2009-04-23 14:05:24

“Las familias cristianas con su vida doméstica, sencilla y alegre son escuelas de obediencia y ámbito de verdadera libertad”. Lo dijo el Papa esta mañana durante la misa a la que asistió el Comité organizador del VI Encuentro Mundial de las Familias celebrado en México


Jueves, 23 abr (RV).- Benedicto XVI celebró la Santa Misa esta mañana a las 7,30 en la capilla Redemptoris Mater del palacio Apostólico con los miembros del Comité organizador del VI Encuentro Mundial de las Familias que se que se llevó a cabo en la capital mexicana del 13 al 18 de enero pasado.

En su homilía, el Papa tras agradecer de corazón el trabajo que han realizado los miembros del Comité de organización en el desarrollo del encuentro internacional de las Familias, celebrado felizmente en Ciudad de México, se refirió a la obediencia a Dios, comentando la lectura de los Hechos de los Apóstoles: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres», que concuerda –dijo- con lo que nos dice el evangelio de Juan, a saber: «El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo, no verá la vida». Y añadió:

Así, pues, la Palabra de Dios nos habla de una obediencia que no es simple sujeción, ni un simple cumplimiento de mandatos, sino que nace de una íntima comunión con Dios y consiste en una mirada interior que sabe discernir aquello que «viene de lo alto» y «está por encima de todo». Es fruto del Espíritu Santo que Dios concede «sin medida».

“Nuestros contemporáneos –dijo también el Santo Padre en su homilía- necesitan descubrir esta obediencia, que no es teórica sino vital; que es un optar por unas conductas concretas, basadas en la obediencia al querer de Dios, que nos hacen ser plenamente libres. Y agregó textualmente:

Las familias cristianas con su vida doméstica, sencilla y alegre, compartiendo día a día las alegrías, esperanzas y preocupaciones, vividas a la luz de la fe, son escuelas de obediencia y ámbito de verdadera libertad. Lo saben bien los que han vivido su matrimonio según los planes de Dios durante largos años, como alguno de los presentes, comprobando la bondad del Señor que nos ayuda y alienta.

“En la Eucaristía –prosiguió diciendo el Papa- Cristo está realmente presente; es el pan que baja de lo alto para reparar nuestras fuerzas y afrontar el esfuerzo y la fatiga del camino. Él está a nuestro lado. Que Él sea el mejor amigo también de quien hoy recibe la primera comunión, trasformando su interior para que sea testigo entusiasta de Él ante los demás”. El Papa ha invocado la amorosa intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, para que “seamos servidores de la verdadera alegría para el mundo”.

Al final de la celebración eucarística, esta delegación mexicana formada por 85 personas regaló al Santo Padre un mural que representa su imagen formada por miles de fotografías. El cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de Ciudad de México que acompaña a los peregrinos ha dicho que el Papa "tuvo la bondad y la generosidad" de invitar a sus aposentos personales a este grupo de organizadores del Encuentro de las Familias. Concretamente son los fieles mexicanos que estuvieron trabajando en esa reunión internacional.

Y dado que fue precisamente el Santo Padre quien eligió el lugar e instituyó el tema, en esta ocasión quiso mantener un encuentro con estos fieles", agregó el purpurado mexicano. "En la misa los laicos participantes han hecho la ofrenda de esta imagen de las familias del mundo entero que se reunieron en México y le entregaron al Papa los, documentos, las conferencias y las conclusiones de las mesas de trabajo”.

El Mosaico de las Familias es una fotografía gigante del Papa con las manos unidas en señal de agradecimiento, que fue conformada por un total de siete mil 182 fotografías de personas de 261 ciudades de 25 países. Mural que fue realizado específicamente con motivo del Encuentro Mundial de las Familias de México por iniciativa del grupo "Fenómenos del Espíritu".

Sigue el texto de la homilía del Santo Padre:


Queridos amigos:
Hace poco, hemos dicho en el Salmo responsorial: «Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca» (Salmo 33). Lo alabamos hoy por el VI Encuentro Mundial de las Familias, celebrado felizmente en la Ciudad de México el pasado mes de enero, y a cuya organización y desarrollo ustedes han participado de diversos modos. Se lo agradezco de corazón. Saludo también cordialmente a los señores cardenales Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, y al Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera, que preside esta peregrinación a Roma.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado de labios de San Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Esto concuerda plenamente con lo que nos dice el Evangelio de Juan: «El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo, no verá la vida» (Jn 3,36). Así, pues, la Palabra de Dios nos habla de una obediencia que no es simple sujeción, ni un simple cumplimiento de mandatos, sino que nace de una íntima comunión con Dios y consiste en una mirada interior que sabe discernir aquello que «viene de lo alto» y «está por encima de todo». Es fruto del Espíritu Santo que Dios concede «sin medida».
Queridos amigos, nuestros contemporáneos necesitan descubrir esta obediencia, que no es teórica sino vital; que es un optar por unas conductas concretas, basadas en la obediencia al querer de Dios, que nos hacen ser plenamente libres. Las familias cristianas con su vida doméstica, sencilla y alegre, compartiendo día a día las alegrías, esperanzas y preocupaciones, vividas a la luz de la fe, son escuelas de obediencia y ámbito de verdadera libertad. Lo saben bien los que han vivido su matrimonio según los planes de Dios durante largos años, como alguno de los presentes, comprobando la bondad del Señor que nos ayuda y alienta.
En la Eucaristía Cristo está realmente presente; es el pan que baja de lo alto para reparar nuestras fuerzas y afrontar el esfuerzo y la fatiga del camino. Él está a nuestro lado. Que Él sea el mejor amigo también de quien hoy recibe la primera comunión, trasformando su interior para que sea testigo entusiasta de Él ante los demás.
Prosigamos ahora nuestra celebración eucarística invocando la amorosa intercesión de nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora de Guadalupe, para que recibamos a Jesús y tengamos vida y, fortalecidos con el pan Eucarístico, seamos servidores de la verdadera alegría para el mundo. Amén.







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