Benedicto XVI pide el cese de la violencia y de las guerras en África y anima a ponerse
en pie y en camino a todos los pueblos de este continente, “con la esperanza de construir
un destino de reconciliación, justicia y paz"
Domingo, 22 mar (RV).- Multitudinaria ceremonia litúrgica presidida por el Santo Padre
en Luanda. Centenares de miles de angoleños, un millón, según algunas fuentes, han
acogido esta mañana a Benedicto XVI en la explanada de Cimangola de Luanda, capital
del país, donde el Pontífice ha celebrado la Santa Misa en el evento más multitudinario
programado en el curso de su viaje apostólico a África. A la misa de hoy han asistido
71 obispos de Angola, Sudáfrica, Zimbabue, Lesotho, Mozambique, Congo, Namibia, Santo
Tomé, Namibia, perteneciente al Grupo Interregional de Obispos del Sur de África (IMBISA),
países a cuya intención estaba dedicada la Liturgia eucarística de este cuarto domingo
de Cuaresma.
La homilía el Papa la ha dedicado a “la reconciliación nacional
de Angola” cuya memoria estaba reservada a la jornada de hoy, día de oración y de
sacrificio. “La guerra -ha dicho el Papa- puede destruir todo aquello que tiene un
valor: familias, enteras comunidades, el fruto de la fatiga de los hombres, las esperanzas
que guían y sostienen sus vidas y su trabajo”. Esta es una experiencia demasiado recurrente
y familiar en África: “el poder destructivo de la guerra civil, la caída en el torbellino
del odio y de la venganza”.
“Cuando la Palabra del Señor -una Palabra que mira
a la edificación de las personas, de la comunidad, de la entera familia- es desatendida,
cuando la Ley de Dios viene “ridiculizada, despreciada y escarnecida, el resultado
puede ser sólo destrucción e injusticia: la humillación de nuestra común humanidad
y la traición de nuestra vocación a ser hijos e hijas del Padre misericordioso, hermanos
y hermanas de su amado Hijo”.
“El Evangelio nos enseña que la reconciliación
-una verdadera reconciliación-, puede ser sólo fruto de una conversión, de un cambio
en el corazón, de un nuevo modo de pensar. Nos enseña que sólo el poder del amor de
Dios puede cambiar nuestros corazones y hacernos triunfar sobre el poder del pecado”.
Este es el núcleo de las enseñanzas del Apóstol Pablo que Benedicto XVI ha querido
recordar a los angoleños. “Es importante decir que sólo la gracia de Dios puede crear
en nosotros un corazón nuevo. Sólo el amor puede cambiar nuestro “corazón de piedra”:
sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas”.
He venido a África precisamente
para predicar este mensaje de perdón, de esperanza y de una nueva vida en Cristo.
Hace tres días, en Yaoundé, he tenido la alegría de hacer público el Instrumentum
laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que
será dedicada al tema: La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la
justicia y de la paz. Os pido que recéis hoy en unión con todos los hermanos y hermanas
de África por esta intención: que cada cristiano en este gran Continente experimente
el toque sanador del amor misericordioso de Dios y que la Iglesia en África se convierta
para todos, gracias al testimonio de sus hijos e hijas, en lugar de auténtica reconciliación.
“Familias
unidas, profundo sentido religioso, gozosa celebración del don de la vida, reverencia
por la sabiduría de los ancianos y por las aspiraciones de los jóvenes”. Estos son
“los profundos valores humanos presentes en la cultura y en las tradiciones”, que
el Santo Padre ha pedido que confirmen los angoleños, siendo fieles al don de la luz
de Cristo recibido en el Bautismo. También le ha pedido el Papa que sean agradecidos
por el testimonio precioso que han dejado en Angola tantos misioneros, profesores,
catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas. Una luz “de sacrificio y amor” enturbiada,
sin embargo, algunas veces, por las tinieblas y la maldad de los hombres.
“Trágicamente
las nubes del mal han oscurecido también África, comprendida la amada nación de Angola.
Pensemos en el flagelo de la guerra, en los frutos feroces de las luchas tribales,
las rivalidades étnicas, la avidez que corrompe el corazón del hombre, esclaviza a
los pobres y priva a las generaciones futuras de los recursos que necesita para crear
una sociedad más solidaria y justa”.
El Papa ha añadido que ese “insidioso
espíritu de egoísmo” suplanta los grandes ideales de generosidad y abnegación y lleva
"inevitablemente al hedonismo, a la droga, a la irresponsabilidad sexual, a la debilidad
del vínculo matrimonial, a la destrucción de la familia y a la eliminación de vidas
humanas mediante el aborto".
