Camerún: el Papa pide a los obispos que prediquen con el ejemplo, que defiendan a
las familias y la indisolubilidad del matrimonio y que la alegría de las celebraciones
religiosas no sea obstáculo, sino medio para entrar en diálogo y comunión con Dios
Miércoles, 18 mar (RV).- Este miércoles, segundo día del viaje apostólico de Benedicto
XVI a Camerún y Angola, el Papa inició la jornada temprano por la mañana celebrando
la misa en privado en la Capilla de la Nunciatura Apostólica, lugar donde aloja…
El Papa se trasladó luego al “Palais de l’Unité”, la casa de gobierno, para una visita
de cortesía al presidente de la República de Camerún, Paul Biya, con quien departió
durante unos minutos. El Santo Padre regaló a Biya un mosaico de San Pablo, inspirado
en un fresco del siglo XVI que se conserva en la basílica de San Pablo Extramuros
de Roma.
El Pontífice acudió al encuentro con el presidente acompañado por
secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Tarcisio Bertone, quien además
se reunió con el primer ministro camerunés. Desde el Palacio de la Unidad, el Papa
se trasladó a la iglesia de Cristo Rey, en Tsinga, donde se reunió con los 30 obispos
del país, encabezados por el arzobispo de Yaundé y presidente de la conferencia episcopal
del país, Simon Victor Tonye Bakot.
Allí, el Pontífice empezó recordándoles
que esta es la tercera vez que el País acoge al Sucesor de Pedro... El Papa volvió
a mencionar el motivo de su viaje: una ocasión para encontrar a los pueblos del amado
continente africano, y también para entregar a los Presidentes de las Conferencias
episcopales el Instrumentum laboris de la segunda Asamblea Especial del Sínodo de
los Obispos para África.
En este año consagrado a san Pablo, es particularmente
oportuno recordar la urgente necesidad de anunciar el Evangelio a todos. Este mandato,
que la Iglesia ha recibido de Cristo –dijo el Papa a los prelados- sigue siendo una
prioridad, por que aun son numerosas las personas que esperan el mensaje de esperanza
y de amor que les permitirá «conocer la libertad, la gloria de los hijos de Dios»
(Rm 8, 21).
Por tanto con vosotros, queridos hermanos, vuestras comunidades
diocesanas han sido enviadas para testimoniar el Evangelio. El Concilio Vaticano II
ha recordado que « la actividad misionera se enraíza profundamente a la natura misma
de la Iglesia » (Ad gentes, n. 6), observó Benedicto XVI.
Para guiar y estimular
al Pueblo de Dios en esta tarea, los Pastores deben ser ellos mismos anunciadores
de la fe para conducir a Cristo nuevos discípulos. El anuncio del Evangelio pertenece
al Obispo que, como san Pablo, puede proclamar: « Anunciar la Buena Noticia no es
para mi motivo de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de
mí si no anuncio la Buena Noticia! » (1 Co 9, 16). Para confirmar y purificar su fe,
los fieles necesitan de la palabra de su Obispo, que es el catequista por excelencia.
Más
adelante el Papa observó que una efectiva colaboración entre las diócesis, no puede
más que favorecer las relaciones de fraterna solidaridad fraterna con las Iglesias
diocesanas más pobres a fin de que el anuncio del Evangelio no sufra de la falta de
ministros.
El Obispo y sus sacerdotes están llamados a mantener relaciones
de particular comunión, fundadas sobre su especial participación al único sacerdocio
de Cristo. La calidad de los lazos con los sacerdotes que son vuestros principales
e irrenunciables colaboradores, es de fundamental importancia. Viendo en su Obispo
un padre y un hermano que los ama, que los escucha y estimula en las pruebas, que
da una atención privilegiada a su bienestar humano y material, son alentados a hacerse
cargo plenamente de su ministerio de manera digno y eficaz.
Mencionando
los orígenes de la fe cristiana en Camerún, el Papa observó que religiosos y religiosas
han dado una contribución fundamental a la vida de la Iglesia. En efecto, la profesión
de los consejos evangélicos es come « una señal que puede y debe atraer con eficacia
a los miembros de la Iglesia a cumplir con generosidad los deberes de la vocación
cristiana » (Lumen gentium, n. 44).
