2008-12-22 16:49:09

El Papa subraya la necesidad de “una ecología del hombre”, que respete la naturaleza del ser humano tal como ha sido creado por Dios –hombre o mujer- frente al desprecio de quien quisiera imponer la idea de un “género” separado de la verdad de la Creación


Lunes, 22 dic (RV).- El Espíritu Santo que Cristo ha dado a la Iglesia ha mostrado en este año una visible “Pentecostés”, en particular por medio de la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney y del sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios. En su tradicional discurso a la Curia romana para las felicitaciones de Navidad, Benedicto XVI ha analizado en profundidad estos y otros eventos que han caracterizado su misión y la de la Iglesia en 2008.

El Santo Padre se ha detenido, en particular, en la necesidad de “una ecología del hombre”, que respete la naturaleza del ser humano tal como ha sido creado por Dios –hombre o mujer- frente al desprecio inducido por quien quisiera imponer la idea de un “género” separado de la verdad de la Creación.

Cuando Cristo fundó la Iglesia, le confió la responsabilidad de anunciar al mundo el Evangelio y, con él, el Espíritu que ilumina las palabras de Dios y la alegría que brota de vivirlas. Esta responsabilidad no ha cambiado en dos mil años y Benedicto XVI la ha vuelto a relanzar al final de su largo e intenso discurso, con el que ha reflexionado sobre los compromisos espirituales impulsados por los acontecimientos eclesiales del 2008.

Una reflexión esencialmente centrada en el Espíritu Santo, pero enraizada a partir de aquellos eventos que del Espíritu Santo, y de sus dones de armonía y alegría, han sido testimonio de excelencia en los últimos 12 meses. “El año que está por concluir ha sido rico de miradas retrospectivas sobre datos incisivos de la historia reciente de la Iglesia”, ha recordado el Papa, evocando los 40 años de la publicación de la encíclica Humanae Vitae y los 30 años de la muerte de su autor, Pablo VI, además del comienzo del Año Paulino.

Pero la atención del Pontífice se ha dirigido sobre todo a la Jornada mundial de la juventud de Sydney, celebrada en julio, y al Sínodo de los obispos, del pasado mes de octubre. El “fenómeno” Jornada Mundial de la Juventud, ha observado Benedicto XVI, “es objeto de análisis” que se repiten y que se esfuerzan en comprender la que se conoce como “cultura juvenil”:

“Los análisis de moda tienden a considerar estas jornadas como una variante de la moderna cultura juvenil, como una especie de festival de rock modificado en sentido eclesial, con el Papa como estrella. Con o sin fe, estos festivales serían en el fondo la misma cosa, y de esta manera se piensa poder remover la cuestión de Dios. También hay voces católicas que van en esta dirección, evaluando todo ello como un gran espectáculo, aun bello, pero de poco significado para las cuestiones sobre la fe y sobre la presencia del Evangelio en nuestro tiempo. Serían momentos de un festivo éxtasis, pero al fin de cuentas quedaría todo como antes, sin influir de manera profunda en la vida”.

Sin embrago, ha proseguido Benedicto XVI, hay un elemento que no convence en este análisis: el de la alegría. El del “tipo” de alegría que se ha respirado en Sydney, tan distinto al que se vive en un festival de rock. “Parte integral de la fiesta es la alegría”, ha afirmado el Papa. “La fiesta se puede organizar, la alegría no”. Los 200 mil jóvenes de Sydney no han molestado a los habitantes de la ciudad, no han provocado violencia, no ha sido una fiesta de droga. La suya ha sido una fiesta que ha comenzado de lejos y ha sido una fiesta de fe entorno a Cristo y a su Cruz.

“En Australia el largo Vía Crucis por medio de la ciudad no ha sido casual que se convirtiera en el evento culminante de aquellas jornadas. Este acontecimiento resumía, una vez más, todo aquello que había ocurrido en los años precedentes e indicaba a Aquel que nos reúne juntos a todos nosotros: aquel Dios que nos ama en la Cruz. De forma que el Papa no es una estrella entorno a la cual gira todo. Él es total y solamente Vicario. Recuerda al Otro que está en medio de nosotros”.

La “estrella” de las Jornadas Mundiales de la Juventud, es el mismo Cristo y su Espíritu, que el Pontífice ha definido una “fuerza creadora de comunión”. “Él está presente, Él entra en medio de nosotros – ha dicho Benedicto XVI – Hace que el cielo se abra y ello hace a su vez que la tierra sea luminosa. Es esto lo que alegra la vida y la abre, uniendo los unos a los otros, a una alegría que no se puede comparar con el éxtasis de un festival rock:

“Se crean amistades que animan a un estilo de vida diverso y lo sostienen desde dentro. Las grandes Jornadas tienen, asimismo, la finalidad de suscitar estas amistades y de hacer brotar de esta manera en el mundo lugares de vida en la fe, que son, al mismo tiempo, lugares de esperanza y de caridad vivida”.

También el sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios ha manifestado esta profunda unión entre la Biblia y el Espíritu Santo. Y, hablando del Espíritu Santo como del signo de la inteligencia del Creador - que la ha derramado en la “estructura” del Cosmos - el Papa ha destacado la defensa que el hombre debe tener con respecto a lo Creado y la responsabilidad que la Iglesia tiene en anunciar y defender también al hombre “de la destrucción de sí mismo”. Es decir, de aquellas fuerzas que quisieran violar el orden de Dios sobre la naturaleza humana como hombre y mujer:

“Aquello que muchas veces viene expresado y entendido con el término ‘gender’, se resuelve en definitiva en la auto emancipación del hombre de lo creado y del Creador. El hombre quiere ‘hacerse por su cuenta’ y disponer siempre y exclusivamente por sí solo en aquello que le corresponde. Pero de esta manera vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador. Las forestas tropicales merecen, sí, nuestra protección, pero no la merece menos el hombre como criatura, en la que está inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su condición”.

El irradiarse forma parte de la naturaleza de la alegría, ha reiterado Benedicto XVI, poniendo de relieve que «el espíritu misionero de la Iglesia no es otra cosa que el impulso de irradiar y comunicar la alegría que se nos ha donado». Por ello el Papa ha manifestado que su gran deseo para este fin de año y para todo el nuevo 2009, es que esta misma alegría «esté siempre viva en nosotros y se irradie sobre el mundo en sus tribulaciones». El Santo Padre ha terminado sus felicitaciones para la gran familia de la Curia Romana, encomendando a todos a «la intercesión de la Virgen María, Madre de la Divina Gracia, para vivir las fiestas de Navidad en la alegría y en la paz del Señor».







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