concepción hasta su muerte
natural, y el derecho y obligación de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones
morales y religiosas.
Deseo concluir pidiéndoos que llevéis mi saludo afectuoso
a todos los miembros de vuestras Iglesias diocesanas. A los Obispos eméritos, sacerdotes,
seminaristas, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos, decidles que el
Papa les agradece sus trabajos por el Señor y la causa del Evangelio; que espera y
confía en su fidelidad a la Iglesia. A vosotros, queridos Obispos de Argentina, os
agradezco vuestra solicitud pastoral y os aseguro mi cercanía espiritual y mi plegaria
constante. Os encomiendo de corazón a la protección de Nuestra Señora de Luján y os
imparto una especial Bendición Apostólica.