«Combatir la pobreza, construir la paz». Esta mañana se hizo público el mensaje del
Santo Padre con motivo de la Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo
1 de enero
Jueves, 11 dic (RV).- Esta mañana en la Sala de Prensa de la Santa Sede, el cardenal
Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz
presentó el Mensaje del Papa para la Cuadragésimo segunda Jornada Mundial de la Paz
que se celebrará el próximo 1 de enero, bajo el tema «Combatir la pobreza, construir
la paz», fechado el pasado 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción
de María.
Con sus mejores deseos de paz, que hace llegar a todos, Benedicto
XVI abre su mensaje para el próximo 1 de enero, Jornada Mundial de la paz 2009, titulado
«Combatir la pobreza, construir la Paz». Reflexionando sobe este tema, el Papa evoca
el mensaje de su venerado predecesor Juan Pablo II para la Jornada Mundial de la Paz
de 1993, subrayando las repercusiones negativas que la situación de pobreza de poblaciones
enteras acaba teniendo sobre la paz, causando a su vez trágicas situaciones de penuria.
«Combatir
la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización»,
recordando la importancia de la dimensión espiritual y moral. En lo que respecta a
la pobreza y sus implicaciones morales y señalando que «la pobreza se pone a menudo
en relación con el crecimiento demográfico», Benedicto XVI recuerda las campañas internacionales
para reducir la natalidad, «incluso con métodos que no respetan la dignidad de la
mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir responsablemente el número de hijos y,
lo que es más grave aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida.
El exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza
es, en realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres».
Con datos
concretos sobre la población mundial, el Papa señala que en realidad «habría recursos
para resolver el problema de la indigencia» y que «la población se está confirmando
como una riqueza y no como un factor de pobreza». Destacando luego otro aspecto que
preocupa, como «las enfermedades pandémicas, por ejemplo, la malaria, la tuberculosis
y el sida», Benedicto XVI recuerda que los intentos para frenar sus consecuencias
no siempre dan resultados significativos. Y que además, los países aquejados por dichas
pandemias «sufren los chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la
puesta en práctica de políticas contrarias a la vida».
Sobre la importancia
de afrontar los problemas morales, el Papa destaca que es preciso emprender campañas
que eduquen a los jóvenes a una sexualidad plenamente concorde con la dignidad de
la persona. Además, se requiere que se pongan a disposición de las naciones pobres
las medicinas y tratamientos necesarios; fomentar la investigación médica y las innovaciones
terapéuticas y flexibilidad en las reglas internacionales sobre la propiedad intelectual,
para garantizar a todos la necesaria atención sanitaria.
«Un tercer aspecto
en que se ha de poner atención en los programas de lucha contra la pobreza, y que
muestra su intrínseca dimensión moral, es la pobreza de los niños», escribe el Papa
haciendo hincapié en que «casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son
niños». Benedicto XVI señala la prioridad del cuidado de las madres, la educación,
el acceso a las vacunas, a los cuidados médicos y al agua potable, la salvaguardia
del medio ambiente y la defensa de la familia.
En el punto de vista moral,
el Papa destaca también «la relación entre el desarme y el desarrollo». Pues «es preocupante
la magnitud global del gasto militar en la actualidad», sustrayéndose así ingentes
recursos materiales y humanos al desarrollo de los pueblos, especialmente de los más
pobres y necesitados de ayuda. Ello va contra lo la misma Carta de las Naciones Unidas,
que recuerda la responsabilidad de la comunidad internacional en el mantenimiento
de la paz.
En la lucha contra la pobreza material, el Papa recuerda «la actual
crisis alimentaria», que se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos,
«sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto,
por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar
las necesidades y emergencias».
En su reflexión sobre la lucha contra la pobreza
y la solidaridad global, Benedicto XVI reitera que «es preciso un ‘código ético común’,
cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural
inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2, 14-15). Pues,
«la marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos
de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido
por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos
vinculadas a ellas. La Iglesia, que es « signo e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano », continuará ofreciendo su aportación
para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un
mundo más pacífico y solidario».
