Benedicto XVI anima a los jóvenes angoleños, “fuerza dinámica del futuro”, a tomar
decisiones definitivas, porque “estas son las únicas que no destruyen la libertad”
Sábado, 21 mar (RV).- Benedicto XVI ha dado ánimos a los jóvenes angoleños, miles
de ellos “mutilados a consecuencia de la guerra y las minas” y les ha asegurado que
ellos son la fuerza dinámica del futuro. Este sábado, en su multitudinario encuentro
con los jóvenes en el estadio dos Coqueiros de Luanda, el Papa ha tenido constantes
palabras de ánimo para los jóvenes, consciente del mundo actual en el que viven, y
de sus dudas en la actual cultura individualista y hedonista. El Santo Padre ha dicho
a los jóvenes que no deben tener miedo de tomar decisiones definitivas, porque la
fuerza de encuentra dentro de ellos mismos, y “cuando el joven no se decide, corre
el riesgo de seguir siendo eternamente niño”.
¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones
definitivas, porque, en verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad,
sino que crean su correcta orientación, permitiendo avanzar y alcanzar algo grande
en la vida. Sin duda, la vida tiene un valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura,
la confianza de que el Señor nunca os dejará solos. Juventud angoleña, deja libre
dentro de ti al Espíritu Santo, a la fuerza de lo Alto. Confiando en esta fuerza,
como Jesús, arriésgate a dar este salto, por decirlo así, hacia lo definitivo y, con
él, da una posibilidad a la vida. Así se crearán entre vosotros islas, oasis y después
grandes espacios de cultura cristiana, donde se hará visible esa «ciudad santa, que
descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia». Ésta es la vida
que merece la pena vivir y que de corazón os deseo. Viva la juventud de Angola.
El
Santo Padre ha recomendado vivamente confiar en Dios, porque Él es el futuro, Él marca
la diferencia y nos hace diferentes, Él «enjugará las lágrimas de los ojos. Ya no
habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor». Y sin olvidar las lágrimas que muchos
de estos jóvenes han derramado por la pérdida de sus familiares durante la guerra,
el Papa ha asegurado comprender las dudas y “sombrías nubes que aún cubren el cielo
de vuestros mejores sueños”.
En este contexto, Benedicto XVI ha recordado a
los jóvenes como Jesús comenzó su ministerio entre el gran entusiasmo de la gente
y como éste poco a poco se fue apagando, hasta el punto de que muchos discípulos abandonaron
al Maestro, que predicaba, pero no transformaba el mundo. El Papa ha introducido con
este argumento la parábola del sembrador que esparce su semilla en el campo. Porque
en esa semilla está presente el futuro, porque la semilla lleva consigo el pan de
mañana, la vida del mañana. La semilla parece que no es casi nada, pero es la presencia
del futuro, es la promesa que ya hoy está presente.
“Vosotros sois una semilla
que Dios ha sembrado en la tierra, que encierra en su interior una fuerza de lo Alto,
la fuerza del Espíritu Santo. No obstante, para que la promesa de vida se convierta
en fruto, el único camino posible es dar la vida por amor, es morir por amor”. El
Señor se nos entrega y nosotros respondemos entregándonos a los otros por amor suyo.
Éste es el camino de la vida; pero se podrá recorrer sólo con un diálogo constante
con el Señor y en auténtico diálogo entre vosotros.
DISCURSO
COMPLETO
Queridos amigos
Habéis
venido muchos, representando a otros muchos más que están espiritualmente unidos a
vosotros, para encontrar al Sucesor de Pedro y proclamar conmigo ante todos la alegría
de creer en Cristo y renovar el compromiso de ser sus fieles discípulos en nuestro
tiempo. Un encuentro parecido tuvo lugar en esta misma ciudad el 7 de junio de 1992
con el amado Papa Juan Pablo II; con los rasgos un poco diferentes, pero con el mismo
amor en el corazón, aquí tenéis al actual Sucesor de Pedro, que os abraza a todos
en Cristo Jesús, que «es el mismo ayer, y hoy y siempre» (Hb 13,8).
Deseo,
ante todo, daros las gracias por esta fiesta que me ofrecéis, por la fiesta que sois
vosotros, por vuestra presencia y vuestro gozo. Dirijo un saludo afectuoso a los venerados
Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, así como a vuestros animadores. Os doy
las gracias de corazón y saludo a cuantos han preparado este encuentro y, en particular,
a la Comisión episcopal para la Juventud y las Vocaciones, con su Presidente, Mons.
