Jueves, 16 abr
(RV).- Un cordial saludo de pascua y resurrección. En estos tiempos pascuales queremos
repasar los mensajes que la Iglesia Católica dio durante las diferentes celebraciones
de semana santa, en los que sin duda la paz, el perdón y el amor entre todos los ciudadanos,
entre todos los grupos y los pueblos se han sentido como una necesidad apremiante
de nuestros pueblos.
Cuando hablamos del amor casi de inmediato lo asociamos
con ternura, con afecto, con sentimientos positivos, porque en definitiva hemos sentido
que el amor nos permite acariciar y cuidar de las personas a las que amamos: padres,
hijos, hermanos, abuelos, esposo. Sin embargo, pocas veces pensamos en el amor es
también maravilloso cuando puede ser un instrumento de acercamiento, de aceptación,
de paz cuando amamos al prójimo, a otros seres que no necesariamente conocemos.
El
amor es la fuerza con la que podemos solucionar conflictos dentro de una familia o
en las fronteras de un país. Nos parece difícil suponer que la justicia y la equidad,
tanto en las relaciones intrafamiliares como en las sociales, se derivan del ejercicio
del amor.
Muchas veces escuchamos decir a alguien que renuncia al amor, por
los motivos que haya tenido, porque se sintió traicionado, por abandono, en fin la
experiencia que haya vivido, y entonces se vuelve hostil, duro, indolente, como si
por un momento olvidara que es un ser humano igual que sus semejantes.
Cuando
olvidamos que el amor es un sentimiento propio de los seres humanos, independiente
de sus lazos de sangre, afinidades o atracciones, entonces se empiezan a construir
barreras insalvables, las relaciones comienzan a girar sobre imposibles, a partir
de hechos o condiciones de convivencia insalvables: una esposa que quiere que su marido
siempre esté junto a ella, un padre que cree que puede decidir de quién se enamoran
los hijos, un jefe que piensa que su empleado debe dedicar todo su tiempo a la empresa
y postergar su vida de familia, una empresa que cree que puede experimentar con sus
descubrimientos poniendo en peligro la vida del planeta o la de algunos seres humanos.
Y
esto no sólo ocurre en las relaciones cotidianas, lo vemos reflejado también en las
relaciones internacionales entre las naciones, entre grupos de diversas etnias y condiciones
sociales, porque muchas personas consideran que el amor, el afecto, los sentimientos
presuponen una posición de debilidad, y eso obstruye el logro de buenos objetivos,
porque se asumen posiciones polarizadas. Se olvida que los seres humanos nos realizamos
en el amor libre y responsable.
El amor es un sentimiento propio de la condición
humana, entonces el adagio popular que dice que “uno no da de lo que no ha recibido”,
es decir que las personas que no han recibido amor en sus hogares, durante sus vidas
no pueden dar amor, esta creencia responde particularmente a la incapacidad de reconocer
en cada ser humano una fuente inagotable de comprensión, de aceptación misma de nuestra
propia condición humana.
Es claro que cuando hemos recibido cariño y respeto
en nuestro medio familiar, es más fácil creer en el amor, en el cariño como una forma
de relacionarnos de manera efectiva y positiva con los otros. Por ello, no hay duda
que todos nosotros, no importa cuál sea nuestra historia, en algún momento de la vida
podemos descubrir en nuestro interior que somos capaces de amar más allá de las fronteras
de nuestra familia, y sentir la presencia de un amor que nos impulse a la compasión,
aun con aquellos que hemos considerado adversarios.
Y que mejor testimonio
y ejemplo de ello que el amor y la entrega que Dios hizo por los hombres. Ese legado
de amor es el que nos impulsa como cristianos a ser una familia en la fraternidad
y la solidaridad. Sólo así será posible construir las condiciones de justicia y de
equidad que el presente y el futuro de la humanidad requieren.