En el comercio internacional y de las transacciones
financieras «se están produciendo procesos que permiten integrar positivamente las
economías» pero existen aun procesos que dividen y marginan a los pueblos, creando
peligrosas premisas para conflictos y guerras». El Santo Padre renueva «un llamamiento
para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial,
evitando exclusiones y marginaciones».
Y, en «una reflexión parecida sobre
las finanzas», Benedicto XVI señala que la reciente crisis demuestra también que «la
actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente ‘autorefenciales’,
sin considerar el bien común a largo plazo». La lucha contra la pobreza, «requiere
una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico, que permita a la
comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en
práctica soluciones coordinadas para afrontar los problemas, estableciendo un marco
jurídico eficaz, escribe el Papa sin olvidar la lucha contra la criminalidad y la
promoción de una cultura de la legalidad.
Benedicto XVI recuerda que la globalización
«ha de ser regida con prudente sabiduría». Teniendo en cuenta «en primer lugar las
exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción
- de orden cultural y político, así como espiritual y moral - existente entre los
problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos».
En
la conclusión de este Mensaje de Benedicto XVI, se recuerda la doctrina social de
la Iglesia y la opción preferencial por los pobres en los cuales contemplamos a Cristo.
Así pues, «fiel a la exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará de
asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa,
no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando « sobre todo los estilos de vida,
los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que
rigen hoy la sociedad».
Por consiguiente, Benedicto XVI dirige «al comienzo
de un año nuevo una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo, así como a toda
persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los
pobres, haciendo cuanto le sea concretamente posible para salir a su encuentro. En
efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según el cual ‘combatir
la pobreza es construir la paz’».
Sigue el mensaje completo del Santo Padre
para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz – 1 de enero de 2009 «Combatir
la pobreza, construir la paz»:
1. TAMBIÉN EN ESTE AÑO NUEVO que comienza, deseo
hacer llegar a todos mis mejores deseos de paz, e invitar con este Mensaje a reflexionar
sobre el tema: Combatir la pobreza, construir la paz. Mi venerado predecesor Juan
Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, subrayó ya las
repercusiones negativas que la situación de pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo
sobre la paz. En efecto, la pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores
que favorecen o agravan los conflictos, incluidas las contiendas armadas. Estas últimas
alimentan a su vez trágicas situaciones de penuria. « Se constata y se hace cada vez
más grave en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas
personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza.
La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones
más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia
de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de
personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente,
el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial ».1
2.
En este cuadro, combatir la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo
de la globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista metodológico,
pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones realizadas por los economistas
y sociólogos sobre tantos aspectos de la pobreza. Pero la referencia a la globalización
debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres
desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación
de construir una sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se comporten
siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad. En dicha perspectiva
se ha de tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Si ésta fuese únicamente
material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose sobre
todo en datos de tipo cuantitativo, serían suficientes para iluminar sus principales
características. Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia
directa y automática de carencias materiales. Por ejemplo, en las sociedades ricas
y desarrolladas existen fenómenos de marginación, de pobreza relacional, moral y espiritual:
se trata de personas desorientadas interiormente, aquejadas por formas diversas de
malestar a pesar de su bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado «
subdesarrollo moral »2 y, por otra, en las consecuencias negativas del
« superdesarrollo ».3 Tampoco olvido que, en las sociedades definidas como
« pobres », el crecimiento económico se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos
culturales, que no permiten utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es
verdad que cualquier forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta
de respeto por la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se considera
al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera
« ecología humana »,4 se desencadenan también dinámicas perversas de pobreza,
como se pone claramente de manifiesto en algunos aspectos en los cuales me detendré
brevemente.
Pobreza e implicaciones morales
3. La pobreza se pone a
menudo en relación con el crecimiento demográfico. Consiguientemente, se están llevando
a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional, incluso con
métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir
responsablemente el número de hijos 5 y, lo que es más grave aún, frecuentemente
ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos
en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la eliminación de los seres
humanos más pobres. A esto se opone el hecho de que, en 1981, aproximadamente el 40
% de la población mundial estaba por debajo del umbral de la pobreza absoluta, mientras
que hoy este porcentaje se ha reducido sustancialmente a la mitad y numerosas poblaciones,
caracterizadas, por lo demás, por un notable incremento demográfico, han salido de
la pobreza. El dato apenas mencionado muestra claramente que habría recursos para
resolver el problema de la indigencia, incluso con un crecimiento de la población.