El Papa pidió a los obispos africanos
que prediquen dando ejemplo, para que no haya diferencia entre lo que enseñan y como
viven, que defiendan a las familias y se opongan al divorcio, y que las exuberantes
y alegres celebraciones religiosas africanas no distorsionen la liturgia católica.
Benedicto XVI resaltó la importancia de la liturgia en las manifestaciones de la comunidad
católica africana. "Estas celebraciones son festivas y alegres, pero es esencial que
las mismas no sean un obstáculo, sino un medio, para entrar en diálogo y comunión
con Dios", afirmó el Papa, que insistió en la necesidad de que las celebraciones sean
"dignas". Con esas palabras, el Papa expresó su preocupación por la rica religiosidad
africana, que muchas veces incluye en las ceremonias ritos procedentes de la tradición
tribal y los sobrepone a la liturgia católica.
El Papa insistió en la defensa
de la familia y reiteró la indisolubilidad del matrimonio. "Las dificultades debidas
al impacto de la modernidad y de la secularización con la sociedad tradicional obligan
a preservar con determinación los valores tradicionales de la familia africana. Tenéis
que comprometeros a favorecer la dignidad y el papel del matrimonio, que exige amor
indisoluble y estable", manifestó.
DISCURSO COMPLETO
Señor
Cardenal, Queridos Hermanos en el Episcopado
Es
una gran alegría para mí este encuentro con los Pastores de la Iglesia católica en
Camerún. Agradezco al Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, Mons. Simon-Victor
Tonyé Bakot, Arzobispo de Yaundé, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro
nombre. Es la tercera vez que vuestro País acoge al Sucesor de Pedro y, como sabéis,
el motivo de mi viaje es ante todo tener una ocasión para encontrarme con los pueblos
del querido Continente africano, y también para entregar a los Presidentes de las
Conferencias Episcopales el Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial del
Sínodo de los Obispos para África. Esta mañana, por medio de vosotros, quisiera saludar
afectuosamente a todos los fieles encomendados a vuestros cuidados pastorales. Que
la gracia y la paz del Señor Jesús sea con todos vosotros, con todas las familias
de vuestro grande y hermoso País, con los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas
y cuantos están comprometidos con vosotros en el anuncio del Evangelio. En este año dedicado a San Pablo, es particularmente oportuno recordar
la necesidad urgente de anunciar el Evangelio a todos. Este mandato, que la Iglesia
ha recibido de Cristo, sigue siendo una prioridad, porque todavía hay muchas personas
aguardando el mensaje de esperanza y de amor que les permita «entrar en la libertad
gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Con vosotros, pues, queridos Hermanos, también
vuestras comunidades están llamadas a dar testimonio del Evangelio. El Concilio Vaticano
II recordó con énfasis que «la actividad misionera dimana íntimamente de la naturaleza
misma de la Iglesia» (Ad gentes, n. 6). Para guiar y alentar al Pueblo de Dios en
esta tarea, los Pastores, ante todo, deben ser ellos mismos predicadores de la fe
para llevar a Cristo nuevos discípulos. Anunciar el Evangelio es propio del Obispo,
quien, como San Pablo, puede decir también: «El hecho de predicar no es para mí motivo
de soberbia. No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co
9,16). Los fieles necesitan la palabra de su Obispo, que es el catequista por excelencia,
para confirmar y purificar su fe.
Para cumplir esta
misión de evangelización y responder a los numerosos desafíos de la vida del mundo
de hoy, es indispensable, más allá de las reuniones institucionales, en sí mismas
necesarias, una profunda comunión que una a los Pastores de la Iglesia entre sí. La
calidad de los trabajos de vuestra Conferencia Episcopal, que reflejan la vida de
la Iglesia y la sociedad en Camerún, os permiten buscar juntos respuestas a los múltiples
retos que la Iglesia debe afrontar, ofreciendo directrices comunes mediante vuestras
cartas pastorales para ayudar a los fieles en su vida eclesial y social. La honda
conciencia de la dimensión colegial de vuestro ministerio os debe impulsar a realizar
entre vosotros diversos gestos de hermandad sacramental, que van desde la acogida
y estima mutua hasta las diferentes iniciativas de caridad y colaboración concreta
(cf. Pastores gregis, n. 59). Una cooperación efectiva entre las diócesis, particularmente
para una mejor distribución de los sacerdotes en vuestro País, favorecerá las relaciones
de solidaridad fraterna con las Iglesias diocesanas más necesitadas, de modo que el
anuncio del Evangelio no se resienta por la falta de ministros. Esta solidaridad apostólica
ha de extenderse con generosidad a las necesidades de otras Iglesias particulares,
especialmente de las de vuestro Continente. Así se mostrará claramente que vuestras
comunidades cristianas, a ejemplo de las que os han traído el mensaje del Evangelio,
son también una Iglesia misionera.
