Al recibir a los dirigentes y agentes de la Inspectoría de la Seguridad Pública ante
el Vaticano el Papa afirma que, ante las sombras que se perfilan en el horizonte,
hay que mantener siempre encendida la llama de la esperanza, que para los cristianos,
“es Cristo”
Jueves, 15 ene (RV).- A mediodía, en la Sala Clementina, el Pontífice recibió a un
centenar de dirigentes y agentes de la Inspectoría de la Seguridad Pública ante el
Vaticano, para el tradicional intercambio de felicitaciones con motivo del inicio
del año nuevo.
Al dar su cordial bienvenida a quienes llamó “queridos amigos
de la Inspectoría de la Seguridad Pública ante el Vaticano”, el Santo Padre comenzó
afirmando que acaba de iniciar el año nuevo, por lo que es para él un placer poder
celebrar, una vez más, un encuentro con ellos y formular a cada uno sus fervientes
felicitaciones. Felicitaciones que el Papa extendió a sus familias y demás seres queridos.
Además, Benedicto XVI destacó que el carácter familiar de este encuentro tradicional,
tan querido para él, le ofrecía la oportunidad de dirigirles un saludo personal, y
expresarles su más vivo y grato aprecio por el trabajo que realizan cotidianamente,
con reconocida profesionalidad y gran entrega. Y aprovechó la oportunidad para saludar
con afecto a quienes el Estado italiano destina para realizar un servicio especial
de policía y vigilancia, ligado a su misión de Pastor de la Iglesia universal.
El
saludo del Obispo de Roma, junto a sus felicitaciones, fueron ante todo para el Dr.
Giulio Callini, nombrado desde hace poco Dirigente General, a quien agradeció las
palabras con las que interpretó los sentimientos comunes; así como al Prefecto Salvatore
Festa. Con igual afecto, el Pontífice saludó a los demás componentes de la Inspectoría
de la Seguridad Pública ante el Vaticano que no pudieron estar presentes en esta audiencia.
Y extendió su deferente saludo al Jefe de la Policía, el Prefecto Antonio Manganelli;
al Vice-Jefe, Prefecto Francesco Cirillo; al Jefe de Roma, Dr. Giuseppe Caruso y a
los demás dirigentes y funcionarios de la Policía del Estado por su significativa
presencia.
Tras recordar que en sus funciones de cardenal, solía encontrarse
siempre con algunos de ellos mientras cruzaba la plaza de san Pedro, el Papa, considerando
el trabajo que realizan, dirigió su pensamiento a los sacrificios que su servicio
comporta. Sacrificios que –dijo- “debéis hacer, pero que también vuestros familiares
están llamados a compartir a causa de los turnos que requiere la vigilancia continua
de los lugares adyacentes a la Plaza de San Pedro y al Vaticano”. Por esta razón,
Benedicto XVI les dijo que quería incluir en su agradecimiento también a sus familias,
especialmente para quienes se han casado hace poco o están a punto de dar este paso.
“A todos y a cada uno –añadió- os aseguro un cordial recuerdo en la oración”.
Considerando
que cuando inicia un nuevo año tenemos tantas expectativas y esperanzas, el Papa les
dijo que no podemos escondernos que en el horizonte se perfilan también no pocas sombras
que preocupan a la humanidad. Sin embargo, Benedicto XVI les dijo que no debemos desanimarnos,
sino que, al contrario, debemos mantener siempre encendida en nosotros la llama de
la esperanza. Porque como dijo el Papa, “para nosotros, los cristianos, la verdadera
esperanza es Cristo, don del Padre a la humanidad”. Y añadió que este anuncio es
“para todos los hombres”; puesto que se encuentra en el corazón del mensaje evangélico.
“Para todos –en efecto dijo el Pontífice- Jesús ha nacido, ha muerto y ha resucitado.
Y la Iglesia lo sigue proclamando hoy a la entera humanidad, para que cada persona
y cada situación humana pueda experimentar el poder de la gracia salvadora de Dios,
que es capaz de transformar el mal en bien. “Sólo Cristo –añadió el Papa- puede renovar
el corazón del hombre y transformarlo en un oasis de paz; sólo Cristo puede ayudarnos
a construir un mundo en el que reine la justicia y el amor”.
El Santo Padre
se despidió de estos queridos amigos renovándoles sus más cordiales felicitaciones
para este año nuevo, asegurándoles su cercanía espiritual e impartiéndoles a cada
uno de ellos una especial bendición apostólica, que extendió con afecto a sus familiares
y seres queridos.