Kanda Almeida, al que agradezco las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido.
Saludo a todos los jóvenes, católicos y no católicos, que buscan una respuesta a sus
problemas, algunos de los cuales han sido seguramente indicados por vuestros representantes,
cuyas palabras he escuchado con gratitud. Naturalmente, el abrazo a ellos, vale también
para todos vosotros.
Encontrarse con los jóvenes
hace bien a todos. Tal vez tengan muchos problemas, pero llevan consigo mucha esperanza,
mucho entusiasmo y deseos de volver a empezar. Jóvenes amigos, lleváis dentro de vosotros
mismos la dinámica del futuro. Os invito a mirarlo con los ojos del Apóstol Juan:
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… y también la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna
para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada
de Dios con los hombres”» (Ap 21,1-3). Queridísimos amigos, Dios marca la diferencia.
Así ha sido desde la intimidad serena entre Dios y la pareja humana en el jardín del
Edén, pasando por la gloria divina que irradiaba en la Tienda del Encuentro en medio
del pueblo de Israel durante la travesía del desierto, hasta la encarnación del Hijo
de Dios, que se unió indisolublemente al hombre en Jesucristo. Este mismo Jesús retoma
la travesía del desierto humano pasando por la muerte para llegar a la resurrección,
llevando consigo a toda la humanidad a Dios. Ahora, Jesús ya no está encerrado en
un espacio y tiempo determinado, sino que su Espíritu, el Espíritu Santo, brota de
Él y entra en nuestros corazones, uniéndonos así a Jesús mismo y, con Él, al Padre,
al Dios uno y trino.
Queridos amigos, Dios ciertamente
marca la diferencia… Más aún, Dios nos hace diferentes, nos renueva. Ésta es la promesa
que nos hizo Él mismo: «Ahora hago el universo nuevo» (Ap 21,5). Y es verdad. Lo afirma
el Apóstol San Pablo: «El que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado,
lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió
consigo» (2 Co 5,17-18). Al subir al cielo y entrar en la eternidad, Jesucristo ha
sido constituido Señor de todos los tiempos. Por eso, Él se hace nuestro compañero
en el presente y lleva el libro de nuestros días en su mano: con ella asegura firmemente
el pasado, con el origen y los fundamentos de nuestro ser; en ella custodia con esmero
el futuro, dejándonos vislumbrar el alba más bella de toda nuestra vida que de Él
irradia, es decir, la resurrección en Dios. El futuro de la humanidad nueva es Dios;
una primera anticipación de ello es precisamente su Iglesia. Cuando os sea posible,
leed atentamente la historia: os podréis dar cuenta de que la Iglesia, con el pasar
de los años, no envejece; antes bien, se hace cada vez más joven, porque camina al
encuentro del Señor, acercándose más cada día a la única y verdadera fuente de la
que mana la juventud, la regeneración y la fuerza de la vida.
Amigos
que me escucháis, el futuro es Dios. Como hemos oído hace poco, Él «enjugará las lágrimas
de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo
ha pasado» (Ap 21,4). Pero, mientras tanto, veo ahora aquí algunos jóvenes angoleños
– pero son miles – mutilados a consecuencia de la guerra y de las minas, pienso en
tantas lágrimas que muchos de vosotros habéis derramado por la pérdida de vuestros
familiares, y no es difícil imaginar las sombrías nubes que aún cubren el cielo de
vuestros mejores sueños... Leo en vuestro corazón una duda que me planteáis: «Esto
es lo que tenemos. Lo que nos dices, no lo vemos. La promesa tiene la garantía divina
– y nosotros creemos en ella – pero ¿cuándo se alzará Dios para renovar todas las
cosas?». Jesús responde lo mismo que a sus discípulos: «No perdáis la calma: creed
en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy
a prepararos sitio» (Jn 14,1-2). Pero, vosotros, queridos jóvenes, insistís: «De acuerdo.
Pero, ¿cuándo sucederá esto?». A una pregunta parecida de los Apóstoles, Jesús respondió:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido
con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1,7-8). Fijaos que Jesús
no nos deja sin respuesta; nos dice claramente una cosa: la renovación comienza dentro;
se os dará una fuerza de lo Alto. La fuerza dinámica del futuro está dentro de vosotros.
