2009-01-04 12:58:47

Apremiante llamamiento de Benedicto XVI por la pacificación de los pueblos israelí y palestino en la solemnidad de María, a quien pide el don de la paz en Tierra Santa y para toda la humanidad


Jueves, 1 ene (RV).- «¡Digamos a María: acompáñanos, celestial Madre del Redentor, a lo largo de todo el año que hoy comienza y obtennos de Dios el don de la paz para Tierra Santa y para toda la humanidad! ¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros! Amén». Este es el ferviente ruego de Benedicto XVI, en la Santa Misa de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, en este primer día del 2009, uniéndose y renovando el deseo de Dios de amor, paz y prosperidad para todos los pueblos del mundo.

«Cristo con su venida en nuestra carne e historia ha traído una irrevocable bendición, una luz que nunca se apaga, y ofrece a los creyentes y hombres de buena voluntad la posibilidad de construir la civilización del amor y la paz». El Papa ha reiterado así su invitación a invocar la intercesión de la Madre del Señor, rogando en particular por la paz para los pueblos israelí y palestino: «A Ella encomendemos el profundo anhelo de vivir en paz que se eleva del corazón de la gran mayoría de los pueblos israelí y palestino, nuevamente puestos en peligro por la masiva violencia estallada en la franja de Gaza, como respuesta a otras violencias. También la violencia, también el odio y la desconfianza son formas de pobreza –quizá las más tremendas– ‘que hay que combatir’ ¡Que nunca lleguen a prevalecer!»

En este sentido, subrayando que los Pastores de estas Iglesias han elevado su voz en estos tristes días, Benedicto XVI ha hecho hincapié en su exhortación a unirnos a ellos, de forma especial a los de la pequeña pero ferviente parroquia de Gaza, para presentar a los pies de María «nuestras preocupaciones por el presente y nuestros temores para el futuro», impulsados por la fundada esperanza de que «con la sabia y previsora contribución de todos, no será imposible escucharse los unos a los otros y dar respuestas concretas a los anhelos comunes de vivir en paz, seguridad y dignidad».

En este el primer día del año, la Providencia nos reúne para una celebración que conmueve cada vez por la riqueza y belleza de sus correspondencias: cuando el comienzo del año civil se encuentra con el culmen de la octava de Navidad y se celebra la Divina Maternidad de María. Encuentro que culmina en la Jornada Mundial de la Paz.

El Papa ha exhortado a rezar, precisamente, a la Virgen María que supo comprender plenamente el misterio de su Hijo divino: «Comprendió que Dios se había hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza llena de amor, para exhortarnos a frenar la avidez insaciable que suscita luchas y divisiones, para invitarnos a moderar los afanes de poseer, para estar dispuestos al compartir y a la acogida recíproca. A María, Madre del Hijo de Dios que se hizo hermano nuestro dirijamos confiados nuestra oración, para que nos ayude a seguir sus huellas. A combatir y derrotar la pobreza. A construir la verdadera paz, que es ‘opus justitiae’. ».

Evocando la historia terrenal de Jesús, que culmina en el misterio pascual, inicio de un mundo nuevo, de una humanidad nueva, el Santo Padre ha recordado la ‘revolución pacífica’ de Cristo. Una revolución que no es ideológica, sino espiritual. No es utopía sino realidad. Y por ello necesita infinita paciencia y maduración en la responsabilidad de las conciencias: «Queridos amigos, éste es el camino evangélico que lleva a la paz. El camino que también el Obispo de Roma está llamado a volver a proponer con constancia cada vez que escribe el anual Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Recorriendo este camino hay que volver, algunas veces, sobre algunos aspectos y problemáticas que ya se han afrontado. Pero que, sin embargo son tan importantes que requieren siempre una renovada atención. Es el caso del tema que he elegido para el mensaje de este año: ‘Combatir la pobreza, construir la paz’”.

Tema que se presenta a una dúplice consideración. Por una parte, la pobreza «elegida y propuesta por Jesús y, por otra, la pobreza que hay que combatir para que el mundo sea más solidario», ha enfatizado Benedicto XVI, reiterando luego que «Dios no quiere, precisamente, esa pobreza, esa indigencia», que hay que derrotar. «Pobreza que impide a las personas y familias vivir según su propia dignidad; pobreza que ofende la justicia y la igualdad y, que como tal, amenaza la convivencia pacífica de los pueblos y naciones». «Acepción negativa que abarca formas de pobreza no material que encontramos también en las sociedades ricas y avanzadas. Marginación, miseria relacional, moral y espiritual».







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