Tampoco hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy,
la población de la tierra ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte, este
fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el escenario internacional
como nuevas potencias económicas, y han obtenido un rápido desarrollo precisamente
gracias al elevado número de sus habitantes. Además, entre las naciones más avanzadas,
las que tienen un mayor índice de natalidad disfrutan de mejor potencial para el desarrollo.
En otros términos, la población se está confirmando como una riqueza y no como un
factor de pobreza.
4. Otro aspecto que preocupa son las enfermedades pandémicas,
como por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y el sida que, en la medida en que afectan
a los sectores productivos de la población, tienen una gran influencia en el deterioro
de las condiciones generales del País. Los intentos de frenar las consecuencias de
estas enfermedades en la población no siempre logran resultados significativos. Además,
los países aquejados de dichas pandemias, a la hora de contrarrestarlas, sufren los
chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de
políticas contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el sida, causa dramática
de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la
difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender campañas que eduquen especialmente
a los jóvenes a una sexualidad plenamente concorde con la dignidad de la persona;
hay iniciativas en este sentido que ya han dado resultados significativos, haciendo
disminuir la propagación del virus. Además, se requiere también que se pongan a disposición
de las naciones pobres las medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar
decididamente la investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con
flexibilidad, cuando sea necesario, las reglas internacionales sobre la propiedad
intelectual, con el fin de garantizar a todos la necesaria atención sanitaria de base.
5.
Un tercer aspecto en que se ha de poner atención en los programas de lucha contra
la pobreza, y que muestra su intrínseca dimensión moral, es la pobreza de los niños.
Cuando la pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables:
casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la pobreza
poniéndose de parte de los niños impulsa a estimar como prioritarios los objetivos
que los conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de las madres, la
tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y al agua potable, la
salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso en la defensa de la familia
y de la estabilidad de las relaciones en su interior. Cuando la familia se debilita,
los daños recaen inevitablemente sobre los niños. Donde no se tutela la dignidad de
la mujer y de la madre, los más afectados son principalmente los hijos.
6.
Un cuarto aspecto que merece particular atención desde el punto de vista moral es
la relación entre el desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del
gasto militar en la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, « los ingentes
recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen
a los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados
de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que
compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en particular, a “promover
el establecimiento y el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional con
el mínimo dispendio de los recursos humanos y económicos mundiales en armamentos”
(art. 26) ».6
Este estado de cosas, en vez de facilitar, entorpece
seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional.
Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera
de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose
así, paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó
sabiamente mi venerado Predecesor Pablo VI, « el desarrollo es el nuevo nombre de
la paz ».7 Por tanto, los Estados están llamados a una seria reflexión
sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia,
y a afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se alcanzara una mejora de las relaciones,
sería posible reducir los gastos en armamentos. Los recursos ahorrados se podrían
destinar a proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres y necesitados:
los esfuerzos prodigados en este sentido son un compromiso por la paz dentro de la
familia humana.
7. Un quinto aspecto de la lucha contra la pobreza material
se refiere a la actual crisis alimentaria, que pone en peligro la satisfacción de
las necesidades básicas. Esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia
de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos
y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas
capaces de afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede provocar
también graves daños psicofísicos a la población, privando a las personas de la energía
necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su estado de pobreza. Esto contribuye
a ampliar la magnitud de las desigualdades, provocando reacciones que pueden llegar
a ser violentas. Todos los datos sobre el crecimiento de la pobreza relativa en los
últimos decenios indican un aumento de la diferencia entre ricos y pobres. Sin duda,
las causas principales de este fenómeno son, por una parte, el cambio tecnológico,
cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de la distribución de la renta
y, por otra, la evolución de los precios de los productos industriales, que aumentan
mucho más rápidamente que los precios de los productos agrícolas y de las materias
primas que poseen los países más pobres. Resulta así que la mayor parte de la población
de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios
más altos.