“La Palabra de Dios es, sin embargo, una palabra
de esperanza sin límites y los mandamientos no son una carga, sino una fuente de libertad”,
ha afirmado Benedicto XVI animando a los angoleños y a todos los africanos en general
a no tener miedo y a demostrar el amor a los vecinos, "sin tener en cuenta la raza,
la lengua o la etnia".
"África es un continente de esperanza, pero que tiene
sed de justicia, de paz, de un sano e integral desarrollo que puede asegurar a su
pueblo un futuro de progreso y paz", ha asegurado Benedicto XVI que ha hecho un llamamiento
también a los jóvenes, a los que ha recordado que son el futuro del país, "la promesa
de un mañana mejor". Luego ha saludado a todos los pueblos de África con un apremiante
mensaje de esperanza y reconciliación:
"Levantaos, poneros en camino. Mirar
al futuro con esperanza, construir algo destinado a durar y dejaréis a las generaciones
futuras una herencia de reconciliación, justicia y paz".
Benedicto XVI al
inicio de la Santa misa había expresado su pesar por la muerte de dos jóvenes ayer
en el estadio "Dos Coqueiros" de Luanda. Dos jóvenes que querían asistir al encuentro
de los muchachos angoleños con el Pontífice y que fueron aplastados en una avalancha
en el momento que se abrieron las puertas del estadio y se produjo una estampida de
la muchedumbre.
"Quiero comenzar esta eucaristía con un sufragio particular
por los dos jóvenes que perdieron la vida para entrar en el estadio 'Dos Coqueiros'.
Los pongo en manos de Jesús para que los acoja en su reino. Expreso mi solidaridad
a sus familiares y amigos y mi más vivo pesar por el hecho que habían venido a verme",
ha afirmado el Papa. Benedicto XVI ha manifestado asimismo su solidaridad a los heridos,
unos cuarenta, a los que deseó un rápido restablecimiento.
HOMILÍA
COMPLETA
Señores Cardenales, Venerados Hermanos en el
Episcopado y en el Sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas en Cristo
«Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3,16). Estas palabras nos colman
de gozo y esperanza, pues anhelamos el cumplimiento de las promesas de Dios. Para
mí es hoy un motivo de alegría celebrar como Sucesor del Apóstol Pedro esta Misa con
vosotros, mis hermanos y hermanas en Cristo, que venís de diversas regiones de Angola,
Santo Tomé y Príncipe y de muchos otros Países. Saludo con gran afecto en el Señor
a las comunidades católicas de Luanda, Bengo, Cabinda, Benguela, Huambo, Huíla, Kuando
Kubango, Kunene, Kwanza Norte, Kwanza Sul, Lunda Norte, Lunda Sul, Malanje, Namibe,
Moxico, Uíje y Zaire.
Saludo especialmente a mis
Hermanos Obispos, los miembros de la Asociación Inter-regional de los Obispos del
África Austral, reunidos alrededor de este altar del sacrificio del Señor. Agradezco
al Presidente de la C.E.A.S.T., Arzobispo Damião Franklin, por sus amables palabras
de bienvenida y, en la persona de sus Pastores, saludo a todos los fieles de las naciones
de Botswana, Lesotho, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Suazilandia y Zimbabue.
La
primera lectura de hoy tiene una resonancia particular para el Pueblo de Dios en Angola.
Es un mensaje de esperanza para el Pueblo elegido en la lejanía de su destierro, una
invitación a volver a Jerusalén para reconstruir el Templo del Señor. La descripción
vibrante de la destrucción y la ruina causada por la guerra refleja la experiencia
personal de muchos en este País durante las terribles devastaciones de la guerra civil.
Qué verdad es el que la guerra puede destruir «todo lo que tiene valor» (cf. 2 Cr
36,19): familias, comunidades enteras, el fruto de la fatiga de los hombres, las esperanzas
que guían y alientan sus vidas y su trabajo. Esta experiencia es demasiado familiar
en el conjunto de África: el poder destructivo de la guerra civil, el caer en el torbellino
del odio y la venganza, el despilfarro de los esfuerzos de generaciones de gente de
bien. Cuando se descuida la Palabra del Señor – una Palabra que tiende a la edificación
de las personas, de las comunidades y de toda la familia humana –, y la Ley de Dios
es objeto de «burla, desprecio y escarnio» (cf. ibíd., v. 16), el resultado sólo puede
ser destrucción e injusticia, deshonra de nuestra común humanidad y traición de nuestra
vocación a ser hijos e hijas del Padre misericordioso, hermanos y hermanas de su Hijo
predilecto.
