En el corazón del año pastoral, el Santo Padre celebra el tradicional encuentro en
el Vaticano con los párrocos y los sacerdotes de la diócesis de Roma al inicio del
tiempo cuaresmal
Jueves, 26 feb (RV).- El Santo Padre Benedicto XVI dio su cordial bienvenida a los
párrocos y sacerdotes de su diócesis. Y lo hizo agradeciendo, en primer lugar, las
palabras del cardenal vicario Agostino Vallini, quien presentó al Pontífice los saludos
devotos y filiales del Vicegerente de la diócesis; de los obispos auxiliares, así
como de los párrocos y sacerdotes del Vicariato y de los Seminarios; junto a los
colaboradores en los diversos ministerios y servicios pastorales y de los diáconos
permanentes, reunidos en este tradicional y esperado encuentro con el Sucesor de Pedro,
al inicio de la Cuaresma.
El cardenal Vallini agradeció a Benedicto XVI esta
audiencia que tiene un carácter peculiar; en que les es dado experimentar la alegría
de un encuentro que el vicario del Papa para la diócesis de Roma definió “de familia”,
entre el Padre y los hijos, entre el Obispo y sus sacerdotes. Porque como dijo textualmente
el purpurado: “A nosotros, sacerdotes romanos, esta mañana se nos concede vivir esa
experiencia que hicieron los discípulos, de la que habla el evangelista Marcos: “Los
apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían
enseñado. Él, entonces, les dice: ‘Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario,
para descansar un poco’ (Mc 6, 30-31)”.
Y añadió que en el corazón del año
pastoral, mientras experimentan la alegría de gastarse generosamente cada día por
el anuncio del Evangelio y el crecimiento de las comunidades eclesiales que les han
sido encomendadas en esta ciudad de Roma, también advierten el peso y las dificultades
del ministerio, que a veces –por tantas razones– puede parecer poco fructuoso. Por
eso, dijo el cardenal Vicario, encontramos a Pedro, la roca, “el principio y el fundamento
perpetuo y visible de la unidad de la fe y de la comunión” (L.G., 18) y en su rostro
descubren los rasgos del rostro de Cristo, el buen pastor, que nos acoge.