Apremiante llamamiento de Benedicto XVI por la pacificación de los pueblos israelí
y palestino en la solemnidad de María, a quien pide el don de la paz en Tierra Santa
y para toda la humanidad
Jueves, 1 ene (RV).- «¡Digamos a María: acompáñanos, celestial Madre del Redentor,
a lo largo de todo el año que hoy comienza y obtennos de Dios el don de la paz para
Tierra Santa y para toda la humanidad! ¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros! Amén».
Este es el ferviente ruego de Benedicto XVI, en la Santa Misa de la solemnidad de
María Santísima Madre de Dios, en este primer día del 2009, uniéndose y renovando
el deseo de Dios de amor, paz y prosperidad para todos los pueblos del mundo.
«Cristo
con su venida en nuestra carne e historia ha traído una irrevocable bendición, una
luz que nunca se apaga, y ofrece a los creyentes y hombres de buena voluntad la posibilidad
de construir la civilización del amor y la paz». El Papa ha reiterado así su invitación
a invocar la intercesión de la Madre del Señor, rogando en particular por la paz
para los pueblos israelí y palestino: «A Ella encomendemos el profundo anhelo de
vivir en paz que se eleva del corazón de la gran mayoría de los pueblos israelí y
palestino, nuevamente puestos en peligro por la masiva violencia estallada en la franja
de Gaza, como respuesta a otras violencias. También la violencia, también el odio
y la desconfianza son formas de pobreza –quizá las más tremendas– ‘que hay que combatir’
¡Que nunca lleguen a prevalecer!»
En este sentido, subrayando que los Pastores
de estas Iglesias han elevado su voz en estos tristes días, Benedicto XVI ha hecho
hincapié en su exhortación a unirnos a ellos, de forma especial a los de la pequeña
pero ferviente parroquia de Gaza, para presentar a los pies de María «nuestras preocupaciones
por el presente y nuestros temores para el futuro», impulsados por la fundada esperanza
de que «con la sabia y previsora contribución de todos, no será imposible escucharse
los unos a los otros y dar respuestas concretas a los anhelos comunes de vivir en
paz, seguridad y dignidad».
En este el primer día del año, la Providencia nos
reúne para una celebración que conmueve cada vez por la riqueza y belleza de sus correspondencias:
cuando el comienzo del año civil se encuentra con el culmen de la octava de Navidad
y se celebra la Divina Maternidad de María. Encuentro que culmina en la Jornada Mundial
de la Paz.
El Papa ha exhortado a rezar, precisamente, a la Virgen María que
supo comprender plenamente el misterio de su Hijo divino: «Comprendió que Dios se
había hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza llena de amor, para
exhortarnos a frenar la avidez insaciable que suscita luchas y divisiones, para invitarnos
a moderar los afanes de poseer, para estar dispuestos al compartir y a la acogida
recíproca. A María, Madre del Hijo de Dios que se hizo hermano nuestro dirijamos confiados
nuestra oración, para que nos ayude a seguir sus huellas. A combatir y derrotar la
pobreza. A construir la verdadera paz, que es ‘opus justitiae’. ».
Evocando
la historia terrenal de Jesús, que culmina en el misterio pascual, inicio de un mundo
nuevo, de una humanidad nueva, el Santo Padre ha recordado la ‘revolución pacífica’
de Cristo. Una revolución que no es ideológica, sino espiritual. No es utopía sino
realidad. Y por ello necesita infinita paciencia y maduración en la responsabilidad
de las conciencias: «Queridos amigos, éste es el camino evangélico que lleva a la
paz. El camino que también el Obispo de Roma está llamado a volver a proponer con
constancia cada vez que escribe el anual Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz.
Recorriendo este camino hay que volver, algunas veces, sobre algunos aspectos y problemáticas
que ya se han afrontado. Pero que, sin embargo son tan importantes que requieren siempre
una renovada atención. Es el caso del tema que he elegido para el mensaje de este
año: ‘Combatir la pobreza, construir la paz’”.
Tema que se presenta a una
dúplice consideración. Por una parte, la pobreza «elegida y propuesta por Jesús y,
por otra, la pobreza que hay que combatir para que el mundo sea más solidario», ha
enfatizado Benedicto XVI, reiterando luego que «Dios no quiere, precisamente, esa
pobreza, esa indigencia», que hay que derrotar. «Pobreza que impide a las personas
y familias vivir según su propia dignidad; pobreza que ofende la justicia y la igualdad
y, que como tal, amenaza la convivencia pacífica de los pueblos y naciones». «Acepción
negativa que abarca formas de pobreza no material que encontramos también en las sociedades
ricas y avanzadas. Marginación, miseria relacional, moral y espiritual».