Lucha contra la pobreza y solidaridad global
8. Una de las
vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses
de la gran familia humana.8 Sin embargo, para guiar la globalización se
necesita una fuerte solidaridad global,9 tanto entre países ricos y países
pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un « código ético común
»,10 cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas
en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf.
Rm 2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia
la llamada a dar su propia contribución al bien común y a la paz social? La globalización
abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas;
acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo
las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de
los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en
la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias
que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas.
La Iglesia, que es « signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad
de todo el género humano »,11 continuará ofreciendo su aportación para
que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo
más pacífico y solidario.
9. En el campo del comercio internacional y de las
transacciones financieras, se están produciendo procesos que permiten integrar positivamente
las economías, contribuyendo a la mejora de las condiciones generales; pero existen
también procesos en sentido opuesto, que dividen y marginan a los pueblos, creando
peligrosas premisas para conflictos y guerras. En los decenios sucesivos a la Segunda
Guerra Mundial, el comercio internacional de bienes y servicios ha crecido con extraordinaria
rapidez, con un dinamismo sin precedentes en la historia. Gran parte del comercio
mundial se ha centrado en los países de antigua industrialización, a los que se han
añadido de modo significativo muchos países emergentes, que han adquirido una cierta
relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando gravemente
marginados respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha resentido por la
rápida disminución de los precios de las materias primas registrada en las últimas
décadas, que constituyen la casi totalidad de sus exportaciones. En estos países,
la mayoría africanos, la dependencia de las exportaciones de las materias primas sigue
siendo un fuerte factor de riesgo. Quisiera renovar un llamamiento para que todos
los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando
exclusiones y marginaciones
10. Se puede hacer una reflexión parecida sobre
las finanzas, que atañe a uno de los aspectos principales del fenómeno de la globalización,
gracias al desarrollo de la electrónica y a las políticas de liberalización de los
flujos de dinero entre los diversos países. La función objetivamente más importante
de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto,
el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos
de un sistema de intercambios financieros –en el plano nacional y global– basado en
una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades
financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo.
La reciente crisis demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces
por criterios meramente autorefenciales, sin consideración del bien común a largo
plazo. La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo
plazo de tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de
puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas
oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida al
corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien logra
beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera.12
11.
De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación
tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional,
y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas
para afrontar dichos problemas, estableciendo un marco jurídico eficaz para la economía.
Exige también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así
como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la legalidad.
Por otro lado, es innegable que las políticas marcadamente asistencialistas están
en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres. Parece que, actualmente,
el verdadero proyecto a medio y largo plazo sea el invertir en la formación de las
personas y en desarrollar de manera integrada una cultura de la iniciativa. Si bien
las actividades económicas necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto
no significa que se deba distraer la atención de los problemas del beneficio. Aunque
se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per capita no puede ser
el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo,
que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha
contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de vista, no hay que hacerse
ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente
resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, el valor de la riqueza en una
economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente
y futuro. Por eso, la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe
tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.
12.
Finalmente, situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio
adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional,
una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta
lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional. Los
organismos internacionales mismos reconocen hoy la valía y la ventaja de las iniciativas
económicas de la sociedad civil o de las administraciones locales para promover la
emancipación y la inclusión en la sociedad de las capas de población que a menudo
se encuentran por debajo del umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo,
difícilmente pueden llegar las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico
del siglo XX enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad
de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil
y Estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de
desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno cultural y la cultura
nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil.13
13. Como
ya afirmó mi venerado Predecesor Juan Pablo II, la globalización « se presenta con
una marcada nota de ambivalencia » 14 y, por tanto, ha de ser regida con
prudente sabiduría.De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en
primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de
la desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los
hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y político,
así como espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las causas superficiales
e instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que están en el corazón humano,
como la avidez y la estrechez de miras. Los problemas del desarrollo, de las ayudas
y de la cooperación internacional se afrontan a veces como meras cuestiones técnicas,
que se agotan en establecer estructuras, poner a punto acuerdos sobre precios y cuotas,
en asignar subvenciones anónimas, sin que las personas se involucren verdaderamente.