Nos confortan, pues, las palabras consoladoras
que hemos escuchado en la primera lectura. La llamada a volver y a reconstruir el
Templo de Dios tiene un significado particular para todos nosotros. San Pablo, de
cuyo nacimiento celebramos este año el bimilenario, nos dice que «somos santuario
del Dios vivo» (2 Co 6,16). Como sabemos, Dios habita en el corazón de los que ponen
su confianza en Cristo, han renacido en el Bautismo y se han convertido en templo
del Espíritu Santo. También ahora, en la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,
Dios nos llama a reconocer en nosotros la fuerza de su presencia, a acoger de nuevo
el don de su amor y su perdón, y a convertirnos en mensajeros de este amor misericordioso
en nuestras familias y comunidades, en la escuela, el trabajo y en cada sector de
la vida social y política.
Aquí en Angola, este
domingo ha sido declarado como día de oración y sacrificio por la reconciliación nacional.
El Evangelio nos enseña que la reconciliación – una verdadera reconciliación – sólo
puede ser fruto de una conversión, de una transformación del corazón, de un nuevo
modo de pensar. Nos enseña que sólo la fuerza del amor de Dios puede cambiar nuestros
corazones y hacernos triunfar sobre el poder del pecado y la división. Cuando estábamos
«muertos por nuestros pecados» (cf. Ef 2,5), su amor y su misericordia nos han ofrecido
la reconciliación y la vida nueva en Cristo. Éste es el núcleo de la enseñanza del
apóstol Pablo, y es importante para nosotros volver a traer a la memoria que sólo
la gracia de Dios puede crear en nosotros un corazón nuevo. Sólo su amor puede cambiar
nuestro «corazón de piedra» (Ez 11,19) y hacernos capaces de construir, en lugar de
demoler. Sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas.
He
venido a África precisamente para predicar este mensaje de perdón, de esperanza y
de una vida nueva en Cristo. Hace tres días, en Yaundé, he tenido la alegría de hacer
público el Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo
de los Obispos, que estará dedicada al tema: La Iglesia en África al servicio de la
reconciliación, la justicia y la paz. Hoy os pido que recéis, junto con nuestros hermanos
y hermanas de toda África, por esta intención: que todo cristiano en este gran Continente
sienta el toque saludable del amor misericordioso de Dios, y que la Iglesia en África
sea «gracias al testimonio ofrecido por sus hijos e hijas, lugar de auténtica reconciliación»
(Ecclesia in Africa, 79).
Queridos amigos, éste
es el mensaje que el Papa os dirige a vosotros y a vuestros hijos. Habéis recibido
del Espíritu Santo la fuerza de ser los constructores de un porvenir mejor para vuestro
querido País. En el Bautismo se os ha dado el Espíritu para ser heraldos del Reino
de Dios, reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia,
el amor y la paz (cf. Misal Romano, Jesucristo, Rey del universo, Prefacio). El día
de vuestro Bautismo habéis recibido la luz de Cristo. Sed fieles a este don, con la
certeza de que el Evangelio puede confirmar, purificar y ennoblecer los profundos
valores humanos que hay en vuestra cultura nativa y en vuestras tradiciones: familias
unidas, profundo sentido religioso, alegre celebración del don de la vida, estima
por la sabiduría de los ancianos y por las aspiraciones de los jóvenes. Y agradeced
también la luz de Cristo. Mostrad vuestro reconocimiento a quienes os la han traído:
generaciones y generaciones de misioneros que tanto han contribuido y siguen contribuyendo
al desarrollo humano y espiritual de este País. Agradeced el testimonio de tantos
padres y maestros cristianos, catequistas, sacerdotes, religiosas y religiosos, que
han sacrificado su propia vida para transmitiros este precioso tesoro. Asumid el reto
que representa este gran patrimonio. Tened presente que la Iglesia en Angola y en
toda África, tiene la tarea de ser ante el mundo un signo de esa unidad a la que,
a través de la fe en Cristo redentor, está llamada toda la familia humana.
En
el Evangelio de hoy hay palabras de Jesús que suscitan una cierta impresión: Él nos
dice que ya se ha dictado la sentencia de Dios sobre el mundo (cf. Jn 3,19ss). La
luz ha venido al mundo. Pero los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque
sus obras eran malas. Cuántas tinieblas hay en tantas partes del mundo. Las nubes
del mal han oscurecido trágicamente también África, incluida esta amada Nación de
Angola. Pensemos en el drama de la guerra, en las feroces consecuencias del tribalismo
y las rivalidades étnicas, en la codicia que corrompe el corazón del hombre, esclaviza
a los pobres y priva a las generaciones futuras de los recursos que necesitan para
crear una sociedad más solidaria y más justa, una sociedad real y auténticamente africana
en su genio y en sus valores. Y ¿qué decir de ese insidioso espíritu de egoísmo que
encierra a las personas en sí mismas, divide las familias y, suplantando los grandes
ideales de generosidad y abnegación, lleva inevitablemente al hedonismo, a la evasión
en falsas utopías mediante el uso de la droga, a la irresponsabilidad sexual, al debilitamiento
de la unión matrimonial, a la destrucción de las familias y la eliminación de vidas
humanas inocentes por el aborto?