Queridos Hermanos
en el Episcopado, el Obispo y sus sacerdotes están llamados a mantener estrechas relaciones
de comunión, fundadas en su especial participación en el único sacerdocio de Cristo,
aunque en grado diferente. También es de capital importancia una relación de calidad
con los sacerdotes, que son vuestros principales e irrenunciables colaboradores. Al
ver en su Obispo un padre y un hermano que los ama, los escucha y conforta en las
pruebas, que presta una atención especial a su bienestar humano y material, se verán
alentados a hacerse cargo plenamente de su ministerio de manera digna y eficaz. El
ejemplo y la palabra de su Obispo es para ellos una valiosa ayuda para dar un espacio
central en su ministerio a su vida espiritual y sacramental, animándoles a vivir y
descubrir cada vez más profundamente que lo específico del pastor es ser ante todo
una persona de oración, y que la vida espiritual y sacramental es una riqueza extraordinaria,
que se nos da para nosotros mismos y para el bien del pueblo que se nos ha encomendado.
Os invito, en fin, a poner una atención especial a la fidelidad de los sacerdotes
y personas consagradas a los compromisos contraídos con su ordenación o entrada en
la vida religiosa, para que perseveren en su vocación, con vistas a una mayor santidad
de la Iglesia y la gloria de Dios. La autenticidad de su testimonio exige que no haya
diferencia alguna entre lo que enseñan y lo que viven cotidianamente.
En
vuestras diócesis, muchos jóvenes se presentan como candidatos al sacerdocio. Hemos
de dar gracias al Señor por ello. Lo esencial es que se haga un discernimiento serio.
Para eso, os animo, no obstante las dificultades organizativas en el plano pastoral
que pudieran surgir, a dar prioridad a la selección y preparación de formadores y
directores espirituales. Éstos han de tener un conocimiento personal y profundo de
los candidatos al sacerdocio y ser capaces de asegurar una formación humana, espiritual
y pastoral sólida, que haga de ellos hombres maduros y equilibrados, bien preparados
para la vida sacerdotal. Vuestro constante apoyo fraterno ayudará a los formadores
a desempeñar su tarea con amor por la Iglesia y su misión.
Desde
los orígenes de la fe cristiana en Camerún, los religiosos y religiosas han dado una
contribución fundamental a la vida de la Iglesia. Doy gracias a Dios con vosotros
y me alegro del desarrollo de la vida consagrada entre los hijos e hijas de vuestro
País, que ha permitido también manifestar los carismas propios de África en las comunidades
nacidas en vuestro País. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos es como
«un signo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a
realizar con decisión las tareas de su vocación cristiana» (Lumen gentium, 44).
En
vuestro ministerio de anunciar el Evangelio os ayudan también otros agentes de pastoral,
especialmente los catequistas. En la evangelización de vuestro País han tenido y desempeñan
todavía un papel determinante. Les agradezco su generosidad y fidelidad en el servicio
a la Iglesia. Por medio de ellos se lleva a cabo una auténtica inculturación de la
fe. Por tanto, su formación humana, espiritual y doctrinal es esencial. El apoyo material,
moral y espiritual que los Pastores les ofrecen para cumplir su misión en buenas condiciones
de vida y de trabajo, es también para ellos una expresión del reconocimiento por parte
de la Iglesia de la importancia de su compromiso en el anuncio y el desarrollo de
la fe.
Entre los muchos retos que encontráis en
vuestra responsabilidad como Pastores, os preocupa particularmente la situación de
la familia. Las dificultades, debidas de manera especial al impacto de la modernidad
y la secularización en la sociedad tradicional, os impulsan a preservar con determinación
los valores fundamentales de la familia africana, haciendo de su evangelización de
manera profunda una de las principales prioridades. Al promover la pastoral familiar,
os comprometéis a favorecer una mejor comprensión de la naturaleza, la dignidad y
el papel del matrimonio, que supone un amor indisoluble y estable.
