Ante la gran crisis social y económica, el odio y la violencia, y la pretensión del
hombre de erguirse como dios de sí mismo, Benedicto XVI recuerda en su homilía que
Cristo es la luz del mundo que nada puede oscurecer
Martes, 6 ene (RV).- «Es el amor divino, encarnado en Cristo, la ley fundamental y
universal de la creación. No en sentido poético sino real», ha recordado Benedicto
XVI presidiendo la celebración de la Santa Misa en la basílica vaticana, en esta solemnidad
de la Epifanía. ‘Manifestación’ de Nuestro Señor Jesucristo, que es misterio multiforme.
Tras hacer hincapié en que «en el Jesús terrenal se encuentra el culmen de
la creación y de la historia», el Papa ha reiterado que «en Cristo resucitado se va
más allá. El pasaje, a través de la muerte, a la vida eterna anticipa el punto de
‘recapitulación’ de todo en Cristo. Y, como afirma el mismo Jesús apareciéndose a
sus discípulos después de la resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra’» (Mt 28,18).
«Esta certeza sostiene el camino de la Iglesia,
Cuerpo de Cristo, a lo largo de los senderos de la historia», ha enfatizado Benedicto
XVI, refiriéndose, en particular, al momento actual de la humanidad: «No hay sombra,
por tenebrosa que sea, que pueda oscurecer la luz de Cristo. Por ello en los creyentes
en Cristo nunca prevalece la desesperanza. También hoy, ante la gran crisis social
y económica que sufre la humanidad; ante el odio y la violencia destructiva que no
cesan de ensangrentar muchas regiones de la tierra; ante el egoísmo y la pretensión
del hombre de erguirse como dios de sí mismo, que conduce a veces a peligrosos desbarajustes
del diseño divino sobre la vida y la dignidad del ser humano, sobre la familia y la
armonía de la creación».
En este contexto, el Papa ha evocado su Encíclica
sobre la Esperanza cristiana: «Nuestro esfuerzo por liberar a la vida humana y al
mundo de los envenenamientos y contaminaciones que podrían destruir el presente y
el futuro, conserva su valor y su sentido, como he señalado en la Encíclica Spe
Salvi, aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la
superioridad de fuerzas hostiles. Porque ‘lo que nos da ánimos y orienta nuestra
actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada
en las promesas de Dios’». (n. 35)
En este año 2009, que en el cuarto centenario
de las primeras observaciones telescópicas de Galileo Galilei, se ha dedicado de forma
especial a la astronomía, ha recordado una vez más el Papa, no podemos dejar de prestar
atención al símbolo de la estrella, tan importante en la narración evangélica de los
Magos, que con toda probabilidad eran astrónomos. Y que, desde su punto de observación
– en Oriente con respecto a Palestina, quizá en Mesopotamia – habían visto aparecer
un nuevo astro. Interpretando este fenómeno del cielo como anuncio del nacimiento
de un rey. Episodio que para los Padres de la Iglesia es como ‘una revolución’ cosmológica,
causada por la entrada del Hijo de Dios en el mundo.
El Santo Padre ha recordado
que el pensamiento cristiano compara el cosmos con un ‘libro’. Como decía también
Galileo, considerándolo como la obra de un Autor que se expresa mediante la sinfonía
de la creación. Sinfonía en la que el ‘solo’ el tema encomendado a un solo instrumento
o a una voz es tan importante, que de él depende el significado de toda la obra. Y
que es precisamente Jesús, al que corresponde un signo real: el aparecer de una nueva
estrella en el firmamento.
En este Año Paulino, la fiesta de la Epifanía invita
a la Iglesia - y, en ella, a cada comunidad y a cada fiel - a imitar, como hizo el
Apóstol de las gentes, el servicio que la estrella brindó a los Magos de Oriente guiándolos
hasta Jesús, ha destacado asimismo Benedicto XVI, reiterando luego la importancia
de la Palabra de Dios, en la perspectiva de la reciente Asamblea del Sínodo de los
Obispos, para que la Iglesia y cada uno de los cristianos puedan ser la luz que guía
hacia Cristo. El Papa ha terminado invitando a rezar por estas intenciones: «Queridos
hermanos y hermanas, rezad por nosotros, Pastores de la Iglesia, para que, asimilando
cotidianamente la Palabra de Dios, podamos transmitirla fielmente a los hermanos.
Y también nosotros rezamos por todos vosotros los fieles, porque cada cristiano está
llamado por medio del bautismo y la Confirmación a anunciar a Cristo luz del mundo,
con la palabra y el testimonio de su propia vida. Que la Virgen María, Estrella de
la evangelización, nos ayude a cumplir juntos esta misión y que, desde el cielo,
interceda por nosotros san Pablo, Apóstol de las gentes. Amén»