El cardenal de Génova exhorta a no callar ante el “injusto destino” de Eluana
Sábado, 7 feb (RV).- “No perdamos la ocasión para reafirmar de manera más convencida
y coral el sí a la vida; para dar, como sociedad, un paso decisivo y ejemplar en el
camino del humanismo real y no de palabrería. Por esto no podemos callar”. Así lo
afirma en un editorial, ante el caso de Eluana Englaro, y que publica el periódico
de los obispos italianos el cardenal arzobispo de Génova Ángelo Bagnasco y presidente
de la Conferencia Episcopal Italiana.
El cardenal arzobispo de Génova Ángelo
Bagnasco presidente de la Conferencia Episcopal Italiana ante el caso de Eluana Englaro
ha escrito hoy en el periódico de los obispos italianos Avvenire un editorial que
titula “Más oscuridad en nosotros y la vida mas insidiada”: Un artículo que, comentando
esta tragedia, acaba diciendo “no podemos callar”. Eluana ha comenzado el camino forzado
hacia la muerte porque inicuamente está siendo privada de alientos y agua. Si no aparecen
nuevos hechos esté será su injusto destino.
Si bien, muchos reconocen que
está en estado vegetativo persistente, esta joven mujer no está conectada a ninguna
máquina, respira libremente. Por lo tanto no hay que desconectar ninguna máquina,
como se intenta hacer creer. Pero para vivir necesita, como todos ser alimentada,
y en su caso ayudada, no pudiendo hacerlo sola. Pero existe otra máquina destinada
a acuciar nuestra sociedad. Y no sólo entre los creyentes o dentro de las que comparten
la misma sensibilidad cultural, sino en correspondencia con una pregunta que no puede
ser censurada: ¿Cómo es posible hacer morir a una persona en nombre de una sentencia?
¿Cómo
se puede tolerar en la mentalidad común, que pase una pretensión como necesidad, es
decir, el derecho a morir, en lugar de sostener y garantizar incluso en las situaciones
extremas, el derecho a la vida? Ante esta situación hay que hablar de eutanasia, que
es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución indigna del hombre, como
ha recordado recientemente Benedicto XVI, quien añadió que la verdadera respuesta
no puede ser la de hacer morir aunque sea por medio de la “dulce muerte”, sino dar
testimonio del amor, que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de manera humana.
Verdaderamente,
dice el purpurado italiano, una pregunta aborda nuestra conciencia: ¿no dar alimento
y agua a una persona, cómo se puede llamar, sino homicidio? Ante el drama de la vida
débil o herida, la única respuesta razonable y humana que traduce el tormento interior
que a todos nos afecta es el de las religiosas de Lecco. Durante 15 años estas religiosas
han acogido con amor a Eluana atendiéndola día y noche y manifestando hasta el final
el deseo de generarla cada día con el amor. De esta manera han mostrado, no con palabras,
cómo se actúa ante lo imprevisible del dolor y cómo se actúa ante la indisponibilidad
de la vida. Una luz se esta apagando, la luz de una vida. E Italia esta más oscura.
Un gran vacío sobrevuela, destinado a crecer en los días que se van a suceder.
Y no sólo porque Eluana no estará ya más entre nosotros, sino porque la cultura hegemónica
una vez más habrá negado la realidad de la limitación, la realidad del dolor que la
razón -incluso buscando aliviarlo- lo ha considerado siempre parte de la vida misma.
La realidad del sufrimiento que la fe no exalta en sí, pero que en la cruz de Cristo
se ilumina de significado y de valor. Se percibe la sensación de que la confianza
recíproca falle porque de hecho ha fallado el favorecer la vida, que desde siempre
es la base de las relaciones interpersonales.
Una palabra grave de preocupación
la debemos decir todavía acerca de la concatenación de circunstancias que van produciendo
un éxito inaceptable como éste. Este doloroso asunto que ve en el centro una persona
que todos sentimos nuestra, nos ha dejado más inseguros. No perdamos la ocasión para
reafirmar de manera más convencida y coral el sí a la vida; para dar, como sociedad,
un paso decisivo y ejemplar en el camino del humanismo real y no de palabrería. Por
esto no podemos callar.