En cambio, la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad
la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades
en el camino de un auténtico desarrollo humano.
Conclusión
14. En la
Encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de « abandonar
una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como
molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido ». « Los
pobres –escribe– exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales
y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más
próspero para todos ».15 En el mundo global actual, aparece con mayor claridad
que solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable.
En efecto, las tergiversaciones de los sistemas injustos antes o después pasan factura
a todos. Por tanto, únicamente la necedad puede inducir a construir una casa dorada,
pero rodeada del desierto o la degradación. Por sí sola, la globalización es incapaz
de construir la paz, más aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización
pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo
de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido,
hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha
contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta
ahora impensables.
15. La Doctrina Social de la Iglesia se ha interesado siempre
por los pobres. En tiempos de la Encíclica Rerum novarum, éstos eran sobre todo los
obreros de la nueva sociedad industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII,
Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II se han detectado nuevas pobrezas a medida que
el horizonte de la cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales.16
Esta ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla no
sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una profundización
cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia humana. Por eso la Iglesia,
a la vez que sigue con atención los actuales fenómenos de la globalización y su incidencia
en las pobrezas humanas, señala nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en
extensión, sino también en profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre
y su relación con Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar
las relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la construcción
de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo particular, el «
amor preferencial por los pobres »,17 a la luz del primado de la caridad,
atestiguado por toda la tradición cristiana, comenzando por la de la Iglesia primitiva
(cf. Hch 4,32-36; 1 Co 16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).
« Que se ciña cada cual a
la parte que le corresponde », escribía León XIII en 1891, añadiendo: « Por lo que
respecta a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto regateará su esfuerzo ».18
Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los pobres,
en los cuales contempla a Cristo,19 sintiendo cómo resuena en su corazón
el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: « Vos date illis manducare – dadles
vosotros de comer » (Lc 9,13). Así pues, fiel a esta exhortación de su Señor, la comunidad
cristiana no dejará de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas
de una solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando
« sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras
consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad ».20 Por consiguiente,
dirijo al comienzo de un año nuevo una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo,
así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las
necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea concretamente posible para salir
a su encuentro. En efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según
el cual « combatir la pobreza es construir la paz».
Vaticano, 8 de diciembre
de 2008
TIPOGRAFÍA VATICANA
1 Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz de 1993, 1. 2 Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 19. 3 Juan Pablo
II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28. 4 Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus, 38. 5 Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 37; Juan Pablo II,
Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 25. 6 Carta al Cardenal Renato Rafael Martino
con ocasión del Seminario Internacional organizado por el Consejo Pontificio para
la Justicia y la Paz sobre el tema ‘‘Desarme, desarrollo y paz. Perspectivas para
un desarme integral'' (10 abril 2008): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española
(18 abril 2008), p. 3. 7 Carta enc. Populorum progressio, 87. 8 Juan Pablo II,
Carta enc. Centesimus annus, 58. 9 Juan Pablo II, Discurso a las asociaciones cristianas
de trabajadores italianos (27 abril 2002), n. 4: L'Osservatore Romano, ed. en lengua
española (10 mayo 2002), p. 10. 10 Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea plenaria
de la Academia Pontificia de Ciencias sociales (27 abril 2001), n. 4: L'Osservatore
Romano, ed. en lengua española (11 mayo 2001), p. 4. 11 Concilio Vaticano II, Const.
dogm. Lumen gentium, 1. 12 Cf. Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, Compendio
de la Doctrina social de la Iglesia, 368. 13 Cf. ibíd., 356. 14 Discurso a empresarios
y sindicatos de trabajadores (2 mayo 2000), n. 3: L'Osservatore Romano, ed. en lengua
española (5 mayo 2000), p. 7. 15 N. 28. 16 Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum
progressio, 3. 17 Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42; Cf. Id.
Carta enc. Centesimus annus, 57. 18 León XIII, Carta enc. Rerum novarum, 41. 19
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58.