La
liturgia ocupa un lugar importante en la expresión de la fe de vuestras comunidades.
Por lo general, estas celebraciones eclesiales son festivas y alegres, manifestando
el fervor de los fieles, felices de estar juntos, como Iglesia, para alabar al Señor.
Es esencial, por tanto, que la alegría demostrada no sea un obstáculo, sino un medio,
para entrar en diálogo y comunión con Dios a través de una verdadera interiorización
de las estructuras y las palabras que componen la liturgia, con el fin de que ésta
refleje realmente lo que sucede en el corazón de los creyentes, en una unión real
con todos los participantes. Un signo elocuente de ello es la dignidad de las celebraciones,
sobre todo cuando tienen lugar con gran afluencia de participantes.
El
desarrollo de las sectas y movimientos esotéricos, así como la creciente influencia
de una religiosidad supersticiosa y del relativismo, son una invitación apremiante
a dar un renovado impulso a la formación de jóvenes y adultos, especialmente en el
ámbito universitario e intelectual. A este respecto, quisiera felicitar y alentar
los esfuerzos del Instituto Católico de Yaundé, y de todas las instituciones eclesiásticas
cuya misión es hacer accesible y comprensible a todos la Palabra de Dios y las enseñanzas
de la Iglesia. Me alegra saber que son cada vez más en vuestro País los fieles comprometidos
en la vida de la Iglesia y la sociedad. Las numerosas asociaciones de laicos que florecen
en vuestras diócesis, son signo de la acción del Espíritu en el corazón de los fieles
y contribuyen a un renovado anuncio del Evangelio. Me complace destacar y alentar
la participación activa de las asociaciones femeninas en diferentes sectores de la
misión de la Iglesia, demostrando así una toma de conciencia real de la dignidad de
la mujer y de su vocación específica en la comunidad eclesial y en la sociedad. Doy
gracias a Dios por la voluntad que muestran los laicos en vuestras comunidades de
contribuir al futuro de la Iglesia y al anuncio del Evangelio. Por los sacramentos
de la iniciación cristiana y los dones del Espíritu Santo, tienen la capacidad y el
compromiso de anunciar el Evangelio, sirviendo a la persona y a la sociedad. Os animo
encarecidamente a perseverar en vuestros esfuerzos por ofrecerles una sólida formación
cristiana que les permita «desarrollar plenamente su papel de animación cristiana
del orden temporal (político, cultural, económico, social), que es compromiso característico
de la vocación secular del laicado» (Ecclesia in Africa, n. 75).
En
el contexto de la globalización que bien conocemos, la Iglesia tiene un interés particular
por los más necesitados. La misión del Obispo le lleva a ser el principal defensor
de los derechos de los pobres, a favorecer y promover el ejercicio de la caridad,
que es una manifestación del amor del Señor por los pequeños. De esta manera, se ayuda
a los fieles a comprender concretamente que la Iglesia es una verdadera familia de
Dios, reunida en amor fraterno, lo cual excluye todo tipo de etnocentrismo y particularismo
excesivo, y contribuye a la reconciliación y la colaboración entre los grupos étnicos
para el bien de todos. Por otra parte, la Iglesia, mediante su doctrina social, quiere
despertar la esperanza en el corazón de los excluidos. Y es también un deber de los
cristianos, especialmente de los laicos que tienen responsabilidades sociales, económicas
o políticas, dejarse guiar por la doctrina social de la Iglesia, con el fin de contribuir
a la construcción de un mundo más justo, en el que todos puedan vivir dignamente. Señor Cardenal, queridos Hermanos en el Episcopado, al término de nuestro
encuentro, quisiera manifestar una vez más mi alegría por estar en vuestro País y
encontrar al pueblo camerunés. Os agradezco vuestra calurosa bienvenida, signo de
la generosa hospitalidad africana. Que la Virgen María, Nuestra Señora de África,
vele por todas vuestras comunidades diocesanas. A Ella confío a todo el pueblo de
Camerún, y os imparto de corazón una afectuosa Bendición Apostólica, que hago extensiva
a los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y a todos los fieles de vuestras
diócesis.