Sin embargo, la
palabra de Dios es una palabra de esperanza sin límites. En efecto, «tanto amó Dios
al mundo que entregó a su Hijo único... para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
Dios nunca nos considera desahuciados. Él sigue invitándonos a levantar los ojos hacia
un futuro de esperanza y nos promete la fuerza para conseguirlo. Como dice San Pablo
en la segunda lectura de hoy, Dios nos ha creado en Cristo Jesús para vivir una vida
justa, una vida en que hagamos buenas obras según su voluntad (cf. Ef 2,10). Nos ha
dado sus mandamientos, no como una rémora, sino como un manantial de libertad: libertad
para ser hombres y mujeres llenos de sabiduría, maestros de justicia y paz, gente
que tiene confianza en los otros y busca su auténtico bien. Dios nos ha creado para
vivir en la luz y para ser luz del mundo que nos rodea. Esto es lo que Jesús nos dice
en el Evangelio de hoy: «El que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se
vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3,21).
«Vivid,
pues, conforme a la verdad». Irradiad la luz de la fe, la esperanza y el amor en vuestras
familias y comunidades. Sed testigos de la santa verdad que hace libres a los hombres
y las mujeres. Sabéis por una amarga experiencia que, tras la repentina furia destructora
del mal, el trabajo de reconstrucción es penosamente lento y duro. Requiere tiempo,
esfuerzo y perseverancia: debe comenzar en nuestros corazones, en los pequeños sacrificios
cotidianos necesarios para ser fieles a la ley de Dios, en los pequeños gestos mediante
los cuales demostramos amar a nuestros prójimos –todos ellos, sin distinción de raza,
etnia o lengua – con la disponibilidad de colaborar con ellos para construir juntos
sobre fundamentos duraderos. Haced que vuestras parroquias se conviertan en comunidades
donde la luz de la verdad de Dios y el poder del amor reconciliador de Cristo no solamente
se celebren, sino que también se manifiesten en obras concretas de caridad. No tengáis
miedo. Aunque esto signifique ser un «signo de contradicción» (Lc 2,34) frente a actitudes
duras y una mentalidad que considera a los otros como instrumentos para usar, en vez
de como hermanos y hermanas a los que amar, respetar y ayudar a lo largo del camino
de la libertad, la vida y la esperanza.
Permitidme
concluir con una palabra dirigida particularmente a los jóvenes de Angola y a todos
los jóvenes de África. Queridos jóvenes amigos, vosotros sois la esperanza del futuro
de vuestro País, la promesa de un mañana mejor. Comenzad a crecer desde hoy en vuestra
amistad con Jesús, que es «el camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14,6): una amistad
alimentada y profundizada por la oración humilde y perseverante. Buscad su voluntad
sobre vosotros, escuchando cotidianamente su palabra y dejando que su ley modele vuestra
vida y vuestras relaciones. De este modo os convertiréis en profetas sabios y generosos
del amor salvador de Dios; llegaréis a ser evangelizadores de vuestros propios compañeros,
llevándolos con vuestro ejemplo personal a que aprecien la belleza y la verdad del
Evangelio, y a encaminarse por la esperanza de un futuro plasmado por los valores
del Reino de Dios. La Iglesia necesita vuestro testimonio. No tengáis miedo de responder
generosamente a la llamada de Dios para servirlo, bien como sacerdotes, religiosas
o religiosos, bien como padres cristianos o en tantas otras formas de servicio que
la Iglesia os propone.
Queridos hermanos y hermanas,
al final de la primera lectura de hoy, Ciro, rey de Persia, inspirado por Dios, ordena
al Pueblo elegido que vuelva a su querida Patria y reconstruya el Templo del Señor.
Que estas palabras del Señor sean una llamada para todo el Pueblo de Dios en Angola
y en toda África del Sur: Levantaos, poneos en camino (cf. 2 Cr 36,23). Mirad al futuro
con esperanza, confiad en las promesas de Dios y vivid en su verdad. De este modo
construiréis algo destinado a permanecer, y dejaréis a las generaciones futuras una
herencia duradera de reconciliación, de justicia y de paz. Amén.