Está
dentro..., pero ¿cómo? Como la vida está oculta en la semilla: así lo explicó Jesús
en un momento crítico de su ministerio. Éste comenzó con gran entusiasmo, pues la
gente veía que se curaba a los enfermos, se expulsaba a los demonios y se proclamaba
el Evangelio; pero, por lo demás, el mundo seguía como antes: los romanos dominaban
todavía, la vida era difícil en el día a día, a pesar de estos signos y de estas bellas
palabras. El entusiasmo se fue apagando, hasta el punto de que muchos discípulos abandonaron
al Maestro (cf. Jn 6,66), que predicaba, pero no transformaba el mundo. Y todos se
preguntaban: En fondo, ¿qué valor tiene este mensaje? ¿Qué aporta este Profeta de
Dios? Entonces, Jesús habló de un sembrador, que esparce su semilla en el campo del
mundo, explicando después que la semilla es su Palabra (cf. Mc 4,3-20) y son sus curaciones:
ciertamente poco, si se compara con las enormes carencias y dificultades de la realidad
cotidiana. Y, sin embargo, en la semilla está presente el futuro, porque la semilla
lleva consigo el pan del mañana, la vida del mañana. La semilla parece que no es casi
nada, pero es la presencia del futuro, es la promesa que ya hoy está presente; cuando
cae en tierra buena da una cosecha del treinta, el sesenta y hasta el ciento por uno.
Amigos
míos, vosotros sois una semilla que Dios ha sembrado en la tierra, que encierra en
su interior una fuerza de lo Alto, la fuerza del Espíritu Santo. No obstante, para
que la promesa de vida se convierta en fruto, el único camino posible es dar la vida
por amor, es morir por amor. Lo dijo Jesús mismo: «Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí
mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para
la vida eterna» (Jn 12,24-25). Así habló y así hizo Jesús: su crucifixión parece un
fracaso total, pero no lo es. Jesús, en virtud «del Espíritu eterno, se ha ofrecido
a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14). De este modo, cayendo en tierra, pudo
dar fruto en todo tiempo y a lo largo de todos los tiempos. En medio de vosotros tenéis
el nuevo Pan, el Pan de la vida futura, la Santa Eucaristía que nos alimenta y hace
brotar la vida trinitaria en el corazón de los hombres.
Jóvenes
amigos, semillas con la fuerza del mismo Espíritu Eterno, que han germinado al calor
de la Eucaristía, en la que se realiza el testamento del Señor. Él se nos entrega
y nosotros respondemos entregándonos a los otros por amor suyo. Éste es el camino
de la vida; pero se podrá recorrer sólo con un diálogo constante con el Señor y en
auténtico diálogo entre vosotros. La cultura social predominante no os ayuda a vivir
la Palabra de Jesús, ni tampoco el don de vosotros mismos, al que Él os invita según
el designio del Padre. Queridísimos amigos, la fuerza se encuentra dentro de vosotros,
como estaba en Jesús, que decía: «El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las
obras... El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores.
Porque yo me voy al Padre» (Jn 14,10.12). Por eso, no tengáis miedo de tomar decisiones
definitivas. Generosidad no os falta, lo sé. Pero frente al riesgo de comprometerse
de por vida, tanto en el matrimonio como en una vida de especial consagración, sentís
miedo: «El mundo vive en continuo movimiento y la vida está llena de posibilidades.
¿Podré disponer en este momento por completo de mi vida sin saber los imprevistos
que me esperan? ¿No será que yo, con una decisión definitiva, me juego mi libertad
y me ato con mis propias manos?» Éstas son las dudas que os asaltan y que la actual
cultura individualista y hedonista exaspera. Pero cuando el joven no se decide, corre
el riesgo de seguir siendo eternamente niño.
Yo
os digo: ¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en verdad, éstas
son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su correcta orientación,
permitiendo avanzar y alcanzar algo grande en la vida. Sin duda, la vida tiene un
valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura, la confianza de que el Señor nunca
os dejará solos. Juventud angoleña, deja libre dentro de ti al Espíritu Santo, a la
fuerza de lo Alto. Confiando en esta fuerza, como Jesús, arriésgate a dar este salto,
por decirlo así, hacia lo definitivo y, con él, da una posibilidad a la vida. Así
se crearán entre vosotros islas, oasis y después grandes espacios de cultura cristiana,
donde se hará visible esa «ciudad santa, que descendía del cielo, enviada por Dios,
arreglada como una novia». Ésta es la vida que merece la pena vivir y que de corazón
os deseo. Viva la juventud de Angola.